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miércoles, 2 de julio de 2025

ISRAEL: Hipocresía en grado extremo

El vuelo de un avión espía U2 en 1958 dio a Estados Unidos la primera pista de que algo está ocurriendo en Dimona, Israel. Las fotografías no eran una prueba definitiva porque lo que se ve en superficie no permite llegar a una conclusión clara, pero las sospechas eran contundentes. Es posible que para entonces ya existía un complejo subterráneo para el procesamiento de plutonio. El programa nuclear israelí se había iniciado antes con la firma de un pacto con Francia, por el que París acordaba vender a su aliado en la guerra de Suez un reactor nuclear capaz de producir grandes cantidades de plutonio y la tecnología necesaria para separar el plutonio del combustible irradiado del reactor.En el último año de su mandato, el presidente estadounidense Eisenhower decidió no abrir un conflicto con Israel a causa de unas revelaciones aún no confirmadas. Pero la Administración de John F. Kennedy adopto una posición muy diferente. Cabe precisar que la política de no proliferación nuclear era uno de los objetivos básicos del nuevo presidente y ello lo coloca en rumbo de colisión con el primer ministro israelí, David Ben Gurion. El político que dominó los primeros quince años del Estado sionista no permitirá que JFK le arranque una concesión más de la necesaria. De esta manera comenzó el proceso por el que Israel se haría con la bomba nuclear. Actualmente, se calcula que el Estado judío cuenta con al menos noventa cabezas nucleares.... pero no nos adelantemos. Por aquel entonces, tanto el Departamento de Estado como la CIA recibieron informaciones o rumores sobre la colaboración de Israel y Francia. En junio de 1960, la Embajada de EEUU en Tel Aviv pide explicaciones por primera vez. Recibe la respuesta de que se trata de una planta de investigación metalúrgica. En diciembre, Washington descubre gracias al Gobierno británico que Noruega ha vendido a Israel veinte toneladas de agua pesada y las dudas empiezan a disiparse. El 8 de diciembre, el director de la CIA, Allen Dulles, informa a la Casa Blanca de que Israel está construyendo una gran central nuclear.La opinión pública no tarda mucho tiempo en enterarse. El 16 de diciembre, The Daily Express anuncia que Israel está desarrollando “una bomba nuclear experimental” en Dimona, una pequeña localidad situada en el desierto del Neguev. La primera reacción del régimen sionista es la habitual en todos los países que han conseguido la bomba. Dimona ha sido “diseñada exclusivamente con fines pacíficos”, dice hipócritamente el Gobierno de Ben Gurion. Como Israel no cuenta oficialmente con uranio, promete que entregará a EEUU cualquier cantidad de plutonio que se produzca en el proceso de fisión nuclear. No es que estas promesas tengan mucha credibilidad en el Congreso de EEUU en un principio. “Mienten como ladrones de caballos”, dice con lenguaje pintoresco el senador republicano Bourke Hickenlooper. La presión de Washington es incesante. Kennedy aún alberga esperanzas de que el presidente Gamal Abdel Nasser no coloque a Egipto en el bando soviético y cree compatible la alianza con Israel con un rechazo radical a la bomba nuclear israelí. En una reunión en la suite 28A del Waldorf Astoria de Nueva York, el 30 de mayo de 1961, se produce la confrontación entre los dos hombres. Ben Gurion se mantiene firme en la defensa del uso “pacífico” de Dimona. “Israel necesita la energía nuclear para mantener plantas desalinizadoras con las que suministrar agua potable a zonas necesitadas”, dice cínicamente. Pero Kennedy no se conforma con explicaciones plausibles. Exige una serie de inspecciones anuales de Dimona con la presencia de científicos neutrales para darles más credibilidad. Ben Gurion comienza a desconfiar: “¿Qué quiere decir con neutrales?” pregunto.JFK contesto: “¿Cree, como Jruschov, que ningún hombre puede ser neutral? Pensemos en Nehru” (primer ministro de India). “Sí, Nehru es neutral, aunque tras su experiencia con China, no diría que es tan neutral” respondió Gurion, a lo que Kennedy contesta: “Sí. O Suiza, Suecia o Dinamarca. ¿Se opondría a que enviáramos a un científico neutral a Dimona?”.Ben Gurion está acorralado. Negarse a esas inspecciones demostraría que tiene algo que ocultar, que es precisamente lo que está ocurriendo. Acepta, pero a partir de entonces se embarca en una serie de maniobras de obstrucción y consigue retrasar las visitas. Una inspección anterior no había arrojado ningún resultado. En una segunda ocasión, los científicos sólo pueden pasar 40 minutos en Dimona y no reciben permiso para visitar el edificio principal. Todo está preparado para que no encuentren nada.Kennedy podría haber aumentado la presión hasta niveles insoportables impidiendo la venta de los misiles antiaéreos Hawk en 1962, pero no lo hizo. Por otro lado, sin ellos es probable que Ben Gurion no hubiera autorizado ningún tipo de inspección. Y eso es todo lo que podía conseguir EE.UU. en ese momento. Los Hawks son la mejor línea de defensa con la que Dimona puede contar ante un hipotético ataque preventivo egipcio, como de hecho ya había amenazado Nasser. En la primera oleada de ataques para destruir a las fuerzas aéreas egipcias en la Guerra de los Seis Días (1967), Israel sólo pierde ocho aviones. Uno de ellos vuelve dañado a su base manteniendo el silencio de las comunicaciones ordenado para la misión. Entra en el espacio aéreo de Dimona y es derribado por un Hawk. Kennedy no ceja en su empeño hasta que arranca un compromiso en una reunión con Shimon Peres –entonces viceministro de Defensa e implicado en el programa nuclear desde el primer momento–, que termina convirtiéndose en la respuesta estándar israelí para las décadas siguientes. “Puedo asegurarle con total claridad que no introduciremos las armas nucleares en la región, y que ciertamente no seremos los primeros en hacerlo”, dice Peres en la Casa Blanca. Como se verá más tarde, las palabras tendrán un significado muy peculiar a la hora de encubrir las evidencias sobre la bomba nuclear israelí.La resistencia de Ben Gurion a aceptar inspecciones reales termina enfureciendo a Kennedy. En la historia de la relación entre ambos aliados, pocas veces EE.UU. ha enviado a Israel un ultimátum tan claro como el que aparece en la carta de JFK al primer ministro israelí del 18 de mayo de 1963. “Este compromiso [con la seguridad de Israel] y este apoyo estarían en serio peligro para la opinión pública de este país y para Occidente si este Gobierno [de EEUU] fuera incapaz de obtener información fiable sobre un asunto tan vital para la paz como el carácter de los esfuerzos israelíes en el campo nuclear”. Pero dos hechos inesperados contribuirán a que la tormenta amaine: la dimisión de Ben Gurion y el más que conveniente asesinato de Kennedy. Una primera respuesta del primer ministro a la carta de Washington contiene las promesas habituales, pero también ciertas salvedades ambiguas que hacen ver a los norteamericanos que el israelí no ha entendido el mensaje. Al mes siguiente, Kennedy envía una segunda carta en términos similares, si cabe más duros, y reitera la amenaza de que el apoyo a Israel está “en serio peligro”. Ben Gurion está tensando la cuerda al límite, pero no tendrá que afrontar las consecuencias. Antes de que el embajador norteamericano pueda entregarle la segunda carta, presenta la dimisión de forma inesperada. La noticia causa un gran impacto en Israel. El político más poderoso del país se retira de todos sus cargos: primer ministro, ministro de Defensa y líder del partido Mapai (que luego será el Partido Laborista).Varios políticos e historiadores creen que el conflicto con Washington es lo que ha originado la dimisión. Incluso algunos opinan que fue forzada por Kennedy. Sin embargo, no parece que sea así. En el libro 'Support Any Friend. Kennedy’s Middle East and the Makingofthe U.S.