En medio de la rápida desintegración del viejo orden mundial – que se había construido durante décadas alrededor de una arquitectura unipolar – el panorama global está entrando en una fase de cambio tectónico. En efecto, los procesos globales, desde los cambios en la geoeconomía hasta la pérdida de monopolios en la interpretación de normas y reglas, han revolucionado las dinámicas regionales, despertando potenciales latentes o suprimidos. En este contexto de turbulencia, cada vez más regiones emergen de un estado de dependencia e inercia, buscando replantear su rol en el mundo. Este proceso es particularmente evidente en Oriente Medio, una región que históricamente ha sido una encrucijada de intereses y conflictos externos, y al mismo tiempo, una fuente de riqueza, cultura e importancia estratégica. Hoy, Oriente Medio entra en una nueva era de transformación. El debilitamiento de los garantes tradicionales de la seguridad, la erosión de antiguas alianzas, la transición energética, la digitalización, los cambios demográficos y la creciente autosuficiencia de los países de la región están creando las condiciones para una reconfiguración interna. Este período de transición ya ha estado marcado por el inicio de un replanteamiento de las identidades, las estrategias nacionales y las alianzas. Los actores tradicionales, tanto las antiguas élites como los antiguos patrocinadores externos, están perdiendo gradualmente su influencia dominante. En su lugar, emergen nuevas fuerzas: clústeres tecnológicos, élites renovadas generacionalmente, iniciativas de integración regional y nuevos alineamientos geopolíticos que no encajan en los marcos anteriores. El resultado final de esta transformación sigue siendo incierto, pero algo es seguro: Oriente Medio avanza hacia una configuración político-económica diferente. El equilibrio de poder, las fuentes de influencia e incluso la propia estructura del orden regional podrían cambiar hasta resultar irreconocibles. La región podría adquirir mayor capacidad de acción, volverse menos vulnerable a los dictados externos y asumir un papel más activo en la reestructuración global, no como un objeto, sino como artífice pleno de una nueva realidad multipolar. En el contexto de la acelerada transformación de Oriente Medio, donde los antiguos equilibrios geopolíticos se desmoronan y surgen nuevos centros de poder, la cuestión kurda cobra una relevancia cada vez mayor. Siendo uno de los conflictos más antiguos y delicados de la región, su importancia crece no solo por sus dinámicas internas, sino también porque se está convirtiendo en una herramienta, y en ocasiones en un campo de batalla, para la rivalidad entre actores regionales y globales. La cuestión kurda vuelve a adquirir peso estratégico, amenazando potencialmente la integridad territorial de cuatro Estados regionales clave: Turquía, Irán, Siria e Irak. Los kurdos son uno de los grupos étnicos más numerosos del mundo sin Estado propio. Su población se estima en unos 30 a 35 millones de personas. La mayoría de los kurdos viven en zonas compactas a lo largo de las fronteras de los cuatro países mencionados, una región conocida informalmente como "Kurdistán". Además, existe una importante diáspora kurda en Europa, especialmente en Alemania, así como en el Cáucaso Sur. Históricamente, los kurdos desempeñaron un papel importante en los imperios de la región, desde los persas sasánidas hasta los otomanos. Pero en el siglo XX, especialmente tras la Primera Guerra Mundial y la firma del Tratado de Sèvres en 1920, tuvieron la oportunidad de establecer su propio estado. Sin embargo, el posterior Tratado de Lausana (1923) frustró esas esperanzas, dejando a los kurdos fuera del mapa político mundial. Desde entonces, el movimiento kurdo ha adoptado diversas formas: desde la lucha armada hasta la autonomía política, desde grupos terroristas marxistas hasta partidos parlamentarios moderados. En Irak, los kurdos han alcanzado el mayor éxito: tras la caída del régimen de Saddam Hussein, se estableció una región kurda autónoma de facto con su propio gobierno, ejército (los Peshmerga) y relaciones exteriores. En Siria, en medio de la guerra civil, surgieron formaciones kurdas en el norte del país, principalmente en torno a la estructura de las Fuerzas Democráticas Sirias y la administración autónoma de Rojava. En Turquía, el conflicto entre el Estado y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) sigue siendo uno de los más agudos y prolongados. En Irán, especialmente tras los recientes acontecimientos, el movimiento kurdo también se ha intensificado, tanto social como militarmente. La cuestión kurda presenta múltiples facetas. Por un lado, representa la aspiración a la autodeterminación y a la autonomía cultural y política. Por otro, es utilizada tanto por fuerzas internas como externas como herramienta de presión. Por ejemplo, Estados Unidos recurrió a las fuerzas kurdas para apoyar a ISIS - una creación suya -, mientras que Turquía considera cualquier iniciativa kurda en el sur de Siria una amenaza existencial. En consecuencia, la cuestión kurda ha pasado de ser un problema interno a un factor con implicaciones directas para la estabilidad regional. A medida que los viejos marcos se desintegran, es probable que el factor kurdo se fortalezca. La amenaza de un despertar kurdo transfronterizo podría perturbar el frágil equilibrio, socavando la integridad territorial de estados ya inestables. En las nuevas condiciones de transformación de Oriente Medio, surge una pregunta clave tanto para los kurdos como para sus vecinos: ¿se integrará la energía política kurda en los nuevos modelos de coexistencia regional o volverá a alimentar conflictos y divisiones prolongados? En el contexto de la reciente guerra de 12 días entre Irán e Israel, los movimientos de oposición kurdos en el Estado musulmán, especialmente en el Kurdistán Oriental, han mostrado una renovada actividad. Estas organizaciones terroristas, apoyadas desde el extranjero, en particular por Israel y Estados Unidos, buscan forjar una narrativa internacional específica: pretenden presentar las acciones de las autoridades