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miércoles, 14 de septiembre de 2022

COREA DEL NORTE: Una estrategia peligrosa

Kim Jong Un - tercero de una sangrienta dinastía comunista que oprime con mano de hierro a Corea del Norte desde su fundación en 1948 - ha aprobado de manera unánime en su “Parlamento” una nueva ley por la que el país se declara de forma irreversible como un Estado con armas nucleares, un paso más en su sinuosa estrategia geopolítica. Esta nueva ley otorga “el derecho” a Pyongyang de usar ataques nucleares preventivos para protegerse, actualizando así una postura anterior según la cual habían dicho que mantendrían sus armas solamente hasta que otros países se desnuclearizaran y no las usaría de manera preventiva contra Estados que no los posean. “Las armas nucleares representan la dignidad, el cuerpo y el poder absoluto del estado”, dijo el sátrapa al conocer la decisión de la Asamblea Popular Suprema de aprobar la nueva ley en una votación unánime. “Mientras existan armas nucleares en la Tierra, y permanezcan el imperialismo y las maniobras antinorcoreanas de EE.UU. y sus seguidores, nuestro camino hacia el fortalecimiento de nuestra fuerza nuclear nunca terminará” aseveró. En semejante entorno, la última gran crisis entre Washington y Pyongyang en el 2017 parece ahora historia. Como recordareis, ese año Corea del Norte cruzó importantes umbrales técnicos en su programa nuclear, unos umbrales que la comunidad de inteligencia de EE.UU. había temido que se alcanzaran a mediados de la década de 1990. Kim Jong Un, terminó el trabajo realizado por su padre y su abuelo a lo largo de más de cuatro décadas: llevó a cabo la primera prueba de la historia con un misil balístico de alcance intercontinental y probó un arma termonuclear con un rendimiento explosivo de cientos de kilotones. Tras ello, en noviembre del 2017, declaró “completa” su disuasión nuclear y se volvió hacia la diplomacia con Corea del Sur y EE.UU. tras de su discurso de Año Nuevo del 2018. Los últimos meses del 2017 se volvieron peligrosos debido a las amenazas del entonces presidente estadounidense Donald Trump de atacar a Corea del Norte. Lo que cambió en el 2017 fue la aparición para EE.UU. de un tercer adversario con armas nucleares capaz de amenazar su territorio (los 48 estados federados contiguos en suelo continental) con un ataque nuclear. Los expertos técnicos debatieron los entresijos de la tecnología de misiles de Corea del Norte, incluida su fiabilidad. Sin embargo, los norcoreanos, en lo referente a la teoría de la disuasión, han parecido alinearse con Thomas Schelling, que argumentaba que la disuasión podía obtenerse bajo condiciones y capacidades ambiguas, frente a lo sostenido por Albert Wohlstetter, para quien el “equilibrio del terror” sobre el que se sustentaba la disuasión era delicado y requeriría un gran número de capacidades altamente fiables. Lo que dio a Kim la confianza para declarar “completa” su disuasión tras solo tres pruebas de misiles balísticos intercontinentales en el 2017 y seis pruebas nucleares entre el 2006 y el 2017 no fue que esas capacidades se hubieran perfeccionado o se consideraran altamente fiables; fue la noción, en línea con Schelling, de que la posesión de tales capacidades por parte de Pyongyang dotaría cualquier crisis futura con EE.UU. de una innegable dimensión nuclear. Ningún presidente estadounidense podría considerar un ataque a Corea del Norte con la seguridad de que Pyongyang no sería capaz de lanzar una cabeza nuclear contra Washington DC o contra Nueva York. Por más que los asesores presidenciales aseguraran que la probabilidad de una detonación norcoreana con éxito en suelo estadounidense era de tan solo un dígito en una crisis, cualquier presidente estadounidense se lo pensaría mucho antes de emprender una escalada contra Pyongyang. Al fin y al cabo, los acontecimientos con grandes consecuencias, aunque tengan mínimas probabilidades de materializarse, suelen inducir a la cautela. Ese cambio marcó en el 2017 una nueva experiencia para casi dos generaciones de responsables y planificadores militares estadounidenses. Desde que Mao Tse Tung probó por primera vez el misil balístico intercontinental DF-5 chino en 1971, la comunidad estadounidense de encargados de formular políticas no se había enfrentado a un adversario nuevo dotado de armas nucleares y que desarrollara la capacidad de alcanzar su territorio. En los cuarenta y seis años transcurridos entre 1971 y 2017, EE.UU. pensó en el contexto de Rusia y China la disuasión nuclear. Irán y Corea del Norte eran motivo de preocupación, pero en gran medida se pensaba en ellos como proliferadores nucleares y “estados delincuentes”. Si saltamos hasta el 2022, vemos que en gran medida la situación no ha cambiado. A pesar de que Corea del Norte ha producido masivamente misiles balísticos y ojivas nucleares (algo que Kim pidió durante su discurso de Año Nuevo del 2018, el mismo que abrió