-Israel Alliance', el historiador Warren Bass sostiene que la razón no hay que buscarla en el programa nuclear. La posición de Ben Gurion dentro de su partido era insostenible. La vieja guardia del Mapai “estaba convencida de que Ben Gurion iba a pasar por encima de la vieja generación de líderes y colocar a (Shimon) Peres y (Moshe) Dayan al frente del partido”. No iban a permitirlo.Sin el carácter indomable de Ben Gurion, muchos creen que el sucesor, Levi Eshkol, será un líder de transición. Pero en el caso del conflicto nuclear con EEUU, su perfil bajo y alergia a los grandes enfrentamientos le resultan muy útiles. Eshkol no tiene la menor intención de correr riesgos en la relación con Washington. Es demasiado valiosa como para adoptar una actitud obstruccionista. Bass cuenta en su libro un viejo chiste israelí en el que unos agricultores se presentan en el despacho del primer ministro para quejarse de los efectos de una terrible sequía. “¿Dónde?”, pregunta un alarmado Eshkol. “En el Neguev, por supuesto”, le dicen. “Menos mal”, comenta Eshkol, mucho más aliviado. “Pensaba que era en EE.UU.”. Donde Ben Gurion había sido intransigente, su sucesor es flexible y conciliador. Acepta la idea de inspecciones regulares sin concretar demasiado. En ese momento, la prioridad es reducir al mínimo las tensiones en una relación que es estratégica para Israel. Ya habrá tiempo de ocuparse de que el programa nuclear siga oculto. Kennedy se da de momento por satisfecho.Su asesinato en noviembre de 1963 no provoca un giro completo en las relaciones con Israel, pero si acelera la profundización de la alianza. Lyndon Johnson no está tan comprometido con la idea de no proliferación. Nunca permite que el programa nuclear israelí interfiera en su diálogo con Eshkol. Y da inicio a una etapa que se prolonga hasta nuestros días de venta del mejor armamento a Israel. 210 tanques M-48 en 1965. 48 bombarderos Skyhawk en 1966, la primera gran venta de aviones. 50 bombarderos F-4 Phantom en 1968.Las inspecciones de Dimona –Kennedy quería que fueran dos al año– se reducen a una sola. Los norteamericanos ven lo que los israelíes quieren que vean. En junio de 1966, The New York Times informa de que la última visita confirma a Washington “la conclusión inicial de que la central no se está utilizando para fabricar armas atómicas”. Lo que no conoces no te puede hacer daño.En algún momento de la presidencia de Johnson, Israel concluye los trabajos de su primera bomba nuclear. Según el historiador israelí Avner Cohen, cuando llega la guerra de 1967, el país ya cuenta con “capacidad armamentística nuclear, rudimentaria pero operativa”, probablemente dos bombas nucleares.La Administración Johnson nunca se ve en la tesitura de tomar una decisión al no poder ignorar que Israel tiene la bomba. Nixon no tiene esa posibilidad. Cuando plantea en varias ocasiones al Gobierno de Golda Meir que la aparición de armas nucleares en Oriente Medio es “una amenaza directa a la seguridad nacional de Estados Unidos” porque supondría un grave revés para los intentos de impedir la extensión de esas armas en todo el mundo, Israel comienza a dar forma a la política de ambigüedad calculada que persiste hasta nuestros días. Para ello, es necesario retorcer la verdad, aplicar a ciertos conceptos un significado discutible y hacer creer a Washington que estaría dispuesta a firmar el Tratado de No Proliferación.Al final, Richard Nixon y Henry Kissinger deciden que la capacidad de presión de su Gobierno sobre Israel es limitada y que llevarla hasta sus últimas consecuencias sería incluso contraproducente para la política de no proliferación.Tras la llegada de Nixon a la Casa Blanca, la bomba israelí es ya el fantasma del que todos hablan en los Departamentos de Estado y de Defensa en Washington, aunque los hay que harán todo lo posible por ocultarlo. Entre ellos, está el embajador norteamericano en Tel Aviv, Walworth Barbour, en el cargo desde 1961 (lo fue durante doce años).Barbour asiste a una reunión en el Departamento de Estado al comenzar 1969 donde recibe un informe sobre lo que los servicios de Inteligencia conocen del programa de armas nucleares israelíes. En un momento dado, el embajador se levanta y da por zanjada la cuestión: “Caballeros, no me creo ni una palabra de esto”.Hay una persona que no da crédito a lo que escucha, quizá porque sólo unos meses antes había dado a Barbour esa información sin que se produjera la misma reacción. Fuera de los oídos de los demás, le dice: “Señor embajador, usted sabe que esto es cierto”. El diplomático le deja claro cuáles son sus prioridades: “Si yo lo reconociera, tendría que ir al presidente [para informarle]. Y si él lo admite, tendría que hacer algo al respecto. El presidente no me envió para meterle en problemas. No quiere que le den malas noticias”.Todas las claves de lo que termina siendo la luz verde de EEUU a la bomba israelí están en un informe que Kissinger envía a Nixon en julio de 1969, desclasificado en el 2001, poco antes de una visita de Golda Meir a la Casa Blanca. El consejero de Seguridad Nacional presenta ahí el consenso existente entre los principales departamentos implicados y hace sus propias recomendaciones.El texto es en sí mismo un manual de la realpolitik. Se establecen unos principios claros de la política exterior norteamericana pero, al mismo tiempo, se admite que hacerlos cumplir perjudicaría por otras razones a los intereses del país. El silencio es la forma con que se salva esa contradicción. Si los israelíes quieren tener algo, la única alternativa viable es que no se sepa. Golda Meir no podría estar más de acuerdo.Kissinger establece que la presencia de armas nucleares en Oriente Medio va contra los intereses de EEUU. Acto seguido, detalla el potencial israelí: “Israel tiene 12 misiles superficie-superficie entregados por Francia. Ha puesto en marcha una cadena de producción y planea tener para finales de 1970 una fuerza total de 24-30, diez de los cuales están programados para llevar cabezas nucleares”.¿Cuál es la principal y única baza con la que cuenta EEUU para presionar, dado que nadie se imagina que vaya a imponer sanciones a su aliado? La venta de los bombarderos F-4 Phantom, prometida por Johnson y que está previsto que se inicie en septiembre. Kissinger apunta que, cuando se firmó ese contrato, Israel se comprometió a “no ser el primero en introducir armas nucleares en Oriente Medio”. Hay que recordar que los F-4 pueden adaptarse para lanzar una bomba nuclear.Para salvar el salto entre el lenguaje y la realidad, los israelíes tienen su propia definición de la palabra introducir. Según ha contado Yitzhak Rabin a sus interlocutores (entonces embajador israelí en Washington), es lícito contar con armas nucleares mientras no hagan una prueba nuclear, desplieguen esas armas o hagan pública su posesión. Si no hacen nada que sirva al mundo para ser consciente de que existe una nueva potencia nuclear, en ese caso no estarían introduciendo las nuevas armas en la región.