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miércoles, 12 de febrero de 2020

CORCEGA: Anhelos de Libertad

Anclado en el mar Mediterráneo, se encuentra una isla con cultura e identidad propia que desde hace décadas lucha denodadamente por su independencia: Su nombre, Córcega. Efectivamente, en medio de la corriente nacionalista que recorre Europa y que ponen en entredicho la integridad territorial de los Estados. Es el caso de Francia, donde también ha emergido una corriente independentista que se ha convertido en el gran desafío de Emmanuel Macron, aquel iluminado que se cree la reencarnación de Luís XIV. Como sabéis, los tiempos de prosperidad económica dentro del seno de la Unión Europea habían acallado las aspiraciones nacionalistas de ciertas regiones, pero solo en apariencia. Así, antes del 2008 parecía que una veintena de Estados europeos avanzaban hacia una gran unión supranacional que intentaba superar las singularidades y distintas sensibilidades. Sin embargo, han pasado doce años y la anacrónica organización se encuentra en una profunda crisis política y económica tras la reciente salida del Reino Unido que significa no solo el fin del infame “tutelaje” de Bruselas, sino también de su abultada contribución para mantener a su frondosa burocracia. No cabe duda que el Brexit ha marcado un episodio sin precedentes en el seno europeo, al que le han acompañado el recrudecimiento de tensiones territoriales, como es el caso de Catalunya en España, Flandes en Bélgica, Baviera en Alemania o el norte de Italia, por citar solo algunos. Mientras la atención mediática se ha centrado durante estas últimas semanas en el abandono de Londres de la UE, el país de las esencias jacobinas está comenzando a tensarse por el auge del nacionalismo corso. Desde que asumió la presidencia, Macron ha apostando por una agenda netamente europeísta, que renueve la voluntad política por una mayor integración. Pero sus propósitos de liderar una Europa más unida se están viendo frenados por un creciente problema interno. Parecía que nada o nadie le podía hacer sombra en Francia, menos cuando su partido y sus socios políticos controlan la Asamblea Nacional; no obstante, la isla de Córcega ha emergido como el gran problema no resuelto. Como recordareis, en diciembre del 2017 se celebraron las elecciones regionales corsas, donde la coalición Pé à Corsica (Por Córcega), que aglutina a independentistas, nacionalistas y autonomistas, se hizo con casi el 60% de los votos y 41 de los 63 escaños de la cámara regional. Nunca antes en los 60 años de Historia de la V República una fuerza política corsa había logrado tanto poder. Mientras los partidos tradicionales franceses de derecha e izquierda se derrumbaban para dar paso al fenómeno ¡En Marcha! y al Frente Nacional, en Córcega su espacio fue rotundamente ocupado por el espíritu identitario corso. Sorprendido, Macron prometió una Francia renovada, unida y fuerte cuando llegó a la presidencia, pero ahora tiene ante sí un movimiento que viene a cuestionar su visión del país. Por su situación geográfica cercana a la costa francesa e italiana, Córcega tiene un valor estratégico reseñable. Durante siglos fue lugar de paso para griegos, cartaginenses y romanos, que utilizaron sus puertos como refugio para los navíos. En la Edad Media estuvo bajo el control de Pisa y Aragón hasta mediados del siglo XV. Génova se hace con el control total de la isla en 1460 y comienzan casi tres siglos de control genovés. Durante este tiempo, los dirigentes genoveses trataron a Córcega como una colonia. Los habitantes eran considerados ciudadanos de segunda clase, sin oportunidad de participar en la vida política ni en la administración de la república italiana. El escaso desarrollo económico de la isla y la situación de exclusión serán los factores que desencadenarán a principios del siglo XVIII un fuerte sentimiento independentista. Durante más de tres décadas los corsos protagonizarán numerosas revueltas contra el dominio genovés hasta que en 1755 Pascal Paoli se convierte en general jefe de la República Corsa independiente. Unos años antes de la guerra de la independencia estadounidense (1775-1783) y de la Revolución francesa (1789), Córcega atrajo la atención de los políticos, juristas e intelectuales ilustrados: bajo el mandato de Paoli, la isla se constituyó como una república independiente y se dotó de una Constitución propia. Este texto fue un referente para su época por