El pasado fin de semana se dio a conocer una noticia que dejo al descubierto los siniestros planes que el Criminal de Guerra Donald Trump - quien se encuentra por estos días por Europa - tiene preparado para Venezuela, victima desde hace mucho tiempo atrás de una guerra económica por parte de los EE.UU. así como de una virulenta campaña mediática en su contra de aquellos medios de comunicación al servicio del Imperio. Venga ya ¿que autoridad moral puede tener este impresentable sujeto para decidir la clase de gobierno que puede tener un país que no es el suyo? La invasión a Venezuela comenzó a rondarle la cabeza desde agosto del año pasado, cuando lanzó esta insólita pregunta a miembros de su gobierno: “Con una Venezuela que se está viniendo abajo y que amenaza a la seguridad regional, ¿por qué no podemos simplemente invadir este país tan problemático?”, lo cual dejó atónitos a los presentes en la reunión realizada en la Oficina Oval de la Casa Blanca, entre ellos el entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, y el asesor de Seguridad Nacional, general H.R. McMaster, que ya no forman parte del ejecutivo estadounidense. El relato hasta ahora desconocido de la conversación - dado a conocer en exclusiva por Associated Press - procede de un alto cargo del gobierno familiarizado con lo que se dijo entonces, que habló bajo condición de anonimato por lo delicado del asunto. En una conversación que duró unos cinco minutos, McMaster y otros, hablando por turno, explicaron a Trump las consecuencias negativas de una invasión, que le costaría a Washington el apoyo de los gobiernos latinoamericanos, contrarios a esa idea, porque saben muy bien que serviría de un peligroso precedente, si mañana mas tarde algunos de aquellos países deciden salir de su órbita. Pero Trump tenía una respuesta, afirmando que había varios ejemplos de lo que consideraba el uso “exitoso” de la fuerza en la región, citando las invasiones de Panamá y Granada en los 80. Al día siguiente, Trump volvió a insistir en el tema al hablar de una “opción militar” para derrocar a la Revolución Bolivariana e instaurar “la democracia” en Venezuela, pero esta vez en público, lo que generó un gran dolor de cabeza para su equipo comunicacional. Y posteriormente, discutió esta posibilidad durante una cena con líderes latinoamericanos, previo a su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, en septiembre del año pasado. Como es obvio, la Casa Blanca no ha querido hacer comentarios sobre ello. Sin embargo, un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional aseguró que EE.UU. mantenía todas las propuestas sobre la mesa “para conseguir restaurar la democracia en Venezuela y conseguir estabilidad” un eufemismo utilizado para tratar de justificar lo injustificable, cuando en el fondo lo único que pretenden es apoderarse de sus reservas de crudo, una de las mas grandes del mundo. Actualmente tiene una reserva de 298.000 millones de barriles de petróleo - según la Energy Information Administration - más que las de Arabia Saudita, Rusia o Irán y ocho veces más que las de EE.UU. Ahí está el quid del asunto, el verdadero motivo de los “desvelos” de Trump. A ello se suma las continuas visitas a la región de su vicepresidente Mike Pence “intentando” hacer cambiar de opinión a los países latinoamericanos, para dar paso a una intervención armada. Esta idea no es nueva, ya que se habla de ella en Washington desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999 (a quien por cierto intentaron derrocarlo en el 2002, fracasando miserablemente). Sin embargo, ha vuelto a ganar prominencia en los meses recientes conforme el gobierno del presidente Nicolás Maduro ha consolidado su control, desbaratando todos los planes golpistas impulsados por la Casa Blanca a través de sus agentes de la MUD y siendo reelecto para un nuevo periodo a pesar de todos los intentos de Washington por tratar de impedirlo. Luego de que el golpista Antonio Ledezma, fugara de Venezuela en noviembre del 2017, este se quitó la careta y comenzó a pedir abiertamente desde entonces una intervención militar. Asimismo, Ricardo Hausmann, un economista venezolano en la Universidad de Harvard, argumentó en un ensayo que la fantasmal Asamblea Nacional, controlada por la oposición, debería “destituir” a Maduro y allanar el camino para la acción militar extranjera “destinada a removerlo”. También trazó paralelos a la invasión de 1989 a Panamá y el “relativo éxito” (?) del que ese país ha gozado desde que Noriega fuera derrocado. Pero un ataque militar en contra de Venezuela sería un disparate. La