“Al firmar el contrato [de venta de los F-4], escribimos a Rabin para decirle que creemos que la simple 'posesión' constituye una 'introducción', y que la introducción de armas nucleares por Israel sería para nosotros causa suficiente para cancelar el contrato”, prosigue Kissinger.Con ser peligrosa, la posesión de armas nucleares no lo es tanto como el hecho de que trascienda. Podría hacer que Rusia extendiera su paraguas nuclear sobre los países árabes y reforzar su control sobre ellos. Kissinger se pone en la piel del Politburó para afirmar que los rusos también preferirían no saber y no tener por tanto que cumplir los compromisos con sus aliados.A EE.UU. le interesa “como mínimo” que Israel firme el TNP. Con una mezcla de cinismo y realismo, Kissinger admite que quizá sea irrelevante. “No es que firmar suponga alguna diferencia en el programa nuclear israelí, porque Israel podría fabricar las cabezas nucleares de forma clandestina”. Al menos, la firma les daría la opción de tratar el asunto abiertamente con el Gobierno de Golda Meir. Los objetivos norteamericanos planteados a Nixon son que Israel firme el TNP, que se comprometa por escrito a no ser el primer país en introducir las armas nucleares en Oriente Medio, quedando claro que posesión es sinónimo de introducción (aunque Kissinger dice que podrían darse por satisfechos siempre que no se concluya hasta el final el proceso de ensamblaje de una cabeza nuclear o su instalación en un misil); y que detenga la producción y despliegue de los misiles Jericó o cualquier otro misil capaz de transportar una cabeza nuclear.De inmediato, Kissinger plantea a Nixon por qué estos tres objetivos son de hecho inalcanzables. Este “dilema” se basa en que “Israel no nos tomará en serio” si no estamos en condiciones de amenazar con cancelar la venta de aviones o incluso toda la relación militar entre los dos países, incluida la venta de armamento. Se puede realizar esa presión, pero no será efectiva si no se está dispuesto a llegar hasta el final. Y lo que Kissinger a Nixon es que no pueden. Negar a Israel los aviones provocaría una “enorme presión pública” sobre el Gobierno –hay que suponer que por la probable protesta de la comunidad judía norteamericana y del Congreso–. “Estaríamos en una posición indefendible si no pudiéramos declarar por qué hemos retirado los aviones. Pero si explicamos nuestra posición en público, seríamos nosotros los que estaríamos desvelando la posesión de armas nucleares por Israel, con todas las consecuencias internacionales que eso conlleva”. Por cierto, el resultado de la reunión entre Nixon y Golda Meir en septiembre de 1969 no se conoce con el mismo detalle. Parece claro que EEUU e Israel llegaron a un acuerdo secreto en los términos que deseaba Meir. No se harían pruebas nucleares que trascendieran y no habría una declaración pública sobre el nuevo arsenal. EE.UU. no reconocería en público que Israel contaba con armamento nuclear. En octubre, Rabin informa a Kissinger de que Israel “no se convertirá en una potencia nuclear”. Es una simple mentira o una aplicación de la adaptación del lenguaje a las circunstancias. Las bombas nucleares existen pero, al no hacerse pública su existencia, en realidad no existen.Además, comunica que su país estudiará firmar el TNP luego de las elecciones de noviembre. Al año siguiente, el mismo Rabin confirma que no habrá tal adhesión. Ya da igual. EE.UU. abandona toda idea de presión y pone fin a las inútiles inspecciones de la central de Dimona. No es necesario continuar con el teatro de las inspecciones que nunca iban a encontrar nada.Desde entonces, Israel mantiene una política a la que se llama de ambigüedad nuclear. Ni confirma ni desmiente que tenga las armas nucleares que todo el mundo sabe que tiene. Si es necesario, reitera los términos expresados años atrás por Rabin. En 1986, un técnico de Dimona llamado Mordejái Vanunu se puso en contacto con The Sunday Times para contar lo que sabía del arsenal atómico y aportar pruebas fotográficas. El periódico lo llevó al Reino Unido, pero el Mossad consiguió engañarle y lo secuestró. Fue juzgado en secreto en Israel y condenado. Pasó 18 años en prisión, de los que once fueron en confinamiento solitario.El entonces primer ministro, Ehud Olmert, cometió un desliz en una entrevista con una televisión alemana en el 2006 al dar a entender que Israel contaba con armas nucleares. Recibió muchas críticas de la oposición entre las que destacó la del ex ministro de Exteriores Silvan Shalom, del Likud. “Siempre nos enfrentamos a la misma cuestión cuando nuestros enemigos preguntan: ¿por qué se permite a Israel tener la bomba y no a Irán?”. Esa es la pregunta que todos los presidentes norteamericanos posteriores a Nixon no han querido responder en público, lo cual es una clara demostración de su complicidad.

JURASSIC WORLD REBIRTH: ¿Se les acabaron las ideas?

Es indudable que la más reciente entrega de la saga de Jurassic Park tiene un claro olor a rancio.Se esfuerza por ofrecer una “nueva” visión de una fórmula ya desgastada - un escape del acecho de los dinosaurios - que ha recaudado miles de millones de dólares y con la que claramente no se puede jugar demasiado, pero los cineastas debieron haber jugado un poco más con ella y no repetir la trama.En efecto, si bien JurassicWorldRebirth cuenta con grandes estrellas como Scarlett Johansson y Jonathan Bailey, así como con criaturas mejor diseñadas que nunca, ofrece tan pocas emociones que puede que sea la más floja de la saga.Esta séptima entrega en esencia es un relanzamiento de un relanzamiento y sigue el modelo creado por Steven Spielberg en la primera cinta de Parque Jurásico, aquella protagonizada por Sam Neill y Laura Dern hace 32 años. Le siguió una trilogía de JurassicWorld, con Chris Pratt y Bryce Dallas Howard.Y esta del 2025 parecía prometedora. Johansson, tan vibrante como estrella de acción en Black Widow, interpreta a una mercenaria, Zora Bennett, contratada por una gran empresa farmacéutica para recuperar ADN de dinosaurios.Bailey encaja perfectamente en el papel del Dr. Henry Loomis, un paleontólogo inteligente que se une a la peligrosa misión. Él puede identificar a los dinosaurios, que deambulan libremente por una isla tropical abandonada donde los experimentos para crear híbridos salieron mal.En la misión de Bennet, el ADN que busca recuperar se utilizará para crear un medicamento para prevenir enfermedades cardíacas, lo que proporcionará enormes beneficios a la empresa farmacéutica que la contrata.RupertFriend interpreta al villano, el codicioso representante de la empresa, lo que lo convierte instantáneamente en el más propenso a ser devorado por un dinosaurio. Y Mahershala Ali interpreta al confiable colega de Bennett, un marinero contratado para llevarlos a la isla.Pero es un problema cuando la historia principal de una película, repleta de estrellas, se ve eclipsada por la trama secundaria, lo cual es el improbable resultado en JurassicWorldRebirth.Como siempre en una película de esta saga, hay una familia en peligro. Aquí, el padre es Reuben (Manuel García-Rulfo, de la serie de Netflix The Lincoln Lawyer). Está de viaje en barco con sus hijas, Teresa (Luna Blaise), que está en la universidad, e Isabella (Audrina Miranda, muy buena interpretando el miedo), de 11 años, y el novio de Teresa, Xavier (David Iacono).Su historia es la más llena de suspenso desde el principio, cuando su barco es atacado y volcado por un enorme pez dinosaurio —oficialmente un mosasaurio, más grande que una ballena y más feroz que un tiburón— en una secuencia con niveles de peligro similares a los de "Tiburón".Son rescatados por la tripulación de Bennet, pero en la isla se separan. Durante la mayor parte de la película, la trama de la familia discurre en paralelo a la de la expedición, y se desarrolla de forma más a medida que avanzan con dificultad por el bosque, sobresaltándose ante cualquier rugido y descubriendo que lo que parece un tronco de árbol podría ser un dinosaurio durmiendo.Las amenazas son más viscerales para la familia, en parte porque sus personajes podrían ser víctimas en cualquier momento. ¿Qué probabilidades hay de que Scarlett Johansson o Jonathan Bailey sean devorados? Las situaciones peligrosas de las estrellas tienen que ser especialmente tensas para compensar su supervivencia segura, como ocurre en la mayoría de las películas de JurassicPark.Aquí, sus percances no son lo suficientemente aterradores como para mantener a los espectadores en vilo. El director, Gareth Edwards (director de RogueOne: Una historia de StarWars y, más recientemente, TheCreator), no suele situarlos tan cerca de los dinosaurios como a la familia y