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miércoles, 27 de junio de 2018

TURQUIA: Todo el poder para el Sultán

Tal como estaba previsto, el dictador Recep Tayyip Erdogan se alzo con la ‘victoria’ en las fraudulentas elecciones llevadas a cabo este domingo en Turquía, con una oposición en la cárcel y ferozmente silenciada, obteniendo una mayoría absoluta en el Parlamento que le permitirá gobernar sin adversarios por los siglos de los siglos, el acariciado sueño de todo tirano, mas aun cuando de quien en su locura se cree la reencarnación de Soliman el Magnifico, aquel déspota que gobernó con mano de hierro el Imperio Otomano, que como sabéis, abarcaba todo el Medio Oriente, el norte de África y los Balcanes en Europa, unos territorios que el actual sátrapa turco en sus afiebradas sueños, pretende restaurar. En efecto, Erdogan se declaró ‘vencedor’ de unas elecciones celebradas en medio de las protestas de la oposición. Ahora tendrá poderes casi ilimitados al revalidar su mandato con un 53 %, muy cercano al porcentaje que obtuvo en el 2014 cuando accedió al cargo, según la agencia semipública Anadolu. A partir de ahora, no solo será el jefe del Estado, sino también el del Gobierno, ya que con estos comicios entra plenamente en vigor la reforma constitucional de 2017, con la que se ha abolido la figura del primer ministro, para no compartir el poder con nadie. Ostenta así prácticamente todos los poderes en la República, dado que tiene, además, potestad de nombrar a gran parte de la cúpula de la Judicatura y puede incluso promulgar leyes por decreto, si bien el Parlamento - que volverá a estar bajo su férreo control - tiene la posibilidad de anularlos. Tras su cuestionado ‘triunfo’ en las urnas, espera reforzar su poder, gracias a una revisión constitucional que aumenta mucho sus prerrogativas y cuyas principales disposiciones entrarán en vigor tras las elecciones. En los 15 años que ocupa el cargo, el ‘sultán’ ha transformado profundamente Turquía. Tras consolidar su poder, busca igualar en la historia al ‘fundador’ de la República, el infame Mustafá Kemal (Atatürk), aquel despreciable violador de niños griegos. Ni su paso por prisión, ni las monstruosas manifestaciones en su contra ni tampoco una sangrienta intentona golpista en julio del 2016 patrocinada por los EE.UU. para apartarlo del cargo, frenaron su irresistible ascenso de quien dirige el país con mano dura desde el 2003. A sus 64 años, Erdogan consiguió de esta manera, en las elecciones generales del domingo, un mandato hecho a su medida, según una revisión de la Constitución que fue aprobada el año pasado que le otorga un poder omnímodo. A menudo descrito como un feroz asesino que tiene las manos manchadas con la sangre de miles de kurdos a quienes reprime salvajemente, contando para ello con el silencio cómplice de los gobiernos de Occidente al tratarse de un ‘socio’ de la OTAN, este nostálgico del Imperio Otomano es un temible animal político que ha ganado todas las elecciones desde que su partido, el AKP, llegara al poder en 2002. En sus mítines, despliega las ‘cualidades’ de un demagogo sin igual que en gran parte han contribuido a su longevidad política, echando mano de referencias a poemas nacionalistas y al Corán para movilizar a sus seguidores. Nacido en un barrio popular de Constantinopla (Estambul), Erdogan se planteó hacer carrera en el fútbol -un deporte que practicó en una categoría semiprofesional- antes de meterse en política. Aprendió todos los trucos en el movimiento islamista del ex primer ministro Necmettin Erbakan, antes de ser propulsado a la primera línea cuando fue elegido alcalde de Estambul en 1994. En 1998 fue condenado a una pena de prisión por haber recitado un poema religioso, un episodio que no hizo sino reforzar su aura de ‘iluminado’. Tomó la revancha en la victoria electoral del AKP - partido que cofundó - en el 2002. Un año después, fue nombrado primer ministro, cargo que desempeñó hasta el 2014 como el verdadero poder detrás del trono, cuando se convirtió en el primer presidente turco elegido por sufragio universal directo, unos comicios fraudulentos de principio a fin. Casado y con cuatro hijos, Erdogan se cree el único capaz de "mantenerse firme" frente a Occidente y de guiar el barco a través de las crisis regionales, empezando por el conflicto sirio, que el mismo propicio al permitir que en su territorio se formasen y entrenasen los terroristas de ISIS bajo supervisión de instructores de la CIA y el Mossad israelí. Sus virulentos discursos contra la ‘islamofobia’ que gangrena, según él, a Europa y sus posicionamientos ‘a favor’ de los palestinos - a pesar que mantiene excelentes relaciones con sus verdugos sionistas - le han reportado alguna popularidad en el desinformado mundo musulmán, que no están conscientes de su doble juego. Pero desde las grandes manifestaciones antigubernamentales de la primavera del 2013, brutalmente reprimidas, también se convirtió en la personalidad política más criticada de Turquía, a causa de la deriva autoritaria e islamista que fue adoptando con gran virulencia, mostrando su verdadero rostro autoritario. Su poder vaciló a finales del 2013 cuando estalló un escándalo de corrupción contra su círculo más próximo. Erdogan denunció un “complot” en su contra y en la prensa severamente controlada por el tirano, apenas se habló del caso. Pero, en la noche del 15 de julio del 2016, el dictador tuvo que enfrentar su peor prueba, en forma de un sangriento intento de golpe de Estado patrocinado por los EE.UU. quienes comenzaron a desconfiar de el, debido a su rechazo a la idea de instaurar un Estado títere kurdo en los territorios controlados por ISIS en Siria e Irak. La imagen de Erdogan, esa noche, llamando al pueblo al rescate a través de la pantalla de un teléfono inteligente, con el rostro lívido, marcó a la gente. Tanto como su llegada triunfal al principal aeropuerto de Estambul de madrugada, anunciando la derrota de los golpistas. Erdogan acuso entonces al prófugo predicador Fethullah Gülen - que vive bajo la protección de la CIA en los EE.UU.- de estar detrás de la intentona golpista, para instaurar un gobierno de traidores colaboracionistas servil a Washington, como ocurrió en Ucrania. El fracaso del golpe dio lugar a sangrientas purgas masivas tanto en el gobierno como en el ejército turco, donde miles de funcionarios, diplomáticos, ministros y generales fueron brutalmente torturados por la policía secreta, y ejecutados sumariamente sin juicio alguno. Desde entonces el terror se ha apoderado del país, donde es inadmisible la más mínima crítica al tirano. Adulado por sus simpatizantes y odiado por sus detractores, Erdogan parece estar no obstante convencido de que dejará una huella imborrable en la ominosa historia reciente de su país. “Un hombre muere, pero su obra le sobrevive”, repite a menudo el autócrata, quien ordenó la construcción de una gigantesca mezquita en Constantinopla (Estambul), como ya lo hicieron los sultanes mucho antes que él, esperando que su sangriento legado perdure hasta el infinito :(
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