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miércoles, 24 de abril de 2024

TURQUÍA: Sombras de la noche

A raíz de las recientes elecciones municipales donde el régimen sufrió una aplastante derrota, el dictador turco Recep Tayyip Erdogan, hizo un anuncio significativo al declararlas “como su última contienda política dentro de los límites de la legislación vigente”. Dijo: “Para mí, esto es definitivo. Estas elecciones son mis últimas elecciones dentro de las facultades que me otorga la ley. Luego de esto, habrá una transición hacia mis hermanos que vendrán tras de mí”. Esto marcó un momento crucial, no sólo para su carrera sino también potencialmente para el panorama sociopolítico de Turquía. El mandato de Erdogan como primer ministro y luego dictador, que comenzó en el 2003, se ha caracterizado por una serie de políticas autoritarias que han impactado negativamente la posición nacional e internacional de Turquía. A ello débenos agregar las limitaciones impuestas por la legislación turca, que exigen que Erdogan dé un paso atrás, insinúan un cambio más amplio en marcha, que tal vez señale el fin de la era de este sátrapa, a menos - como señalan los analistas - que cambie la actual legislación para que pueda seguir reeligiéndose indefinidamente a pesar del rechazo mayoritario que genera en la ciudadanía. Las elecciones presidenciales del 2023 subrayaron este sentimiento adverso hacia su persona. Erdogan consiguió la victoria en una segunda vuelta muy reñida, obteniendo el 52,18% de los votos frente al 47,82% de Kemal Kılıçdaroğlu. Este estrecho margen, sin precedentes durante el mandato del dictador, sugeriría un cambio de rumbo político, que quedó corroborado aún más por los resultados de las recientes elecciones municipales. Las elecciones municipales revelaron una marcada transformación en la dinámica sociopolítica interna de Turquía. El Partido Republicano del Pueblo (CHP), de la oposición, ganó en 36 de 81 municipios, un salto significativo con respecto a años anteriores, lo que indica una creciente ola de cambio. Con una participación nacional del 37,7% de los votos frente al 35,4% del partido gobernante y una participación electoral del 77,3%, estas elecciones representaron la victoria más sustancial de la oposición desde el ascenso de Erdogan al poder. Un punto focal de intriga fue Constantinopla, el lugar de nacimiento del sátrapa, donde comenzó su infame carrera política. Ekrem İmamoğlu, del CHP, ganó el puesto de alcalde con un margen considerable, consolidando el control de la oposición en la ciudad más poblada del país. De manera similar, Ankara fue testigo de una victoria aplastante de Mansur Yavaş, también del CHP, lo que ilustra aún más el cambiante panorama político. Estas elecciones también pusieron de relieve importantes variaciones regionales en la lealtad política. Si bien el partido de Erdogan mantuvo su dominio en el centro de Turquía, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP), prokurdo, tomó el control de 10 provincias en el sureste predominantemente kurdo, lo que indica una diversificación en la representación política y las prioridades. Quizás lo más sorprendente fue la victoria del moderadamente islamista Nuevo Partido del Bienestar en la provincia de Şanlıurfa, un alejamiento de la base aliada de Erdogan, que señala un realineamiento en las facciones políticas de Turquía en respuesta a presiones nacionales e internacionales, incluidas las consecuencias de la guerra en Gaza. Estos acontecimientos sugieren una coyuntura crítica en la política turca. El reconocimiento por parte de Erdogan de su último mandato dentro del marco legislativo actual, sumado a los logros electorales de la oposición, apunta a una transformación en el panorama sociopolítico de Turquía. Mientras la era de Erdogan está llegando a su fin, el surgimiento de nuevas fuerzas y alineamientos políticos anuncia un período de introspección y redirección para el país, navegando entre sus identidades históricas profundamente arraigadas y las presiones de la gobernanza moderna. Las implicaciones de esta transición se extienden más allá de Turquía y afectan potencialmente su papel en el escenario global, particularmente en relación con Occidente y Medio Oriente. Mientras Turquía se encuentra en esta encrucijada, la narrativa política que se desarrolle será fundamental para dar forma no sólo a su futuro sino también a su legado bajo el liderazgo de Erdogan. Mientras Turquía se enfrenta a una profunda crisis económica, las repercusiones han resonado con fuerza en su ámbito político, influyendo particularmente en los resultados