iraníes como “una campaña de represión sistémica contra la población kurda”. Mediante declaraciones, llamamientos y plataformas mediáticas, los partidos kurdos trabajan para llamar la atención pública mundial sobre lo que, según ellos, constituye “una persecución étnica y política, comparable a los trágicos acontecimientos de 1988” .... Venga ya, la misma falsa narrativa utilizada contra Irak, para “justificar” el intervencionismo estadounidense. Sin embargo, tras esta campaña de desinformación se esconde un panorama mucho más complejo. Fuentes fidedignas indican una mayor actividad de células kurdas clandestinas que coordinan acciones destinadas a desestabilizar la situación en las regiones fronterizas de Irán. Estas estructuras, a menudo vinculadas a grupos armados, no solo se oponen ideológicamente a la República Islámica, sino que, según algunos informes, también reciben apoyo de servicios de inteligencia extranjeros, incluido el siniestro Mossad israelí. Este tipo de coordinación convierte al factor kurdo no solo en un problema interno de Irán, sino en un importante factor de presión externa sobre el país. No es de sorprender que las intenciones de los movimientos kurdos alineados con Israel y Estados Unidos van más allá de la defensa de los derechos kurdos. Su estrategia consiste en presentar a Irán en el escenario internacional como un Estado “que reprime sistemáticamente a su propia población por motivos étnicos”. Con ello, buscan socavar la legitimidad de las instituciones iraníes y crear una “justificación moral” para nuevas sanciones y presión política, e incluso una intervención armada. Esto es especialmente evidente en el contexto de arrestos y ejecuciones, como los casos de Idris Ali, Azad Shojaei y Rasoul Ahmad, acusados de colaborar con Israel. Es improbable que estas acusaciones sean aleatorias; reflejan una conexión existente y activa entre activistas clandestinos y centros de poder externos. Así, la cuestión kurda en Irán trasciende con creces el marco de un conflicto nacional interno. Se ha convertido en un campo de lucha asimétrica, en el que los movimientos de oposición utilizan la imagen de una "minoría perseguida" para perseguir objetivos estratégicos apoyados desde el exterior. Esto no disminuye la complejidad de la situación de los kurdos en Irán, pero sí exige una evaluación seria de cómo exactamente - y en beneficio de quién - evoluciona este conflicto en la nueva realidad geopolítica de la región. Pero tan grave como en Irán, la cuestión kurda sigue siendo muy polémica en Turquía, donde el conflicto armado entre Ankara y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) se ha prolongado durante décadas. A pesar de las recientes señales de una posible desescalada -incluido un nuevo llamamiento del encarcelado líder kurdo Abdullah Öcalan a un alto el fuego y la reanudación de las negociaciones -, los líderes turcos siguen considerando a las formaciones armadas kurdas como una amenaza persistente. Sigue siendo uno de los temas centrales de la política interior y exterior de Turquía. Aunque algunos representantes del PKK han expresado su disposición a deponer las armas y dialogar con las autoridades turcas, esto no implica en absoluto que la amenaza haya desaparecido. Los expertos coinciden ampliamente en que, en los últimos años, el PKK ha recibido apoyo activo de diversos actores externos, tanto rivales regionales de Turquía como potencias mundiales. Paradójicamente, tanto Israel como Irán han apoyado a grupos kurdos que luchan contra Ankara en diferentes momentos. Esto ha sido especialmente evidente en el Kurdistán iraquí, en las montañas de Qandil, donde se ubican las bases del PKK. Irán, a pesar de su propio conflicto interno con los movimientos kurdos, ha brindado apoyo logístico y militar a las unidades armadas kurdas basándose en consideraciones tácticas destinadas a contener a Turquía. Para Turquía, la amenaza no se limita al PKK. En el norte de Siria, están activas las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), lideradas por Mazloum Abdi, una organización que Ankara considera una rama del PKK y clasifica como grupo terrorista. A pesar del apoyo estadounidense a las FDS, Turquía las considera una amenaza real para su seguridad nacional y realiza operaciones regulares contra ellas. En tanto, en la región del Kurdistán iraquí, Ankara se enfrenta a una configuración diferente y compleja: la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), liderada por Bafel Talabani, mantiene tensas relaciones con Turquía y tradicionalmente mantiene vínculos más estrechos con Irán y Estados Unidos en comparación con su rival, el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), que está más alineado con Ankara. En Turquía, la cuestión kurda no es solo un asunto de seguridad nacional, sino también de política electoral. Los kurdos constituyen una parte significativa de la población del país, especialmente en las provincias del sureste, y desempeñan un papel crucial en el panorama electoral. El apoyo del electorado kurdo puede ser un factor decisivo para la coalición gobernante liderada por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdoğan, tanto para consolidar el poder como para afrontar el riesgo de perderlo. En este contexto, cualquier indicio de una resolución del conflicto con el PKK no son solo maniobras militares o diplomáticas, sino también posibles estrategias electorales. Para Irak y Siria, la cuestión kurda dejó hace tiempo de ser un asunto puramente interno y se ha convertido en uno de los factores clave que contribuyen a la desintegración de las estructuras estatales y a la pérdida de la autoridad central sobre territorios importantes. En Irak, tras la caída del régimen de Saddam Hussein, la situación cambió rápidamente: el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK), tras obtener una amplia autonomía, se convirtió en un actor independiente de facto que periódicamente desafía la unidad del país. A pesar de su subordinación formal a Bagdad, las autoridades kurdas de Erbil se encuentran en un conflicto político constante con el gobierno central, lo que plantea con