Como sabéis, las regiones de África ricas en recursos naturales a menudo se han visto enredadas en turbias maniobras geopolíticas en las que actores extranjeros arman de manera encubierta a rebeldes, facciones políticas represivas e insurgentes, generalmente disfrazándolo como “ayuda” para intercambiar influencia y poder. Esta práctica se remonta a la época colonial, cuando las potencias coloniales respaldaban a facciones que defendían sus ideales y políticas mediante financiación en forma de ayuda militar, entrenamiento y envíos clandestinos de armas. Como podéis imaginar, este infame método continúa hasta nuestros días. Así, fue notable por cierto, el interesado apoyo brindado por los EE.UU. al dictador Joseph-Désiré Mobutu en la República Democrática del Congo (a quien el sátrapa le cambio el nombre por Zaire), al cual George H. W. Bush describió como “uno de nuestros amigos más valiosos”. Mobutu fue el jefe del Estado Mayor del ejército y el cerebro del golpe militar de 1960 que derrocó y asesino al izquierdista Patrice Lumumba, el primer ministro elegido democráticamente en ese país. Dueño del poder, Mobutu gobernó con mano de hierro entre 1965 y 1997, y en 1997 su riqueza robada al país superó los 6.000 millones de dólares gracias a la ayuda de los EE.UU., que no tenía por objeto mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, ya que luego de ascender al poder Mobutu se convirtió rápidamente en muy impopular entre el pueblo debido a los altos niveles de corrupción y represión política, incluida la prohibición de todos los partidos políticos existentes, excepto el suyo obviamente. El apoyo de Washington se debió al hecho de que Mobutu era visto como un baluarte para contrarrestar la influencia de la Unión Soviética, que en ese momento apoyaba movimientos de liberación en África como el FRELIMO (Frente de Libertação de Moçambique) en Mozambique, el ANC (Congreso Nacional Africano) liderado por Nelson Mandela en Sudáfrica e incluso en la propia República Democrática del Congo bajo el mando de Patrice Lumumba; Estas acciones contradicen la perspectiva de las misiones a través de las cuales se las suele presentar y son en realidad actos sistemáticos cuidadosamente planificados, sostiene Maurice Robert, ex ministro francés en África: “Una operación de esta envergadura implica varias fases: la recogida y análisis de inteligencia, la elaboración de un plan de acción basado en esta inteligencia, el estudio y la puesta en marcha de medios logísticos y la adopción de medidas para la ejecución del plan.” El comentario de Robert se refería a la siniestra operación francesa de 1960, llamada en código "Operación Persil", destinada a desestabilizar Guinea luego de que su población, bajo el mando del dictador Sékou Touré, votara a favor de liberarse del régimen colonial francés y de sus dictados. Como recuerda Robert: “Para desestabilizar el país, utilizamos a exiliados guineanos refugiados en Senegal y a una oposición organizada bajo la supervisión de expertos franceses en operaciones clandestinas. Armamos y entrenamos a esos opositores guineanos, muchos de los cuales eran fulani, para que crearan un clima de inseguridad en Guinea y, si era posible, derrocaran a Sékou Touré” ; Cabe precisar que el más leve atisbo de caos ha hecho que los países que lo crearon se retiren de la escena a la velocidad del sonido, dejando a las facciones en pugna a merced de sus propios matchets despiadados y sangrientos, como en los casos del genocidio de Ruanda, el conflicto de Sudán y la crisis de Libia. Sin embargo, una cuestión que hay que tener en cuenta es la fuente del "matchet" con el que estas facciones se devoran entre sí. Un ejemplo elocuente es la firma por parte del Criminal de Guerra y musulmán encubierto Barack Hussein Obama de una "orden de búsqueda" que autorizaba al gobierno de EE.UU. a apoyar a los grupos terroristas que buscaban derrocar al gobierno de Muammar Gaddafi en Libia. Ese apoyo, que incluía transferencias de armas, se produjo en gran medida a través de terceros, lo que podría considerarse una grosera violación de la resolución 1970 (2011) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que impuso un embargo a los envíos de armas a cualquiera de las facciones en guerra en Libia en el 2011. Sin embargo, la transferencia de armas dentro de Libia por parte de los terroristas de un lugar a otro para luchar contra el gobierno libio y, en última instancia, derrocar a Gaddafi no era