introducir ideas novedosas, como la creación de una Asamblea Legislativa elegida por sufragio universal. Pero el monarca francés Luís XV no se podía permitir un Gobierno revolucionario a pocos kilómetros de la costa francesa. Luego de más de cuatro años de lucha, los revolucionarios corsos se rinden en 1769 ante los invasores franceses. Coincidentemente, el mismo año que nacía el corso más infame de la Historia, Napoleón Bonaparte - el ladrón de Europa - la isla quedaba en manos de Francia. Durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, los ocupantes franceses nunca consiguieron sofocar las aspiraciones independentistas corsas. De hecho, la clase política de la capital tendió a desatender la región, sobre la que no existió ningún tipo de política de inversión ni de integración con los invasores. Entre la población de la isla siempre existió un sentimiento identitario distinto al resto del Francia, acentuado por el uso de un idioma diferente. La Segunda Guerra Mundial enterrará momentáneamente el problema político; Córcega sería liberada por los italianos, quienes le prometieron su independencia tras el final del conflicto, pero en 1943, fue ocupada por el enemigo estadounidense para operaciones sobre Italia y Francia, siendo entregado posteriormente a De Gaulle, aquel traidor que la sometió brutalmente al control de Paris, intentando sofocar a sangre y fuego el sentimiento nacionalista corso. Avivado por las luchas de liberación en Indochina y Argelia, en la década de los cincuenta resurgirá un movimiento nacionalista que ha llegado hasta nuestros días. Se crearán diversas formaciones políticas regionalistas: algunas de ellas apostarán por un encaje autonómico dentro del centralismo francés; otras, por un programa claramente independentista. Los problemas económicos de la isla y las prácticas caciquiles de los principales partidos políticos profundizarán la sensación de la población de sentirse desamparados por el ocupante francés. En la década de los setenta surge el Frente de Liberación Nacional de Córcega (FLNC), que fue activo hasta el 2014, cuando anunciaron un cese permanente de la lucha armada. Se le sindica como el responsable de más de 600 ataques a los intereses del enemigo francés, que incluyen el ajusticiamiento de una veintena de personas, entre ellas del sanguinario prefecto del Gobierno central Claude Erignac en 1998. Sus acciones se centraron en ataques a infraestructuras turísticas, extorsión a empresarios extranjeros y el cobro de un impuesto revolucionario a los ciudadanos corsos. Durante los noventa se produjeron luchas intestinas en el seno de la organización, que derivaron en violencia callejera y en un aumento de los crímenes en la isla. Desde entonces, la inseguridad ha sido uno de los mayores problemas que afronta Córcega, golpeada repetidamente por las disputas entre distintas bandas rivales, así como una creciente tensión social entre corsos y los indeseables emigrantes procedentes del África, que llegaban en pateras de Argelia. El independentismo corso tuvo escasa representación en las instituciones locales a finales del siglo XX y principios del siglo XXI, cuando los socialistas franceses y el partido conservador se fueron turnando en el Gobierno regional y ocupando las principales alcaldías de la isla. Además, las fuerzas corsas han estado tradicionalmente muy divididas; las diferencias han residido entre quienes defienden mayores cotas de autonomía y quienes directamente apuestan por la independencia. El panorama social tampoco ha sido propicio para los soberanistas, con una sociedad fragmentada, regida por diversas familias y clanes que actúan con prácticas caciquiles. En la década de los sesenta, el ocupante francés llevó a cabo un plan de desarrollo de la economía local centrado en el turismo. Sin embargo, esta estrategia a largo plazo no ha aportado los réditos esperados para la población corsa. Córcega tiene una extensión de 8.600 kilómetros cuadrados, con una población de cerca de 300.000 habitantes. Si bien es la región que cuenta con el mayor grado de autonomía en el Estado francés, también cuenta con los mayores índices de desigualdad y pobreza del país. Los corsos suelen lamentarse de que incluso las provincias de ultramar reciben más atención por parte del Elíseo. Los nacionalistas corsos están convencidos que el escaso desarrollo de la isla se debe a la despreocupación del Gobierno central. La solución pasa por tomar un mayor