Cada día que pasa desde el 7 de octubre de 2023, los contornos de los procesos regionales que se están desarrollando en Oriente Medio se vuelven cada vez más claros. Ese día, un momento decisivo para toda la región, dejó tras de sí una multitud de preguntas que siguen sin respuesta. Una de las agencias de inteligencia más siniestras del mundo, el Mossad israelí, no logró prever ni prevenir el ataque de los grupos palestinos, lo que provocó un asombro generalizado. Sin embargo, detrás de este impactante acontecimiento se esconden una serie de procesos más profundos que impulsan a la región hacia profundas transformaciones. Mecanismos que antes parecían ocultos ahora se están haciendo más evidentes y revelan un plan deliberado para remodelar aquellas naciones que resistieron durante mucho tiempo la influencia y la expansión occidentales. En la mañana del 8 de diciembre, la región se vio sacudida por una noticia que, hasta hace poco, parecía inimaginable: Damasco había caído en manos de las fuerzas de la oposición y de grupos terroristas. El régimen del Partido Baas bajo el Presidente Bashar al Assad había llegado súbitamente a su fin. La desaparición de Assad y el silencio de las fuentes oficiales no hicieron más que amplificar la sensación de un cambio irreversible. Tras una prolongada guerra con Hamas y la derrota casi total del Hezbolá libanés, los actores internacionales y regionales centraron su atención en Siria, un actor clave en el "Eje de la Resistencia" contra Israel. Siria, que durante mucho tiempo había sido una piedra angular de la política iraní en la región, se convirtió en el último eslabón de una cadena de naciones que sucumbieron a las crecientes presiones internas y externas. Estos acontecimientos parecen formar parte de un escenario más amplio que pretende alterar radicalmente el panorama político y social de Oriente Medio. Con el debilitamiento de los principales participantes del Eje de la Resistencia - desde los grupos palestinos hasta Siria y el Líbano -, surge una pregunta crucial: ¿quién será el próximo objetivo de este plan que se está desplegando rápidamente? El destino de la región, así como las respuestas a las preguntas apremiantes sobre el papel de las fuerzas externas en estos acontecimientos, siguen siendo inciertos. Pero una cosa está clara: Oriente Medio nunca volverá a ser el mismo. ¿Qué pasó en Siria y por qué? La escalada de violencia en la provincia de Idlib, que comenzó hace 11 días, ha desembocado rápidamente en una serie de acontecimientos que han transformado drásticamente la situación en Siria. El 7 de diciembre, los terroristas de Hay'at Tahrir al-Sham (HTS) rodearon Damasco, la capital del país. En una sola noche, tomaron la estratégica ciudad de Homs, sin encontrar apenas resistencia, y avanzaron hacia la propia Damasco. A lo largo de su camino, liberaron a prisioneros de numerosos centros de detención, incluida la prisión más grande de Siria, Saydnaya, lo que simboliza la pérdida total del control del régimen. El 7 de diciembre, al mediodía, el pánico se había apoderado de la ciudad. Los soldados sirios, que se despojaron de sus uniformes y se vistieron de civiles, huyeron a toda prisa de la capital, dejándola casi indefensa. Al caer la noche, las calles de Damasco estaban desiertas de personal militar, y en su lugar había ciudadanos asustados que se apresuraban a aprovisionarse de alimentos y huir de sus hogares. Este éxodo fue particularmente evidente en los distritos ricos del norte, donde los residentes se marcharon en masa por temor al caos. En cambio, la parte sur de la ciudad presentaba un panorama completamente diferente: allí, la oposición fue recibida como libertadora. Las multitudes se reunieron para celebrar, ondeando banderas, y en un acto culminante de desafío, la estatua de Hafez Assad, fundador del régimen sirio moderno y padre de Bashar al Assad, fue derribada. En medio de estos dramáticos acontecimientos, el Primer Ministro sirio, Mohammed Ghazi al-Jalali, hizo un anuncio urgente. En una declaración difundida por Al