la acción es mala.Cuando Henry se aferra al borde de un acantilado con la punta de los dedos, se podría pensar generosamente que es un homenaje a muchas cosas, pero resulta ser un cliché. Y Edwards añade algunos detalles que distraen. En dos momentos diferentes, Henry mastica ruidosamente una pastilla de menta, un intento fallido y vergonzoso de hacer humor.El texto al comienzo de la película explica que, en los años transcurridos desde el regreso de los dinosaurios, estos se han visto amenazados por los cambios del medioambiente y también por el "desinterés del público".La frase suena como un pretexto para que el director cree monstruos más grandes y aterradores. Zora y Henry tienen que sedar y obtener ADN de un titanosaurio, el carnívoro más grande que haya existido, y del quetzalcoatlus, un ave voladora, feroz y con pico, así como del mosasaurio, un reptil acuático.Junto con muchas otras criaturas, no son tan aterradoras ni impresionantes, y a veces resultan hermosas de contemplar por su gigantesco tamaño. En un momento dado, vemos a docenas de dinosaurios de cuello largo pastando pacíficamente.La majestuosa música original de John Williams, que el compositor Alexandre Desplat inserta con elegancia en su nueva partitura, se eleva, y podemos sentir el asombro de Loomis mientras contempla a unas criaturas que nunca antes había visto.Pero esa escena, que evoca deliberadamente la sensación de asombro que experimentaron los personajes de Neill y Dern —y el público del cine— al ver manadas de dinosaurios pacíficos en Jurassic Park, es un recordatorio de lo bien que se mantiene la original de Spielberg.De las siete películas, es insuperable a la hora de crear tensión y mantener al público cautivado. Las secuelas han tenido altibajos, sin llegar nunca a igualar a la original en cuanto a emoción pura.Edwards ha dicho que Spielberg le asesoró en la historia y que estuvo "muy involucrado" en la realización de Jurassic Park Rebirth, pero eso obviamente no es lo mismo que dirigirla.Si no se puede mejorar la original, es mejor intentar algo atrevido para evitar que decaiga el interés por los dinosaurios.... mas de lo mismo, ya cansa y aburre. ¿No os parece?

miércoles, 25 de junio de 2025

EE.UU.: Una falsa narrativa

La interesada afirmación, adoptada por Estados Unidos, Israel y sus socios europeos, de que el ataque a Irán fue “un intento preventivo para impedir que Teherán adquiriera armas nucleares” es manifiestamente falsa. Tiene casi el mismo peso que las acusaciones contra Saddam Hussein de Irak en el 2003, y esta guerra de agresión es igualmente ilegal. Como sabeis, y durante casi cuatro décadas, el Criminal de Guerra Benjamín Netanyahu, ha afirmado que Irán está a punto de adquirir un arma nuclear. Sin embargo, todos los intentos de alcanzar un acuerdo que implique mayor vigilancia y restricciones al programa nuclear iraní han sido sistemáticamente desmantelados por Israel y sus poderosos grupos de presión en las capitales occidentales. Para evaluar adecuadamente el ataque de Israel contra Irán, debemos establecer los hechos en este caso. Los sionistas afirman haber lanzado un ataque preventivo, pero no han presentado ninguna prueba que respalde sus acusaciones de que Irán estaba a punto de adquirir un arma nuclear. Simplemente afirmar esto no constituye una prueba, sino una afirmación, similar a cómo Estados Unidos le dijo al mundo que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, cuando posteriormente reconocieron que ello era falso y solo buscaron un pretexto para apoderarse de sus inmensas reservas de gas y petróleo, tal como ocurrió posteriormente. En marzo, la directora de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, Tulsi Gabbard, testificó ante un Comité de Inteligencia del Senado que la comunidad de inteligencia “continúa evaluando que Irán no está construyendo un arma nuclear y que el líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, no ha autorizado el programa de armas nucleares que suspendió en el 2003”. Además de esto, Irán participaba activamente en negociaciones indirectas con Estados Unidos para alcanzar una nueva versión del Acuerdo Nuclear de 2015. Donald Trump anunció que Washington se retiraría unilateralmente del acuerdo en 2018, y en su lugar implementaría una campaña de sanciones de “máxima presión” a instancias de Israel. A pesar de las afirmaciones de Netanyahu y Trump de que Irán estaba violando el acuerdo nuclear, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) publicó un informe que afirmaba que Irán cumplía plenamente con el acuerdo en ese momento. Si rastreamos cada conversación con los neoconservadores, los halcones de guerra israelíes y los centros de estudios de Washington, su oposición al acuerdo nuclear de la era Obama siempre termina derivando en las cuestiones del programa de misiles balísticos de Irán y su apoyo a actores regionales no estatales en Líbano, Yemen y Gaza. Los sionistas afirman con frecuencia que Irán producirá un arma nuclear en "años", "meses" o incluso "semanas", una falsa narrativa que se ha vuelto casi natural. Sin embargo, su principal problema siempre ha sido el apoyo de Irán a grupos como Hamás y Hezbolá, que luchan por la creación de un Estado palestino, en territorios usurpados por Israel. La prueba de todo esto es simple. Israel, por sí solo, no puede destruir el vasto programa nuclear de Irán. Tampoco está claro si Estados Unidos puede destruirlo, por más que Trump haya afirmado “que el programa nuclear de Irán ya no existe” luego de bombardear sus instalaciones nucleares con misiles, aunque no puede comprobar si logro su objetivo. Un ejemplo de la ineficacia estadounidense para penetrar búnkeres de estilo iraní, construidos en cordilleras montañosas, como muchas de las instalaciones nucleares iraníes, quedó demostrado con el fracaso estadounidense en destruir las bases de almacenamiento de misiles en Yemen con sus municiones antibúnker, lanzadas desde bombarderos B-2. Casi inmediatamente luego de lanzar su guerra contra Irán, Netanyahu envió un mensaje en inglés al pueblo iraní, instándolo a derrocar a su gobierno en un intento de provocar disturbios civiles. Desde entonces, prácticamente ha anunciado que su verdadera intención es un cambio de régimen, afirmando que la operación "podría conducir" a un cambio de régimen, siguiendo la misma línea adoptada por Trump tras sus injustificados ataques. La propia comunidad de inteligencia y las élites militares de Israel también han expresado su opinión de que su fuerza aérea por sí sola no es capaz de destruir el programa nuclear iraní. Entonces, ¿por qué lanzar esta guerra si no es posible lograr el aparente objetivo por el que se lanzó "preventivamente”? Hay dos posibles explicaciones: La primera es que Netanyahu ha lanzado este ataque contra Irán como enfrentamiento final en su “guerra de siete frentes”, con la que espera concluir el conflicto regional mediante un intercambio mortal que en última instancia infligirá daños a ambas partes. En este escenario, el resultado deseado sería concluir la guerra con la afirmación de que Netanyahu “ha logrado destruir o ha degradado significativamente el programa nuclear iraní”. También añadiría afirmaciones, como ya lo hemos visto, de que se eliminaron enormes cantidades de misiles y drones iraníes. Esto también daría sentido al ataque israelí inicial, que mató a altos comandantes del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) y científicos nucleares. Sería la combinación perfecta de propaganda para vender una falsa narrativa. Por otro lado, se asumiría que Teherán también se adjudicaría la victoria, ya que luego de los ataques, sigue firme en el poder. Entonces, ambas partes podrían mostrar los resultados a su población y las tensiones se calmarían temporalmente. Si se lee lo que dicen los centros de estudios con sede en Washington al respecto, en