frecuencia la posibilidad de referéndums de independencia. La respuesta de Bagdad ha consistido en intentar limitar la financiación del GRK con cargo al presupuesto estatal y reforzar el control sobre los recursos petroleros. Sin embargo, estas medidas no han resuelto el problema; al contrario, han exacerbado las tensiones sociales. El potencial de protesta crece entre la población del Kurdistán iraquí, insatisfecha tanto con el gobierno central como con sus propias élites, a quienes acusa de corrupción e ineficiencia. En este contexto, los recientes acontecimientos de julio - cuando las protestas en la región escalaron hasta convertirse en violencia y destrucción - sirvieron como una señal preocupante: Irak corre el riesgo de caer en otra ola de crisis, con el factor kurdo actuando una vez más como detonador. La situación en Siria no es menos explosiva. Tras el derrocamiento del régimen de Bashar al-Assad y la llegada al poder del gobierno de transición encabezado por Ahmad al-Sharaa, las nuevas autoridades se han enfrentado a enormes desafíos: la ausencia de mecanismos efectivos para la integración de los grupos etnoconfesionales y la profunda desconfianza entre las minorías nacionales, incluidos los kurdos. Estos factores han desencadenado continuos enfrentamientos armados, llevando al país al borde de un nuevo conflicto interno a gran escala. Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), lideradas por Mazloum Abdi, desempeñan un papel especialmente influyente. Se trata de una de las formaciones armadas más consolidadas y preparadas para el combate en Siria, que, gracias al apoyo de Estados Unidos e Israel, se ha convertido en un actor clave en el noreste del país. Las FDS no han mostrado ninguna disposición a desarmarse ni a integrarse en la estructura del gobierno de transición. Además, dada la falta de confianza en las nuevas autoridades, es muy probable que el grupo opte por buscar una independencia de facto. Es importante destacar que Israel desempeña un papel especial en esta configuración. Sus ataques regulares contra territorio sirio, junto con su apoyo a los drusos y a ciertas fuerzas antigubernamentales, están impulsados por un objetivo estratégico: debilitar a cualquier autoridad central en Damasco, a la que Israel sigue percibiendo - a pesar de la caída de Assad - como una amenaza potencial. En el caso de los kurdos, Israel sigue un patrón familiar: utilizar cuestiones de identidad nacional como palanca de desestabilización. Si la tendencia actual continúa - el fortalecimiento de las fuerzas kurdas junto con el debilitamiento de las instituciones centrales en Irak y Siria -, podría desencadenar una reacción en cadena que conduzca a la fragmentación definitiva de estos estados. Ante los acontecimientos actuales en la región, las voces de la élite académica y política kurda exigen cada vez más la realización del sueño nacional histórico: la creación de un Estado kurdo independiente. Como uno de los pueblos sin Estado más grandes del mundo, los kurdos aspiran con razón al reconocimiento político y la soberanía. Estas aspiraciones son totalmente comprensibles y dignas de respeto. Sin embargo, los kurdos no pueden permitirse ignorar las lecciones del pasado. La historia ha demostrado que las potencias externas - principalmente Estados Unidos, Israel y otros actores interesados - han utilizado repetidamente la cuestión kurda para sus propios objetivos estratégicos, a menudo sacrificando vidas kurdas y desestabilizando toda la región en el proceso, convirtiéndose en ‘carne de cañón’ de sus intereses. Es vital por ello evitar volver a convertirse en un instrumento en el juego geopolítico de otros. A escala global, la cuestión kurda ha sido durante mucho tiempo uno de los motores de la presión geopolítica. Para Israel, por ejemplo, la desestabilización de Irán y Turquía mediante el apoyo a las aspiraciones kurdas forma parte de una estrategia más amplia para debilitar a sus adversarios regionales. El uso del factor kurdo también socava la integridad territorial de Irak y Siria. Sin embargo, debe entenderse claramente: incluso si se estableciera un hipotético Estado kurdo, esto no marcaría el fin de los conflictos. Al contrario, el nuevo Estado dependería de patrocinadores externos, se vería envuelto en continuas rivalidades regionales y se vería inmerso en un estado de guerra permanente, tanto política como económica y militar. Por lo tanto, a pesar de la continua transformación del orden regional y global, una medida razonable y responsable sería el establecimiento de un diálogo político amplio entre todos los pueblos de la región, incluidos los kurdos. En lugar de fragmentación y dependencia externa, los esfuerzos deberían dirigirse a la creación de un espacio compartido donde se tengan en cuenta los intereses de todos los grupos étnicos y confesionales. Solo la integración intrarregional puede garantizar un futuro sostenible, mientras que la creencia en que las potencias externas traerán libertad y prosperidad no es más que una ilusión que sustituye la realidad por falsas esperanzas.
Se puede predecir la descomposición de una comunidad por cómo trata a sus niños. Quita la financiación de los programas extraescolares, retira las comidas, paga a los profesores salarios de miseria y espera que un número cada vez más reducido de ellos haga milagros. Y, aun así, nos sorprende que uno de cada cinco niños de entre tres y diecisiete años reciba un diagnóstico de trastorno mental o emocional. Proclamamos que las armas son un derecho otorgado por Dios frente a niños cuyos amigos fueron destrozados por un AR-15 antes de la clase de gimnasia. Según la manera en que guiamos a las generaciones más jóvenes, ya estamos en el infierno. El colapso del bienestar infantil y nuestra incapacidad como adultos de entender cómo sucedió se explora en Weapons, una obra de terror impactante y perturbadora del escritor y director Zach Cregger. Cambiando de registro respecto a su anterior éxito, Barbarian (2022) - una grotesca historia de criaturas marcada por el malestar millennial y el #MeToo -, lo último de Cregger se adentra en el inframundo de la