electorales recientes. La difícil economía del país, marcada por una tasa de inflación que supera el 65% y una moneda nacional, la lira, que ha perdido el 80% de su valor en los últimos cinco años, es un testimonio de los tiempos difíciles que enfrenta su población. Esta crisis económica ha desempeñado un papel fundamental en la derrota del partido gobernante, liderado por Erdogan, en las elecciones municipales. Los críticos a menudo acusan al régimen de no comprender la gravedad de las dificultades de la gente común en medio de esta agitación económica. A lo largo del período preelectoral, la oposición aprovechó las crecientes preocupaciones sobre el aumento del costo de vida, enmarcándolo como una cuestión electoral clave. İmamoğlu, el popular alcalde de Constantinopla recién elegido y figura de la oposición, hizo campaña bajo el lema “Nuestro país no merece la pobreza”. Sus críticas a las políticas económicas de Erdogan que trastornan las leyes de la economía, resonaron en el electorado, lo que lo llevó a su victoria y reelección para otro mandato. La falsa promesa del autócrata “de reactivar la economía” posibilitó una polémica reelección en el 2023. Como era de esperar, el panorama económico siguió siendo sombrío. Tras las elecciones, Erdogan reconoció la derrota de su partido en un discurso ante sus seguidores desde el balcón del palacio dictatorial. Interpretó el resultado electoral como una manifestación de la voluntad del pueblo y un “punto de inflexión” más que un final, afirmando que “la democracia y la nación saldrán victoriosas”. Erdogan se comprometió a abordar las deficiencias destacadas por los resultados electorales y continuar implementando el programa económico del gobierno, “destinado a combatir la inflación”. La profunda crisis económica y su influencia en el cambio político subrayan la intrincada relación entre la salud económica y la estabilidad política. La respuesta del electorado, que favorece a la oposición a la luz de la insatisfacción económica y al feroz autoritarismo del régimen, indica una demanda de cambio y rendición de cuentas por parte de sus líderes. Mientras Turquía atraviesa este difícil período, se seguirá de cerca la capacidad del gobierno para implementar reformas económicas efectivas. La promesa de abordar la inflación y revitalizar la economía no sólo constituye el punto crucial de la futura agenda política de Erdogan, sino que también representa una prueba crítica de la capacidad de su administración para responder a las necesidades apremiantes de sus ciudadanos. Esta recalibración política en Turquía, en medio de la adversidad económica, resalta la resiliencia de los procesos democráticos y la importancia de la gobernanza económica en la configuración de los paisajes políticos. El giro del electorado hacia la oposición, impulsado por agravios económicos, sugiere un llamado más amplio a la transparencia, las reformas y una distribución más equitativa de los recursos. Mientras Turquía se esfuerza por superar sus desafíos económicos, el mundo observa de cerca, reconociendo las implicaciones más amplias para la estabilidad regional y el orden económico global. Las consecuencias de las elecciones municipales han puesto de relieve una clara demanda de transformación dentro del país, presagiando lo que muchos ven como el amanecer de una nueva era. La victoria de la oposición, en particular del CHP, no sólo se ha interpretado como un mandato de cambio sino también como un hito significativo en el clima político de Türkiye. Özgür Özel, líder del CHP, enfatizó este sentimiento, afirmando que la decisión del electorado “abre la puerta a un nuevo clima político en nuestro país, equilibrando el poder desproporcionado del gobierno a nivel municipal”. Los resultados electorales sirven como castigo al gobernante Partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan por su mala gestión económica y la renuencia de la población secular urbana a apoyar una mayor islamización. Repudiado por su autoritarismo tanto dentro y fuera de Turquía - sobreviviendo asimismo a un intento de golpe de Estado patrocinado por los EE.UU. en el 2016 - Erdogan sigue siendo una figura controvertida en la política turca. Anticipando el camino a seguir, es probable que Turquía sea testigo de una fase de liberalización en su política interna. Se espera que el liderazgo actual intensifique los esfuerzos contra la corrupción, mejore el apoyo social a la población y potencialmente implemente cambios de personal dentro del AKP, particularmente a nivel regional. Esta recalibración también puede extenderse a la reevaluación de alianzas