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miércoles, 29 de julio de 2020

CHINA: La fuerza de la razón

Tal como lo estamos viendo en estos últimos días en medio de la carrera electoral estadounidense, Donald Trump podría tomar medidas arriesgadas que pueden conducir a un peligroso enfrentamiento militar entre los EE.UU. y China por el control del Asia Pacífico. Irónicamente, su reelección podría ser la única oportunidad de evitar una nueva Guerra Fría o incluso el estallido de la Tercera Guerra Mundial. En efecto, cuando los futuros historiadores escriban las crónicas del siglo XXI, probablemente marcarán el 2020 como un punto de inflexión que marca el comienzo de un genuino antagonismo entre dos de las tres potencias más fuertes del mundo. Tres sucesos han convergido durante el 2020. El primero es el rápido crecimiento del poder económico, tecnológico y militar chino que rivaliza abiertamente con el decadente poder de los EE.UU. en una serie de áreas cruciales. La segunda es la pandemia del Coronavirus que ha agravado las relaciones entre EE.UU. y China, ya que ambos se acusan mutuamente de haberlo creado y propagado con el fin de debilitar al adversario… aunque con ello se carguen al resto del mundo. La tercera son las elecciones presidenciales en los EE.UU., en la que “la amenaza china” figura como un tema importante y podría empujar a Donald Trump - quien va por la reelección - a tomar medidas arriesgadas que conduzcan a un peligroso enfrentamiento militar con China en el Asia-Pacífico. Una cuestión aún mayor es quién será elegido presidente del EE.UU. en noviembre, ya que esto podría definir la trayectoria a largo plazo de las relaciones entre Washington y Beijing. En los últimos tiempos se ha comparado la creciente rivalidad sino-estadounidense con la Guerra Fría soviético-estadounidense. Pero algunos analistas autorizados ahora advierten que una nueva Guerra Fría podría volverse aún más peligrosa que la original. Wang Jisi, presidente del Instituto de Estudios Internacionales y Estratégicos de la Universidad de Beijing, cree que "los lazos entre China y los EE.UU. hoy pueden ser incluso peores que la relación soviético-estadounidense". A pesar de algunos momentos esporádicos como la crisis de los misiles cubanos en 1962, argumenta Wang, las relaciones Moscú-Washington se mantuvieron esencialmente estables durante más de cuatro décadas. EE.UU. y la URSS estaban separados políticamente, económicamente y socialmente y en realidad no podían influir en los asuntos internos de cada uno. “Por el contrario, la relación China-EE.UU. ahora sufre una desconexión forzosa luego de un progreso constante de comprometerse entre sí durante cuatro décadas. Las pérdidas materiales causadas por las disputas acaloradas y el desacoplamiento a regañadientes entre los dos lados son más angustiantes que la analogía de la Guerra Fría” aseveró. La creciente rivalidad entre China y los EE.UU. muestra vívidamente que la globalización y el aumento asociado de la interdependencia que durante mucho tiempo se anunciaba falazmente como una fuerza para la paz internacional, es un arma de doble filo y pueden envenenar fácilmente las relaciones entre las naciones. Kenneth Waltz, uno de los más grandes teóricos de las relaciones internacionales, señaló sagazmente que "una estrecha interdependencia significa cercanía de contacto y plantea la posibilidad de al menos conflictos ocasionales ... Los estados interdependientes cuyas relaciones permanecen sin regular deben experimentar conflictos y ocasionalmente terminaran en violencia". Los EE.UU. y China han cosechado enormes beneficios materiales al intensificar sus relaciones desde la década de los 70, pero por lo visto esos tiempos van quedando atrás y vuelve la desconfianza mutua. El profesor Avery Goldstein, de la Universidad de Pensilvania, argumenta que "una relación del siglo XXI entre EE.UU. y China comparte desafortunadas similitudes con la era de décadas de antagonismo entre EE.UU. y la Unión Soviética", pero también "introduce algunos riesgos nuevos e inquietantes". Un riesgo particular que destaca Goldstein, es que el escenario principal de la rivalidad entre Washington y Moscú fue el continente europeo, mientras que el foco de la actual competencia geoestratégica sino-estadounidense se encuentra en las aguas del Océano Pacífico occidental. Es mas, a diferencia de la Guerra Fría, donde los intereses vitales de los EE.UU. y la URSS en Europa estaban bien delineados, en el Pacífico occidental la extensión geográfica exacta de los intereses vitales estadounidenses y chinos sigue sin estar clara, lo que hace que sea más difícil estar seguro de las líneas rojas de cada lado. Además, incluso cuando las fuerzas estadounidenses y chinas en el Pacífico occidental no se desafían directamente entre sí, patrullan, maniobran y hacen ejercicio en áreas donde hay unidades de ambos lados. A Goldstein le preocupa que la mezcla operativa aumente el riesgo de incidentes que pueden convertirse en crisis con el potencial de escalar a un conflicto militar mucho más grave. Si bien, ya se produjeron