Una serie de incesantes rumores provenientes del Brasil, nos obligan a desviar nuestra atención a este país sudamericano, el cual tiene la mala fortuna de ser gobernado por quien se hizo con el poder durante la pasada campaña electoral mediante un operativo de falsa bandera para ‘victimizarse’ ante una desinformada opinión pública que creyó en sus mentiras y que hoy se lamentan por ello. Nos estamos refiriendo que duda cabe, a Jair Bolsonaro - más conocido como el loco del Planalto por el odio que expresa en sus incendiarios discursos hacia quienes no piensan como el - quien en plena crisis provocada por el Coronavirus, no solo ha lanzado una insensata campaña negacionista de la catástrofe, minimizando la gravedad del impacto la pandemia en su país, sino que también busca dar un autogolpe de Estado con el objetivo de eternizarse en el cargo, poniendo en riesgo la salud de los brasileños y especialmente la propia institucionalidad democrática, la cual odia con toda el alma como todo aprendiz de dictador. En efecto, Bolsonaro lanzó una campaña publicitaria titulada "Brasil no puede parar", recomendando abandonar el aislamiento y no acatar otras medidas como el cierre de comercios, las restricciones al transporte y especialmente la prohibición de asistir a los cultos evangélicos. El mensaje ratifica el enfrentamiento abierto con los gobernadores e intendentes que ante la falta una política nacional comenzaron a tomar medidas por su cuenta contra el Coronavirus a pesar de las advertencias dadas por Bolsonaro de no hacerlo. Ahora enfrenta el peor escenario posible: una emergencia sanitaria con una grave crisis política y un choque económico en ciernes. Lo que se juega con esta emergencia no son solo las vidas de los habitantes de su país, sino sus propias instituciones. Con el Coronavirus sacudiendo al mundo, en el Brasil todo apunta a que esta crisis sanitaria tendrá consecuencias devastadoras en una empobrecida población que vive en las miserables favelas que rodean sus ciudades. Ante ello, parecería indispensable que el gobierno tomaría medidas de emergencia para evitar que el COVID-19 se transforme también en una hecatombe económica, social y política, pero nada de eso ha hecho, minimizando el peligro de una manera suicida. Es por ello que en lugar de estar en Twitter lanzando amenazas a sus adversarios y llamando a sus partidarios a las calles llamando al golpe, debería ocuparse del enorme desafío de salud que enfrenta su país. Bolsonaro - quien padece de graves alteraciones mentales al igual que su idolatrado Donald Trump - no ha asumido el rol de un jefe de Estado ante una emergencia y antes que dialogar con la oposición para enfrentar juntos la crisis sanitaria, ha decidido mantener sus incesantes ataques a las instituciones democráticas brasileñas y a todos los que no coinciden con sus disparatadas propuestas. Es mas, su decisión de apoyar una serie de manifestaciones a favor del cierre del Congreso y de la Corte Suprema - violando la cuarentena a la que estaba confinado por recomendación médica, ya que se sabe que ha dado positivo en el examen del Coronavirus, aunque se niega a mostrar los resultados que lo confirmen - ha suscitado el repudio generalizado, incluso de sectores moderados que en un comienzo lo apoyaron pero que no tardaron en alejarse de su entorno al notar la radicalización de sus propuestas. Incluso diarios otrora bolsoneristas como O Globo no dudan en publicar todos los días noticias criticas a su gestión acompañadas de sugerentes títulos dedicados al inquilino de Planalto. No es de extrañar por ello que diariamente, muchos ciudadanos han empezado a pedir su renuncia con cacerolazos desde sus balcones. Y esa idea ha comenzado a rondar también entre los políticos: han sido presentados formalmente tres pedidos de destitución ante la Cámara de Diputados. No sería el primero en protagonizar un juicio político en el Brasil. Desde el regreso de la democracia, en los años ochenta, dos de los cinco presidentes electos han sido removidos de su puesto (Collor de Mello y Dilma Rousseff) Así que los fantasmas del impeachment han regresado al país. Para agravar las cosas, Bolsonaro afronta esta grave crisis en una situación adversa: completo aislamiento político. Los líderes del Congreso, miembros de la Suprema Corte y algunos gobernadores estatales están en una permanente tensión con su gobierno. Y el martes 24 de marzo, luego de su patético pronunciamiento en cadena nacional, agravó aún más su precaria situación en el Palácio do Planalto. En su mensaje a la nación, mantuvo su postura de confrontación política y de negación de las evidencias científicas (el Coronavirus es, en sus propias palabras, “un resfriadito que no vale la pena combatir, ya que a los brasileños no les afecta nada, ni aun metiéndose en una alcantarilla”). Las consecuencias de su inacción serán graves: la crisis sanitaria y el choque económico que se avecinan podrían significar una crisis política cuyos efectos más hondos se sentirán no solo en su gobierno, sino sobre todo en la maltrecha democracia brasileña. A un año de llegar al Poder como un outsider, Bolsonaro ha desechado la idea de construir una mayoría política en el Congreso. Algunos de los grupos conservadores que habían respaldado inicialmente como los empresarios, el sector agroexportador, las