y asociaciones. En el frente internacional, Ankara está preparada para continuar su acercamiento con Occidente, particularmente con EE.UU. y la Unión Europea, aprovechando este alineamiento para contrarrestar las narrativas de la oposición mientras mantiene cuidadosamente las relaciones con socios no occidentales. Este delicado acto de equilibrio en las relaciones exteriores refleja un esfuerzo estratégico para sortear las complejidades de la geopolítica global, garantizando que los intereses de Turquía estén salvaguardados en medio de alianzas cambiantes. De hecho, las recientes elecciones han marcado un momento crucial para Turquía, lo que ha provocado una evaluación reflexiva de sus políticas internas y externas. El llamado de cambio del electorado es claro, y las respuestas tanto del partido gobernante como de la oposición moldearán la trayectoria del país en los próximos años. Mientras el país asiático se encuentra en esta encrucijada, las acciones tomadas por sus líderes no sólo definirán el panorama político de la nación sino también su papel en el escenario mundial. El camino hacia la liberalización, la transparencia y la mejora de los procesos democráticos ofrece una hoja de ruta para abordar los desafíos inmediatos y al mismo tiempo sentar las bases para un crecimiento sostenible y una estabilidad. Mientras Turquía atraviesa estas transformaciones, la resiliencia duradera de sus instituciones democráticas y la visión estratégica de sus líderes serán cruciales para guiar al país hacia un futuro próspero e inclusivo. En el cambiante entramado de relaciones internacionales, el viejo orden mundial está siendo remodelado, presagiando nuevas reglas de enfrentamiento en el escenario global. Esta transformación requiere adaptaciones estratégicas por parte de todas las naciones, y Turquía enfrenta su conjunto único de desafíos y oportunidades. El declive del mundo unipolar, dominado por EE.UU. tras la Guerra Fría, ha dado paso a un orden más multipolar. Las potencias emergentes están afirmando su influencia y se están reevaluando las alianzas tradicionales. Para Turquía, un país a caballo entre dos continentes y múltiples fallas (geopolíticas, culturales y económicas), el panorama cambiante ofrece un lienzo para redefinir su papel. La importancia geopolítica de Turquía ha sido a menudo su as en las relaciones internacionales. A medida que cambia el orden global, Ankara está reposicionando sus alianzas. Sus vínculos históricos con Occidente a través de la OTAN y sus aspiraciones de ser miembro de la UE están siendo reevaluados a la luz de la ambivalencia de la UE y las cambiantes prioridades de EE.UU. Mientras tanto, las relaciones de Turquía con Rusia y China son cada vez más importantes, tanto económica como militarmente. Equilibrar estas relaciones manteniendo al mismo tiempo su autonomía estratégica será crucial. En un mundo multipolar, la interdependencia económica puede ser un arma de doble filo. La economía de Turquía, que ha enfrentado desafíos importantes, debe adaptarse para prosperar en medio de los cambios económicos globales. Diversificar los socios comerciales, atraer inversión extranjera y mejorar la innovación tecnológica son pasos para asegurar la resiliencia económica. El papel de Turquía en la estabilidad regional, especialmente en Oriente Medio y el Mediterráneo oriental, se ha vuelto más pronunciado. Sus acciones en Siria, Libia y el conflicto de Nagorno-Karabaj, entre otros, reflejan sus aspiraciones regionales más amplias. Equilibrar estas intervenciones con la necesidad de estabilidad regional será una tarea delicada. El panorama político interno también influirá en el posicionamiento global de Turquía. El régimen dictatorial de Erdogan y el AKP ha visto cambios significativos en la gobernanza y la formulación de políticas. El resultado de las recientes elecciones municipales y la situación económica sugieren que los votantes buscan un cambio. Queda por ver cómo se traduce esto en la política exterior turca. En conclusión, mientras el orden global atraviesa un período de transición, Turquía se encuentra en una encrucijada. Su ubicación estratégica y su legado histórico le confieren el potencial de ser un actor fundamental en el nuevo orden mundial. Sin embargo, esto requerirá un hábil equilibrio entre diplomacia, previsión económica, cooperación regional y estabilidad interna. Las decisiones que tomen los dirigentes y los ciudadanos en los próximos años no sólo darán forma al futuro de la nación, sino que también influirán en el panorama global emergente, donde la interacción de poder es más dinámica que nunca.

