Venga ya, para todos es visible que la situación en Turquía se deteriora cada día mas y no nos sorprenda que acabe en el estallido de una revolución a las puertas de Europa. Como sabéis, Recep Tayyip Erdogan, sueña con convertirse en el nuevo sultán de Turquía y ya no lo disimula. Sus políticas cada vez más autoritarias ha transformado la República que dejó en herencia Kamal Ataturk (aquel infame violador de niños griegos) en una sangrienta dictadura. Erdogan, se ha quitado la careta sabiendo perfectamente que Occidente no pedirá cuenta de sus monstruosos crímenes cometidos contra los kurdos, armenios y otras minorías, porque lo “necesitan” para contener a los millones de “refugiados” - terroristas en potencia - que pretenden entrar en Europa invadiendo Grecia. Es por ello que alentado por este manto de impunidad con el cual esta arropado, ha liquidado la pseudodemocracia parlamentaria que existía en Turquía para instaurar un régimen marcadamente autoritario. Al sátrapa no le ha temblado el pulso a la hora de mandar a la hoguera toda aquella institución, personalidad política o colectivo que le contradice su voluntad. Su última víctima ha sido su «delfín», Ahmet Davutoglu, que fue destituido de su puesto de presidente del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) y, por consiguiente, pierde la jefatura de Gobierno. Es así como la sed de poder de Erdogan le ha costado al primer ministro su cargo, ceremonial desde todo punto de vista. Quien vaya a sustituirle será un lacayo del dictador. Desde que Erdogan asumió la jefatura de Estado en el 2014, Turquía ha virado hacia el autoritarismo. El Gobierno ha intentado socavar a la prensa independiente, sometido a los medios liberales a presión policial, detenciones y cárcel. La libertad de expresión en Internet ha sido censurada. Se han abierto más de 2.000 casos contra personas que hablaron mal del tirano, un “delito” tipificado en el artículo 299 del Código Penal. Algunos han sido condenados a prisión y otros se han enfrentado a duras multas. En numerosos casos, los comentarios negativos a Erdogan se hacían en redes sociales, a las que el régimen bloquea a su gusto sin ningún respaldo legal. Asimismo, el Poder Judicial ha dejado de ser independiente e imparcial para ser utilizado por el dictador para proteger sus oscuros intereses y poner en marcha una caza de brujas contra sus enemigos. La Policía se está transformando en una especie de milicia pro Erdogan, donde intelectuales y periodistas son agredidos brutalmente en las calles, debido a sus opiniones críticas. Los periodistas opositores son despedidos de sus puestos de trabajo, o encarcelados sin ninguna investigación penal. Un total de catorce canales de televisión vía satélite han visto cortada su emisión. Quienes peor la pasan son los educadores e intelectuales, los cuales son arrestados a diario a través de acusaciones sin fundamento, como, por ejemplo, las de pertenecer a una «organización terrorista» o ser «estructura estatal paralela». Las políticas represivas se han intensificado desde el pasado verano, después de que el gobernante AKP perdiera por primera vez la mayoría absoluta en las elecciones de junio de 2015. Luego llegaron meses de caos y violencia con el resurgimiento de la resistencia kurda, liderada por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) quienes luchan incansablemente por su independencia contra el opresor turco, el cual ni aplicando el terror en las regiones kurdas - victimas de un genocidio sistemático por parte de Ankara - puede frenar sus ansias de libertad. A ello debemos agregar los sospechosos ataques de ISIS, no contra el régimen como pudiera imaginarse, sino contra los opositores de Erdogan, demostrando así su “fidelidad” a quien los aprovisiona con armas y hace negocio con ellos comercializando el petróleo robado en Siria e Irak, cuyas ganancias van a para a los bolsillos de Erdogan y su familia. Como no podía ser de otra manera, el régimen explotó el caos para sus propios fines propagandísticos. Los ataques del PKK contra los esbirros del gobierno, consiguieron desacreditar al prokurdo Partido Popular Democrático (HDP), que perdió más de un millón de votos que fueron a parar al AKP en las segundas elecciones de noviembre. El partido islamista volvió a gozar de su mayoría absoluta y Erdogan vio de nuevo la oportunidad de hacer realidad su sueño «imperialista» y recuperar la figura del «sultán». Para ello no solo dirigió su mirada asesina contra los medios independientes, sino que logro que mediante una enmienda constitucional que ha sido ampliamente criticada por su ilegalidad, ha logrado que el pseudoparlamento que controla a voluntad, lograra retirar la inmunidad a los parlamentarios “que se encuentren bajo investigación judicial” una polémica norma que esta dirigida especialmente a la oposición pro kurda para intentar acallar sus voces y entregarlos en manos del verdugo, afianzando así su estrategia autoritaria. Si bien la medida afecta a todos los partidos, lo hace de diferente manera. Mientras que la mayoría de los 138 diputados actualmente procesados lo están por casos de abuso de poder y corrupción, los 50 de un total de 59 diputados del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), partido de izquierdas que apoya la causa kurda, han sido acusados de «terrorismo» o de mantener relaciones con el Partido de los Trabajadores del Kurdistan (PKK). Su líder, Selahattin Dermitas, anunció que apelará ante el más alto tribunal del país. La medida, es un intento de silenciar a diputados elegidos democráticamente y por tanto creará un gravísimo déficit democrático ya que elimina cualquier tipo de disidencia interna y permite asumir a Erdogan todo el poder. Como podéis imaginar, este burdo empeño de tratar de acallar a la oposición anticipa una polarización cada vez mayor en la política de un país ya de por si fuertemente convulsionado y augura tiempos oscuros :(