ningún secreto para la OTAN. Por ejemplo, según un vídeo publicado por la propia OTAN, una fragata canadiense conocida como HMCS Charlottetown estacionada en el mar Mediterráneo para hacer cumplir la resolución 1970 (2011) de la ONU descubrió que un remolcador de los terroristas que inicialmente afirmó estar transportando alimentos y medicinas en realidad transportaba municiones de obuses de 105 mm, explosivos y armas pequeñas, todas ellas prohibidas en virtud del artículo 9 de la resolución 1970 (2011) de la ONU. Estas armas estaban siendo enviadas desde Bengasi a Misrata en Libia. Sin embargo, tras ponerse en contacto con la sede de la OTAN, se permitió a los terroristas pasar libremente con las armas para luchar contra el gobierno de Libia, en contra de la intención de la resolución de la ONU. Posteriormente, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó otra resolución, la 1973 (2011), que autorizaba todas las medidas necesarias “para proteger” a los civiles en Libia. Esta resolución contó con el respaldo de los principales países del Reino Unido, Francia y los Estados Unidos. Sin embargo, considerando las ambigüedades de la resolución y lo delicada que era la situación, Brasil, China, Rusia, la India y Alemania se abstuvieron. Las ambigüedades se debían a preocupaciones humanitarias, pero también a motivos coloniales ocultos de algunos de los proponentes de esta resolución, si no de todos. Esto explica potencialmente por qué Francia reconoció al opositor Consejo Nacional de Transición de Libia como gobierno “legítimo” en marzo del 2011, incluso antes de que Gaddafi fuera asesinado en octubre de ese mismo año. Según un informe del 2016 del Parlamento británico, las intenciones de Francia bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy hacia Libia estaban impulsadas principalmente por cinco pilares, incluido el deseo de obtener una mayor participación en la producción petrolera de Libia, aumentar la influencia francesa en el norte de África, mejorar la situación política interna de Sarkozy en Francia, brindar al ejército francés una oportunidad de reafirmar su posición en el mundo y abordar las preocupaciones de sus asesores sobre los planes a largo plazo de Gaddafi de suplantar a Francia como potencia dominante en el África francófona. Estas acciones intervencionistas francesas envalentonaron a los rebeldes, que aprovecharon su nuevo poder de fuego para, con el apoyo de la OTAN - que bombardeo previamente con misiles la comitiva de Gaddafi que huía del frente ce batalla - permitiéndoles capturar y asesinar salvajemente al líder libio en octubre del 2011. A pesar de la muy publicitada “intervención humanitaria” de la OTAN en Libia bajo el velo “del derecho internacional”, la intención de algunos Estados miembros como Francia parece contradice esa visión, lo que plantea interrogantes sobre los motivos detrás de las acciones de la propia organización en Libia. Al respecto, Vladimir Putin, entonces primer ministro ruso, en un apasionado discurso en el 2011 criticó duramente a la OTAN por estas acciones: “Cuando toda la llamada comunidad civilizada se lanza con todas sus fuerzas contra un país pequeño y destruye una infraestructura construida a lo largo de generaciones, bueno, no sé si eso es bueno. No me gusta”. Putin también reiteró que la resolución aprobada era sólo “un intento de llamar a todos (la comunidad occidental) a venir y hacer lo que quieran”. Sin duda, Libia se encontró enredada en una red de alianzas secretas con motivos ocultos y acuerdos de armas encubiertos bajo el amparo del derecho internacional. Esto explica potencialmente por qué, a pesar de los años de guerra civil que han devastado la antigua potencia económica del continente africano, matando a muchos y desplazando a cientos de miles de civiles, apenas se ha empleado ningún mecanismo de rendición de cuentas contra las fuerzas externas que encendieron la mecha, que lo han convertido en un Estado fallido. Cabe precisar que por aquel tiempo Rusia recién estaba saliendo de la profunda crisis económica y social originada tras el colapso de la Unión Soviética que le impidió por ejemplo apoyar a Gaddafi. Ahora la situación es distinta y Rusia ha vuelto a ser con Vladimir Putin, una Gran Potencia; Finalmente, estamos en el año 2025 y el apoyo a facciones contrarias a la voluntad en el África continúa, incluso desde fuentes otrora impensables como Ucrania. Esto marca un cambio significativo, dado que