la puerta a la diplomacia con Corea del Sur), el mundo sigue tratando a Corea del Norte como un proliferador en lugar de un poseedor de armas nucleares. Las consecuencias de este marco pueden resultar nefastas a largo plazo, ya que el mundo no comprende la importancia de la reducción de riesgos con Corea del Norte. El marco proliferador en relación con el problema nuclear en la península Coreana se remonta a principios de la década de 1990, cuando los servicios de inteligencia estadounidenses ofrecieron por primera vez evaluaciones que indicaban que Kim Il Sung, el fundador de Corea del Norte, intentaba conseguir la bomba. Bajo presión soviética, Kim había aceptado el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP). La URSS, una importante fuente de patrocinio para Corea del Norte, dejaría de existir luego de seis años de la adhesión de Corea del Norte al tratado en 1985. El TNP, piedra angular del orden nuclear mundial, ofrecía un sencillo trato a sus signatarios: dejando de lado los cinco estados que habían hecho estallar un artefacto explosivo nuclear antes del 1 de enero de 1967 (EE.UU., Rusia, Francia, Reino Unido y China), todos renunciarían a las armas nucleares a cambio de acceder al comercio nuclear y tecnologías nucleares civiles. Por su parte, los cinco Estados con armas nucleares trabajarían de buena fe para lograr el desarme mundial. Es probable que Corea del Norte nunca haya aceptado del todo esta visión. Si hay un Estado del sistema internacional que interpreta el orden mundial en sentido neorrealista clásico, se trata de Corea del Norte. Las instituciones globales tienen poca utilidad para Pyongyang en un mundo donde todos los países, grandes y pequeños, deben hacer lo necesario para sobrevivir bajo una lógica de autoayuda. Y así, aunque recibir el patrocinio soviético resultó útil durante la guerra fría, el derrocamiento de la dictadura comunista y el colapso de la URSS en 1991 obligó a tomar medidas drásticas. Kim Il Sung ya estaba fascinado con los efectos de las armas nucleares a finales de la década de 1950; también habló de amenazas nucleares tras la crisis de los misiles de Cuba. A principios de la década de 1990, el interés de Corea del Norte por las armas nucleares pudo finalmente ser respaldado con una capacidad autóctona: contó con un reactor de gas-grafito en funcionamiento y con dos más en construcción. En 1992, las dos Coreas, al poco tiempo de entrar juntas en la ONU, sellaron un acuerdo para la “desnuclearización de la península de Corea”. Ese lenguaje, que forma parte aún hoy del léxico diplomático internacional acerca de la península de Corea, no aludía exclusivamente a la preocupación por un arma nuclear norcoreana, sino también a las armas nucleares estadounidenses en suelo surcoreano. En diciembre de 1991, la última arma nuclear táctica estadounidense abandonó la península de Corea. Esas armas no habían dejado de desplegarse en suelo surcoreano desde 1958 para disuadir a las fuerzas armadas de Corea del Norte, cuantitativamente superiores, de reanudar la guerra de Corea, concluida con un armisticio en 1953. La declaración conjunta de 1992 sobre la desnuclearización proporcionó otra base para asegurar el estatus no nuclear de ambas Coreas, algo que enseguida halló dificultades en la primera gran crisis entre EE.UU. y Corea del Norte de 1993-1994. Esa crisis acabó conduciendo al Marco Acordado, un acuerdo histórico que tuvo éxito en la medida en que retrasó la producción de plutonio por parte de Corea del Norte durante unos ocho años, hasta que se desmoronó durante la presidencia del Criminal de Guerra George W. Bush, cuando se hizo evidente que Pyongyang había buscado una capacidad de enriquecimiento de uranio, abriendo de ese modo una segunda vía hacia la bomba. Desde entonces, ha habido con Corea del Norte otros dos episodios diplomáticos dignos de mención. En primer lugar, a mediados de la década del 2000 y hasta el 2009, tuvo lugar el proceso multilateral del Diálogo de los Seis. Esas conversaciones condujeron a acuerdos e incluso al desmantelamiento de algunas instalaciones norcoreanas, pero fracasaron en gran medida con el empeoramiento de la salud de Kim Jong Il y el aumento de su preocupación por la sucesión. En el 2009, el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA), la agencia mundial de vigilancia nuclear encargada de cumplir las disposiciones de verificación y control del TNP, abandonó Corea del Norte por última vez y no ha regresado desde entonces. En diciembre del 2011, un nuevo y joven dirigente, Kim Jong Un, tomó el relevo de su padre. Bajo el mandato de Kim Jong Un, no habría esfuerzos diplomáticos serios hasta el 2018, cuando tuvo lugar la histórica cumbre entre Kim y el presidente estadounidense Donald Trump en Singapur. Este no era un experto en no proliferación y no parecía que le importara demasiado que Kim renunciara a sus armas. Esa cumbre fue, más bien, una forma de rebajar las tensiones de la