El ultimo fin de semana sucedió lo que estaba previsto y los japoneses han castigado en las urnas de una manera aplastante y sin piedad al gobernante Partido Democrático (PDJ), devolviendo la mayoría absoluta parlamentaria al corrupto Partido Liberal Demócrata (PLD), del cuestionado ex primer ministro Shinzo Abe, lo que podría considerarse como el retorno “natural” al poder de una agrupación que ha gobernado el país durante más de medio siglo, hasta su estrepitosa caída en el 2009. La mayoría del PLD, junto con su tradicional aliado Komeito, podría llegar a los dos tercios de una Cámara baja de 480 escaños, lo que le permitiría sortear el control del Senado por su derrotado rival socialdemócrata en las elecciones anticipadas del domingo. Es poco probable, sin embargo, que este movimiento pendular cambie significativamente la tercera economía mundial, estancada desde el estallido de su burbuja en 1992. Como lo es que Abe - un halcón que niega las atrocidades niponas en la II Guerra Mundial, como la mayoría de sus predecesores - pueda encarnar el liderazgo político que reclaman los japoneses, desencantados con la apisonadora burocrática de sus partidos tradicionales; un desencanto que en los últimos años alumbra populismos derechistas tan alarmantes como el representado por el Partido de la Restauración. Ni el PLD, pese a su retórica, se ha reformado durante su breve travesía del desierto, ni cabe otorgar ahora más confianza a Abe que la que dilapidó en su desastrosa jefatura del Gobierno de 2006-2007. Su receta económica pasa por un sí a la energía nuclear, total laxitud de la política monetaria y aumento del gasto en una economía cuya deuda pública es comparativamente mayor que la griega. La rotunda victoria de su partido conservador no refleja tanto un renovado entusiasmo de los votantes cuanto el deseo de laminar al todavía primer ministro Yoshihiko Noda, sepultado sobre todo por su manejo de la crisis atómica de Fukushima, tras el maremoto de marzo pasado.Lo que sí puede llevar a la política japonesa Shinzo Abe es un giro exterior. Uno de los lemas de campaña del próximo primer ministro, partidario de cambiar la Constitución para otorgar a las fuerzas armadas un papel más allá del de autodefensa actual, ha sido endurecer la actitud frente a Pekín, con quien Tokio mantiene un tenso contencioso sobre unos deshabitados islotes en el mar oriental de China. La inquietud que suscita entre los japoneses el expansionismo militar chino ha impulsado abiertamente en las urnas el regreso del PLD. Casado y sin hijos, Shinzo Abe es el continuador de una siniestra dinastía política que empezó con su abuelo, el que fuera primer ministro Nobosuke Kishi, que fuera detenido como criminal de guerra por los invasores estadounidenses, y siguió con su padre Shintaro Abe, que tras ocupar varias carteras fue nombrado titular de Exteriores entre 1982 y 1986. Está emparentado, además, con Eisaku Sato, hermano de su abuelo materno Nobosuke Kishi, que fue quien aportó el apellido de su familia adoptiva, los Kishi. Sato, que fue primer ministro entre 1964 y 1972 está considerado el padre del milagro económico japonés y recibió el Premio Nobel de la Paz en 1974, por sus esfuerzos a la no proliferación nuclear. Licenciado en Ciencias Políticas por la universidad Seikei de Tokio, Shinzo Abe empezó su singladura política en 1982, como asesor de su padre, antes de que se convirtiera en canciller. En 1993 obtuvo su primer escaño de diputado por la provincia natal de Yamaguchi. Siete años más tarde, en el 2000, fue nombrado portavoz en el Gobierno de Yoshiro Mori. Puesto que mantuvo en el 2001, cuando Junichiro Koizumi accedió al poder. En el 2003 fue nombrado secretario del Gabinete. Cargo en el que permaneció hasta que en el 2006 fue elegido primer ministro. Su retórica conservadora y nacionalista provocó entonces numerosas polémicas y sus detractores temen que ahora se reproduzca esta situación, en unos momentos de tensas relaciones con China y Corea del Sur. No fue la única controversia, además de escándalos de corrupción entre sus ministros y errores de gestión, el propio Abe tuvo que matizar en el Parlamento su negativa a admitir que las tropas japonesas hubieran utilizado a mujeres surcoreanas como esclavas sexuales.Ahora, con 58 años, Abe asegura que él y su partido “han aprendido de sus errores”, pero sus detractores temen una vuelta a los viejos hábitos del PLD, como el clientelismo y unas estrechas relaciones con los grandes grupos industriales. Sin embargo, el creciente poderío chino es visto como una amenaza por los japoneses que a pesar de todos estos cuestionamientos que se le pueda hacer a Abe,le ha vuelto a dar una nueva oportunidad.Esperemos que lo sepa aprovechar y no crea que es un cheque en blanco para el rearme del país,con las trágicas consecuencias que ello pueda acarrear.Basta recordar el oscuro pasado militarista del Japón para darnos perfecta cuenta de ello :(