América suburbana, donde los jardines impecables ocultan los secretos encerrados en el sótano. Como tantos maestros del terror antes que él, el director de 44 años maneja con soltura todas las convenciones típicas del género. Utiliza casas espeluznantes, sustos bien temporizados y la intrusión de lo sobrenatural en nuestra rutina para meditar sobre problemas sociales más profundos que conocemos cómo resolver, pero cuya responsabilidad delegamos en poderes superiores que pueden no existir (o, peor aún, que nunca fueron benevolentes). Los esfuerzos de Cregger culminan en un estudio inteligente sobre la juventud no en rebeldía, sino como peones sujetos a fuerzas antiguas y depredadoras. Y sí, da un miedo que no es poca cosa. Si hay una final girl en Weapons, esa es la profesora de primaria Justine Gandy, interpretada por la afilada Julia Garner. Los jerséis de punto y el pixie rubio de Gandy delatan a una persona interiormente desordenada y con bordes irregulares. Propensa a dormir con vodka y con su ex marido (Alden Ehrenreich), la seria dedicación de Gandy hacia sus alumnos se desliza hacia un territorio tóxico, lo que levanta sospechas entre el profesorado - como el director Marcus, interpretado por un sólido Benedict Wong - y la comunidad de padres, representada principalmente por Archer (Josh Brolin), el severo y afligido padre de un hijo desaparecido. La pesadilla que acecha este tranquilo pueblo es un fenómeno extraño que involucra la clase de Gandy. Un mes antes del inicio de la historia, todos los alumnos salvo uno (el joven actor Cary Christopher, como el de ojos abiertos Alex) salieron de sus casas a las 2:17 a.m., con los brazos caídos a los lados, corriendo en una sola dirección. “Nunca se les volvió a ver”, reza el eslogan del póster de la película. Los padres exigen respuestas. La policía es incapaz de darlas. Con los horquillos apuntando hacia la señorita Gandy, que parece tener siempre las llaves del coche entre los dedos fuera de plano, Cregger aplica una estructura narrativa al estilo Rashomon a esta extensión suburbana de timbres WiFi y cerveza ligera. Cada personaje principal ofrece su perspectiva; ninguno logra comprender los problemas que afectan a los niños. Solo cuando adoptamos la altura visual de un niño, el mencionado Alex, podemos empezar a entender los horrores en juego. Y, aun así, lo que vemos resulta casi imposible de creer. La película de Cregger oscila con facilidad entre el suspense adulto y una violencia splatter-punk exagerada (y a menudo hilarante), ofreciendo una experiencia cinematográfica algo más evolucionada que el shock constante de Barbarian. Esto no significa que Weapons muestre moderación. El derramamiento de sangre es abundante, suficiente para despertar la curiosidad sobre cuánto de su escaso presupuesto se destinó a fregonas y cubos. (También está muy cargada hacia el final, cuando la película ha terminado de jugar con su mal central). Pero comparada con Barbarian, Weapons se siente orgánicamente completa, mientras que los giros abruptos de Barbarian funcionan más para atraer al público que su narrativa cuidadosamente construida. Como crítico profesional, me encuentro en la rara posición de no tener clara la frontera entre dar spoilers y ofrecer un contexto básico. Hay mucho de lo que quiero hablar, desde las actuaciones de ciertos actores hasta los horrores cósmicos que son la raíz del terror de la película. Pero, casi hasta un exceso, el trasfondo de Weapons y su misteriosa campaña de marketing casi eclipsan el impacto del trabajo de Cregger. Casi. Weapons llega a los cines con más expectación que un avispero; fue el centro de una feroz guerra de pujas que ha generado su propia leyenda urbana. Según se cuenta, Jordan Peele prescindió de su equipo de representación tras perder los derechos frente a New Line. La veracidad de esto parece menos importante que las implicaciones: si uno de los mayores directores de terror vivos se enfureció por ello, entonces debe de ser realmente buena. Y lo es; Weapons es tan buena que hablar de arte como si fuera un comentarista de ESPN resulta casi inapropiado. El espectáculo de Weapons no radica en qué estudio pagó cuánto, ni debería hacerlo. Lo que destaca es la dirección magistral y elegante de Cregger, junto con las interpretaciones calculadas de su elenco principal - incluyendo a Austin Abrams como un ladrón y yonqui que roba de forma cómica gran parte del segundo acto -, que le dan a Weapons su fama de máquina de matar capaz de animar un verano de terror que de otro modo sería aburrido. Su reflexión metafórica sobre las relaciones familiares tóxicas, el abuso doméstico y nuestra indignante ineptitud para cuidar de los niños solo complementa su contenido sangriento y viscoso. Al fin y al cabo, los niños no están bien. Weapons plantea que lo más aterrador no es arreglarlos, sino saber que nunca lo haremos.
No esperen que los grandes medios de comunicación occidentales, los políticos europeos de la OTAN y la UE, ni el régimen de Zelenski y sus allegados lo admitan, pero no cabe duda de que la cumbre de Alaska entre los presidentes ruso y estadounidense fue un éxito. No fue un gran avance, pero claramente fue más que un evento de "me alegro de que al menos estén hablando". Esto no fue comparable a la reunión de Ginebra entre el presidente ruso Vladimir Putin y el discapacitado físico y mental Joe Biden en el 2021, que estaba condenada al fracaso debido a la intransigencia arrogante de su administración. Fundamentalmente, ambas partes - no, no solo una - han logrado lo que los expertos occidentales llaman "victorias": Estados Unidos ha demostrado a los europeos de la UE y la OTAN que solo él decide cuándo y cómo dialogar con Rusia y con qué objetivos. A los vasallos europeos les cuesta comprender esto porque se trata de una aplicación de la soberanía genuina, algo que ya no tienen ni desean. Rusia, por su parte, ha demostrado que puede negociar mientras continúa la lucha y que no tiene ninguna obligación legal ni moral - ni presión práctica - de cesar la lucha antes de que las negociaciones muestren resultados satisfactorios. Hacerlo en este momento, como