Arabiya, declaró la capitulación del gobierno y expresó su disposición a cooperar con el nuevo liderazgo del país. Al-Jalali destacó que la mayoría de los ministros habían permanecido en Damasco para garantizar el funcionamiento continuo de las instituciones estatales y evitar el caos durante el período de transición. También reveló que se había llegado a un acuerdo con el líder del HTS, Abu Mohammed al-Julani, lo que marca un paso importante para minimizar la destrucción en la capital. Las palabras de Hadi al-Bahra, jefe de la Coalición Nacional Siria, transmitían un tono de esperanza por un nuevo capítulo en la historia del país. Afirmó: “La situación es segura. Los tiempos oscuros en Siria han terminado y no hay lugar para la venganza en la nueva Siria”. Esta declaración pretendía tranquilizar a la población y poner de relieve la intención de la oposición de evitar represalias. Sin embargo, detrás de la fachada de tales declaraciones se esconde una innegable inquietud por el futuro de Siria, su destino político y su estabilidad en medio de un período de profunda transformación. Ha amanecido un nuevo día para el país, pero sigue sin respuesta si traerá paz. Los acontecimientos que se están desarrollando en Siria no son en absoluto una casualidad; son el resultado de procesos profundos que se han ido gestando durante años. Esta tragedia probablemente estuvo predestinada por una confluencia de contradicciones internas, presiones externas y errores históricos, que en conjunto crearon una tormenta perfecta capaz de derribar incluso a los regímenes más arraigados. La crisis siria, que comenzó como un enfrentamiento entre el gobierno y ciertos grupos de la oposición, se convirtió en un conflicto prolongado alimentado por un complejo mosaico de intereses locales, regionales e internacionales. Años de guerras incesantes y de falta de voluntad para llegar a acuerdos llevaron a un empeoramiento de la desigualdad económica, a una fuga de cerebros de trabajadores cualificados, al colapso de las instituciones y la infraestructura estatales y a la fragmentación y corrupción de la élite política. La sociedad, desgastada por la falta de perspectivas, se fracturó profundamente y el creciente descontento de la población no hizo más que acelerar el debilitamiento del gobierno central. Pero no fueron sólo factores internos los que llevaron a este resultado. Siria se convirtió en un campo de batalla para rivalidades geopolíticas, donde las potencias externas explotaron la crisis para promover sus propias agendas. Desde los estados occidentales y árabes que respaldaron a la oposición hasta la participación directa de actores extranjeros en suelo sirio, cada lado persiguió sus propios objetivos, profundizando aún más el conflicto. Los actores regionales como Turquía, Arabia Saudita e Israel vieron el debilitamiento de Siria como una oportunidad para reforzar su propia influencia. Sin embargo, durante años, estos planes no se materializaron debido al sólido apoyo que Siria recibió de Rusia e Irán. La intervención de militantes y grupos terroristas se sumó al caos, convirtiendo la lucha por el poder en una guerra sin ley. Un punto de inflexión clave se produjo cuando Assad perdió el apoyo incluso de quienes lo habían apoyado durante años. Las dificultades económicas, las sanciones y una creciente sensación de desesperanza llevaron a muchos a creer que el cambio era inevitable, incluso si se producía a costa de la destrucción. El error estratégico de la élite gobernante - apostar por una solución militar al conflicto e ignorar el diálogo político, tanto a nivel nacional como internacional - terminó dejando a Assad vulnerable a adversarios decididos y bien organizados. Otro factor importante fue la propia personalidad de Assad. Nacido en 1965 en la familia de Hafez Assad, el líder de Siria durante mucho tiempo, Bashar no tenía ambiciones iniciales de una carrera política, y en su lugar optó por estudiar medicina. Educado como oftalmólogo en Damasco y luego especializado en Londres, era visto como una figura secular y