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miércoles, 10 de mayo de 2023

EE.UU.: El enemigo interior

Como sabéis, “América” - tal como gusta autoproclamarse EE.UU. - es una estratocracia , es decir una forma de gobierno dominada por los militares. Asimismo, es axiomático entre los dos partidos gobernantes que debe haber una constante preparación para la guerra. Demás está decir por ello que los enormes presupuestos de la máquina de guerra son sacrosantos. Se ignoran así “convenientemente” sus miles de millones de dólares gastados en despilfarros y operaciones fraudulentas . Es más, sus recientes fiascos militares en el Sudeste Asiático, Asia Central y Medio Oriente - basta recordar su humillante derrota en Afganistán o el fracaso de sus protegidos de ISIS en Siria - han desaparecido en la vasta caverna de la amnesia histórica gracias a una intensiva propaganda de los medios al servicio del establishment, que distorsionan groseramente la verdad. Esta amnesia, que significa que nunca habrá rendición de cuentas, autoriza a la industria de guerra a destripar económicamente al país y llevar al Imperio a un conflicto autodestructivo tras otro. Para asegurarse aquello, los militaristas siempre deben ganar todas las elecciones. No pueden perder. Es imposible votar en contra de ellos. El estado de guerra es un Götterdämmerung , sin el cual no pueden vivir. No es de extrañar que desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno estadounidense haya destinado más de la mitad del dinero de sus impuestos en operaciones militares pasadas, presentes y futuras. Es la actividad de apoyo más grande del gobierno. Los sistemas militares se venden antes de que se produzcan con garantías de que se cubrirán los grandes sobrecostos. La ayuda exterior depende asimismo de la compra de armas estadounidenses que hagan los “beneficiados”. Así por ejemplo Egipto, que recibe unos 1.300 millones de dólares en financiación militar extranjera, debe dedicarlos a comprar y mantener los sistemas de armas estadounidenses. Por su parte, la entidad sionista que usurpa tierra palestina ha recibido $ 158 mil millones en asistencia bilateral de los EE. UU. desde 1949, casi todo desde 1971 en forma de ayuda militar, y la mayor parte como podéis imaginar, debe destinarse exclusivamente a la compra de armas de los fabricantes de armas estadounidenses. De esta manera, el público estadounidense sin saberlo financia con sus impuestos la investigación, el desarrollo y la construcción de sistemas de armas y luego “compra” estos mismos sistemas de armas en nombre de gobiernos extranjeros. Es un sistema circular de bienestar corporativo. Entre octubre del 2021 y septiembre del 2022, EE. UU. gastó $ 877 mil millones en el ejército, más que China, Rusia, Alemania, Francia y el Reino Unido juntos. Estos enormes gastos militares, junto con los crecientes costos de un sistema de salud con fines de lucro, han llevado la deuda nacional de EE. UU. a más de $ 31 billones, casi $ 5 billones más que todo el Producto Interno Bruto (PIB) estadounidense. Este desequilibrio no es sostenible, especialmente una vez que el dólar ya no es la moneda de reserva mundial. A partir de enero del 2023, EE. UU. gastó un récord de $ 213 mil millones en el servicio de los intereses de su deuda nacional. El público, bombardeado con la propaganda de guerra las 24 horas del día, vitorea su autoinmolación. Se deleita con la belleza despreciable de la destreza militar estadounidense. Habla en los clichés que acaban con el pensamiento vomitados por la cultura de masas y los medios de comunicación. Absorbe la ilusión de la omnipotencia y se revuelca en la autoadulación. La intoxicación de la guerra es una plaga. Imparte un subidón emocional que es impermeable a la lógica, la razón o los hechos. Ninguna nación es inmune a ello. Una sociedad dominada por militaristas distorsiona sus instituciones sociales, culturales, económicas y políticas para servir los intereses de la industria bélica. La esencia de las fuerzas armadas se enmascara con subterfugios: usar las fuerzas armadas para llevar a cabo misiones “de ayuda humanitaria”, evacuar a civiles en peligro, como vemos en Sudán, definir la agresión militar como una “intervención humanitaria” o una forma de proteger “la democracia y la libertad”, o alabando a los militares por llevar a cabo “una función cívica vital al enseñar liderazgo, responsabilidad, ética y habilidades a los jóvenes reclutas”, pero su verdadero rostro - el de fomentar la guerra enviándolos a morir para proteger sus sucios intereses - está oculto. De ello se encarga la propaganda. Como podéis imaginar, el mantra del estado militarizado es “la seguridad nacional”. Si toda discusión comienza con una cuestión de seguridad nacional, toda respuesta incluye la fuerza o la amenaza de la fuerza. De esta manera, la preocupación por “las amenazas internas y externas” por ellos incentivados de forma demoniaca – y lo vemos ahora en toda su crudeza en Ucrania - divide al mundo en “amigos y enemigos”, “buenos y malos”. Las sociedades militarizadas son terreno fértil para los demagogos. Los militaristas, como los demagogos, ven a otras naciones y culturas a su propia imagen: amenazantes y agresivas. Sólo buscan la dominación. “No estaba en nuestro interés nacional hacer la guerra durante dos décadas en todo el Medio Oriente. No es de nuestro interés nacional ir a la guerra con Rusia o China” dicen hipócritamente en la Casa Blanca. Pero los militaristas que gobiernan desde las sombras y sostienen esos gobiernos “elegidos democráticamente” necesitan la guerra como un vampiro necesita sangre para sobrevivir. Es inconcebible para ellos la paz y la sabotean de mil maneras. Como recordareis, tras el