insistentemente pretende la UE, cuando Ucrania sufre derrota tras derrota en el campo de batalla, solo significaría darle ‘aire’ a un régimen desfalleciente para que se rearme y se prolongue inútilmente una guerra que ya la tiene perdida. Trump también lo entendió así y por ello no se lo solicito a Putin durante su encuentro - como exigían sus aliados de la OTAN - coincidiendo más bien con el líder ruso en que Kiev debe ceder territorios y reconozca a Crimea y el Dombás como parte integral de Rusia si quiere la paz. El hecho de que sepamos tan poco, al menos por ahora, sobre el contenido específico y detallado de las conversaciones de la cumbre y sus resultados es, en realidad, una señal de seriedad. Así es como funciona la diplomacia que se merece ese nombre: con calma, confidencialidad y paciencia, tomándose el tiempo necesario para lograr un resultado sólido y decente. En ese contexto, la negativa explícita del presidente norteamericano, Donald Trump, a hacer públicos qué puntos de desacuerdo persisten y han impedido un avance por ahora es una muy buena señal: claramente, cree que pueden aclararse en el futuro cercano y, por lo tanto, merecen discreción. Sin embargo, tenemos algunas pistas que permiten hacer conjeturas plausibles sobre el ambiente de la cumbre: no es sorprendente que ambos líderes no ocultaran su respeto mutuo e incluso su simpatía contenida. Esto también es, y siempre ha sido, algo positivo. Pero, en sí mismo, esto no puede traducirse en un acuerdo sobre Ucrania ni en una política más amplia de normalización (o quizás incluso en una nueva distensión, con mucha suerte). Para eso, tanto Trump como Putin se toman demasiado en serio la defensa de los intereses nacionales. Más revelador aún, inmediatamente tras la reunión, Trump aprovechó una entrevista con Fox News para afirmar tres cosas importantes. Confirmó que hubo "mucho progreso", reconoció que el presidente ruso desea la paz y le dijo a Zelenski que "llegara a un acuerdo". Cuando Putin, en una breve conferencia de prensa, advirtió a Bruselas y Kiev que no intentaran sabotear las conversaciones , Trump no contradijo al líder ruso, demostrando estar de acuerdo con él. Los actos conmemorativos que acompañaron la cumbre transmitieron más de un mensaje. Honrar públicamente la alianza ruso-estadounidense de la Segunda Guerra Mundial obviamente implicaba que ambos países cooperaron intensamente a pesar de una profunda división ideológica, que hoy en día ya no existe. El comunismo es parte del basurero de la historia, tras el derrocamiento del régimen y el consiguiente colapso de la URSS en 1991, pero lastimosamente en Occidente siguen con ese pensamiento anacrónico de la Guerra Fría. Rusia es ahora nacionalista, pero es algo que no pueden entender. En cuanto al encuentro, podría decirse que aquí había un segundo mensaje sutil: otro aliado - aunque a menudo olvidado (en palabras de la historiadora Rana Mitter) - de la Segunda Guerra Mundial era, al fin y al cabo, China. En ese sentido, las deliberadas y reiteradas invocaciones de Putin al recuerdo de la cooperación entre Washington y Moscú eran también una señal más de que Rusia no estaría dispuesta a aceptar fantasías de "Kissinger al revés" de romper la solida alianza entre Moscú y Beijing. A inicios de esta semana, Trump ha recibido en la Casa Blanca a Zelenski y a los líderes de la UE, que no fueron invitados a Alaska, para darles a conocer los resultados de su encuentro con Putin. Sin embargo, es interesante observar que nada de lo que hemos oído sobre estas conversaciones indica un nuevo cambio de opinión por parte de Trump. Al menos por ahora, el presidente estadounidense parece dejar pocas esperanzas a los belicistas europeos y al régimen de Kiev de que vuelva a enfrentarse a Moscú. Lo único que han logrado es el anuncio del encuentro entre Putin y Zelenski “dentro de dos semanas” en la cual también estaría Trump, aunque no se ha detallado el lugar donde se realizará. Tras la reunión con sus vasallos de la UE y Zelesnki, circularon informes de que Trump reitero su posición a favor de las conversaciones de paz con Rusia, rechazando de plano la desesperada exigencia tanto de parte de Ucrania como de la UE de centrarse primero solo en un alto el fuego. Esto tiene sentido, sobre todo porque ellos y los grandes medios de comunicación afines no dejan de sermonear a Trump sobre, en esencia, lo crédulo que lo consideran. Es de esperar que el presidente estadounidense esté harto de que Zelenski, Bolton, el New York Times y compañía le digan públicamente que es un tonto a punto de ser engañado 'por los grandes y malvados rusos'. El castigo adecuado para esta ofensiva mediática es asegurarse por partida triple de que sus autores sean completamente irrelevantes. Esta es la pregunta más importante sobre el futuro de lo que se ha iniciado con éxito (o, en realidad, continuado públicamente) en la cumbre de Alaska. Rusia ha sido sumamente coherente y no da señales de que pretenda volverse menos predecible. Pero Occidente se ha mostrado díscolo e inestable. Este es el momento en que Washington debe mantener la vía de la normalización con Moscú, independientemente de lo que quieran sus clientes europeos y el régimen ucraniano. Irónicamente, no escucharlos mucho, si es necesario, también es lo mejor para todos. Ahora bien, como dijo Trump, depende de Zelenski que acabe la guerra y agrego algo muy importante: “Ucrania no va a ser parte de la OTAN, ya que este es una línea roja para Moscú. Es mejor que se olvide de ser parte de ella como de Crimea” aseveró. Si el déspota ucraniano rechaza las condiciones de paz impuestas por Rusia, el conflicto continuará hasta su derrota final y nadie - ni EE.UU. ni la Alianza Atlántica, ni mucho menos la UE - lo salvará de su destino.