Ucrania, nunca ha sido un actor importante en las relaciones geopolíticas de África. Cuando los insurgentes tuaregs tendieron una emboscada a un convoy militar que transportaba a miembros de la compañía militar privada rusa Grupo Wagner y soldados malienses a finales de julio en el pueblo de Tinzaouaten, situado en el norte de Mali, matando a decenas de personas, Andrey Yusov, portavoz de la agencia de inteligencia militar de Ucrania (HUR), pronunció un discurso en la televisión nacional en el que admitió la participación de Ucrania. Calificó el incidente de “operación militar exitosa contra criminales de guerra rusos” llevada a cabo con la “información necesaria” proporcionada a los militantes por sus agentes. Juró que “habrá más por venir”. Sin embargo, esta declaración marca una contradicción preocupante considerando el hecho de que los estados africanos no son parte en el conflicto de Ucrania y que PMC Wagner fue autorizada por la Alianza de Estados del Sahel, que comprende Malí, Níger y Burkina Faso, para ayudar a combatir el terrorismo en la región del Sahel. El apoyo de Kiev a los rebeldes del Sahel plantea importantes cuestiones estratégicas y éticas sobre el papel de Ucrania y sus aliados en la dinámica de la seguridad en la región del Sahel. También corre el riesgo de colocar a Ucrania en el lado oscuro de la historia africana por perpetrar un colonialismo al estilo francés en la región. Pero la “influencia” que pretende crear tiene los días contados, ya que el régimen fascista de Kiev se acerca a su demoledora derrota ante Rusia y su inevitable caída marcara el fin de su malhadada aventura en el continente negro...
Desarrollado y editado por Amazon Games, es el relanzamiento del MMORPG lanzado en el 2021 para PC. En esta ocasión el título se estrena en PlayStation 5 y Xbox Series X/S de modo que los jugadores de todo el mundo de las tres plataformas pueden compartir su aventura en este título multijugador masivo, del mismo modo que pueden hacer con otro reciente título de Amazon Games, Throne and Liberty. La pregunta que seguramente os estaréis haciendo es: ¿merece la pena adentrarse en Aeternum en el 2025? A lo largo del análisis trataremos de dar respuesta a esta y a otras cuestiones. Para comenzar, una de las principales novedades que encontramos es el rediseño completo de las primeras horas de juego, de modo que ahora el título es mucho más narrativo. Tanto es así, que a pesar de que seguimos estando ante un RPG multijugador masivo, la sensación al hacer las misiones del modo historia se aproxima a la que tendríamos en cualquier RPG en solitario. Un aspecto que me gustaría destacar acerca del rediseño del trasfondo narrativo de las misiones durante las primeras horas de juego, es el hecho de que resulta habitual que los subtítulos originales no coincidan con el actual doblaje. Y aunque conforme pasan las horas de juego esta desincronización desaparece, personalmente me resultó bastante molesto durante el inicio de la aventura. Imagino que este aspecto será fácilmente subsanable mediante alguna actualización. También se ha rediseñado por completo la interfaz y con el fin de facilitar la accesibilidad de los nuevos jugadores procedentes de PlayStation 5 y Xbox Series X/S, actualmente New World Aeternum se puede disfrutar tanto con teclado y ratón como con mando. Además, los veteranos jugadores del título agradecerán otras novedades como una nueva incursión para 10 jugadores, una nueva zona jugador contra jugador, pruebas de alma repetibles, la posibilidad de nadar y otras muchas sorpresas. Si estáis acostumbrados a otros MMO en el que para tener posibilidades de éxito en incursiones necesitáis un equilibrio entre jugadores que hagan un elevado daño por segundo (DPS), tanques con mucho aguante que mantengan la amenaza de los enemigos y eficientes sanadores que no dejen que nuestra salud llegue a cero, sí, en New World Aeternum será fundamental la colaboración entre estos tres roles principales. No obstante, cuando creamos nuestro personaje no se nos da a escoger entre una clase u otra. En esta ocasión elegimos un arquetipo, entre siete posibles, de modo que comenzamos con unas armas u otras: soldado, destructor, montaraz, mosquetero, ocultista, mística o espadachín, tú eliges. En función del arquetipo escogido comenzaréis con unas armas u otras, pero nada os impide cambiar de arma, subir vuestra destreza con ellas y cambiar vuestro rol. Este aspecto dota de mucha versatilidad