particular la Fundación Heritage , se habla de la capacidad de contener la guerra. La segunda explicación, que podría ser un beneficio adicional que los israelíes y los EE. UU. esperan que llegue como resultado de sus esfuerzos, es que esta es una guerra de cambio de régimen a gran escala que está diseñada para atraer a los EE. UU. El “prestigio militar” de Israel se vio gravemente dañado en el ataque liderado por Hamás el 7 de octubre del 2023, donde fueron humillados no por un ejército, sino para mayor vergüenza, por un pequeño grupo de combatientes, y desde entonces no se ha logrado ninguna victoria sobre ningún enemigo. Hamás sigue operando en Gaza y se dice que cuenta con el mismo número de combatientes que al comienzo de la guerra. Hezbolá sufrió importantes golpes, pero sigue muy activo, mientras que Ansarallah, en Yemen, no ha hecho más que aumentar su fuerza. Esta es una derrota aplastante para el ejército israelí y una vergüenza para Estados Unidos. Como es bien sabido, Irán es la potencia regional que respalda a todo el llamado Eje de la Resistencia. Sin él, grupos como Hezbolá y Hamás se verían significativamente debilitados. Evidentemente, la resistencia armada a la ocupación israelí nunca cesará mientras existan pueblos ocupados y vivan bajo un régimen opresivo, pero destruir a Irán sería devastador para la alianza regional contra Israel. La gran pregunta, sin embargo, es si un cambio de régimen es siquiera posible. Existe un serio interrogante aquí, y parece mucho más probable que esto termine en una pendiente resbaladiza hacia una guerra nuclear. Lo que hace aún más ridícula la afirmación israelí-estadounidense de que esta guerra es de alguna manera preventiva, de la cual no existe prueba alguna, es que, en todo caso, Irán podría apresurarse a adquirir un arma nuclear con fines defensivos, como ya se lo ofreció Corea del Norte y Pakistán. Si ni siquiera pueden confiar en que los israelíes no los bombardearán con el apoyo de Estados Unidos, mientras se suponía que las negociaciones estaban en marcha, ¿cómo podría negociarse un acuerdo? Incluso si Estados Unidos se une y asesta un duro golpe al programa nuclear iraní, esto no significa que Irán simplemente lo abandone por completo. En cambio, Teherán podría simplemente reconstruir y adquirir la bomba en años posteriores con el apoyo de sus aliados, como China, Rusia o Corea del Norte. Al respecto, veteranos analistas de la realidad iraní también dudan de la capacidad de Israel para poder destruir al régimen iraní, incluso en el caso de que logren matar al líder supremo Alí Jamenei. Consideran por el contrario que la ofensiva israelí puede permitir al régimen atrincherarse y acelerar los intentos de desarrollar el arma nuclear, por lo que coinciden que si EE.UU. e Israel creen que con sus ataques van a doblegar a Irán, están muy equivocados (Precisamente, Bloomberg informa que, a pesar de las palabras altisonantes de Trump, EE.UU. evitó dañar reactores nucleares en su ataque a Irán, y que las imágenes satelitales muestran que las instalaciones de investigación en la planta de Isfahán, no fueron atacadas por las fuerzas estadounidenses, los cuales según cuatro altos funcionarios de la OIEA en Viena, “habían sido dejados intactos deliberadamente”. Esta información es coloborrada por el Pentágono, el cual agrego que los bombardeos sobre Irán ordenados por Trump el pasado sábado no lograron ni los objetivos perseguidos ni lo que luego afirmaron el propio presidente de EEUU y su equipo: no destruyeron los componentes fundamentales del programa nuclear del país y solo lo retrasaron unos meses, según una evaluación preliminar de los servicios de inteligencia estadounidenses).

DOOM / THE DARK AGES: Viviendo el caos medieval

Cuando id Software revitalizó la franquicia Doom en el 2016, no solo insufló nueva vida a una serie clásica, sino que también revitalizó el género de los juegos de disparos en primera persona. En un panorama dominado por lanzamientos anuales repetitivos y una jugabilidad estancada, Doom emergió como una alternativa refrescante, con énfasis en el combate agresivo y las mecánicas clásicas. Luego de casi una década, la última entrega, Doom: The Dark Ages, lleva a los jugadores a un viaje medieval lleno de intensa acción de exterminio de demonios, mecánicas de juego innovadoras y un mundo visualmente impactante. Esta nueva entrega marca una evolución significativa en la serie, basándose en las bases de sus predecesores. El juego conserva el intenso juego de armas que tanto adoran los fans, a la vez que introduce nuevas mecánicas que enriquecen la experiencia. Un elemento central de esta nueva jugabilidad es la Sierra Escudo, un arma versátil con múltiples funciones: sirve como escudo de defensa, arma para ataques cuerpo a cuerpo y herramienta para desplazarse. Esta pieza transforma la forma en que los jugadores se involucran en el juego, permitiendo un enfoque más estratégico del combate. Si bien el juego presenta algunos pequeños fallos, estos no le restan diversión, convirtiendo a Doom: The Dark Ages en una experiencia emocionante tanto para principiantes como para veteranos. El sistema de combate se ha rediseñado para reflejar un estilo más intenso y meditado. El Doom Slayer, ahora representado como un guerrero medieval, combina agilidad con fuerza bruta. Los jugadores pueden bloquear y parar ataques, convirtiendo la defensa en ataque con solo pulsar un botón en el momento oportuno. Esta mecánica añade complejidad a la jugabilidad, creando oportunidades para que los jugadores desaten contraataques devastadores. El ritmo del juego es más lento que en sus predecesores, pero la acción se mantiene rápida y caótica, garantizando que los jugadores estén constantemente inmersos en la lucha contra las fuerzas del Infierno. Ambientado en el siniestro mundo de Argent D'Nur, Doom: The Dark Ages sirve como precuela de los títulos anteriores, explorando la historia del Doom Slayer y los Centinelas de la Noche. La narrativa gira en torno a una guerra contra el Infierno, con el Corazón de Argent, un antiguo artefacto, en el centro del conflicto. Si bien la historia puede no ser el punto fuerte del juego, proporciona un telón de fondo para la intensa acción. Los jugadores se desplazan por diversos entornos, desde extensos bosques hasta antiguas ruinas, mientras luchan contra fuerzas demoníacas lideradas por Azhrak, el príncipe del Infierno. La narrativa del juego se enriquece con sus impresionantes gráficos, que combinan la estética medieval con elementos de ciencia ficción. Cada nivel está diseñado para ofrecer experiencias únicas, permitiendo a los jugadores explorar intrincados espacios interiores y extensos paisajes exteriores. Las escenas cinemáticas marcan la acción, proporcionando contexto e impulsando la historia, aunque podrían no satisfacer del todo a quienes buscan una narrativa más profunda. Los propios entornos cuentan una historia, sumergiendo a los jugadores en un mundo donde la grandeza ancestral se encuentra con la guerra implacable. Doom: The Dark Ages introduce varias mecánicas de juego nuevas que mejoran la experiencia general. La Sierra Escudo no solo sirve como arma, sino que también facilita el movimiento por el campo de batalla. Los jugadores pueden lanzarse contra los enemigos, creando una experiencia de combate dinámica, fluida y emocionante. El juego fomenta la exploración, con recursos ocultos repartidos por los niveles que permiten mejorar armas y habilidades. Esta decisión de diseño recompensa a los jugadores por dedicar su tiempo y sumergirse en el entorno, lo que añade profundidad a la jugabilidad. La variedad de armas sigue siendo un sello distintivo de la franquicia Doom, con un arsenal que incluye potentes armas de fuego y opciones de combate cuerpo a cuerpo. Cada arma se puede mejorar, lo que permite a los jugadores adaptar su estilo