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miércoles, 1 de marzo de 2023

COREA DEL NORTE: La eterna provocación

Como sabéis, el aislado régimen comunista de Corea del Norte realizó el pasado 9 de febrero la mayor ostentación de su historia de misiles balísticos intercontinentales (ICBM, por sus siglas internacionales en inglés). Exhibidos en un grandilocuente desfile militar por el 75 aniversario de su ejército, estos artefactos ya no amenazan únicamente a Corea del Sur, la hermana y enemiga limítrofe por tierra, ni a Japón, el aliado occidental contiguo en el mar. Tampoco ponen en vilo a territorios norteamericanos en el Pacífico más o menos próximo, como la isla micronesia de Guam. La nueva generación de cohetes teledirigidos norcoreanos está preparada para impactar directamente en suelo continental de EE.UU. ¿Los Ángeles? ¿San Francisco? ¿Seattle? Adonde apunte Pyongyang, pero no solo la Costa Oeste. Aptos para cubrir trayectorias de hasta 15.000 kilómetros, los Hwasong-17, lo último en misilística del régimen totalitario, podrían precipitarse cómodamente sobre Washington. Otro ICBM de largo alcance, el Hwasong-14, ya llegaba a la Costa Oeste, y el 15, a la capital norteamericana, situada a unos 11.000 de la asiática. Pero el Hwasong-17, además, es capaz de albergar tres cabezas nucleares a la vez. Con ello, los once paseados en el desfile de hace unos días podrían poner en serios aprietos a las defensas norteamericanas. No solo por su potencial de destrucción conjunto, descomunal, sino también porque podrían desconcertar al cinturón de seguridad. Se calcula que EE. UU. dispone de 44 interceptores terrestres entre Alaska y California para detener en vuelo cualquier misil que pretenda entrar en su espacio aéreo desde el Pacífico. Pyongyang necesitaría cinco Hwasong-17 para conseguir que una ojiva de las quince transportadas logre franquear esa barrera. Que Corea del Norte mostrase más del doble de esos cohetes en su reciente despliegue es un claro aviso para navegantes. Ya había estrenado este 2023 advirtiendo a Seúl que puede responder a cualquier amenaza de su socio de Washington con “una fuerza abrumadora”. Una sola submunición del citado ICBM que hiciera blanco, una sola cabeza, podría causar entre una y tres millones de muertes, según las dimensiones de la ciudad donde cayera. ¿Cómo es posible, en un mundo tan interconectado y regulado como el actual, que un país en manos de un demente pueda blandir arsenal nuclear y desafiar la paz global de un modo tan abierto sin podérselo llamar al orden de inmediato? Sencillo. Este año hace veinte que Corea del Norte se retiro del Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT). Va por libre en este apartado. De ahí su carrera armamentística tan frenética como exenta de control en las últimas dos décadas. La caja de los truenos norcoreana, en efecto, no se abrió de golpe. El último alarde con ICBM de la inquietante saga de los Kim se inscribe en un largo rosario de intimidaciones que, como las tensiones en Oriente Medio, son por desgracia una constante en las noticias geopolíticas. Y, dada la gravedad de lo que está en liza, mejor que sigan siendo exclusivamente eso, solo faroles, propaganda interna a la vez que exhibiciones de fuerza para el exterior, dentro del peligroso juego de la disuasión nuclear. Ya el año pasado se caracterizó, de hecho, por una subida de tono que no se veía desde el 2017. En el 2022, Corea del Norte batió su récord de lanzamientos de misiles. Realizó unos noventa, veintitrés de ellos un mismo día de octubre. También como en el 2017, efectuó su mayor ensayo nuclear, el sexto hasta la fecha (aunque ya hay promesa de un séptimo, a ser efectuado cuando lo crea conveniente “el líder supremo”). Fue un dispositivo detonado en Punggye-ri, la única infraestructura que se conoce para esta clase de pruebas en el Estado más hermético del planeta. Se