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miércoles, 28 de agosto de 2019

UNIVERSO DESCONOCIDO: Vida más allá de nuestro planeta

Se trata de una de las preguntas más antiguas que se ha hecho la humanidad: ¿Hay vida fuera de nuestro planeta? Es posible que exista en otros mundos, ya sea en nuestro sistema solar o en torno a estrellas distantes, ten¬ga que florecer en océanos cubiertos de hielo, como los de Europa, uno de los satélites de Júpiter, o en cuevas llenas de gases, como las que quizás abundan en Marte. Si encontramos la manera de aislar e identificar en la Tierra formas de vida capaces de prosperar en ese tipo de ambientes extremos, estaremos un paso más cerca de hallar vida en otros planetas. No es fácil señalar el momento exacto en que la búsqueda de vida en otros mundos pasó del terreno de la ciencia ficción y los mitos al de la ciencia, pero uno de los principales hitos fue una conferencia sobre astronomía celebrada en noviembre de 1961. La organizó Frank Drake, un joven radioastrónomo fascinado por la idea de buscar transmisiones de radio alienígenas, cuando convocó una conferencia sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre, o SETI (acrónimo de Search for ExtraTerrestrial Intelligence), “era esencialmente tabú en astronomía”, recuerda ahora Drake, de 86 años. Pero con el apoyo del director de su laboratorio, logró reunir a un grupo de astrónomos (entre ellos un joven científico planetario llamado Carl Sagan), químicos, biólogos e ingenieros para debatir sobre lo que hoy se denomina astrobiología, la ciencia de la vida fuera de la Tierra. En particular, Drake necesitaba el asesoramiento de los expertos sobre la racionalidad de dedicar una porción sustancial del tiempo de observación de un radiotelescopio a la búsqueda de señales de radio procedentes de otros planetas y sobre la forma de observación más prometedora. ¿Cuántas civilizaciones puede haber en nuestra galaxia?, se preguntaba. Por eso, antes de que llegaran sus invitados, garabateó una ecuación en la pizarra. Aquellos trazos apresurados, que hoy se co¬nocen como la famosa ecuación de Drake, delinearon un procedimiento para dar respuesta a su pregunta. Tuvo que transcurrir un tercio de siglo antes de que fuera posible empezar a asignar valores estimativos a los diferentes términos de la ecuación. En 1995 se detecto el primer planeta que orbitaba en torno a una estrella semejante al Sol fuera de nuestro sistema solar. Aquel mundo, conocido como 51 Pegasi b, se encuentra a unos 50 años luz de la Tierra y es una enorme masa gaseosa cuyo tamaño es la mitad de Júpiter, con una órbita tan próxima a su estrella que su “año” dura solo cuatro días y su temperatura superficial supera los 1.000 °C. Nadie pensó ni por un momento que pudiera haber vida en un entorno tan infernal. Pero el mero hecho de saber que existía ese planeta fue un gran paso adelante. A comienzos del año siguiente se hallaron otros más. Hasta la fecha se han localizado y confirmado casi 2.000 exoplanetas, algunos más pequeños que la Tierra y otros más grandes que Júpiter; quedan miles a la espera de confirmación, la mayoría des¬cubiertos gracias al telescopio espacial Kepler, en órbita desde el 2009. Ninguno de esos planetas es exactamente igual a la Tierra, pero los científicos confían en encontrar uno muy semejante en un futuro próximo. Sobre la base de los descubrimientos de planetas ligeramente más grandes realizados hasta el momento, los astrónomos calcularon recientemente que más de una quinta parte de las estrellas parecidas al Sol tienen a su alrededor planetas habitables, semejantes a la Tierra. Es una buena noticia para los astrobiólogos. Y eso no es todo ya que no solo los planetas son candidatos para poseer vida, sino también sus satélites. Resulta que la gama de temperaturas y ambientes químicos en dichos mundos haría proliferar organismos inimaginables para nosotros. En la década de 1970 oceanógrafos como Robert Ballard descubrieron las chimeneas hidrotermales: fisuras del fondo oceánico de las que mana agua a elevadísimas temperaturas y en cuyo entorno se desarrolla un variado ecosistema de bacterias que se alimentan de sulfuro de hidrógeno y otras sustancias químicas disueltas en el agua, y que a su vez son el sustento de otros organismos que no necesitan la luz del sol para sobrevivir y ello puede ocurrir perfectamente en Europa, la luna de Júpiter, que presenta grietas en su superficie helada, y relativamente joven, lo que indica que bajo el hielo hay un océano de agua líquida donde podría existir vida. En 2005, la sonda Cassini de la NASA localizó chorros de agua eyectados de la superficie de Encélado, un satélite de Saturno. Mediciones realizadas más tarde por la nave y dadas a conocer en abril de este año confirman que también allí podría haber una fuente subterránea de agua. A ellos debemos agregar que en la superficie de Titán, el satélite más grande de Saturno, hay ríos, lagos y lluvia. Pero el ciclo meteorológico de esta luna se basa en hidrocarburos líquidos, como el metano y el etano, no en el agua. Puede que allí haya alguna forma de vida, pero es muy difícil imaginar cómo será. De los nombrados Europa es la más atractiva para los científicos y eso hace que la idea de enviar una sonda orbital gane adeptos, pero por desgracia, la misión es considerada demasiado costosa: 4.700 millones de dólares, por lo que se ha rediseñado los planes y si finalmente se aprueba, se espera que el lanzamiento tenga lugar entre comienzos y mediados de la década de 2020, en un viaje que durará unos seis años. Lamentablemente, todo indica que el proyecto demorara en hacerse realidad y vaya uno a saber cuando ocurrirá, Por lo pronto, la NASA ha dirigido sus esfuerzos a los telescopios espaciales, mientras que Frank Drake continúa buscando señales extraterrestres, un descubrimiento que superaría a cualquier otro. “Tiene sentido continuar con nuestras investigaciones -dice- porque no tenemos ni idea de lo que los extraterrestres podrían estar haciendo realmente” expresó :)
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