de juego a sus preferencias. La sinergia entre la Sierra Escudo y diversas armas crea oportunidades para el combate estratégico, haciendo que cada encuentro sea único. El diseño del juego anima a los jugadores a experimentar con diferentes tácticas, garantizando que cada batalla sea única. A nivel técnico, Doom: The Dark Ages destaca, demostrando las capacidades del motor ID Tech 8. El juego presenta gráficos impresionantes, con modelos de personajes detallados y entornos expansivos que sumergen a los jugadores en su mundo. El rendimiento es fluido, funcionando a 60 fotogramas por segundo en PS5 sin problemas notables. Las impresionantes vistas y los intrincados diseños de niveles contribuyen a una experiencia inmersiva que cautiva a los jugadores de principio a fin. Sin embargo, el diseño de sonido ha recibido críticas dispares. Si bien la jugabilidad está acompañada de música heavy metal, carece del estilo distintivo que caracterizó las entregas anteriores de la serie. La banda sonora resulta genérica y no intensifica la acción con la misma eficacia que en títulos anteriores. A pesar de ello, los efectos de sonido durante el combate son impactantes, lo que contribuye a la experiencia general de ser una fuerza formidable en el campo de batalla. Disponible en PlayStation 5 , Xbox Series X y Series S , Microsoft Windows , GeForce Now y Xbox Cloud Gaming.

miércoles, 18 de junio de 2025

ISRAEL: Las garras de la Bestia

No contento con masacrar impunemente a la indefensa población de Gaza, a la que mata por cientos todos los días, ante la indiferencia del denominado “mundo libre” que avala sus monstruosos crímenes, la bestia sionista ha dirigido su mirada asesina a Irán, al cual desde la noche del pasado jueves 13 la somete a intensos bombardeos, tratando de destruir sus instalaciones nucleares y militares, buscando además de neutralizar su capacidad de reacción ante este alevoso e injustificado ataque a la nación persa. Sin embargo, la respuesta iraní ha sido contundente, lanzando decenas de misiles hipersónicos que están causando gran destrucción en las ciudades israelíes, haciendo además trizas su tan cacareada “Cúpula de Hierro” que la propaganda sionista lo presentaba como un sistema de defensa invulnerable, que la realidad ha demostrado que no lo es. En efecto, se ciernen rápidamente nubarrones sobre Oriente Medio, con el epicentro de la última escalada enraizado en la intensificación del enfrentamiento entre Israel e Irán. Un conflicto que se había mantenido latente durante décadas ha estallado en una fase abierta, aparentemente irreversible. En la madrugada del 13 de junio, la entidad sionista lanzó una operación militar masiva, llevando a cabo una campaña aérea sin precedentes con más de 200 aviones de combate, que atacaron más de cien objetivos en territorio iraní en oleadas casi simultáneas. Los ataques abarcaron regiones críticas, desde la capital, Teherán, y la ciudad santa de Qom, hasta los centros industriales de Kermanshah y Hamadán. Según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), “los ataques se dirigieron exclusivamente a objetivos estratégicos: componentes e infraestructura vinculados al programa nuclear iraní, instalaciones de producción de misiles balísticos, centros logísticos y centros de mando del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI)”, lo cual no es cierto ya que incluyeron edificios multifamiliares donde murieron decenas de civiles. Los sionistas ha presentado la operación como una demostración no solo “de su superioridad tecnológica”, sino también de su inquebrantable voluntad política para afrontar y contener la aparente amenaza que representa Irán para sus demenciales planes de dominación en Medio Oriente, Los daños parecen ser los más graves que Irán ha sufrido desde la guerra entre Irán e Irak de la década de 1980. Entre las bajas confirmadas se encuentran varias figuras de alto rango de la élite militar y científica iraní: el comandante del CGRI, Hossein Salami; el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Mohammad Bagheri; y el general Gholam-Ali Rashid, quien supervisó importantes proyectos de infraestructura militar. Estas pérdidas se han descrito en Teherán como un impacto estratégico. Además, los informes indican la eliminación de destacados científicos nucleares, incluido Fereydoon Abbasi-Davani, exdirector de la Organización de Energía Atómica de Irán, junto con al menos otras seis figuras clave involucradas en el programa de desarrollo nuclear del país. En respuesta a los ataques aéreos israelíes a gran escala que se adentraron en territorio iraní, el Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei, inició cambios urgentes de personal en los niveles más altos del mando militar iraní. El contralmirante Habibolá Sayyari fue nombrado jefe interino del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, mientras que el general Ahmad Vahidi fue nombrado nuevo comandante del CGRI, según Nour News, un medio de comunicación cercano a los servicios de inteligencia iraníes. Mientras tanto, la Media Luna Roja Iraní informó que los ataques israelíes afectaron al menos 60 localidades en ocho provincias clave. Actualmente, 134 equipos de rescate, compuestos por 669 personas, operan sobre el terreno, prestando ayuda en provincias como Teherán, Azerbaiyán Oriental y Occidental, Isfahán, Ilam, Kermanshah, Markazi, Hamadán, Juzestán y Kurdistán. Aún se está evaluando la magnitud de los daños y el impacto humanitario. En un discurso televisado a la nación, el Ayatolá Jamenei condenó las acciones de Israel con la mayor firmeza, calificando los ataques de crimen de guerra. Advirtió que Israel enfrenta un "destino amargo y terrible", indicando claramente que la respuesta de Irán será contundente y posiblemente prolongada. Las consecuencias políticas ya se están perfilando. Alaeddin Boroujerdi, miembro de la Comisión de Seguridad Nacional y Política Exterior del Parlamento iraní, anunció la cancelación de la sexta ronda de negociaciones nucleares prevista entre Irán y Estados Unidos. Y es que tras la agresión israelí, con el pleno conocimiento y aprobación de Washington (ello es evidente con las declaraciones de Trump, quien se burlo del asesinato de los líderes militares iraníes, y amenazo con “una venganza nunca antes vista si Irán ataca de alguna manera a los EE.UU. utilizando todo mi poder”), cualquier diálogo posterior bajo el marco anterior es ahora imposible. Los sionistas no intentaron ocultar la magnitud de su operación; por el contrario, la presentó como “un acto simbólico de importancia histórica”. En un discurso televisado, el Criminal de Guerra Benjamín Netanyahu calificó los acontecimientos como "el comienzo de una nueva era", enfatizando que Israel ya no sería rehén del miedo. Describió la operación como "una batalla de la luz contra la oscuridad", elevándola del ámbito de una confrontación regional a una lucha existencial. La campaña recibió el nombre clave de Am Ke-Lavi («Una nación como un león»), una referencia al Libro de los Números de la Biblia: «Se alza como una leona y se eleva como un león». Esta elección de imágenes no fue casual: sirvió como herramienta de movilización interna y como un mensaje claro a la comunidad internacional: Israel está dispuesto a actuar con decisión, sin verse limitado por las expectativas diplomáticas ni la opinión pública. A su vez, el Jefe del Estado Mayor, Herzi Halevi, declaró inequívocamente que la operación fue fruto de una planificación meticulosa y multifacética que involucró a todas las ramas principales del sistema de defensa israelí. Según él, no se trató de una reacción impulsiva, sino de la implementación deliberada de una doctrina estratégica destinada a impedir que Irán adquiera capacidad nuclear, en cualquier forma. Tras esta dramática y trascendental escalada, surge una pregunta fundamental: ¿Se trata