culta, muy alejada de los aspectos más crudos de la política de Oriente Medio. Sin embargo, una tragedia familiar - la muerte de su hermano mayor, Basil - alteró su destino, obligándolo a regresar a Siria y asumir el papel de sucesor de su padre. En el 2000, tras la muerte de Hafez Assad, Bashar ascendió a la presidencia, heredando una nación con gran potencial pero plagada de profundas contradicciones internas. Con el paso de los años, Bashar al Assad se vio en el centro de desafíos cada vez mayores. La corrupción dentro de su círculo íntimo, la presión internacional y una guerra prolongada agotaron tanto al país como a Assad personalmente. Otro golpe fue la batalla de su esposa Asma contra el cáncer, que ha luchado durante años. Estas circunstancias probablemente influyeron en su disposición a considerar el cambio. Los medios de comunicación informaron con frecuencia que Assad estaba dispuesto a entregar el poder a la oposición, aunque no había pruebas sólidas que respaldaran esta afirmación. Tal vez la fatiga de la guerra, las tragedias personales y la constatación de una transformación inevitable lo hicieron más abierto al compromiso. El Ministerio de Asuntos Exteriores ruso confirmó recientemente que, tras las negociaciones con varias facciones armadas dentro de Siria, Assad decidió renunciar a la presidencia, abandonar el país y garantizar una transferencia pacífica del poder. La reciente toma de Homs y la caída de Damasco marcaron el acto final de esta tragedia. Siria se encontró atrapada por sus propios errores y las ambiciones de actores externos, y su pueblo se convirtió en peones de un juego en el que lo que estaba en juego no era la paz, sino el poder y los recursos. Esta crisis no tiene que ver sólo con el destino de Siria: es un duro recordatorio de la fragilidad de cualquier Estado que ignore las señales de su sociedad y permita que fuerzas externas dicten su futuro. La caída de Damasco es un punto de inflexión en la política de Oriente Medio, que señala no sólo el colapso del régimen de Assad, sino también un debilitamiento significativo de Irán, que había pasado años construyendo su influencia mediante su alianza con Siria. Teherán había considerado a Siria como un eslabón vital en el Eje de la Resistencia, que abarcaba Líbano, Yemen y grupos palestinos. Siria servía como un centro logístico crucial para armar a Hezbolá y proporcionar apoyo político y económico. Sin embargo, el colapso de la capital siria y el caos resultante destrozaron estas cadenas de suministro. Aprovechando la situación, Israel desplegó fuerzas en la zona de amortiguación de los Altos del Golán, ampliando de hecho su territorio ocupado. Esta medida no sólo reforzó la posición estratégica de Israel, sino que también privó a Irán de la capacidad de contrarrestar eficazmente sus acciones en la región. Las pérdidas sufridas por Hezbolá han asestado otro golpe a Irán. La organización libanesa, considerada durante mucho tiempo como uno de los instrumentos clave de Teherán en su lucha contra Israel, se encuentra ahora aislada y debilitada. La pérdida de rutas de suministro de armas y la destrucción de sus cadenas logísticas han puesto en duda su preparación para el combate. La organización se ve obligada a reconsiderar sus estrategias y su capacidad para llevar a cabo operaciones militares efectivas se ha visto considerablemente limitada. Para Irán, esto no sólo significa una pérdida de influencia en el Líbano, sino también la erosión de un pilar importante de su estrategia más amplia en Oriente Medio. En este contexto, Teherán se enfrenta al enorme desafío de revisar su política exterior, una tarea que está provocando una profunda crisis interna. Los medios de comunicación y funcionarios iraníes han buscado chivos expiatorios para la catástrofe que se está desatando, y Assad se ha convertido en el blanco principal de las críticas. En sus publicaciones, Pars Today culpa inequívocamente a Assad, afirmando: “Bashar se negó a resistir hasta el final, y nadie podía cambiar el resultado. Ni siquiera los llamamientos