crisis del 2017 y nada más. Como era obvio ello no iba a durar mucho debido a las intrigas de Washington, la diplomacia Trump-Kim, se derrumbó en una segunda cumbre en febrero del 2019, cuando EE.UU. no aceptó ofrecer a Corea del Norte un alivio de las sanciones a cambio de nada que no fuera su total capitulación y desarme, algo que los norcoreanos, como haría cualquier potencia armamentística que se precie, no podía aceptar bajo ningún concepto. Esta sombría historia nos ha dejado con pocos resultados tras treinta años de esfuerzos por hacer retroceder el programa nuclear de Corea del Norte. En la actualidad, tal programa funciona sin límites, y el único obstáculo para el ritmo y la escala del desarrollo nuclear del país es su aislamiento internacional bajo las sanciones económicas. Durante la pandemia del Cononavirus, Corea del Norte se aisló aun más del mundo, preocupada por el devastador efecto que tendría la pandemia en su limitada infraestructura sanitaria. Con ello, se ha sancionado a sí misma con más fuerza de la que podía esperar el mundo exterior. Ello no evito por cierto que el país comunista terminase contagiado y hoy no sabe la cantidad de muertos que ha originado, y según reportes de Seúl, aun sigue descontrolada. De todos modos, eso no ha contribuido mucho a frenar el ritmo de su desarrollo nuclear y de misiles. En el 2021, Kim Jong Un intervino en el VIII congreso del Partido del Trabajo, y esbozó un amplio programa de modernización de sus fuerzas nucleares. Entre otras capacidades, Kim pidió misiles balísticos con capacidad para múltiples ojivas, misiles hipersónicos, misiles de crucero de largo alcance y armas nucleares tácticas. Esas declaraciones desmontaron las ilusiones que aún sustenta gran parte de la política internacional hacia Corea del Norte: ya no se trata de un problema de proliferación, sino de un problema de disuasión. En relación con el desarme de Corea del Norte, cabe hablar en los mismos términos que en relación con el desarme de los otros ocho poseedores de armas nucleares del mundo. En el año transcurrido desde las declaraciones en el VIII congreso del Partido del Trabajo, Kim ha demostrado que sus ambiciones son creíbles. Ha supervisado las pruebas de nuevas armas hipersónicas y ha presentado un nuevo misil de crucero. El gobierno del discapacitado físico y mental de Joe Biden entretanto, ha fracasado en gran medida a la hora de considerar Corea del Norte como una prioridad. Enfrentada a un entorno internacional difícil, la administración estadounidense se ha encontrado incentivando fuegos de forma demoniaca en Ucrania y Taiwán, provocando con ello a Rusia y China. Todo eso constituye una buena noticia para Kim Jong Un. Si bien la pandemia y las dificultades económicas provocadas por ella en el país enfrentan a Kim con el contexto interno más problemático desde que llegó al poder, el contexto internacional quizás sea el más propicio que haya tenido nunca. No es probable que Rusia muestre mucho interés en presionar a Corea del Norte, y el enviado de China para asuntos de la península de Corea ha defendido la incorporación a la política internacional de las “legítimas preocupaciones de seguridad” de Pyongyang. Tanto Moscú como Beijing han reclamado también un alivio de las sanciones contra Corea del Norte; en el 2017, antes de que las relaciones con EE.UU. se deterioraran seriamente, ambos países permitieron la imposición de nuevas sanciones cuando Corea del Norte realizó sus grandes pruebas armamentísticas. Ello ahora pertenece al pasado. La diplomacia con Corea del Norte no parece que vaya a reanudarse pronto, ahora que se proclamo como Estado nuclear. La actual campaña de modernización militar de Kim tendrá que seguir su curso antes de que los norcoreanos sientan que tienen suficiente influencia para volver a la mesa de negociaciones. Mientras tanto, los riesgos nucleares en la península Coreana siguen siendo elevados. Al tratar con una Corea del Norte en posesión de armas nucleares, hay que centrarse en gestionar el problema, disuadir la agresión y reducir los riesgos. El desarme de Pyongyang, ya no es realista ni a corto ni a largo plazo. Intentarlo bajo presión significaría la guerra. Lo que queda a Washington seria aceptar una coexistencia con una Corea del Norte con armas nucleares: una coexistencia peligrosa, sin duda. Ya es hora de aceptar la realidad de que treinta años de esfuerzos para desnuclearizar la península de Corea han llegado a un punto muerto, algo que Washington no va a aceptar por ningún motivo y trataran de repetir lo hecho en Libia, donde a Gaddafi le ofrecieron de todo si se deshacía de sus misiles, pero al hacerlo, ordenaron su asesinato, convirtiendo a ese país en un Estado fallido y santuario del terrorismo. De seguro Kim Jong Un ha tomado nota de ello y no permitirá que ello se repita, por lo que la situación en la península coreana seguirá agudizándose :(
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