a nuestros personajes y hace posible que podamos hacer de DPS, tanque o sanador sin necesidad de crearnos otro personaje. Tal y como se ha hecho referencia anteriormente, New World Aeternum incorpora elementos propios de los RPG en solitario con el objetivo de atraer tanto a los que deseen disfrutar de un juego de rol multijugador masivo como los que quieran disfrutar de la aventura a su aire en solitario. En definitiva, la jugabilidad pretende ser más accesible y llegar a más jugadores. Sus mecánicas a la hora de realizar misiones no se alejan en exceso a lo que ya hemos podido disfrutar en otros títulos similares. Sin embargo, si en algo destaca New World Aeternum es en su sistema de combate, situándose entre los mejores sistemas que se pueden disfrutar actualmente en cualquier MMO. Básicamente, disponemos de dos armas entre las que podemos cambiar en cualquier momento y cada una de estas armas puede tener hasta un máximo de tres habilidades asociadas. Como ya es muy habitual en otros juegos del género, estas habilidades tendrán un tiempo de enfriamiento una vez utilizadas. Además, conforme mejoremos nuestra destreza con las armas podremos asignar puntos para mejorar nuestras habilidades o desbloquear nuevas. A esto se le suman las mecánicas de bloqueo y esquiva que se verán afectadas por nuestras estadísticas y el peso de nuestro equipo. Esto significa que tenemos que escoger entre equipar una armadura pesada con altos valores de protección o alguna más ligera con la que nuestro personaje se mueva más ágilmente. El manejo y el control de los personajes, tanto en combate como fuera de estos es excelente. Respecto a la duración del juego, simplemente completar la historia principal os puede llevar unas 50 horas. Y si además os adentráis en su endgame y completáis el contenido secundario, algo habitual en los MMO, las horas se contarán por centenas. Por otro lado, el apartado sonoro es simplemente excepcional. La banda sonora que nos acompaña es un desfile de magníficos temas musicales que nos ayudan a sumergirnos por completo en New World Aeternum. Y los efectos de sonido también se encuentran cuidados al máximo, desde los sonidos al talar árboles, minar o pescar, hasta los sonidos de los hechizos, el impacto de las armas, etc. En conclusión, New World Aeternum supone un rediseño del original que busca atraer tanto a veteranos como a nuevo público. Para ello han añadido nuevo contenido y elementos de calidad de vida que lo convierten en un mejor título de lo que lo fue en su lanzamiento original en el 2021 y sin duda, en una de las mejores opciones para disfrutar de un juego de rol multijugador masivo en videoconsola. A partir de ahí, su éxito a largo plazo dependerá fundamentalmente del soporte por parte de Amazon Games y del añadido de nuevo contenido de manera regular.
Mal empieza Donald Trump, quien recién asumirá su cargo de Presidente de los EE.UU. el próximo 20 de enero, pero desde ya ha demostrado sus deseos expansionistas de apoderarse - por la fuerza de ser necesario - de Canadá, Groenlandia… y hasta del Canal de Panamá, utilizando el mismo lenguaje belicista de sus antecesores. Si así trata a sus “aliados” de la OTAN (Canadá y Dinamarca, al cual pertenece Groenlandia) ¿Qué se puede esperar de su actitud frente al resto de países que no son parte de esa alianza agresiva? ¿A que no decía que en su gobierno no iban a ver más guerras? Por lo visto, Donald Trump es un firme creyente en la teoría de que la mejor manera de normalizar una idea, por muy descabellada que sea, es repetirla muchas veces. Y así es resucitó su vieja aspiración de hacerse con el control de Groenlandia, territorio autónomo perteneciente al reino de Dinamarca, tal como lo hizo durante su primer gobierno (y que por esas fechas, por cierto, lo tratamos con amplitud), hoy vuelve a la carga con lo mismo. Se trata de la isla más grande del mundo que no forma un continente: una vasta porción de tierra y hielo entre los océanos Ártico y Atlántico de exigua población (56.000 habitantes), pero rica en recursos naturales y gran valor geoestratégico. Trump, que lleva con el expansionismo subido varios días, en los que ha reclamado el control del canal de Panamá, y fantaseado con anexionarse Canadá, volvió a poner sobre la mesa el asunto de Groenlandia. Lo hizo, en uno de sus mensajes en la red social de la que es dueño, Truth Social. En él, anunciaba que Ken Howery será su embajador ante Dinamarca. Tras cantar las