derrocamiento de la dictadura comunista y colapso de la Unión Soviética en 1991, Mikhail Gorbachev y más tarde Vladimir Putin intentaron integrar a su país en las alianzas económicas y militares occidentales. Pero una alianza que incluyera a Rusia habría anulado los llamados para expandir la OTAN, lo que EE. UU. prometió “que no haría más allá de las fronteras de una Alemania unificada”, y habría hecho imposible convencer a los países de Europa central y oriental liberados recientemente del comunismo e integrados “voluntariamente” en la OTAN de gastar miles de millones en la compra de armamento estadounidense. Era obvio por ello que las solicitudes de Moscú fueron rechazadas. De esta manera, Rusia se convirtió en el “enemigo”, lo quisiera o no. Pero nada de esto hizo que EE.UU. fuera más seguro. La decisión de Washington de interferir en los asuntos internos de Ucrania respaldando un golpe de estado en el 2014 desencadenando una guerra civil y el posterior operativo militar especial de Rusia, para salvar a su población rusoparlante de un genocidio planificado por el régimen fascista de Kiev con el beneplácito de Washington. Pero para aquellos que se benefician de la guerra, enemistarse con Rusia, como enemistarse con China, es un buen modelo de negocios. Northrop Grumman y Lockheed Martin vieron cómo los precios de sus acciones aumentaron un 40 % y un 37 %, respectivamente, como resultado del conflicto de Ucrania. Pero una guerra con China - camino a convertirse en la superpotencia del siglo XXI - por Taiwán, interrumpiría la cadena de suministro global con efectos devastadores en los EE. UU. y la economía mundial. Apple produce el 90 por ciento de sus productos en China. El comercio de Estados Unidos con China fue de 690.600 millones de dólares el año pasado. Si en el 2004 la producción manufacturera de EE. UU. era más del doble de la de China, ahora la producción de este país duplica la estadounidense, cuya decadencia por cierto, es innegable. China además produce la mayor cantidad de barcos , acero y teléfonos inteligentes del mundo. Domina la producción mundial de productos químicos, metales, equipos industriales pesados y productos electrónicos. Es el exportador de minerales de tierras raras más grande del planeta, su mayor poseedor de reservas y es responsable del 80 por ciento de su refinación en todo el mundo. Los minerales de tierras raras son esenciales para la fabricación de chips de computadora, teléfonos inteligentes, pantallas de televisión, equipos médicos, bombillas fluorescentes, automóviles, turbinas eólicas, bombas inteligentes, aviones de combate y comunicaciones por satélite… todo ello tan necesario en Occidente, por lo que una guerra con China resultaría en una escasez masiva de una variedad de bienes y recursos, algunos vitales para la industria bélica, paralizando las empresas estadounidenses. La inflación y el desempleo se dispararían inconteniblemente. Se implementaría el racionamiento. Las bolsas de valores mundiales, al menos a corto plazo, se cerrarían desencadenando una depresión global. Pero si la marina estadounidense pudiera bloquear los envíos de petróleo a China e interrumpir sus rutas marítimas, el conflicto podría convertirse en nuclear. En “OTAN 2030: Unificados para una nueva era”, la alianza militar ve el futuro como una batalla por la hegemonía con estados rivales, especialmente China, llamando a la preparación de un conflicto global prolongado. No hay que olvidar que en octubre del 2022, el general de la Fuerza Aérea Mike Minihan, jefe del Comando de Movilidad Aérea, presentó su "Manifiesto de Movilidad" en una conferencia militar. Mediante una diatriba inquietante y desquiciada, Minihan argumentó que si EE. UU. no intensifica drásticamente sus preparativos para una guerra con China, los niños estadounidenses se encontrarán "subordinados a un orden basado en reglas que beneficia a un solo país [China]". Según The New York Times, el Cuerpo de Marines está entrenando unidades para asaltos a la playa, donde el Pentágono cree que pueden ocurrir las primeras batallas con China, a través de "la primera cadena de islas" que incluye, "Okinawa y Taiwán hasta Malasia, así como el Mar de China Meridional y las islas en disputa en las Spratlys y las Paracels”. Para ello, los militaristas drenan los fondos de los programas sociales y de infraestructura. Invierten dinero en investigación y desarrollo de sistemas de armas y descuidan las tecnologías de energía renovable. Colapso de puentes, carreteras, redes eléctricas y diques. Las escuelas decaen. Cae la producción nacional. Mientras millones de estadounidenses (en el país “de la abundancia y las oportunidades” como lo presenta vomitivamente la propaganda hollywoodense) se empobrecen cada día más. A ello debemos agregar que las duras formas de control que los militaristas prueban y perfeccionan en el extranjero migran de regreso al país para aplicarlo implacablemente contra quienes se oponen a sus negros propósitos: Policía militarizada. Drones militarizados. Vigilancia extrema. Grandes complejos penitenciarios. Suspensión de las libertades civiles básicas. Censura. Aquellos como Julian Assange, que desafían a la estratocracia, que exponen sus crímenes y su locura suicida, son perseguidos sin piedad. Pero el estado de guerra alberga dentro de sí las semillas de su propia destrucción. Canibalizará a la nación hasta que se derrumbe. Pero antes de eso, atacará, como un cíclope cegado, buscando restaurar su poder decreciente a través de una matanza indiscriminada. La tragedia no es que el estado de guerra de EE.UU. se autodestruya, sino que se llevará consigo a tantos inocentes... La bestia morirá matando.
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