estima que la bomba en cuestión oscilaba entre los 100 y los 370 kilotones. Algunas fuentes especifican que era de 230. Sin embargo, no se puede confirmar con rigor. Se debe a que el país no permite la inspección de sus instalaciones por el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA). Quizá lo recuerde el lector por las mediáticas e infames intervenciones de Hans Blix y Mohamed el-Baradei, dos de sus siete directores generales desde su creación en 1957, a raíz de las presuntas “armas de destrucción masiva” en el Irak de Saddam Hussein, que nunca existieron y que fue el pretexto utilizado por los EE.UU. para invadir el país y apoderarse de sus ingentes yacimientos de gas y petróleo. Es nominalmente la agencia autónoma, avalada por la ONU, que monitoriza los programas nucleares de sus 175 estados miembros, de los 193 que hoy integran Naciones Unidas. El IAEA busca garantizar que esos programas se desarrollen en un marco tecnológico seguro y, también crucial, con una finalidad pacífica. El organismo se fundó por impulso de un discurso de Eisenhower de 1953, en ese entonces inquilino de la Casa Blanca, ante la primera Asamblea General de la ONU presidida por una mujer, la diplomática india, hermana menor del Pandit Nehru, Vijaya Lakshmi Pandit. “Átomos para la paz” quiso subrayar en los albores de la Guerra Fría los beneficios de la novedosa energía nuclear para tranquilizar a un planeta aterrado tras sus efectos bélicos en Hiroshima y Nagasaki. Era lógico que, en 1968, cuando se ratificó el NPT, el cumplimiento de este decisivo acuerdo global fuese confiado al IAEA, que vela por ello desde entonces. Cuando se lo permiten, claro, que es lo que viene complicando Corea del Norte desde hace dos décadas. Pese a los obstáculos y al secretismo absoluto del programa nuclear norcoreano, pueden establecerse algunas orientaciones sobre su evolución. Hay constancia, por ejemplo, de que la Little Boy arrojada sobre Hiroshima rondaba los 16 kilotones y la Fat Man de Nagasaki, los 21. La bomba explosionada en el 2017 en Punggye-ri, el Alamogordo de Kim Jong-un, es de una magnitud seis veces superior en el caso más inofensivo, si se toma como referencia Hiroshima y una potencia de 100 kilotones. También cabe destacar que precisamente el archipiélago nipón, única víctima de un ataque atómico en toda la historia, tuvo que contemplar su cielo sobrevolado al menos dos veces, de forma fehaciente en el 2017 y el 2022, por cohetes de Pyongyang que bien podían haber acarreado una furia apocalíptica como la de 1945. No hace falta señalar la angustia que se vivió en Japón ante las malintencionadas trayectorias de vuelo. Las noticias no han mejorado estos últimos meses. De hecho, la escalada nuclear de Corea del Norte nunca ha dejado de redoblarse desde que Pyongyang implementó la política de militarización total en 1962. Al año siguiente, la Unión Soviética le denegó el arsenal de esta clase que ya estaba solicitando. Lo mismo hizo China más tarde. Pero se calcula que Kim Il-sung, el fundador del sangriento régimen comunista, comenzó a hacer realidad ese sueño tenebroso en la década de 1980 con ensayos para enriquecer uranio y detonaciones de gran potencia. En 1993, el año antes de morir, estuvo por retirarse del NPT. Y en aquella misma década, ya bajo el mandato de su hijo Kim Jong-il, Corea del Norte consiguió la asistencia técnica de Pakistán para fabricar armas atómicas. Estrenado con el portazo al NPT, el siglo actual ha sido, con diferencia, el más activo al respecto. A dos años de desvincularse del tratado, Pyongyang admitió que poseía armas nucleares. No tardó en demostrarlo. En el 2006 realizó su primera explosión subterránea de un artefacto de estas características. Era de una magnitud inferior a un kilotón, pero seguirían nuevos tests, en el 2009, el 2013 y dos en el 2016, hasta el del 2017, que, como mínimo, centuplicó la