MINSK: Aquella gran desconocida

Considerada la capital de un país gobernada con mano de hierro por quien durante mucho tiempo en Occidente ha sido señalado como “el último dictador de Europa”, ha estado generalmente fuera de las rutas turísticas, con mayor razón en estos tiempos con la guerra patrocinada por la OTAN en la vecina Ucrania, ya que al ser aliada de Moscú, es muy difícil llegar a ella. Pero como a mí me gustan los retos la escogí para iniciar nuestra Expedición por el Cáucaso, que incluirá también a las capitales de Rusia, Georgia y Armenia - Kiev queda fuera por obvias razones - para continuar luego por los Balcanes. Es casi seguro que a pesar de las ideas preconcebidas que uno pueda tener, Minsk es capaz de sorprenderte y puede parecer moderna y agradable a primera vista, pero hay algo que desentona y no es solo la estrecha vigilancia a la que los visitantes somos sometidos, sino también la vomitiva simbología comunista que está presente en todas partes. En efecto, la capital de Belarus a pesar de poseer cafés de moda, restaurantes impresionantes y clubes nocturnos llenos de gente que compiten por su atención, los museos y galerías de arte se han instalado en un centro de la ciudad que fue totalmente remodelado al gusto del genocida Stalin con grotescos monumentos y horribles edificios de la época soviética. No es de sorprender por ello que para los viajeros - al ver como en pleno siglo XXI aún se rinda culto a esa ideología criminal como es el comunismo (responsable de la muerte de 150 millones de seres humanos) y donde la hoz, el martillo, el rostro de Lenin y la estrella roja están presentes en cada rincón de la ciudad - Minsk evoca la lejana tristeza soviética. Como centro administrativo y capital nacional de Belarus, es la ciudad más grande y poblada del país con casi 2 millones de habitantes. Se encuentra ubicada en la cuenca del río Dniéper entre los ríos Svíslach y Nyamiha y está dividida en 9 distritos administrativos. La primera mención de la ciudad data del siglo X, posicionándola así en una de las ciudades más antiguas de Europa. Su peso histórico es innegable. A las centurias de asaltos mongoles, lituanos, polacos y rusos, le siguió el impacto de la Segunda Guerra Mundial, que la destruyó casi por completo, y los años de aislamiento por su pertenencia a la URSS, donde fue reconstruida hasta alcanzar su independencia en los 90, y a partir de cuya fecha ha comenzado a crecer de forma incesante hasta llegar a la actualidad. Aunque su trazado urbano soviético y estética estalinista es innegable por sus monstruosas construcciones de largas y anchas avenidas, plazas abismales y espantosos monumentos fácilmente reconocibles por lo grotescos que son, lo cierto es que Minsk también exhibe un corazón histórico empedrado que resistió a la guerra en forma de castillos, murallas, iglesias ortodoxas, templos de estilo barroco y algunas pinceladas neoclásicas, que si merecen ser visitadas a diferencia de los espantajos estalinistas, de nulo valor artístico. Aunque sus visitantes todavía son pocos, es un hecho que la ciudad cada vez atrae más la curiosidad del viajero y empieza a despertar activamente al turismo. Son numerosos los puntos de interés de Minsk. Muchos de ellos se encuentran en torno a la Avenida de la Independencia o Prospekt Nezavisimosti. Sus 15 km de largo y 42 de ancho la proclaman como la vía principal de la ciudad cruzándola del centro al noroeste. A través de ella se accede al centro de la llamada “ciudad alta”, encuadrada sobre una pequeña loma y donde se encuentran los edificios antiguos que sobrevivieron al desastre de la guerra y otros tantos reconstruidos según el estilo típico del siglo XIII. La Plaza de la Libertad alberga el elegante e inmaculado Ayuntamiento de construcción neoclásica y columnas jónicas, la Catedral del Espíritu Santo de fachada blanca y tejados verdes que se erige como el templo más importante para los cristianos ortodoxos del país y la Catedral de la Virgen María, el más importante para los católicos. Otra de las plazas más famosas es la Plaza de Octubre donde se encuentra el Palacio de la República, el Palacio de la Cultura, más conocido como el Partenón de Minsk por su estilo neoclásico y el siniestro edificio de la KGB, nombre que todavía recibe la Agencia de Seguridad del Estado. La inmensa Plaza de la Independencia, de 7 hectáreas, es una de las más grandes de Europa. En ella está la sede de la Universidad, además de