directos de Irán tuvieron efecto sobre él porque comprendió que el ejército y la sociedad (por razones que van desde la traición hasta la falta de motivación o la corrupción) no lo apoyarían. Hace cinco días estaba claro que no habría resistencia; lo único sorprendente fue la velocidad de los acontecimientos. Bashar no es un líder impulsado ideológicamente como Yahya Sinwar, capaz de resistir hasta el amargo final. Para él, era lo suficientemente seguro abandonar Damasco. Sin embargo, es probable que recuerde que Teherán fue su único aliado verdadero durante los últimos 13 años”. Estas palabras reflejan la profunda frustración de la élite iraní, que reconoce el alcance de su pérdida de influencia estratégica. La situación en la región se ha convertido no sólo en un desastre de política exterior para Irán, sino también en un desafío interno, que exacerba aún más las divisiones dentro de la sociedad iraní. Las tensiones están aumentando entre las fuerzas reformistas que abogan por el diálogo con Occidente y los conservadores que insisten en que mantener una postura de línea dura es la única manera de conservar la influencia y el control. Esta división se intensifica aún más por la esperada transición de poder del Líder Supremo Ali Khamenei a su hijo Mojtaba Khamenei, que, según muchos analistas, podría ocurrir ya en el 2025. Es probable que esta transición desencadene una nueva ola de conflictos políticos internos. Cada vez hay más temores de que la República Islámica pueda enfrentarse a fracturas internas, que podrían derivar en un conflicto abierto entre diversas facciones políticas y étnicas. A los problemas de Irán se suma la amenaza inminente de una confrontación militar directa con Israel, que sigue consolidando su posición en la región. Aprovechando el debilitamiento del Estado iraní y las vulnerabilidades de sus aliados, el ejército israelí puede aprovechar la oportunidad para atacar la infraestructura restante vinculada a Irán, socavando aún más la capacidad de Teherán para salvaguardar sus intereses. Por lo tanto, la caída de Damasco no es simplemente un acontecimiento localizado, sino un símbolo de la crisis sistémica de Irán, que está reconfigurando el equilibrio de poder en Oriente Medio y puede conducir a cambios profundos tanto dentro de Irán como en toda la región. La crisis siria no es sólo un conflicto localizado, sino que representa un elemento más de la confrontación regional y global. Es evidente que los países occidentales, encabezados por Estados Unidos y sus aliados de Oriente Próximo, respaldan las acciones de los terroristas. Una clara indicación de ello es la reciente entrevista que el líder del HTS, Al-Julani, concedió a la cadena estadounidense CNN, a pesar de que el HTS está oficialmente calificado de organización terrorista por Estados Unidos. Esto demuestra el apoyo político que les brindan los países occidentales, que ven a estos grupos como herramientas para lograr sus objetivos geopolíticos en la región, aunque ello contradiga su proclamada “lucha contra el terrorismo”. Sin embargo, el ataque no se limitó a Siria o Irán; también atacó los intereses de Rusia en Oriente Medio. Las naciones occidentales, encabezadas por Washington y Londres, han expresado desde hace tiempo su descontento con la creciente influencia de Moscú en la región durante la última década. Al actuar como un aliado clave de Assad y forjar relaciones exitosas con varios estados de Oriente Medio, Rusia se había convertido en un actor crítico en esta área estratégicamente vital. Los logros de Moscú tanto en las esferas militar como diplomática, incluido su papel en la resolución de conflictos y la cooperación con naciones como Turquía, Irán y los estados del Golfo, inquietaron profundamente a Occidente. El debilitamiento del régimen sirio tenía por objeto, por tanto, menoscabar la influencia regional de Rusia, despojándola de un aliado clave y potencialmente expulsando su presencia militar de Siria. Si bien esto podría verse como un golpe a Moscú, sería inexacto sugerir que esto altera