alabanzas de Howery, otro trasplante de Silicon Valley en el Ejecutivo estadounidense (cofundador de PayPal y del fondo de capital de riesgo Founders Fund), al presidente electo le bastó una frase para dar un manotazo al tablero geopolítico: “Para los fines de la seguridad nacional y la libertad en todo el mundo, Estados Unidos considera que la propiedad y el control de Groenlandia son una necesidad absoluta”. Trump ya lo dijo en el 2019, durante su primera vuelta en la Casa Blanca, que estaba considerando la posibilidad de comprar Groenlandia. Hasta llegó a cancelar un viaje de Estado a Dinamarca cuando los gobernantes del país escandinavo, socio fundador de la OTAN y miembro de la Unión Europea, le respondieron que la isla no se vende. En esta ocasión, el primer ministro de Groenlandia, Múte Egede, lo repitió en Facebook. “Groenlandia es nuestra”, escribió. “No estamos en venta y nunca lo estaremos. No debemos abandonar nuestra lucha de años por la libertad. Sin embargo, debemos seguir abiertos a la cooperación y al comercio con todo el mundo, especialmente con nuestros vecinos”. Si bien la isla cuenta desde el 2009 con la posibilidad de declarar su independencia, pero al estar unida por robustos vínculos a Dinamarca, nada indica que esté en sus planes ejercer ese derecho. Como recordareis, Trump completó con el de Groenlandia una serie de anuncios que han hecho saltar las alarmas en las cancillerías de medio mundo. El sábado por la noche, y de nuevo en Truth Social, amenazó “con retomar el control sobre el canal de Panamá si los barcos estadounidenses no obtenían rebajas en las tarifas por usarlo”. También expresó su deseo de evitar que el paso caiga en las “manos equivocadas”, en referencia a China, al cual siempre ha considerado una potencia enemiga. Pero el mapa de las ambiciones imperiales de Trump 2.0 no podría estar completo sin Canadá. El presidente electo una vez más, en su red social que “muchos canadienses quieren convertirse en el estado número 51”. En noviembre, amenazó al vecino del norte con la imposición de aranceles del 25% a las importaciones, lo que desembocó en una visita a Mar-a-Lago del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, que ocupa el puesto desde el 2015 y que este año se enfrenta debilitado a la reelección. A Trump, cuyo talento para la burla está fuera de duda, le divierte llamarlo “gobernador” del “Gran Estado de Canadá” y no oculta su deseo de que pierda en las urnas. No parece difícil que algo así suceda: Trudeau afronta debilitado la campaña, acosado por una crisis de la vivienda, un sistema de salud en decadencia, una inmigración creciente y la misma guerra ideológica entre progresistas y conservadores que se libra sin cuartel en muchas sociedades avanzadas. Como lo explica el historiador Daniel Immerwahr, si bien EE.UU. está fundado sobre el mito del antiimperialismo (la independencia de los ingleses), se trata de un país cuya historia puede contarse a través de las aspiraciones expansionistas como las que ahora subyugan a Trump. Primero fue la compra de Luisiana a Francia t Florida a España, la conquista del Oeste exterminando a millones de indios y tras el mordisco tejano a Méjico, posteriormente tras una victoriosa guerra, se quedó con gran parte de su territorio. Luego, llegaron las aventuras de ultramar, con la anexión de decenas de islas deshabitadas en el Caribe y el Pacífico, la compra de Alaska a Rusia, la absorción en 1898 de los restos del imperio español: Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, la toma de Hawái, la anexión de isla de Wake y Samoa Americana, así como de las islas Vírgenes. La última fase llegó al término de la II Guerra Mundial, cuando la superficie del país había llegado a su apogeo, unos 135 millones de estadounidenses vivían fuera de la zona continental, y Washington decidió soltar la mayoría de esos territorios. Filipinas obtuvo su independencia, Puerto Rico se convirtió en Estado libre asociado y Alaska y Hawái pasaron a ser Estados por derecho propio. “No sé hasta qué punto son creíbles esas aspiraciones de Trump”, explicó Immerwahr este martes en un correo electrónico. “Sí creo que estamos ante una vuelta a una visión más antigua del poder, donde la seguridad se logra a través de la superficie. Luego de 1945, EE.UU. ha buscado formas más difusas de influencia, a través de pactos comerciales, asociaciones de seguridad, flujos de armas y bases. Todo esto requiere conexiones estrechas con