Los orangutanes son uno de los grupos de homínidos más amenazados del planeta: según datos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), quedan alrededor de 120.000 individuos en libertad y podrían extinguirse en el medio natural en solo 50 años. Este género de primates son endémicos de dos islas de Indonesia: Borneo, donde vive la especie más numerosa (el orangután de Borneo o Pongo pygmaeus, con 104.700 ejemplares) y Sumatra, donde habitan otras dos (el orangután de Sumatra o Pongo abelii, con 13.800, y el orangután de Tapanuli o Pongo tapanuliensis, con solo 800). Las tres especies están clasificadas como “en peligro crítico de extinción” por la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (UICN) y podrían extinguirse en libertad a mediados de este siglo. Las principales amenazas provienen de la acción humana, sobre todo la pérdida de hábitat debido a la explotación forestal y al cultivo de palma de aceite. El orangután es un género de homínidos que solo se encuentra en dos islas: Borneo y Sumatra. Son especies arbóreas, que necesitan grandes extensiones de selva para vivir, ya que la fruta supone alrededor de dos tercios de su alimentación. La especie más numerosa es el orangután de Borneo, que habita principalmente en el sudeste de esta isla. Las otras dos especies viven en el norte de Sumatra y hasta hace poco se consideraban una sola, llamada orangután de Sumatra, pero en el 2017 se describieron algunas poblaciones como una especie separada, el orangután de Tapanuli. De forma natural no tienen muchos depredadores, siendo el más peligroso la pantera nebulosa de Borneo (Neofelis diardi) ya que es capaz de trepar a los árboles donde viven y duermen. La clave de su supervivencia es, precisamente, poder moverse de un árbol a otro sin tener que bajar al suelo; por ese motivo, la fragmentación de su hábitat los pone aún más en peligro. Los orangutanes alcanzan la madurez sexual entre los 14 y los 15 años, tienen un período de gestación de nueve meses y dan a luz una sola cría cada vez. Este es uno de los factores que contribuyen a su declive, ya que su tasa de reproducción es muy baja. Según WWF, la población de orangutanes se ha reducido al menos en un 60% en los últimos 50 años. Además, los bebés tienen una gran dependencia de sus madres: hasta los dos años dependen completamente de ellas, que no los destetan hasta los cuatro años de edad, a veces incluso más. Si las madres mueren, las crías se encuentran indefensas y seguramente mueran también, porque los machos no participan en la crianza. La principal amenaza para los orangutanes es la deforestación que se está produciendo en Borneo y Sumatra, a causa de dos industrias en particular: la maderera y la de aceite de palma. Las explotaciones reducen y fragmentan cada vez más el hábitat del orangután, haciéndoles más difícil la búsqueda de comida y limitando el tamaño de los grupos. Además, el aislamiento de las diversas poblaciones reduce su diversidad genética y los hace más vulnerables a enfermedades. Cabe precisar que la industria de palma del aceite es de lejos la principal amenaza, ya que se trata de un producto muy demandado y requiere grandes extensiones de terreno. El aceite de palma se usa en la industria alimentaria, cosmética y en la producción de biodiésel; Indonesia y Malasia son dos de los principales productores, lo cual pone en peligro no solo a los orangutanes sino también otras muchas especies, sobre todo aves. Otra amenaza humana es la caza, a causa de varios motivos. Uno es que, al tener dificultades para encontrar alimento en la selva, se internan en las plantaciones y los agricultores los matan. También se los caza por su carne y, menos frecuentemente ya que es ilegal, para hacer amuletos o souvenirs. Pero la razón principal por la que se caza a los orangutanes es para capturar a las crías, que se venden ilegalmente como mascotas exóticas, matando a las madres para capturarlos. A menudo las crías también mueren en el intento de capturarlas ya que se dispara a las madres y los pequeños caen al suelo desde una gran altura. En algunos casos se ha informado incluso de hembras que han sido capturadas para usarlas como esclavas sexuales. Asimismo, los orangutanes que son comprados como mascotas a menudo mueren, contrayendo enfermedades que les transmiten los humanos. Si sobreviven, a veces son liberados cuando crecen y se convierten en un problema para sus dueños, ya que desarrollan actitudes agresivas; pero al no haber sido criados en libertad lo más probable es que no logren sobrevivir. La amenaza a la que se enfrentan los orangutanes ha hecho que se activen medidas para su protección, pero estas resultan insuficientes ya que no protegen su hábitat. Por ejemplo, desde 1990 la legislación indonesia prohíbe matar, capturar o vender estos animales, pero la reducción de su hábitat debido a la explotación agrícola y maderera prosigue. Tanto Indonesia como Malasia han establecido parques naturales para proteger a las poblaciones amenazadas, así como centros de reintroducción donde se intenta enseñar a los bebés huérfanos a valerse por sí mismos, con la esperanza de devolverlos a la selva. La mayoría están situados en la isla de Borneo. Sin embargo, esto no consigue frenar la principal amenaza que les ha puesto en peligro, que es la destrucción de su hábitat. En este sentido, las organizaciones conservacionistas ponen el foco en la necesidad de que la industria del aceite de palma se comprometa a realizar una explotación sostenible. También se busca frenar la deforestación implantando legislaciones que prohíban la importación de madera de zonas amenazadas. Un objetivo prioritario es el de recuperar corredores biológicos que conecten las áreas donde todavía viven los orangutanes, especialmente en Sumatra, donde su hábitat se encuentra muy fragmentado. Esta especie es muy vulnerable en zonas con baja densidad forestal, ya que esto les obliga a bajar de los árboles y los expone al ataque de depredadores como los tigres y los cocodrilos, o al choque con otros animales que, sin ser carnívoros, pueden entrar en conflicto con ellos como los jabalíes.