potencia del inicial. Corea del Norte incluso habló de poseer una bomba termonuclear, aunque no hay certeza sobre eso. Un camino también al alza han recorrido los misiles, los eventuales vectores de las cargas de fisión o fusión. A los de rango intermedio, como el Hwasong-7 (1.500 km) y el 12 (4.500 km), entre los más desplegados, han sucedido los de largo alcance. Desde el ya colosal Hwasong-15 (13.000 km), el mismo año de la última detonación nuclear, hasta el presente 17, el cancerbero de tres ojivas. Por otro lado, si Kim Jong-il llegó a disparar una quincena de misiles en el 2009, su año más activo en este apartado armamentístico, el dirigente actual, su hijo Kim Jong-un, sobrepasó esa cifra ya en el 2014 y casi la duplicó en un solo día del año pasado. Un aumento exponencial. Según una estimación del 2023 de un think tank al servicio del gobierno surcoreano, el incómodo vecino del norte poseería hoy entre 80 y 90 cabezas nucleares y quisiera tener unas 300 para el 2030. Hwasong, el nombre habitual de sus misiles, significa “Estrella de fuego”. De momento, solo han caído en el agua, para probarlos. Esperemos que nunca impacten en tierra, pero si EE.UU. continua provocando al enloquecido régimen de Pyongyang - enviando submarinos nucleares a Corea del Sur a modo de amenaza - no tardara mucho en que ello suceda.

ARTEMIS MISSIONS: El inicio de una aventura

En los próximos años, la NASA pretende alojar a los primeros astronautas en la Luna desde 1972, siguiendo los pasos del programa Apolo. Esta campaña lunar del siglo XXI, denominada Artemis, podría devolver a los humanos a la superficie lunar tan pronto como en el 2025. El programa Artemis, que lleva el nombre de la diosa griega de la Luna, se creó para realizar repetidos viajes a la Luna de modo que la NASA y sus agencias espaciales asociadas puedan establecer un nuevo punto de apoyo fuera del planeta. Los responsables de la NASA también esperan que Artemis sea el primer paso hacia ambiciones aún mayores en el espacio, como establecer una presencia lunar regular y aventurarse hasta Marte. El camino de vuelta a la Luna es complejo, con muchos retos pendientes, pero también con extraordinarias oportunidades de exploración. Durante sus misiones, las tripulaciones de Artemis vivirán a bordo de Orión, una cápsula diseñada para mantener viva y sana a una tripulación de cuatro personas en el espacio profundo durante un máximo de 21 días. Cada cápsula Orión volará con un Módulo de Servicio Europeo, proporcionado por la Agencia Espacial Europea, que llevará paneles solares, sistemas de soporte vital, tanques de combustible y el motor principal necesario para entrar en la órbita lunar. El transporte de Orión a la Luna es el Sistema de Lanzamiento Espacial, o SLS: un cohete de 98 metros de altura con una etapa central que quema una mezcla de hidrógeno líquido y oxígeno líquido. La primera etapa del cohete jumbo utiliza cuatro motores de cohete RS-25, desarrollados originalmente para el programa del transbordador espacial. El Artemis I, un vuelo de prueba sin tripulación a la Luna y de regreso, utilizará motores renovados que han volado en al menos tres misiones del transbordador espacial. Cada cohete SLS utilizará también dos enormes propulsores de combustible sólido acoplados a cada lado de la etapa central. En conjunto, el cohete generará 4 millones de kilogramos de empuje en el lanzamiento, un 15 por ciento más que el Saturno V del programa Apolo. La etapa superior del cohete se desprenderá del núcleo una vez que llegue al espacio y encenderá sus propios motores para enviar a Orión (con el Módulo de Servicio Europeo) hacia la Luna. Orión no puede aterrizar en la Luna, así que cuando la NASA haga su intento de alunizaje durante Artemis III, transferirá la tripulación de Orión a una versión modificada de la nave espacial Starship de SpaceX mientras está en órbita lunar. La