gobiernos extranjeros. La visión de Trump de una América fuerte, en cambio, parece ser una gran extensión de tierra, encerrada entre altos muros. Quiere poder sobre el mundo, pero no presencia en él. Así que, en lugar de obtener el beneficio estratégico de Groenlandia operando una base militar o comerciando con Dinamarca, está tratando de comprarla de nuevo”. Al historiador, todo esto le retrotrae a los días sangrientos de Teddy Roosevelt [1901-1909]. Y aunque considera “tentador” verlo como el regreso de EE.UU. a una era imperial, recomienda no olvidar “los cientos de bases militares que el país tiene fuera de sus fronteras como una especie de imperio”. Un “imperio puntillista”, lo llama en su libro. “Trump claramente se siente más cómodo con una forma más antigua de proyección de poder. Se ve a sí mismo como un emperador romano” acoto. Algunas de las ganancias de territorio estadounidense fueron posibles gracias a acuerdos de compraventa como el que ahora acaricia Trump. En 1803, Washington compró Luisiana a Francia por 15 millones de dólares y pasado 84 años, Alaska a Rusia por 7,2 millones. Las islas Vírgenes estadounidenses provienen de un pago en 1917 de 25 millones a Dinamarca. Pero Trump ni siquiera es el primer presidente que pone sus ojos en Groenlandia: Harry Truman llegó a ofrecer 100 millones de dólares por la isla en 1946. Hoy, como entonces, durante el apogeo de la Guerra Fría y de la pugna con la Unión Soviética, se trata de un pedazo de tierra codiciado por su ubicación estratégica. Y no solo en virtud de la vieja rivalidad de las potencias: el paulatino deshielo del Ártico promete abrir nuevas vías de navegación, así como una competencia comercial y naval de la que Beijing (aunque no pinta nada en la zona, como anotamos hace dos semanas) no piensa quedarse fuera. También es novedoso el valor de las reservas de minerales de tierras raras de Groenlandia, necesarios para el diseño de la tecnología más avanzada. De esta manera, y a un mes de que vuelva al poder, es difícil saber cuánto de serio tiene lo que Trump promete, o amenaza, en materia de política internacional. Es parte de su estrategia: soltar ideas descabelladas, repetirlas hasta que no lo sean tanto, y luego esperar a ver cuáles cumple. En el caso de Groenlandia, la idea de su compra fue recibida en 2019 casi como una broma de mal gusto. Pero esta podría no tener tanta gracia ahora, con el regreso a la Casa Blanca de Trump desencadenado por lo que deben ser tomadas como son: una advertencia.
Son unos primates endémicos quienes habitan únicamente la isla de Madagascar, que reciben su nombre por los lemures, fantasmas o espíritus de la mitología romana, debido a las estrepitosas vocalizaciones que emiten, unos ojos brillantes que le dan un aspecto espectral y los extraños hábitos nocturnos de algunas de sus especies. Aunque a menudo se los confunda con primates ancestrales, los primates antropoides (monos, hominoides y seres humanos) no evolucionaron de los lémures, sino de los omomíidos, aunque sí comparten algunos rasgos morfológicos y de comportamiento con primates basales. Su clasificación taxonómica es controvertida y depende de que concepto de especie se utilice. Incluso se discute la taxonomía de nivel más alto, y algunos expertos ubican a la mayor parte de los lémures en el infraorden Lemuriformes, mientras que otros prefieren que Lemuriformes contenga a todos los estrepsirrinos existentes, colocando a todos los lémures en la superfamilia Lemuroidea y a los lorísidos y galágidos en la superfamilia Lorisoidea. La hipótesis más extendida es que los lémures llegaron a Madagascar por rafting dispersión biológica por balsas de vegetación en algún momento en que las corrientes oceánicas favorecieron la dispersión hacia la isla. Desde entonces los lémures han evolucionado para enfrentarse a un ambiente sumamente estacional y sus adaptaciones les dan un nivel de diversidad que rivaliza con los demás grupos de primates. Hasta la llegada de los humanos a la isla, hace aproximadamente 2000 años, existían lémures tan grandes como un gorila macho. En la actualidad perviven unas cien especies de lémures, la mayor parte de ellas descubiertas o promovidas al estatus de especie a partir de los años 1990. Con un peso que va desde los treinta gramos hasta los nueve kilogramos en las especies actuales, los lémures comparten muchos de los rasgos básicos de los primates, como manos y pies con cinco dedos y pulgar oponible, y uñas