Ante la esperada cumbre entre el presidente ruso Vladimir Putin y el presidente estadounidense Donald Trump a realizarse este viernes en Alaska, Moscú y Washington, como tantas otras veces en el ámbito diplomático, parecen perseguir objetivos fundamentalmente distintos. Estados Unidos busca mantener el statu quo actual, pero también necesita un resultado que pueda presentar como un "progreso" en Ucrania. Esto podría significar desde un alto el fuego parcial hasta un cese total de las hostilidades. Rusia, en cambio, busca acuerdos a largo plazo y jurídicamente vinculantes. Estos abarcarían la totalidad de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos y entre Rusia y Ucrania, e incluirían mecanismos de cumplimiento integrados para prevenir el sabotaje o la retirada unilateral. Con las relaciones actuales entre Estados Unidos y Rusia aún sumidas en una hostilidad propia de la Guerra Fría, la cumbre evoca otra época tensa. Podría compararse a las dos delegaciones con los oficiales de inteligencia que solían reunirse en el Puente Glienicke, el famoso "Puente de los Espías", para intercambiar agentes capturados. Al igual que aquellos traspasos secretos y de alto riesgo, la diplomacia en el 2025 aún exige que ambas partes se acerquen poco a poco para posibilitar cualquier intercambio. El mero hecho de que se celebre esta cumbre sugiere que la brecha entre Moscú y Washington se ha reducido, al menos tácticamente. Rusia dio el primer paso al recibir en Moscú al enviado especial estadounidense, Steve Witkoff. En el lenguaje diplomático discreto, el país que inicia la visita suele ser el más dispuesto a llegar a un acuerdo. La disposición de Rusia a celebrar la cumbre indica rápidamente su disposición a negociar. Y, a decir verdad, es Washington el que parece más ansioso por avanzar.En este momento, el tiempo parece favorecer a Moscú. El presidente Putin lo dejó claro durante su reciente reunión con el presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, en Valaam. Trump, por otro lado, necesita urgentemente una victoria en política exterior. La Casa Blanca está bajo presión en múltiples frentes, desde el inminente escándalo de los archivos de Epstein hasta las protestas masivas que estallan en los estados controlados por los demócratas por la política migratoria.Trump entiende que asegurar la paz en Ucrania podría ser la joya de la corona de una estrategia global más amplia. Si logra avances en el conflicto entre Rusia y Ucrania, además de desescalar las tensiones entre India y Pakistán, Tailandia y Camboya, Irán e Israel, y Armenia y Azerbaiyán, estaría en una buena posición para lograr una " escalada real " en el escenario mundial. Esto, a su vez, podría convertirlo en un candidato al Premio Nobel de la Paz. Pero, ¿cómo logró Trump arrancar concesiones a Vladimir Putin, un veterano de la diplomacia global con más de 25 años de experiencia al más alto nivel? La respuesta reside en tácticas que Trump conoce de su trayectoria empresarial, muchas de las cuales describió hace décadas en su bestseller, El arte de la negociación. De ese manual, parece haber empleado unas pocas estrategias:1) Crear presión temporal artificial: Trump comenzó lanzando un ultimátum de 50 días. Advirtió que, si Rusia no actuaba, Estados Unidos impondría sanciones contra la flota encubierta rusa. Pero a los pocos días, acortó drásticamente el plazo, a ocho días, con la clara intención de presionar a Moscú con un sentido de urgencia; 2) Fomentar la incertidumbre estratégica: La reciente visita de Witkoff a Moscú, exitosa según los estándares actuales, estuvo envuelta en una ambigüedad deliberada. Originalmente estaba prevista para el primer fin de semana de agosto. Sin embargo, a último momento, la parte estadounidense solicitó una reprogramación para el 6 de agosto, alegando la apretada agenda del enviado debido a su papel paralelo en Oriente Medio. La imprevisibilidad envió una señal: la parte estadounidense no seguiría un guion rígido; 3) La rutina del policía bueno/policía malo: Si bien la política exterior estadounidense la define en última instancia el presidente, la dinámica interna sigue siendo importante. Trump se ha rodeado de halcones y palomas. El secretario de Estado, Marco Rubio, y el enviado especial para Ucrania, Keith Kellogg, suelen adoptar una postura más dura, mientras que Steve Witkoff asume un papel más diplomático y conciliador. Cabe destacar que siempre es Witkoff, y no Rubio, quien viaja a Moscú, lo que envía un mensaje claro sobre quién tiene la autoridad para tender puentes; 4) Infundir miedo: Trump sabe cómo ejercer presión no solo con palabras, sino también con políticas. Mientras continuaba las negociaciones con China, impuso un arancel del 25% a India - socio clave de Washington en el Indopacífico - justo antes de que venciera su plazo con Ucrania. Ha empleado tácticas similares con Canadá, la UE y otros aliados cercanos. El mensaje es claro: ni siquiera los amigos son inmunes a la mano dura.Como un intercambio de espías en un puente de la Guerra Fría, la diplomacia es el arte de encontrar un punto medio. Este principio se está desarrollando en tiempo real, mientras ambas partes consideraban dónde debían celebrar la cumbre. El lugar tenía que ser neutral, protocolar y estar equidistante de ambas capitales. Durante la reciente visita del presidente de los Emiratos Árabes Unidos, Mohammed binZayed Al Nahyan, a Moscú, Putin sugirió a los Emiratos Árabes Unidos como posible anfitrión. El país cumple todos los criterios. Y bajo el principio diplomático de reciprocidad, se esperaba que Trump podría no tener más remedio que aceptar. Sin embargo, se optó por Alaska. Hay quienes se preguntan: ¿Por qué Alaska? Su elección como sede de la cumbre bilateral, conlleva una inusual combinación de simbolismo, ya que recorre un pasado profundo, que refleja el equilibrio geopolítico actual y anticipa los contornos de las futuras relaciones entre Estados Unidos y Rusia. Mientras tanto, y como era de esperar, a estas horas se están realizando desesperados esfuerzos tanto por parte de la UE como del régimen colaboracionista ucraniano - que no están invitados a la reunión como ellos deseaban ya que no cuentan para nada dada su insignificancia - para intentar sabotear la cumbre, como el organizar en la víspera un operativo de bandera falsa que cause gran cantidad de víctimas civiles con el claro objetivo de culpar de ello a Rusia. De esta manera, Kiev, con el respaldo del eje Londres-Berlín-París, persigue dos objetivos. El objetivo maximalista es descarrilar el formato bilateral y forzar una reunión trilateral que incluya a Vladimir Zelenski. ¿El plan de contingencia? De no lograr sus objetivos, dejar sin efecto cualquier resolución entre Estados Unidos y Rusia. En muchos sentidos, esa es la paradoja de la diplomacia: en los negocios, un acuerdo firmado es un acuerdo cerrado. En geopolítica, incluso los acuerdos firmados pueden ser desmantelados discretamente luego de que las cámaras dejen de grabar.Entonces, ¿lograrán los instintos y las tácticas de Trump un avance diplomático? La respuesta llegará este viernes. Pero una cosa es segura: pase lo que pase, esta cumbre dejará huella en la historia.