Venezuela de 2018 no es el Panamá de 1989 e invadirla no sería un ataque quirúrgico como limitarse a lanzar bombardeos aéreos. El Panamá de Noriega solo tenía 15.000 tropas y Estados Unidos tenía bases militares alrededor de la capital, lo que no sucede en este caso. Por el contrario, Venezuela tiene 115.000 tropas, tanques y aviones de combate, con armamento ruso de última generación. Es un país de 30 millones de habitantes, de los cuales gran parte apoya al gobierno y que tienen no solo una ideología - el socialismo antiimperialista - que sirve para coordinar sus esfuerzos, sino que además están armados, ya que han sido preparados militarmente para una guerra “asimétrica” desde hace más de una década ante una eventual invasión, por lo que un ataque estadounidense tendría un elevado costo de vidas humanas. Y no hay posibilidad de que los países de la región participen en ese esfuerzo para derrocar a Maduro, Brasil ya lo dejó claro. En el caso concreto de Colombia, cuyo gobierno es un estrecho y tradicional aliado de Estados Unidos, el cual recientemente fue “aceptado” en la OTAN y que comparte una extensa frontera con Venezuela, una invasión de Washington en esa nación podría desembocar en un flujo masivo e incontrolable de refugiados y desplazados. De la misma manera, para los otros países de Sudamérica una guerra en su región tendría consecuencias necesariamente desastrosas en su estabilidad interna y en su debilitada economía, ya que abriría la puerta al caos. Lo más grotesco del asunto es que Trump ni siquiera tiene una razón precisa para pensar en una agresión de esa magnitud, habida cuenta que el gobierno bolivariano no representa amenaza alguna para la superpotencia (no tiene armas de destrucción masiva ni es un país que auspicie el terrorismo mundial, por ejemplo). Como sabéis, la relación entre EE.UU. y Venezuela se encuentra especialmente enquistada desde que Trump asumió la presidencia en enero del 2017. Fruto de esta tensa relación, en los últimos meses, la Casa Blanca ha aplicado numerosas sanciones contra funcionarios y empresas venezolanas e incluso, llegó a promover una ridícula resolución para iniciar el proceso destinado a suspender a Venezuela de la Organización de Estados Americanos (OEA), ridículo en el sentido que Caracas había anunciado hace varios meses atrás su retiro de aquel desacreditado organismo que es manejado por el Departamento de Estado como su mesa de partes, por lo que se apruebe en ella no tiene validez alguna. Aun así, Washington no consiguió en aquella ocasión ni siquiera los votos suficientes para aprobar ese pedido. Ante los fracasos de sus planes subversivos contra Venezuela, EE.UU. ha decidido jugarse la última carta y opta por lo que más sabe hacer, invadir militarmente, aunque puede sufrir otra derrota. Este tipo de conflictos tienen un alto costo económico y en vidas humanas. Un escenario que podría ser particularmente peligroso para el gobierno de Trump, teniendo a la vista las elecciones legislativas de noviembre de este año y sus aspiraciones de buscar la reelección presidencial en el 2020. Además, la idea de una operación militar en Venezuela - además de extemporánea - podría generar un efecto contrario al que podría buscar Trump. Basta recordar lo ocurrido con la invasión estadounidense a Irak ordenada por George W. Bush: el fin del gobierno de Saddam Hussein dio paso a una ocupación militar que duró casi siete años y el inicio de una guerra sectaria entre chiitas y sunnitas que han destruido el país haciéndolo ingobernable y dividido hasta el infinito, convirtiéndolo no solo en un Estado fallido - como Libia y Afganistán - sino también en un “santuario” del terrorismo internacional. Da la “casualidad” que Washington también tiene mucho que ver con la destrucción sistemática de aquellos países. Es su “obra”. Pero Venezuela no es Granada ni Panamá para que una invasión estadounidense provoque la caída del gobierno casi sin combatir, como ocurrió en ambos casos. Una acción de esta envergadura podría generar que todo un país de casi 31,5 millones de habitantes cerrara filas en contra de una presencia militar extranjera, creando un escenario de total hostilidad a través de una “guerra de guerrillas” en las zonas rurales y una ola de atentados, sabotajes o secuestros en áreas urbanas. Es un hecho que el mundo ya no está para aventuras bélicas de ninguna clase, de modo que es de esperar que los dichos de un desvariado mental como Donald Trump queden sólo en palabras. Si a pesar de todo insiste en pasar a la acción, será el segundo Vietnam de los EE.UU. Advertido esta :)