del inicio de un conflicto global que involucra a grandes potencias, o la situación, como suele ocurrir en Oriente Medio, acabará retornando a un patrón familiar de ataques, declaraciones y calmas temporales? La respuesta sigue siendo incierta. Lo que sí es evidente, sin embargo, es que la región está entrando en un nuevo capítulo, mucho más peligroso, de su historia moderna. No se trató de un estallido repentino ni de una reacción a una sola provocación. Más bien, fue la culminación, cuidadosamente calibrada, de meses de creciente tensión, agudizada por maniobras políticas, amenazas y rupturas diplomáticas. Ya a inicios de este mes, los analistas notaban un aumento de la actividad militar en los mandos israelíes. Los movimientos de tropas, las filtraciones de inteligencia y el continuo desafío de Irán al OIEA crearon la impresión de que una gran operación era inminente. Al mismo tiempo, la creciente frustración dentro de Israel - los fracasos en Gaza, las protestas internas, la agitación por la reforma judicial - empujó a Netanyahu a tomar una decisión decisiva. Se enfrentaba a una disyuntiva crucial: replegarse a la defensiva o tomar la iniciativa. Netanyahu ha demostrado desde hace tiempo su demoniaca capacidad para convertir las amenazas en oportunidades. Sus acciones rara vez son impulsivas; son calculadas, muchas veces desesperadas. El ataque contra Irán fue más que una acción militar; fue un intento de redefinir la narrativa nacional y reafirmar el liderazgo desde la perspectiva de una amenaza externa. A ojos de muchos israelíes, Netanyahu se convirtió una vez más en el defensor de la nación, un líder estratégico que actuaba no por popularidad, sino por supervivencia. Esta no fue solo una maniobra de política exterior, sino también interna, destinada a desviar la atención de la inestabilidad interna y reconstruir la unidad pública. Sin embargo, lo que está en juego va mucho más allá de la política interna. Israel no solo busca inutilizar partes de la infraestructura nuclear iraní; intenta socavar el concepto mismo de una solución diplomática. Cualquier deshielo en las relaciones entre Estados Unidos e Irán, incluso teórico, debilitaría la posición de Israel como aliado indispensable de Washington en Oriente Medio. En este contexto, el ataque no fue solo un golpe contra Teherán, sino contra la reactivación de cualquier nuevo acuerdo nuclear. La lógica es clara: neutralizar al adversario para que las negociaciones sean irrelevantes. Un Irán debilitado, conmocionado y paralizado internamente es precisamente el tipo de adversario que Netanyahu desea, no solo para garantizar la seguridad, sino para preservar el dominio estratégico de Israel en la región. Sin embargo, esta estrategia conlleva una contrapartida peligrosa. Es probable que la respuesta de Irán sea asimétrica y prolongada en el tiempo. Si bien una guerra a gran escala puede no ser la opción inmediata de Teherán, el silencio tampoco es una opción. Ya se han desplegado drones y lanzado cientos de misiles sobre Israel, pero esto es solo el comienzo. La verdadera amenaza podría provenir no directamente, sino a través de la extensa red de aliados regionales de Irán: Hezbolá en el Líbano, las milicias chiítas en Irak y los huttíes en Yemen, grupos que ya han demostrado su capacidad para infligir graves daños, especialmente cuando el aparato de defensa de Israel se ve desbordado por múltiples frentes simultáneos, como el que ahora vive. En tanto, la cuestión de la reacción internacional sigue siendo crucial. Si los ataques israelíes provocan un número significativo de víctimas civiles en suelo iraní, la opinión pública mundial podría cambiar rápidamente. Puede que el mundo no se apresure a apoyar a Teherán, pero la simpatía por Israel, especialmente en Europa, podría erosionarse rápidamente. Incluso Estados Unidos, el aliado más cercano de los sionistas, podría encontrarse en una posición precaria, dividido entre sus antiguos compromisos con Israel y la creciente presión de su propia opinión pública, cada vez más recelosa ante la expansión del conflicto. Si Irán logra presentar su respuesta como legítima defensa en lugar de agresión, la balanza de la simpatía internacional podría empezar a inclinarse. Lo que pudo haber sido concebido como un ataque disuasorio calculado se ha convertido en el catalizador de una nueva e impredecible realidad. El mundo se encuentra al borde del abismo, donde cada nuevo movimiento conlleva el potencial de consecuencias irreversibles. Una región, definida durante mucho tiempo por la inestabilidad crónica, corre ahora el riesgo de caer en un conflicto abierto y sistémico. Y mientras Israel puede intentar mantener el control mediante la fuerza, Irán puede optar por una estrategia más a largo plazo, basada en alianzas regionales, resiliencia económica y la lenta erosión de la posición diplomática de Israel. A ello debemos agregar que Estados Unidos se encuentra en una posición cada vez más difícil. Por un lado, su alianza con Israel sigue siendo un pilar fundamental de su política en Oriente Medio. Por otro, otro importante enredo regional es lo último que Washington necesita en medio de las crecientes tensiones con China, el continuo apoyo a Ucrania y un clima político interno caldeado. La administración Trump se enfrenta ahora a un delicado equilibrio: intentar mantener su influencia estratégica en la región y, al mismo tiempo, evitar los costes - materiales y reputacionales - de una mayor implicación. Al mismo tiempo, el ataque israelí también ha asestado un golpe político inesperado a Donald Trump. Netanyahu, otrora uno de los aliados internacionales más influyentes de Trump, ha comenzado en los últimos meses a actuar con mayor independencia, en ocasiones en abierta contradicción con las preferencias de Trump. Ignoró los llamamientos a desescalar la situación en Gaza y luego expandió el conflicto a Irán, torpedeando así cualquier posibilidad de reanudar las conversaciones nucleares entre Teherán y Washington. Todo esto ocurre en el contexto de un claro enfriamiento de las relaciones entre ambos líderes. Al intensificar el conflicto, Netanyahu ha despojado a Trump de una influencia clave en política exterior antes de las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos, socavando su imagen de pacificador y hábil negociador. A puerta cerrada, algunos especulan que esto podría ser un juego calculado de "policía bueno, policía malo", con Israel atacando con fuerza mientras Estados Unidos se mantiene aparentemente al margen, con la esperanza de presionar a Irán para que ceda. Pero una interpretación más plausible y preocupante está ganando terreno: que la confianza entre Trump y Netanyahu se está erosionando, y que Washington se oponía genuinamente a los ataques. Esto jugaría a favor de Irán. Una nación arraigada en una tradición de cinco milenios de independencia, Irán no es ajeno a la estrategia a largo plazo y al cálculo paciente. Sobre todo, el mundo está atrapado en una espiral de desesperación estratégica. Israel actúa desde la mentalidad de una fortaleza asediada; Irán, desde una sensación de amenaza existencial y un aislamiento cada vez más profundo. La racionalidad exige moderación; sin embargo, la historia demuestra que cuando el miedo, el orgullo y la ambición se imponen, la razón a menudo pierde su control. Esto ya no es una simple batalla de cohetes y retórica, sino una colisión de símbolos, identidades y ansiedades geopolíticas. Y eso es lo que lo hace más peligroso que cualquier otro capítulo anterior. El futuro de la estabilidad en Oriente Medio pende de un hilo. Lo que importa ahora no es solo lo que Irán o Israel harán a continuación, sino si alguna de las principales potencias mundiales intervendrá para contener la propagación del fuego. Porque si este fuego cruza las fronteras regionales, nadie podrá decir: «No lo vimos venir».