una horrible estatua de Lenin - aun no derribada -, la Iglesia de San Simón y Santa Elena, conocida como la Iglesia Roja por el color de su fachada de ladrillos y la escultura del Arcángel San Gabriel abatiendo a un dragón. Bajo el suelo de esta plaza está el centro comercial Stolitsa con cuatro plantas hacia abajo desde la superficie. En el centro de la Plaza de la Victoria, se alza un enorme obelisco de 40 metros de altura coronado con la estrella comunista “para homenajear a los muertos durante la Segunda Guerra Mundial”. Obviamente, es el lugar de celebración de los desfiles del régimen. En los tejados de los edificios de corte estalinista y fachada circular que se disponen en torno a ella, hay unas grandes letras rojas con propaganda a favor del régimen y que no vale la pena reproducir. Otras calles importantes de Minsk son las bulliciosas Skoriny y Vzyzvalicieliau, así como la juvenil Zybitskaya. Es más, a través de uno de los puentes que atraviesan el río Svílach se accede a la Isla de las Lágrimas, una pequeña isla artificial donde se ubica un emotivo monumento formado por una capilla rodeada de gigantescas esculturas que representan a las madres y viudas de los fallecidos en los años 80 durante la Guerra de Afganistán. Produce melancolía observar ese semblante desesperado esperando el regreso de sus hijos y cerca, la escultura de un ángel cabizbajo con las lágrimas deslizándose por su mejilla, se cubre el rostro con sus manos en repulsa a la guerra y la destrucción. Minsk se construyó sobre un bosque, por ello hay muchos parques repartidos a lo largo y ancho de esta ciudad. De hecho, los edificios asoman haciéndose un espacio entre el verde, poliducto de la planificación urbanística, donde cemento y jardines se alternan a la perfección. Parques como el Gorky, el Janki Kupali o el Pieramohi, son magníficos lugares de esparcimiento donde las familias pasean y los jóvenes practican deporte. En Minsk no solamente queda demostrado el protagonismo que se le da a la naturaleza, sino también está patente la importancia que se otorga a la ciencia por sus más 150 instituciones de investigación científica y a la cultura y educación, con 27 escuelas artísticas, cines, el Circo Nacional Bielorruso, ópera y ballet de primer nivel que se representa en sus 12 teatros entre los que despunta el inmaculado y refinado Gran Teatro Académico Nacional y 18 museos, como el propagandístico “Museo Estatal de la Gran Guerra Patriótica”, en cuyo edificio ondea inexplicablemente la bandera de la URSS. Es una alegoría a la guerra germano-soviética de 1941 a 1944, la más importante del siglo XX y ante la cual Belarus se llevó la peor parte en cuanto al número de víctimas. Mención aparte merece la Biblioteca Nacional. Su diseño futurista en forma de diamante o poliedro de cristal simboliza el conocimiento que la humanidad ha adquirido a lo largo de los siglos y está recubierta de LEDs de colores que proyectan diferentes escenas luminosas. Alberga la tercera colección de libros en ruso más amplia del mundo y en la planta 22 hay un mirador que bien merece una visita para poder ser testigo de una de las mejores panorámicas de toda la ciudad. Cabe precisar que los lugares de Minsk para invertir el tiempo libre nada tienen que envidiar a los de las capitales europeas más importantes. El Slolitsa Underground Mall, el centro comercial Zamok y las Galerías GUM son afamados paraísos para las compras. Aquellos que necesiten descargar adrenalina pueden acudir al Parque de Atracciones Chelyuskinites y para los amantes de la vida nocturna, los clubes de recreación Bowling y Billar son una buena opción. La pista de hielo que está frente al Palacio Respubliki es la más concurrida, un cóctel en Sweet And Sour sabe mejor y el Grand Café, Bistro de Luxe, La Scala, Falcone y Vasilki son excelentes restaurantes donde degustar la singular gastronomía del país. En fin, a pesar de sus atracciones, aquél que viaje a Minsk descubrirá desconcertado una ciudad que aun exhibe horribles símbolos que aluden a la infame época de la ocupación soviética y que duraran mientras Lukashenko permanezca en el poder. Cuando a este sátrapa le llegue la hora, lo será también para todas esas monstruosidades estalinistas que afean la capital. De eso no cabe ninguna duda. Ni siquiera en Moscú puede encontrarse esa exhibición de mal gusto, tal como lo podremos comprobar en nuestra próxima parada.
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