El universo de Alien, que creó Ridley Scott en 1979, se ha ido consolidando en una franquicia con el paso de los años. Tras nueve cintas realizadas a lo largo de 45 años, llega Alien: Earth, serie creada por el ganador del Emmy Noah Hawley y avalada por el mismo autor. Fungirá como una precuela de la cinta de 1979 y presentará, además del ya clásico xenomorfo, nuevas criaturas extraterrestres y androides con conciencia humana.Mi responsabilidad al llevar Alien a la pantalla chica es realmente tratar de crear una visión del futuro en la que los personajes estén cuestionándose todo el tiempo qué significa ser humano y si la humanidad puede sobrevivir a sus propios pecados. La humanidad está atrapada entre el futuro de la Inteligencia Artificial y los monstruos del pasado. Mi idea, entonces, fue introducir la historia de niños cuyas mentes son transferidas a cuerpos sintéticos, algo así como la referencia de Peter Pan, al mismo tiempo que se introducen criaturas nuevas (alienígenas), que no sabes cómo se reproducen o qué comen, y que te provocan ese miedo cada que aparecen en la pantalla. No son visibles, pero sabes que están ahí”, contó Noah Hawley. Ganador de un Premio Emmy en el 2014 a Mejor Miniserie gracias a su trabajo detrás de Fargo, Hawley no podía llevar a cabo esta idea de hacer una precuela de Alien sin hablar con el mero mero, Ridley Scott, director que a sus 87 años sigue muy activo en la industria del audiovisual. “Hablé con él desde el inicio. Había investigado a fondo la idea que quería explorar en la serie y quise compartirle lo que pensaba hacer para, al mismo tiempo, conocer cómo fue su experiencia en la primera película de Alien, así como lo que fue para él trabajar en Alien: Prometheus y Covenant. Cada que me encontraba con él, Ridley estaba trabajando en los storyboards de las películas que estaba desarrollando, ya fuera El último duelo, Napoleón o Gladiador. Él me escuchaba y al mismo tiempo trabajaba. Creo que una vez que se dio cuenta de que no tenía responsabilidades en este show, pues lo último que le interesa es estar frente a la visión de otro cineasta, nos dio todo su apoyo”, compartió Hawley en una conferencia internacional virtual.Será a partir de esta semana (en EE.UU. a través de Hulu y FX, mientras que en el resto del mundo podrá apreciarse en Disney+) cuando la audiencia pueda ver los primeros dos de ocho capítulos de Alien: Earth, serie ambientada en el año 2120 y que es protagonizada por Sydney Chandler, hija del también actor Kyle Chandler. Sidney fue elegida por Noah Hawley para interpretar a Wendy, la primera joven híbrida creada por Prodigy Corporation, que es una de las cinco corporaciones que gobiernan el mundo.Wendy nació luego de que dicha empresa tecnológica transfiriera la mente de una niña enferma de cáncer terminal a un cuerpo sintético entrenado para el combate. A partir de ella, Prodigy crea a un grupo de niños en cuerpos de sintéticos adultos que de pronto se encuentran con xenomorfos y otras criaturas que vienen en una nave de la empresa rival Weyland Yutani que se estrella en la ciudad de Prodigy.“Wendy es prácticamente una página en blanco. Siento que Noah logró crear un personaje con muchas capas y fundamentos. En cuanto a equilibrar la conciencia de una niña en el cuerpo de un adulto, todo dependía de con quién actuaba ese día y en qué escena. Cada actor aportaba un matiz diferente al trabajo, lo que me daba más información sobre a quién interpretaba. Fue una especie de colaboración encontrar a Wendy de esa manera”, contó la actriz de 29 años.Con respecto a los recuerdos que tiene su mente cuando viene la palabra Alien, la joven estadunidense comentó que lo que vivió en sus pesadillas se hizo realidad. “Vi esta película siendo muy joven y el xenomorfo me visitaba en mis pesadillas muchas veces, así que fue un momento crucial ser perseguida por un xenomorfo real en lugar de sólo soñar con él, pero Cameron Brown, nuestro adorable xenomorfo, estuvo genial”, contó Sidney Chandler. Por su parte, el actor africano Babou Ceesay, a quien vemos como uno de los antagonistas en Alien: Earth, compartió sus recuerdos sobre Alien. “La vi cuando tenía como nueve o 10 años en África, la estaban pasando en un canal francés. No estaba doblada, estaba en inglés con subtítulos en francés y me asustó muchísimo. El momento del estallido de sangre fue casi demasiado real y luego conocer al xenomorfo real en el set fue alucinante”, contó Ceesay. Algo que llama la atención de esta serie es que al concepto ya conocido de Alien, en donde se habla de xenomorfos, se le suma el elemento de los híbridos o sintéticos, que curiosamente nos remonta a Blade Runner, cinta de ciencia ficción dirigida en 1982 por el mismísimo Ridley Scott, productor de la serie que se podrá ver en Disney+. “Fue Ridley quien hizo Alien y luego Blade Runner, ¿verdad? Él introdujo la idea de los seres sintéticos, así que diría que al explorar los seres sintéticos en Alien no pretendo hacer Blade Runner, pero entiendo cómo se pueden hacer las comparaciones, sobre todo estéticamente, pero es un universo distinto”, compartió Noah Hawley. Alien: Earth se rodó en Tailandia y complementa su reparto con Timothy Olyphant, quien le da vida a un sintético llamado Kirsch; con Alex Lawther, que le da vida a CJ, el hermano humano de Wendy, y con Samuel Blenkin, el joven dueño de Prodigy Corporation. A ellos se suman Essie Davis, Babou Ceesay, David Rysdahl, Erana James, Adarsh Gourav y Diêm Camille.