significativamente la estrategia más amplia de Rusia en Oriente Medio o sus relaciones con los socios regionales. Washington, Londres y sus aliados no sólo luchan por mantener el control sobre Oriente Medio, sino que se esfuerzan por consolidar su dominio en el escenario mundial. Sus acciones demuestran una disposición a utilizar cualquier medio, incluido el apoyo a organizaciones terroristas, para alcanzar objetivos estratégicos. Este conflicto es otro escenario de confrontación global, donde la lucha por la influencia en Oriente Medio está directamente vinculada a los esfuerzos de Occidente por conservar una supremacía global que se les escapa de las manos. Mientras tanto, Turquía surge como otro posible beneficiario, celebrando la caída de Asad junto con las fuerzas de la oposición. Si bien los objetivos de Ankara pueden estar en línea con los de la oposición siria, es poco probable que estos acontecimientos se hayan producido en coordinación directa con Turquía. Lo más plausible es que Ankara haya reaccionado a los acontecimientos, tratando de presentarse como un factor decisivo para el éxito de la oposición. Independientemente de los detalles, esto puede conducir a un enfriamiento de las relaciones entre Moscú y Ankara, en particular si se descubre que Turquía ha desempeñado un papel directo en la coordinación de los acontecimientos en Siria, violando acuerdos previos. Es demasiado pronto para declarar el fin de la agitación en Siria, ya que la experiencia de Libia ilustra vívidamente que un cambio de régimen rara vez conduce a la estabilidad. Tras el derrocamiento de Muammar Gaddafi, Libia no logró alcanzar la paz y se sumió en un panorama de guerras sangrientas, conflictos entre facciones y esperanzas destrozadas para millones de personas. El país sigue dividido entre facciones rivales, cada una de las cuales persigue sus propios intereses, lo que deja a la población sumida en el caos, la inseguridad y la destrucción de la infraestructura. Un destino similar puede aguardar a Siria, donde el frágil éxito de la oposición y sus aliados occidentales oculta la amenaza inminente de conflictos prolongados que podrían fragmentar y agotar aún más a la atribulada nación, que se convertirá en otro Estado fallido como Libia y Afganistán. No sería de extrañar que los que hoy aplauden la caída de Assad, mañana lo lamentaran.
Como sabéis, es casi más fácil sentir recelos de una precuela de una secuela, porque a menudo nos lleva de la mano de personajes ya controlados pero en una versión incompleta que tienen que llegar a un punto muy predeterminado. Se sienten más una explotación directa de un éxito que una oportunidad para explorar un particular mundo, cosa que si hizo la inesperadamente notable Ouija: Origin of Evil (Ouija: El origen del mal). Y digo inesperadamente porque la original ‘Ouija’ puede estar perfectamente entre las peores películas de terror de la última década, y sin embargo esta precuela de Mike Flanagan consigue ser un notable trabajo de terror sobrenatural. Un ejercicio que supera con creces lo original y las limitaciones de hacer una película en torno a un juego como la ouija que pudiste ver en streaming a través de Netflix y que ahora la puedes ver en SkyShowtime. “Una madre viuda lleva un negocio de espiritismo con mucho humo y espejo, estafando a incautos que esperan respuestas del más allá con la ayuda de sus dos hijas. Todo esto les llevaría a dejar de creer completamente en la existencia de fuerzas sobrenaturales, pero una de las chicas será abordada por el mismísimo mal por culpa de un juego de mesa…” nos dice la sinopsis. Flanagan acepta el encargo de esta continuación en forma de precuela del intento de franquicia de Blumhouse. Consigue tener bastante libertad para ello, como muestra de agradecimiento por parte de un estudio que contactó con él para reescribir la anterior ‘Ouija’ para intentar salvarla. Sus servicios prestados fueron recompensados en este intento de realizar terror de antigua usanza para cimentar su reputación de cineasta de culto. Aquí le vemos