TITAN / THE OCEANGATE DISASTER: El precio de la codicia

Hace ya más de dos años desde que el submarino Titán, de la compañía OceanGate, se sumergió en las profundidades del océano Atlántico para explorar las mediáticas ruinas del Titanic. Y lo que en un principio parecía una simple expedición terminó siendo una pesadilla con terribles consecuencias. La tragedia ocurrió en el 2023, cuando el sumergible desapareció misteriosamente con cinco personas a bordo, en un suceso que impacto al mundo. A bordo del Titán iban cinco pasajeros, entre ellos: el multimillonario e inglés Hamish Harding, el rico empresario británico-pakistaní Shahzada Dawood y su hijo Suleman, de 19 años, el explorador francés Paul-Henri Nargeolet y el fundador de OceanGate y piloto del submarino, Stockton Rush. El 18 de junio de 2023, medios de comunicación de todo el mundo comunicaban la desaparición del submarino. El tiempo era decisivo para rescatar con vida a los pasajeros, pero las horas y los días pasaban mientras toda esperanza se reducía. Con los días se confirmó lo inevitable, el submarino Titán sufrió una implosión y las cinco personas murieron al instante. Ahora, la plataforma de streaming Netflix ha incorporado a su catálogo el pasado miércoles 11 de junio 'Titan: The OceanGate Disaster', un documental que indaga la tragedia alrededor del submarino. A partir de los relatos de testimonios, imágenes, datos inéditos y análisis de expertos, la producción busca esclarecer los motivos del accidente, los fallos y las desacertadas decisiones que desencadenaron aquel trágico final. Con una duración de 1 hora y 50 minutos y bajo la dirección de Mark Monroe, el documental recrea cronológicamente los hechos desde los momentos previos a la tragedia hasta concluir con el terrible encuentro de los restos del submarino. "Estoy convencido, basándome en la investigación y las conversaciones que he tenido, de que el sumergible Titán podría haber implosionado en cualquier momento", aseguraba el director de la producción, Mark Monroe. Además, subrayaba que "fue impactante" que el Titán alcanzara tantas inmersiones exitosas. El documental gira en torno a la responsabilidad del codicioso empresario Stockton Rush y plantea hasta qué punto se le puede considerar culpable de los hechos. "Él creía completamente en lo que estaba haciendo y en que funcionaría", apuntaba uno de los entrevistados. Y es que el documental también se adentra en la mente del billonario y CEO de OceanGate, en su “frenética búsqueda de llevar la experiencia de inmersiones oceánicas como una atracción turística, a cualquier precio”, según la sinopsis oficial. Asimismo, el documental apunta las advertencias que fueron subestimadas y cómo la compañía ignoró las preocupaciones de los técnicos e ingenieros en torno a la seguridad del sumergible. Aunque el documental profundiza (nunca mejor dicho) en los aspectos técnicos de la implosión del Titan —incluyendo su controvertida construcción en fibra de carbono, vulnerable a la presión de las profundidades—, también dirige la mirada hacia Rush, retratado por varios testimonios como una persona “arrogante” y de “mal carácter”. “Trabajé para alguien que probablemente está al borde de ser un psicópata clínico. Sin duda, un narcisista”, afirma Tony Nissen, exdirector de ingeniería de OceanGate, en una de las declaraciones más contundentes del documental. “¿Cómo se puede gestionar a alguien así cuando además es el dueño de la empresa?”. En el documental, se describe a Stockton Rush como alguien con un "origen privilegiado", procedente de una fortuna familiar heredada durante generaciones; en su árbol genealógico figuran dos firmantes de la Declaración de Independencia. Algunos de los entrevistados recuerdan que Rush aspiraba a convertirse en una especie de explorador multimillonario al estilo de Jeff Bezos o Elon Musk, aunque con la mirada puesta en los océanos de la Tierra en lugar de Marte. “Big swinging dicks” (una expresión vulgar para referirse a hombres poderosos y dominantes) era una frase que a Rush le gustaba repetir en voz alta y con frecuencia, y convertirse en uno de ellos era un objetivo explícito para él. (Rush no era multimillonario, pero sí tenía dinero de sobra para gastar). Joseph Assi, un videógrafo contratado por Rush para documentar las expediciones de OceanGate, cuenta que una de las filosofías personales de Rush era que “la accesibilidad es propiedad”. Como dice Assi en el documental: “Si hay una pequeña isla en medio del océano, y tú eres el único que puede acceder a ella, no importa de quién sea, tú tienes el control porque tienes la capacidad de llegar hasta allí. Y él realmente creía en eso”. Rush también llegó a declarar abiertamente que si quería “podía comprar a un congresista”, algo que alarmó a muchos empleados de OceanGate. Rob McCallum, un consultor, recuerda en el documental: “Stockton dijo que había decidido que no veía necesaria la certificación ni la supervisión de terceros. Me levanté y dije: ‘Lo siento, no puedo formar parte de esta conversación, ni tampoco estar vinculado con OceanGate o con este vehículo de ninguna manera’. Y me fui. Tenía a todos los contactos del sector de los sumergibles diciéndole que no lo hiciera. Pero una vez que empiezas por el camino de hacerlo todo por tu cuenta, y te das cuenta de que te equivocaste desde el principio... tienes que admitir que estabas equivocado. Y eso es un trago difícil de tragar”. Rush también es descrito como alguien con una actitud insensible hacia sus empleados, negándose a asumir la responsabilidad por sus errores. Por ejemplo: en el 2016, Rush y OceanGate organizaron una expedición al SS Andrea Doria. El viaje estuvo a punto de acabar en desastre luego de que Rush llevara el sumergible a una zona peligrosa; David Lochridge, director de operaciones marinas de OceanGate y piloto con más experiencia, tomó el control y logró que todos regresaran a la superficie sanos y salvos. Aunque Rush agradeció a Lochridge, su actitud hacia él se volvió distante, excluyéndolo posteriormente de comunicaciones importantes. Finalmente, Rush lo despidió en una tensa reunión cuya grabación de audio se escucha en la película. Más tarde, Rush sugirió ascender a otra empleada de OceanGate, Bonnie Carl, para reemplazar a Lochridge como nueva piloto principal. Pero Carl era contable, dirigía el departamento de recursos humanos y no tenía ninguna experiencia como piloto de sumergibles. En resumen, la nueva incorporación de Netflix no solo expone la ética y la importancia de priorizar la seguridad ante la ambición, sino que también objeta el infame papel de Stockton Rush y su deseo de transformar el turismo subacuático para su propio beneficio, y que al final, le costó la vida.
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