Starship, que SpaceX está probando actualmente, transportará entonces a los astronautas hacia y desde la superficie lunar. Una vez que Orión regrese a la Tierra, la cápsula con forma de gota de goma utilizará sus escudos térmicos para sobrevivir al abrasador descenso a través de la atmósfera terrestre y luego desplegará los paracaídas para un chapuzón en el océano. La primera misión, denominada Artemis I, fue un lanzamiento de prueba sin tripulación lanzado el 26 de noviembre del 2022. Fue la primera prueba de vuelo sin tripulación de toda la "flota" de vehículos que conforman el programa: Orión, el módulo de servicio europeo y el cohete SLS. La única pieza que ha volado antes en el espacio es Orión, que se lanzó en otro cohete en diciembre del 2014 para probar sus escudos térmicos. "Estamos aprendiendo a través de los desafíos, de los logros: Artemis I demuestra que podemos hacer cosas grandes, cosas que unen a la gente, cosas que benefician a la humanidad, cosas como Apolo que inspiran al mundo", dijo al respecto, el administrador de la NASA, Bill Nelson; En tanto, Artemis II, programado para no antes de mayo del 2024, será el primer vuelo con tripulación del programa. Durante esta misión de 10 días, una tripulación de cuatro personas orbitará la Luna a bordo de Orión y luego regresará a la Tierra. La misión se asemeja al vuelo de diciembre de 1968 del Apolo 8; Por su parte, Artemis III, la misión destinada a devolver personas a la superficie lunar, se lanzará no antes del 2025. Esta misión de cuatro astronautas comenzará de forma muy parecida a Artemis II, pero cuando Orión entre en órbita alrededor de la Luna, se acoplará a un vehículo Starship de SpaceX que le estará esperando. A continuación, dos miembros de la tripulación utilizarán la Starship para aterrizar en la superficie lunar, cerca del polo sur de la Luna. Esos astronautas pasarán unos 6,5 días explorando e investigando, y luego la Starship transportará a la tripulación de vuelta a la órbita lunar, donde los astronautas volverán a la Orion y regresarán a la Tierra. A diferencia de las misiones Apolo, que aterrizaron cerca del ecuador de la Luna, Artemis III aterrizará cerca del polo sur de la Luna. La NASA ha desvelado 13 regiones de aterrizaje candidatas. Cada una de ellas es un cuadrado de aproximadamente 15 kilómetros de ancho y contiene al menos 10 posibles lugares de aterrizaje. La NASA está considerando estos lugares porque incluyen diversas características geológicas que no han sido exploradas antes. Cada lugar tiene un terreno plano para un aterrizaje seguro y recibe 6,5 días de luz solar a la vez, lo que permite a los astronautas permanecer en la superficie durante casi una semana. Las zonas pasan otros periodos de tiempo cubiertas por la sombra, por lo que el lugar exacto de aterrizaje de Artemis III dependerá de cuándo se lance la misión. La roca y el polvo lunares (conocidos como regolito) que se encuentran en las zonas de sombra permanente cerca de los lugares de aterrizaje objetivo contienen las huellas químicas del agua. La recolección de hielo de agua en el regolito lunar facilitaría mucho el establecimiento de una presencia humana a largo plazo en la Luna, como una estación de investigación al estilo de la Antártida. Sin embargo, aún no se sabe si el agua del interior de este polvo es abundante o fácil de extraer. Para averiguar si el agua de la región es aprovechable, la NASA planea enviar un rover robótico llamado VIPER a explorar el polo sur lunar en el 2024 para recoger más datos sobre los depósitos de hielo. Los astronautas de Artemis III podrían entonces seguir estudiando la zona. Cabe precisar que las raíces de Artemis se remontan al programa de vuelos espaciales Constellation del Criminal de Guerra George W. Bush, que se formalizó en el 2005 y se convirtió en el programa de vuelos espaciales tripulados de la NASA para sustituir al