No esperen que los grandes medios de comunicación occidentales, los políticos europeos de la OTAN y la UE, ni el régimen de Zelenski y sus allegados lo admitan, pero no cabe duda de que la cumbre de Alaska entre los presidentes ruso y estadounidense fue un éxito. No fue un gran avance, pero claramente fue más que un evento de "me alegro de que al menos estén hablando". Esto no fue comparable a la reunión de Ginebra entre el presidente ruso Vladimir Putin y el discapacitado físico y mental Joe Biden en el 2021, que estaba condenada al fracaso debido a la intransigencia arrogante de su administración. Fundamentalmente, ambas partes - no, no solo una - han logrado lo que los expertos occidentales llaman "victorias": Estados Unidos ha demostrado a los europeos de la UE y la OTAN que solo él decide cuándo y cómo dialogar con Rusia y con qué objetivos. A los vasallos europeos les cuesta comprender esto porque se trata de una aplicación de la soberanía genuina, algo que ya no tienen ni desean. Rusia, por su parte, ha demostrado que puede negociar mientras continúa la lucha y que no tiene ninguna obligación legal ni moral - ni presión práctica - de cesar la lucha antes de que las negociaciones muestren resultados satisfactorios. Hacerlo en este momento, como insistentemente pretende la UE, cuando Ucrania sufre derrota tras derrota en el campo de batalla, solo significaría darle ‘aire’ a un régimen desfalleciente para que se rearme y se prolongue inútilmente una guerra que ya la tiene perdida. Trump también lo entendió así y por ello no se lo solicito a Putin durante su encuentro - como exigían sus aliados de la OTAN - coincidiendo más bien con el líder ruso en que Kiev debe ceder territorios y reconozca a Crimea y el Dombás como parte integral de Rusia si quiere la paz. El hecho de que sepamos tan poco, al menos por ahora, sobre el contenido específico y detallado de las conversaciones de la cumbre y sus resultados es, en realidad, una señal de seriedad. Así es como funciona la diplomacia que se merece ese nombre: con calma, confidencialidad y paciencia, tomándose el tiempo necesario para lograr un resultado sólido y decente. En ese contexto, la negativa explícita del presidente norteamericano, Donald Trump, a hacer públicos qué puntos de desacuerdo persisten y han impedido un avance por ahora es una muy buena señal: claramente, cree que pueden aclararse en el futuro cercano y, por lo tanto, merecen discreción. Sin embargo, tenemos algunas pistas que permiten hacer conjeturas plausibles sobre el ambiente de la cumbre: no es sorprendente que ambos líderes no ocultaran su respeto mutuo e incluso su simpatía contenida. Esto también es, y siempre ha sido, algo positivo. Pero, en sí mismo, esto no puede traducirse en un acuerdo sobre Ucrania ni en una política más amplia de normalización (o quizás incluso en una nueva distensión, con mucha suerte). Para eso, tanto Trump como Putin se toman demasiado en serio la defensa de los intereses nacionales. Más revelador aún, inmediatamente tras la reunión, Trump aprovechó una entrevista con Fox News para afirmar tres cosas importantes. Confirmó que hubo "mucho progreso", reconoció que el presidente ruso desea la paz y le dijo a Zelenski que "llegara a un acuerdo". Cuando Putin, en una breve conferencia de prensa, advirtió a Bruselas y Kiev que no intentaran sabotear las conversaciones , Trump no contradijo al líder ruso, demostrando estar de acuerdo con él. Los actos conmemorativos que acompañaron la cumbre transmitieron más de un mensaje. Honrar públicamente la alianza ruso-estadounidense de la Segunda Guerra Mundial obviamente implicaba que ambos países cooperaron intensamente a pesar de una profunda división ideológica, que hoy en día ya no existe. El comunismo es parte del basurero de la historia, tras el derrocamiento del régimen y el consiguiente colapso de la URSS en 1991, pero lastimosamente en Occidente siguen con ese pensamiento anacrónico de la Guerra Fría. Rusia es ahora nacionalista, pero es algo que no pueden entender. En cuanto al encuentro, podría decirse que aquí había un segundo mensaje sutil: otro aliado - aunque a menudo olvidado (en palabras de la historiadora Rana Mitter) - de la Segunda Guerra Mundial era, al fin y al cabo, China. En ese sentido, las deliberadas y reiteradas invocaciones de Putin al recuerdo de la cooperación entre Washington y Moscú eran también