control de sus propias instituciones y recursos económicos para hacerse cargo realmente del desarrollo de la isla. La defensa de su soberanía se lleva incluso al terreno de la propiedad y la vivienda. Desde hace varias décadas, las tierras dedicadas al cultivo o las playas públicas han ido disminuyendo para dejar sitio a espacios turísticos. Una de sus reclamaciones más significativas es la de establecer una nueva regulación que prohíba el acceso a la compra de propiedades a aquellos que no sean residentes, especialmente a los emigrantes africanos. Asimismo, están preocupados por preservar su identidad cultural y su pasado histórico. Uno de sus principales esfuerzos ha sido favorecer la divulgación de la lengua corsa y reclamar que el corso sea reconocido como idioma cooficial. A estas reclamaciones económicas y culturales se unen otras referidas a la seguridad. Por un lado, los independentistas corsos llevan años demandando una amnistía para los condenados por ‘terrorismo’, que están en cárceles fuera de la isla. Por otro lado, debido a la inseguridad en los principales municipios de Córcega, propiciada por las luchas de poder entre clanes, los líderes locales siempre han pedido más medios para la policía local, más aun teniendo en cuenta los graves enfrentamientos que se están sucediendo en los últimos años contra la presencia de los musulmanes. Todas estas pretensiones nunca han llegado a ser contempladas por los distintos jefes de Estado. Entre 2009 y el 2015 se produjeron una serie de acontecimientos que han precipitado que en apenas diez años los nacionalistas e independentistas corsos hayan alcanzado los máximos órganos de poder en la isla. Este período coincide con una etapa de crisis económica que se hace notar en toda Francia y deteriora aún más la frágil actividad insular. Además, salieron a la luz una serie de casos de corrupción de líderes socialistas y conservadores corsos que dinamitaron el apoyo electoral de estos partidos y abrieron nuevas posibilidades a las fuerzas de carácter soberanista. Es en este momento cuando se da una confluencia acelerada de los distintos partidos isleños. Dos abogados liderarán el movimiento corso. Jean-Gut Talamoni se hace con las riendas del principal partido independentista en el 2009; su primer objetivo fue aglutinar a todos los soberanistas en torno a unas mismas siglas. Al año siguiente, Gilles Simeoni se convierte en la cabeza visible de los nacionalistas corsos. En el 2015 se produce un hecho transcendental para la política local: ambos dirigentes decidieron unir fuerzas y confluir bajo las siglas de Pè a Corsica. Esta unión de partidos se convirtió en apenas tres años en el poder hegemónico en la isla. Simeoni reafirmo su liderazgo en el 2018 al reforzar su mayoría en la Asamblea de Córcega, siendo elegido miembro del consejo ejecutivo. Su propósito a medio plazo es mantener a todas las fuerzas corsas en un mismo bloque bajo un programa de mínimos con la prioridad de intentar reactivar la economía de la región y reducir las elevadas tasas de desempleo y desigualdad. Al mismo tiempo, buscan presionar a París, donde Macron se niega a abrir un debate que saque a relucir sus reclamos independentistas y tampoco consentirá que se cuestione la pertenencia corsa a Francia. Los independentistas de la coalición se habían comprometido a no plantear la ruptura con Francia en los próximos años. A cambio exigían que París acepte un Estatuto de autonomía y que éste se negocie, se redacte y se apruebe antes del 2020, pero nada de ello ocurrió. El problema - según Paris - radica en que tanto la autonomía (los nacionalistas proponen imitar la que ya tiene la vecina isla italiana de Cerdeña) como los principales proyectos de Pé à Corsica chocan con la Constitución francesa. La cooficialidad de las lenguas francesa y corsa es anticonstitucional, porque la única lengua legalmente reconocida, y obligatoria, es el francés. El "estatuto de residente" tampoco encaja en la Constitución, porque - afirman - discrimina al resto de los franceses. Y el Gobierno de París ni reconoce la existencia de presos políticos ni, por consiguiente, se plantea siquiera la opción de poner en libertad a los miembros del FLNC. Esta intransigente posición adoptada por el ocupante francés, a la larga solo generara mas confrontación y el resurgimiento de la lucha armada en una isla que no descansara en su objetivo de ser libre :)
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