Alejada por el momento de la primera línea de combate, la antigua Cartago celebró elecciones presidenciales el ultimo domingo con la esperanza de salir de la inestabilidad política que la agobia, sumado a una galopante crisis económica y al auge del radicalismo integrista, sin embargo los resultados no pueden ser mas desalentadores. En efecto, el ultimo sobreviviente del mal llamada “Primavera Árabe” no solo ve con angustia e impotencia como se acerca a sus fronteras la guerra civil que desgarra a Libia
(cuyos responsables de aquella lucha fraticida ven a Túnez como su próximo objetivo), sino que un conspicuo integrante del derrocado régimen dictatorial de Ben Ali como Beyi Caid Essebsi haya quedado primero en los comicios del domingo - pero al no alcanzar los votos suficientes disputará una segunda vuelta con el ex-presidente Moncef Marzuki - el cual no ha ocultado sus intenciones de seguir el mal ejemplo de Egipto y regresar al país a su oprobioso pasado. A pesar de todos los pronósticos iniciales,
Túnez había demostrado hasta el momento tener una inusual resistencia a los viejos hábitos autoritarios que habían derribado otras transiciones de la región. A diferencia de ellos, la transición tunecina aun resistía, pero el tiempo se le acabó, a pesar de los deseos de ciertos políticos que no quieren ver la realidad. “Túnez evidencia que el sueño de la democracia que estimuló la primavera árabe todavía sigue vivo”, escribía ilusamente el que fuera primer ministro, Rashid Ganushi, en una carta publicada por The Washington Post.
Pero los resultados electorales solo confirman la agudización de sus problemas: el auge del islamismo radical, la irrupción del terrorismo afín a ISIS, la inestabilidad política, la sucesión de gobiernos efímeros y el estancamiento económico ya habían puesto en jaque a la transición, pero el inminente retorno al poder de los nostálgicos de la dictadura le ha dado el puntazo final. Pocos pensaban en diciembre del 2010 que la inmolación de Mohamed Buazizi en protesta por los abusos policiales terminaría en una revuelta que tumbaría al dictador Zine el Abidine Ben Alí. Pocos imaginaron que esa llama prendería en la región y que Túnez serviría de “ejemplo” a sus países vecinos,
(donde se inicio una serie de revueltas orquestadas por los EE.UU., con el objetivo de derribar a aquellos gobiernos considerados “hostiles” y apoderarse de sus riquezas). Frente a un Egipto que ha terminado en el mismo punto del que partió (con una sangrienta dictadura militar como en la época de Mubarak), una Siria agredida criminalmente por los EE.UU. (quien ha financiado a grupos terroristas como ISIS desencadenado una terrible guerra civil con el objetivo de derrocar al régimen de Damasco) o una Libia al borde de la descomposición (con un país dividido, cuyos responsables luchan ferozmente entre si para arrebatarse sus despojos y crear un emirato islámico a las puertas de Europa),el proceso tunecino había sido el único sobreviviente de aquel fallido experimento. En casi cuatro años, el país ha tenido cuatro líderes de gobierno diferentes. El primero, surgido tras la huída de Ben Alí, tan solo sobrevivió unas semanas y dio paso a otro de que aguantó hasta las primeras elecciones. En octubre de 2011, Túnez se convirtió en el primer país de “las primaveras árabes” que celebró unas elecciones democráticas constituyentes y Ennahda en la primera fuerza islamista que alcanzaba el poder. Acusada de favorecer a los partidos integristas y guardar una agenda oculta para islamizar al país, la polarización se incrementó con la irrupción de acciones terroristas de grupos como Ansar al Sharia. La crisis provocó la dimisión el Gobierno islamista, y la formación de un ejecutivo liderado por el islamista Hamadi que también tuvo que dimitir meses después por las protestas populares. Un nuevo gobierno, previo pacto con la oposición laica, parecía haber logrado algo de estabilidad, pero el avance del integrismo originó el surgimiento de graves tensiones en estos años que dejaron al país dividido políticamente en dos bandos: el islamista, y el anti-islamista.
Junto a la polarización ideológica, el próximo Gobierno tunecino tendrá que enfrentarse con urgencia a la gran preocupación del país: el estancamiento económico. Los distintos gobiernos no han conseguido enderezar una economía que castiga especialmente a la población más joven. El paro ya supera el 15,7%, más de un punto por encima del existente en los tiempos de Ben Alí, y en los sectores más vulnerables de la población, esa tasa se duplica. El colapso de la economía ha provocado el auge del integrismo y que miles de tunecinos hayan decidido unirse a ISIS para luchar en Siria e Irak y luego volver a casa bien adoctrinados para continuar la guerra en su propio país. Según los expertos, el extremismo ha progresado por la falta de oportunidades, la oleada de imanes e islamistas amnistiados tras la caída de Ben Ali y el descuido de la seguridad en las fronteras con Argelia y Libia. No es de extrañar por ello que la radicalización de la juventud haya sido muy rápida y adopten posiciones afines a ISIS. Ahora las nuevas autoridades tendrán que enfrentar al problema de los retornados y de cómo evitar que se extienda el radicalismo en suelo tunecino. Muchos analistas creen que ya es demasiado tarde para frenar dicha amenaza, más aun porque ISIS ha “reivindicado” para su ilusorio califato todo el norte de África, en el cual Túnez aparece en un lugar preferente.
La guerra es inminente y si es elegido en segunda vuelta un antiislamista como Essebsi (quien considera que los integristas son un peligro para el progreso de su país, ya que están estancados en el nacimiento del Islam en el siglo VII) solo empeorará las cosas :(