iglesias evangélicas, así como los militares y policías, han comenzado a emitir señales de distanciamiento, porque la confrontación permanente mostrada para satisfacer a sus enceguecidos seguidores comienza a dañar sus intereses: los furibundos ataques a China (principal socio comercial de Brasil) de Eduardo Bolsonaro, uno de sus hijos - quien tiene sus propias ambiciones políticas - y de Ernesto Araújo, el ministro de Relaciones Exteriores, suscitaron la ira del sector agroexportador. Pero Bolsonaro no sufre solo en el frente político. La economía es otro factor de preocupación. La llegada del COVID-19 se traducirá invariablemente en una caída significativa de la actividad productiva. Las recetas neoliberales de su ministro de Economía, Paulo Guedes, no han surtido efecto ni preparan el terreno para afrontar la recesión económica que se viene (Brasil tendrá una caída del PIB de al menos 4 por ciento este año, según un estudio de la Fundação Getulio Vargas). Si a eso le sumamos que el sistema de salud pública requerirá un apoyo extraordinario para evitar su colapso, Bolsonaro enfrentará una situación económica y social explosiva en los próximos meses. Ante este escenario potencialmente catastrófico, Brasil preocupa. Es necesario por ello que los brasileños estén alerta: con tal de mantenerse a salvo de una posible destitución y la entrada en la cárcel, Bolsonaro podría darle un tiro de gracia a la endeble democracia brasileña y atornillarse al Poder antes de que sus enemigos vayan a por el. Y mira que tiene muchos, que con sus discursos incendiarios se los ha ganado a pulso. Por ese motivo, lo que se juega en Brasil con esta emergencia sanitaria completamente desbordada no es solo la salud de sus habitantes, sino la salud de su democracia. Para afrontar el COVID-19, será necesario que el gobierno tome medidas drásticas que sigan las recomendaciones de las autoridades de salud mundiales. Y para que estas decisiones sean adoptadas por la mayor parte de la población, la construcción de consensos es indispensable. Sin embargo, es difícil pensar que eso sucederá: Bolsonaro ha desoído las recomendaciones médicas de su propio gobierno, mina las acciones de su ministro de Salud y da sustento a diversas teorías de conspiración respecto al Coronavirus. El factor preocupante es que si pierde totalmente el apoyo de los sectores que aun lo respaldan, Bolsonaro se aprovecharía de esta crisis para implementar una agenda autoritaria que sepulte la democracia brasileña. Y parece que ya comenzó: el pasado 23 de marzo, Bolsonaro dejó sin efecto la ley de acceso a la información pública por decreto, instaurando el secretismo en sus actos de gobierno. Por ello, el papel de los demás poderes, de la oposición y de la sociedad civil es más importante que nunca, no solo para desbaratar sus planes golpistas, sino también para denunciar sus continuos e incesantes ataques que ya rayan en la demencia a las ya de por si maltrechas instituciones brasileñas. Mención aparte merece el ejército - considerado en sus inicios como el principal aliado de Bolsonaro - el cual ha dado muestras de disentimiento y cuyos generales no han dudado en reunirse con el vicepresidente, el general Hamilton Mourão “para expresarle todo su apoyo” si llega el momento de apartar del cargo a Bolsonaro, demostrando que tienen su propia agenda, no ocultando su desagrado al sometimiento del susodicho a los dictados de la Casa Blanca, en especial en lo relativo a Venezuela, al cual en mas de una ocasión ha manifestado que le gustaría invadirla “para restaurar la democracia”. Según el medio digital DefesaNet - utilizado por los militares para intervenir en el debate político - el general Braga Netto habría sido nombrado Jefe del Estado Mayor del Gobierno con el fin de coordinar las acciones del Gobierno Federal incluso si ello “contradice las declaraciones de Bolsonaro” cuyo errático comportamiento inquieta a la cúpula de las Fuerzas Armadas, quienes por lo visto ya dan claras muestras de insubordinación en un país que se encuentra a la deriva y cuyo régimen presenta inequívocas señales de descomposición. Si quisiera dar garantías de su respeto por las instituciones democráticas, Jair debería romper con Bolsonaro y contener sus arrebatos de locura. En vez de escuchar a su clan familiar y a su llamado “gabinete del odio”, que han hecho de Twitter el principal instrumento de conducción del gobierno, debería darle todo su respaldo a los científicos para enfrentar al COVID-19. También, tendría que dejar de lado la política que favorece a toda costa la economía sobre la salud, y financiar programas sociales de alto calado para socorrer a los millones de brasileños que serán afectados por la pandemia. Finalmente, tendría que dejar de atacar a sus adversarios y entender que Brasil tiene que ser gobernado para todos, no solo para su militancia virtual fanatizada con claras intenciones homicidas, para intentar revivir las matanzas generalizadas de opositores durante la pasada dictadura militar de la cual es un ferviente admirador. Pero por sus continuas declaraciones fueras de tono y propias de un demente extremadamente peligroso, todo indica que, en aras de mantenerse en el poder, Bolsonaro terminara por provocar una ruptura institucional cuyas consecuencias podrían ser dramáticas para Brasil y América Latina :(