UNA BÚSQUEDA INCESANTE EN EL ESPACIO: ¿Podemos detectar megaestructuras alienigenas?
Hay decenas de miles de millones de estrellas similares al Sol en la Vía Láctea, una cifra inmensa que alienta la posibilidad de que la vida extraterrestre se extienda por el universo. Encontrar evidencia de extraterrestres, incluso microscópica, confirmaría la creencia generalizada de que la vida no es un evento improbable, limitado a un pequeño número de planetas y lunas. Podría ser algo común, una infección cósmica ubicua. Esta idea no es nueva. Desde la época de los griegos clásicos, muchos estudiosos han asumido que la vida estaba en todas partes, a pesar de carecer de los medios técnicos para encontrarla. Para el siglo XIX, los novelistas europeos escribían historias sobre los sofisticados habitantes de nuestra Luna - a quienes denominaban selenitas - y luego de un siglo, tanto los científicos como el público estaban convencidos de que Marte rebosaba de seres inteligentes que habían construido enormes estructuras de irrigación visibles desde los telescopios terrestres. Aunque la idea de la vida lunar ahora se considera absurda y la creencia en los canales de Marte se ha evaporado, la esperanza de descubrir vida más allá de la Tierra se ha intensificado. Gran parte de este interés contemporáneo se debe al exitoso descubrimiento de más de casi 6000 planetas alrededor de otras estrellas, y esto es sin duda solo una pequeña muestra de lo que hay ahí fuera. Con todas esas oportunidades para la vida, la idea de buscar extraterrestres buscando su infraestructura (artefactos, en la jerga de SETI), ya sean sistemas de riego o de energía, sin duda merece otra consideración. Resulta que los exoplanetas son tan comunes como las hormigas de jardín. Sin embargo, quizá no sea necesario buscar tan lejos para encontrar compañía cósmica. En nuestro sistema solar, los astrónomos reconocen al menos siete mundos que podrían contener reservas de agua líquida, lugares donde podrían existir microbios extraterrestres. Y en un cambio de mentalidad que habría sorprendido a los científicos de la época victoriana, tan centrados en el árido Marte, ahora consideramos que algunas de las lunas del sistema solar exterior son nuestras mejores opciones para encontrar vida al alcance de un cohete. Para los astrónomos del siglo XIX, estas lunas aparecían solo como puntos luminosos. Pero ahora sabemos que estos modestos puntos de luz están envueltos en agua y hielo, y podrían ser donde encontremos por primera vez vida más allá de nuestro propio planeta. Nuestras búsquedas también son menos directas ahora que cuando los victorianos enfocaron sus telescopios hacia el Planeta Rojo. En cambio, intentamos encontrar pistas secundarias sobre la presencia de biología, como el uso de espectroscopía para buscar gases atmosféricos derivados del metabolismo. Este enfoque puede funcionar para lunas y planetas, tanto cercanos como lejanos, para ecosistemas abundantes o para una microbiología escasa. No cabe duda de que encontrar vida extraterrestre sería un logro impresionante. Pero el descubrimiento más interesante sería encontrar vida inteligente, es decir, organismos que puedan rivalizar con los humanos en capacidades cognitivas, seres como los extraterrestres de nuestras películas y series. Detectar organismos pensantes sería sin duda una de las noticias más importantes de todos los tiempos, si no la más importante. Pero en ausencia de contacto directo, estamos limitados a buscar otras pistas. Con el inicio de la Era Espacial, los sobrevuelos del Planeta Rojo no solo no encontraron tales características, sino que revelaron un mundo desolado y aparentemente estéril. Los astrónomos, impávidos, enfocaron sus instrumentos hacia objetivos más distantes. En 1960, Frank Drake hizo el primer intento moderno de captar señales de radio deliberadas de sociedades extrasolares. Apuntó secuencialmente un radiotelescopio de 85 pies de diámetro (26 metros) en Virginia Occidental hacia dos sistemas estelares cercanos en un esfuerzo conocido como SETI, la Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre. Drake no detectó ninguna transmisión extraterrestre. Sin embargo, luego de seis décadas, las búsquedas de radio siguen siendo el método predilecto para intentar demostrar la presencia de alguien. Los experimentos contemporáneos son similares a los de Drake y siguen utilizando equipos de radioastronomía de alta sensibilidad para buscar el tipo de señal de banda estrecha que solo un transmisor artificial podría generar. Aún no hemos encontrado extraterrestres, a pesar de que la mayoría de la comunidad científica, así como el público en general, cree en su existencia. Cabe destacar que las ondas de radio del cosmos son comunes, lo que sustenta a un grupo considerable de radioastrónomos que estudian estas emisiones para comprender el universo. Pero si bien hemos catalogado miles de púlsares (estrellas de neutrones giratorias) y más de un millón de cuásares (que alimentan agujeros negros supermasivos), ninguna señal captada por nuestros radiotelescopios ha presentado aún las características de una transmisión intencionada. Sin