en lugar de garras (en la mayoría de las especies). Sin embargo, su proporción cerebro-masa corporal es menor que en los primates antropoides, y, al igual que los demás primates estrepsirrinos, tienen la “nariz húmeda”. Los lémures son generalmente los estrepsirrinos más sociales y se comunican más con olores y vocalizaciones que con señales visuales. Tienen un metabolismo basal relativamente bajo, muchos se reproducen estacionalmente, tienen períodos de dormancia (como hibernación o letargo), y algunos muestran un dominio social de las hembras. La mayoría se alimenta con una amplia variedad de frutas y hojas, mientras que otros son especialistas. Aunque muchas comparten dietas similares, especies distintas comparten los mismos bosques a través de un proceso de diferenciación de nicho. La investigación sobre estos primates se centró en su taxonomía y en la recogida de especímenes durante los siglos XVIII y XIX. Aunque las observaciones aportadas por los primeros investigadores de campo fueron abundantes, los estudios modernos sobre la ecología y comportamiento de estos animales no se desarrollaron hasta los años 1950 y 1960. Ante las dificultades surgidas por la inestabilidad política y la confusión reinante en Madagascar a mediados de los años 1970, los trabajos de campo se detuvieron, pero se reanudaron en los años 1980 y supusieron un gran avance en el conocimiento de estos primates. Instalaciones de investigación como el Duke Lemur Center de la Universidad Duke han proporcionado la oportunidad de avanzar en su estudio en un ambiente controlado. Los lémures son importantes para la investigación porque su mezcla de características primitivas y rasgos compartidos con los primates antropoides puede arrojar un mayor conocimiento sobre la evolución de los primates y de los humanos. Sin embargo, muchas especies de lémur están en peligro de extinción debido a la pérdida de su hábitat y a la caza. Aunque por lo general las tradiciones locales ayudan a proteger a los lémures y sus bosques, la tala forestal ilegal, la generalización de la pobreza y la inestabilidad política dificultan y menoscaban los esfuerzos por la conservación de estos primates. Debido a estas amenazas y a la disminución constante de sus poblaciones, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) considera que los lémures son los mamíferos en mayor peligro de extinción, considerando que hasta el 2013, más del 90 % de las especies de lémures están amenazadas. Los lémures se han adaptado para ocupar muchos nichos ecológicos abiertos desde su llegada a Madagascar. Su tamaño va desde los 30 g del lémur ratón de Berthe (Microcebus berthae), el primate más pequeño del mundo, a los 160-200 kg del recientemente extinguido Archaeoindris fontoynonti, y han desarrollado diversas formas de locomoción, distintas formas de complejidad social y adaptaciones únicas al clima local. Dado que los lémures carecen de cualquier tipo de rasgo compartido que los distinga de los demás primates, su diversidad ha ayudado a definirlos.34 Distintos tipos de lémures han desarrollado combinaciones únicas de características atípicas para enfrentarse con el clima riguroso y de fuertes contrastes estacionales de Madagascar. Antes de la llegada de los humanos, los lémures podían encontrarse a todo lo largo de la isla. Sin embargo, los primeros pobladores humanos pronto convirtieron los bosques en arrozales y prados por medio de la agricultura de rozas y quema (conocida localmente como tavy), restringiendo a los lémures a la periferia de la isla, aproximadamente el 10 % de la superficie terrestre total de la misma, equivalente a unos 60 000 km². En la actualidad, la diversidad y complejidad de las comunidades de lémur aumenta con la diversidad floral y de precipitaciones, particularmente en las selvas tropicales de la costa oriental, donde esta diversidad floral y precipitaciones son también mayores. A pesar de sus adaptaciones para resistir condiciones extremas, la destrucción de su hábitat y la caza han tenido como consecuencia que las poblaciones de lémures y su diversidad hayan disminuido bruscamente, causando la extinción reciente de al menos diecisiete especies en ocho géneros, conocidos colectivamente como lémures subfósiles. La mayor parte de las aproximadamente cien especies y subespecies actuales están amenazadas o en peligro de extinción. A menos que se produzca un cambio en la tendencia, probablemente seguirán produciéndose extinciones.