una señal más de que Rusia no estaría dispuesta a aceptar fantasías de "Kissinger al revés" de romper la solida alianza entre Moscú y Beijing. A inicios de esta semana, Trump ha recibido en la Casa Blanca a Zelenski y a los líderes de la UE, que no fueron invitados a Alaska, para darles a conocer los resultados de su encuentro con Putin. Sin embargo, es interesante observar que nada de lo que hemos oído sobre estas conversaciones indica un nuevo cambio de opinión por parte de Trump. Al menos por ahora, el presidente estadounidense parece dejar pocas esperanzas a los belicistas europeos y al régimen de Kiev de que vuelva a enfrentarse a Moscú. Lo único que han logrado es el anuncio del encuentro entre Putin y Zelenski “dentro de dos semanas” en la cual también estaría Trump, aunque no se ha detallado el lugar donde se realizará. Tras la reunión con sus vasallos de la UE y Zelesnki, circularon informes de que Trump reitero su posición a favor de las conversaciones de paz con Rusia, rechazando de plano la desesperada exigencia tanto de parte de Ucrania como de la UE de centrarse primero solo en un alto el fuego. Esto tiene sentido, sobre todo porque ellos y los grandes medios de comunicación afines no dejan de sermonear a Trump sobre, en esencia, lo crédulo que lo consideran. Es de esperar que el presidente estadounidense esté harto de que Zelenski, Bolton, el New York Times y compañía le digan públicamente que es un tonto a punto de ser engañado 'por los grandes y malvados rusos'. El castigo adecuado para esta ofensiva mediática es asegurarse por partida triple de que sus autores sean completamente irrelevantes. Esta es la pregunta más importante sobre el futuro de lo que se ha iniciado con éxito (o, en realidad, continuado públicamente) en la cumbre de Alaska. Rusia ha sido sumamente coherente y no da señales de que pretenda volverse menos predecible. Pero Occidente se ha mostrado díscolo e inestable. Este es el momento en que Washington debe mantener la vía de la normalización con Moscú, independientemente de lo que quieran sus clientes europeos y el régimen ucraniano. Irónicamente, no escucharlos mucho, si es necesario, también es lo mejor para todos. Ahora bien, como dijo Trump, depende de Zelenski que acabe la guerra y agrego algo muy importante: “Ucrania no va a ser parte de la OTAN, ya que este es una línea roja para Moscú. Es mejor que se olvide de ser parte de ella como de Crimea” aseveró. Si el déspota ucraniano rechaza las condiciones de paz impuestas por Rusia, el conflicto continuará hasta su derrota final y nadie - ni EE.UU. ni la Alianza Atlántica, ni mucho menos la UE - lo salvará de su destino.
Los orangutanes son uno de los grupos de homínidos más amenazados del planeta: según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), quedan alrededor de 120.000 individuos en libertad y podrían extinguirse en el medio natural en solo 50 años. Este género de primates son endémicos de dos islas de Indonesia: Borneo, donde vive la especie más numerosa (el orangután de Borneo o Pongo pygmaeus, con 104.700 ejemplares) y Sumatra, donde habitan otras dos (el orangután de Sumatra o Pongo abelii, con 13.800, y el orangután de Tapanuli o Pongo tapanuliensis, con solo 800). Las tres especies están clasificadas como “en peligro crítico de extinción” por la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (UICN) y podrían extinguirse en libertad a mediados de este siglo. Las principales amenazas provienen de la acción humana, sobre todo la pérdida de hábitat debido a la explotación forestal y al cultivo de palma de aceite. El orangután es un género de homínidos que solo se encuentra en dos islas: Borneo y Sumatra. Son especies arbóreas, que necesitan grandes extensiones de selva para vivir, ya que la fruta supone alrededor de dos tercios de su alimentación. La especie más numerosa es el orangután de Borneo, que habita principalmente en el sudeste de esta isla. Las otras dos especies viven en el norte de Sumatra y hasta hace poco se consideraban una sola, llamada orangután de Sumatra, pero en el 2017 se describieron algunas poblaciones como una especie separada, el orangután de Tapanuli. De forma natural no tienen muchos depredadores, siendo el más peligroso la pantera nebulosa de Borneo (Neofelis diardi) ya que es capaz de trepar a los árboles donde viven y duermen. La clave de su supervivencia es, precisamente, poder