incidentes militares entre EE.UU. y China en el Mar Meridional de China, a medida que la relación bilateral continúe deteriorándose, tales encuentros solo se volverán más peligrosos. La temporada electoral estadounidense crea además riesgos adicionales. Al respecto, Wang Jisi está preocupado de que en los próximos cuatro meses hasta el 3 de noviembre la Casa Blanca pueda "crear algunos incidentes en las relaciones con China para mostrar su determinación en disuadir a Beijing, lo que se podría intensificar hasta convertirse en un choque mortal" advirtió. Si Beijing pudiera votar en las elecciones presidenciales de los EE.UU. ¿a quién preferiría: Donald Trump o Joe Biden? A pesar de toda su maldad e impulsividad, para China es más fácil tratar con Trump. Como sugirió recientemente un analista chino en el diario oficialista Global Times: "Trump seria lo mejor para nosotros porque a pesar de su lenguaje confrontacional de cara al público, en realidad está más ansioso en lograr sustanciosos acuerdos económicos, algo que no sucedería con Biden por ejemplo" indicó. Esto bien podría ser cierto. Trump prefiere tratar asuntos de dinero sobre todas las cosas. El dinero, por su propia naturaleza, es relativamente fácil de compartir y dividir, mientras que el poder, sobretodo en la cambiante política internacional, es mucho más difícil de compartir y comprometer. Para nadie es un secreto que la máxima prioridad de Trump es crear riqueza para los EE.UU. pero a su vez, esta mucho menos preocupado por mantenerlo como el poder hegemónico del mundo. Su principio de ‘America First’ (América Primero) enfatiza a los EE.UU. como un Estado-nación soberano y próspero en lugar de ser un cuasi-imperio global como lo fue desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero que hoy se encuentra en total declinación. Demás esta decir que China quiere ser la cabeza de ese poder político global, reemplazando a los EE.UU. Por su parte, Trump, si se queda en la Casa Blanca por otro período, puede estar dispuesto a acomodar el impulso de Beijing por la influencia geopolítica y el prestigio a cambio de una relación económica más rentable con los chinos. En otras palabras, Trump está listo a realizar un gran negocio con el ‘emperador’ Xi Jinping buscando aumentar la riqueza de los EE.UU., incluso a expensas del predominio de su país en la política mundial. Y es que como todo hombre de negocios, a Trump solo le interesa acumular más y más dinero. El resto es secundario. En contraste con el enfoque pecuniario de Trump, la filosofía de política exterior de Biden es sobre el poder. Si este es elegido, continuará con la estrategia bipartidista establecida por Washington de tratar de mantener la decadente hegemonía global de los EE.UU., lo que casi inevitablemente significara un choque total con China. Al fin y al cabo, fue durante la administración Obama, donde Biden se desempeñó como vicepresidente, que lanzó el "reequilibrio" hacia Asia-Pacífico para contrarrestar la creciente influencia china. Es revelador asimismo que los asesores de política exterior de Biden, como Ely Ratner, del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense, sean intransigentes con Beijing. También se espera que Biden restaure y fortalezca la red de alianzas estadounidenses maltratadas por Trump, con los países de la zona, en especial con la India. Beijing teme, por una buena razón, que estas alianzas revitalizadas se usen para aislar y presionar a China. Cabe recordar que cuando se trata de política exterior y de China en particular, Biden y el establisment del Partido Demócrata están esencialmente en la misma línea que sus contrapartes en el Partido Republicano. Si hay alguna diferencia, son principalmente de estilo, no de sustancia. Se conoce además que los posibles candidatos presidenciales republicanos, como Mike Pompeo, Tom Cotton o Marco Rubio, son extremadamente agresivos con China como lo son con Rusia. En este sentido, Trump es un extraño en su propio partido. A menudo se dice que, a diferencia del antagonismo soviético-estadounidense, las tensiones entre EE.UU. y China no son ideológicas. Esto podría haber sido cierto hace solo unos años, pero hay indicios de que la competencia ideológica está volviendo rápidamente. El formidable partido-estado de China bajo Xi Jinping es visto por muchos como un abierto desafío neototalitario existencial para los EE.UU. y para Occidente. Esto es ominoso ya que, históricamente, son los conflictos sobre ideas y valores universales (ideología en general) los que tienden a ser los más peligrosos. A diferencia de la mayoría de las otras figuras de la clase política estadounidense, Trump es decididamente no ideológico. Su ausencia por cierto, es una explicación de su gran afinidad con el Presidente ruso Vladimir Putin, otro líder mundial no ideológico. Es por todo ello que irónicamente, la reelección de Trump en noviembre del 2020 podría ser la única oportunidad de evitar una conflagración general, que dará paso a un Nuevo Orden donde EE.UU. no tendría lugar. Es el tiempo de China :)
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