transbordador espacial que se retiraba. Bajo el gobierno del musulmán encubierto, Barack Hussein Obama, el programa Constellation se canceló en medio de la preocupación de que se enfrentara a retrasos y sobrecostes, una medida que perjudicó a la industria aeroespacial que se había creado en torno al transbordador espacial y al programa Constellation. En el 2010, el Congreso respondió aprobando un proyecto de ley que mantenía la cápsula de tripulación Orion del Constellation y pedía un nuevo cohete que utilizara los contratos existentes del transbordador espacial y del Constellation, que se convertiría en el SLS. Los planes para Orión y SLS han evolucionado a lo largo de los años, pero el programa Artemis, tal y como lo conocemos hoy, se organizó bajo la administración Trump, con un enfoque renovado en el regreso a la Luna como peldaño hacia Marte. La actual administración ha mantenido Artemis en gran medida sin cambios, retrasando la fecha objetivo para un aterrizaje lunar al 2025 en lugar del 2024. La NASA y otras agencias espaciales han renovado sus ambiciones lunares porque la Luna ofrece un destino científicamente rico y relativamente cercano para la exploración planetaria. Como han revelado las muestras devueltas por las misiones Apolo, los suelos y los cráteres de impacto de la Luna actúan como una biblioteca que narra la historia de 4500 millones de años del sistema solar. El satélite natural de la Tierra también podría servir de campo de entrenamiento para las misiones a otras partes del sistema solar. Aunque la Luna y Marte difieren en muchos aspectos, las lecciones aprendidas en la Luna (construir refugios, volar por el espacio profundo y extraer agua de los depósitos de hielo) podrían servir de base para una eventual exploración humana de Marte. Los defensores de los vuelos espaciales tripulados también creen que los retos de la exploración más allá de la Tierra pueden tener beneficios más amplios. Los grandes proyectos tecnológicos como Artemis y la Estación Espacial Internacional ofrecen una oportunidad para que los países colaboren de forma pacífica. La construcción del hardware y el software de Artemis proporcionará puestos de trabajo para una mano de obra numerosa y altamente cualificada. Para algunos, el objetivo de Artemis de volver a la Luna también sirve de importante inspiración para que los jóvenes aprendan sobre ciencia y tecnología. Para el científico lunar de la Universidad de Notre Dame, Clive Neal, que Artemis pueda considerarse un éxito o no depende de los beneficios tecnológicos que aporte. Señala el ordenador de guía del programa Apolo, que dio un impulso a la incipiente industria de los chips de silicio. "El objetivo final debería ser mejorar la vida en este planeta", afirma. El futuro de Artemis dependerá en última instancia de la voluntad del Congreso estadounidense. Por el momento, la NASA está planeando repetidas misiones a la superficie lunar. Ya se están construyendo componentes del SLS y de Orion para Artemis IV. Otras piezas de la infraestructura de Artemis también están en marcha. En colaboración con las agencias espaciales canadiense y japonesa, la NASA está construyendo la estación espacial Gateway para orbitar la Luna. Esta nave está destinada a servir de base para futuras salidas a la superficie lunar. Ya se están construyendo algunas partes de la Gateway y sus dos primeros módulos podrían lanzarse en el 2024. La misión Artemis IV, que se lanzará no antes del 2026, se encargará de terminar el montaje del Gateway en la órbita lunar. La NASA ha esbozado ideas para otras posibles actividades en la Luna, como una red de telecomunicaciones "LunaNet", un hábitat en la superficie lunar y un gran rover presurizado. Pero estas visiones de la habitabilidad humana continua en la Luna dependen del éxito de los primeros lanzamientos de Artemis.
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