embargo, la radio es solo una de las tecnologías de comunicación que podrían usar los extraterrestres. Existen otras, como, por ejemplo, la emisión de señales al espacio mediante láseres. Los láseres pueden enviar muchos más bits de información por segundo que un transmisor de radio, por lo que algunos extraterrestres avanzados podrían estar utilizándolos para la comunicación interestelar. Para ello, la red Laser SETI, actualmente operada desde aproximadamente una docena de observatorios en todo el mundo, está diseñada para rastrear continuamente todo el cielo nocturno en busca de destellos de luz láser óptica provenientes de más allá de nuestro sistema solar. Pero las señales no son la única evidencia de extraterrestres que podríamos encontrar. En particular, podríamos buscar artefactos masivos, construcciones lo suficientemente grandes - o brillantes - como para ser detectadas por nuestros telescopios. Esta no es una idea nueva; se remonta al menos a medio milenio, cuando el erudito y obispo Nicolás de Cusa sugirió que todos los cuerpos celestes estaban poblados por plantas y animales. Durante la época victoriana, varios astrónomos de renombre afirmaron haber visto señales de seres inteligentes en nuestro propio sistema solar. El astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli y el astrónomo estadounidense Percival Lowell afirmaron haber visto marcas en línea recta en Marte. Lowell explicó que se trataba de canales construidos para apoyar la agricultura marciana. Estos con el tiempo se convirtieron en un cliché, si no en un hecho. En 1960, el físico Freeman Dyson sugirió otro enfoque. Señaló que extraterrestres técnicamente sofisticados podrían rodear sus estrellas con una constelación de satélites equipados con paneles solares. Esta falange de colectores de luz en órbita, ahora denominada esfera de Dyson, podría capturar una gran fracción de la radiación emitida por la estrella. Esta energía sería luego emitida de vuelta al planeta de los extraterrestres, impulsando su estilo de vida de alta tecnología con un sistema que ofrecería un suministro inagotable de energía y no tendría impacto ambiental. Fundamentalmente, los científicos comprenden que estos satélites inevitablemente se calentarían y, en consecuencia, irradiarían un débil resplandor infrarrojo que los haría visibles a nuestros telescopios. La idea de que las esferas de Dyson marcaran la ubicación de sociedades sofisticadas no solo era ingeniosa, sino que también proponía una predicción verificable experimentalmente. En este caso, la predicción era que los satélites producirían radiación infrarroja. Esto significaba que los astrónomos podrían encontrar una esfera de Dyson observando cualquier emisión infrarroja inesperada de un sistema estelar. Durante varias décadas, los investigadores han intentado hacer precisamente eso. Recientemente, astrónomos del Observatorio de Uppsala, en Suecia, estudiaron 5 millones de estrellas en busca del brillo revelador de una esfera de Dyson. Informaron haber encontrado 60 candidatos con una radiación infrarroja superior a la esperada y están realizando observaciones adicionales. ¿Qué tipo de artefactos podríamos esperar? Si bien las esferas de Dyson son sin duda una posibilidad, no podemos describir con seguridad cómo luciría una construcción extraterrestre, como tampoco los primeros humanos pudieron anticipar con precisión la apariencia de un paisaje urbano del siglo XXI. Un desafío fundamental en cualquier búsqueda de artefactos es que no podemos estar seguros de lo que buscamos. Pero no es necesariamente un problema insalvable. Aún podríamos encontrar estos artefactos simplemente porque serían novedosos y no formarían parte del bestiario cósmico conocido. Aunque no podemos decir mucho sobre la apariencia de los artefactos extraterrestres, no cabe duda de que cualquiera que encontremos estará sujeto a efectos de selección. Los más fáciles de detectar serán sin duda los más grandes y brillantes. Esto es como buscar perros escuchando sus ladridos. No encontrarás todos los perros, ni necesariamente los más interesantes. Solo los que hacen mucho ruido. De igual manera, la búsqueda de proyectos de ingeniería extraterrestre, si es que encuentra algo, solo nos mostrará las sociedades que construyen cosas fácilmente visibles a años luz de distancia. Dichas construcciones pueden no ser típicas, ni siquiera recientes. Pero por muy singulares que sean estos artefactos, su descubrimiento respondería a una pregunta de larga data: ¿Hay alguien ahí fuera? Durante casi dos siglos, hemos buscado compañía inteligente en nuestro entorno cósmico. En un principio, esa búsqueda consistía en examinar nuestro sistema solar en busca de artefactos, hasta que posteriormente cambiamos de estrategia, con la esperanza de captar señales de radio u otras transmisiones como indicios de otra civilización tecnológica. Este último enfoque lo hemos seguido durante mucho tiempo. Quizás deberíamos retomar la estrategia de buscar artefactos. El espacio es vasto, y es posible que nunca nos encontremos con los alienígenas. Pero podríamos descubrir algunas de sus estructuras.