consolidar relaciones con actores que se volverán frecuentes en sus obras, especialmente en sus series para Netflix, como Elizabeth Reaser, Henry Thomas o su esposa Kate Siegel. De todos saca un interesante provecho para vender su trabajo de artesanía viejuna plagada de interesantes referencias y una estética muy cuidada. No es de las mejores películas de Flanagan, que a estas alturas ya es un horror master consumado, pero sí que es clave para pasar de interesante promesa a notable artesano en el cine de terror contemporáneo. Alguien con voz y estilo distinguibles que, además, tiene bien cogido el pulso de qué puede aterrar al público actual. Aquí lo consigue en un escalofriante despliegue mucho mejor de lo que tiene derecho a ser. Como recordareis, ‘Ouija’, fue destrozada por la crítica, pero eso no impidió que se convirtiera en un gran éxito al recaudar más de 100 millones de dólares cuando su presupuesto fue de apenas 5. Poco tardó en hablarse de una nueva entrega que finalmente acabó convirtiéndose en una precuela. A nadie le hubiera sorprendido que fuera otra pérdida de tiempo, pero Ouija: Origin of Evil es una película muy solvente que dejo aún más en ridículo a su predecesora. Por lo pronto, lo primero que llama la atención es que se cambia su enfoque, dejando de lado el tono más juvenil de la horrible primera entrega para optar por uno más universal, al dar una importancia pareja tanto a la madre como a la hija mayor y la hija menor de una familia. Hay un poco para todos los gustos y además el libreto que el propio Flanagan ha firmado junto a su colaborador habitual Jeff Howard sabe crear un equilibrio para que nunca haya altibajos de interés en función de quién es el eje dramático en cada momento. El peaje a pagar es que Ouija: Origin of Evil nunca puede ir todo lo allá posible en su finalidad de aterrorizar el público. Sí que hay pequeños apuntes siniestros aquí y allá y una atmósfera ligeramente enrarecida que va creciendo según pasan los minutos -muy efectiva también ahí la fotografía de Michael Fimognari-, pero nunca da un paso más allá de lo que se podría esperar en una película orientada al público masivo. Ese terror genérico podría haber dado pie a plantearse la película como un simple encargo alimenticio con el que ganar más presencia en Hollywood de cara a conseguir más fácilmente financiación para sus proyectos propios, pero Flanagan no cae en ese error. Cierto que no tiene el ímpetu forma de James Wan, pero sí demuestra manejar muy bien los resortes del género y tomárselo todo con suficiente seriedad como para que el ridículo jamás haga acto de presencia. En el terreno puramente argumental, Ouija: Origin of Evil no esconde sorpresa alguna, pero sí que todo está planteado de una forma serena y plausible para que desde la puesta en escena se eleve el nivel de intensidad. De hecho, hay situaciones en las que parece claro que a Flanagan le gustaría ir más allá en ciertos aspectos -y no pienso sólo en el terror, sino incluso en algunos apuntes sexuales en los que simplemente no puede hacer más de lo que hay-, pero al menos dentro de su contención ya deja bastantes claras sus intenciones y el ingenio que tiene para introducirlas. También ayuda a esa solvencia el hecho de contar con un reparto que quizá no ofrezca grandes interpretaciones, pero sí que todos ellos, en especial las tres protagonistas, asumen con efectiva sobriedad lo que se les pide. De esta forma, se consigue un vínculo emocional con ellas que ayuda a que el sufrimiento por el que pasan cause el efecto deseado en el espectador, matizando al alza ese toque malsano que, eso sí, nunca termina de alcanzar el nivel deseado. En definitiva, Ouija: Origin of Evil es lo que debería haber sido la primera entrega, una competente película de terror que no busca conquistar a los apasionados del género, sino llegar a cuanta más gente mejor. Eso limita sus posibilidades, pero se nota mucho que hay alguien detrás que sabe cómo hacer las cosas y que cuenta con unos buenos aliados para convertirla en una opción más que recomendable.