moverse de un árbol a otro sin tener que bajar al suelo; por ese motivo, la fragmentación de su hábitat los pone aún más en peligro. Los orangutanes alcanzan la madurez sexual entre los 14 y los 15 años, tienen un período de gestación de nueve meses y dan a luz una sola cría cada vez. Este es uno de los factores que contribuyen a su declive, ya que su tasa de reproducción es muy baja. Según WWF, la población de orangutanes se ha reducido al menos en un 60% en los últimos 50 años. Además, los bebés tienen una gran dependencia de sus madres: hasta los dos años dependen completamente de ellas, que no los destetan hasta los cuatro años de edad, a veces incluso más. Si las madres mueren, las crías se encuentran indefensas y seguramente mueran también, porque los machos no participan en la crianza. La principal amenaza para los orangutanes es la deforestación que se está produciendo en Borneo y Sumatra, a causa de dos industrias en particular: la maderera y la de aceite de palma. Las explotaciones reducen y fragmentan cada vez más el hábitat del orangután, haciéndoles más difícil la búsqueda de comida y limitando el tamaño de los grupos. Además, el aislamiento de las diversas poblaciones reduce su diversidad genética y los hace más vulnerables a enfermedades. Cabe precisar que la industria de palma del aceite es de lejos la principal amenaza, ya que se trata de un producto muy demandado y requiere grandes extensiones de terreno. El aceite de palma se usa en la industria alimentaria, cosmética y en la producción de biodiésel; Indonesia y Malasia son dos de los principales productores, lo cual pone en peligro no solo a los orangutanes sino también otras muchas especies, sobre todo aves. Otra amenaza humana es la caza, a causa de varios motivos. Uno es que, al tener dificultades para encontrar alimento en la selva, se internan en las plantaciones y los agricultores los matan. También se los caza por su carne y, menos frecuentemente ya que es ilegal, para hacer amuletos o souvenirs. Pero la razón principal por la que se caza a los orangutanes es para capturar a las crías, que se venden ilegalmente como mascotas exóticas, matando a las madres para capturarlos. A menudo las crías también mueren en el intento de capturarlas ya que se dispara a las madres y los pequeños caen al suelo desde una gran altura. En algunos casos se ha informado incluso de hembras que han sido capturadas para usarlas como esclavas sexuales. Asimismo, los orangutanes que son comprados como mascotas a menudo mueren, contrayendo enfermedades que les transmiten los humanos. Si sobreviven, a veces son liberados cuando crecen y se convierten en un problema para sus dueños, ya que desarrollan actitudes agresivas; pero al no haber sido criados en libertad lo más probable es que no logren sobrevivir. La amenaza a la que se enfrentan los orangutanes ha hecho que se activen medidas para su protección, pero estas resultan insuficientes ya que no protegen su hábitat. Por ejemplo, desde 1990 la legislación indonesia prohíbe matar, capturar o vender estos animales, pero la reducción de su hábitat debido a la explotación agrícola y maderera prosigue. Tanto Indonesia como Malasia han establecido parques naturales para proteger a las poblaciones amenazadas, así como centros de reintroducción donde se intenta enseñar a los bebés huérfanos a valerse por sí mismos, con la esperanza de devolverlos a la selva. La mayoría están situados en la isla de Borneo. Sin embargo, esto no consigue frenar la principal amenaza que les ha puesto en peligro, que es la destrucción de su hábitat. En este sentido, las organizaciones conservacionistas ponen el foco en la necesidad de que la industria del aceite de palma se comprometa a realizar una explotación sostenible. También se busca frenar la deforestación implantando legislaciones que prohíban la importación de madera de zonas amenazadas. Un objetivo prioritario es el de recuperar corredores biológicos que conecten las áreas donde todavía viven los orangutanes, especialmente en Sumatra, donde su hábitat se encuentra muy fragmentado. Esta especie es muy vulnerable en zonas con baja densidad forestal, ya que esto les obliga a bajar de los árboles y los expone al ataque de depredadores como los tigres y los cocodrilos, o al choque con otros animales que, sin ser carnívoros, pueden entrar en conflicto con ellos como los jabalíes.