LA RUTA DE LA SEDA: Un viaje exótico por el Asia central
La Ruta de la Seda engloba a las antiguas repúblicas caucásicas y las maravillas arquitectónicas del pasado islámico, recorriendo las rutas que atravesaban desde China a Occidente grandes caravanas cargadas de una seda que valía su peso en oro, cruzando algunas de las montañas más altas de Asia y los desiertos más inhóspitos. Como sabéis, la seda empezó a transportarse a Occidente desde China hace más de 2000 años, cuando los partos - quienes forjaron en la antigua Persia un poderoso imperio que se transformo en un formidable rival de Roma - se enamoraron del suave y delicado tejido. Se cree que el primer intercambio consistió en un huevo de avestruz por una pieza de seda. Tras su derrota en la batalla de Carras en el 53 a.C., los romanos desarrollaron una cara obsesión por el tejido, que en unos siglos se convertiría en una mercancía más valiosa que el oro. Aunque el entramado de carreteras se expandió con los siglos, la ruta tenía su principal extremo oriental en la capital china de Chang’an (actual Xi’an) y terminaba en Constantinopla (Estambul), con caravasares que servían de hoteles para mercaderes aproximadamente cada 30 km. Llevaba muchos meses atravesar los 8000 km que conformaba la ruta, dando lugar a una relación comercial entre Asia y Europa sin precedentes, pero su relevancia radica en el intercambio de ideas, tecnologías y fe que supuso y que sirvió para formar la primera ‘autopista de la información’ del mundo. Paradójicamente, mientras el grueso del comercio viajaba en dirección hacia el oeste, las ideas religiosas se desplazaban principalmente hacia el este. La Ruta de la Seda empezó su decadencia cuando China abandonó el cosmopolitismo de la dinastía Tang y se encerró tras su Gran Muralla, a lo que debemos agregar la rápida expansión del islamismo que conquisto el Imperio Parto cortando las rutas a Occidente, convirtiéndose así en una gran amenaza para el Imperio Bizantino, el cual llego a su fin con la caída de Constantinopla en 1453. La ruta fue definitivamente abandonada cuando las nuevas potencias europeas descubrieron rutas marítimas alternativas a finales del siglo XV. Asia central sufrió entonces el olvido de Oriente y Occidente hasta la llegada de los exploradores rusos y británicos en el s. XIX. Entonces, a veinte siglos de la llegada de la primera misión china, el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen acuñó la romántica expresión ‘Ruta de la Seda’ con el cual se le conoce ahora. Hoy casi cualquier camino que atraviese Asia central sigue algún tramo de la legendaria ruta. Muchas ciudades del Asia Central se desarrollaron alrededor de ella, destacando sobretodo las ubicadas en Uzbekistán, considerada una parada obligatoria para todo viajero, por las maravillas arquitectónicas que poseen Samarcanda, Bujará y Jiva, quienes albergan algunas de las muestras de arquitectura islámica más exquisitas del mundo; sus agitados bazares, sus ciudadelas medio escondidas del desierto, sus talleres de seda y la ocasión de contemplar el Mar de Aral son atractivos de primera que un visitante no puede dejar de admirar. Además, el país es un buen trampolín para rutas senderistas y viajes por Asia central. Fue Tamerlán quien convirtió Samarcanda en una de las urbes más bellas de Asia. Se puede visitar su mausoleo, el Gur-e-Amir, y la espectacular calle de tumbas de sus parientes timúridas. En cuanto a arquitectura audaz, es difícil superar la mezquita Bibi Khanum, construida para la esposa de Tamerlán. Destacan la espectacular plaza Registan (uno de los conjuntos arquitectónicos más imponentes de Uzbekistán y del mundo islámico), los fascinantes bazares y los restos de Afrosiab, la mítica ciudad de la Ruta de la Seda. Rodeada por los magníficos edificios de tres madrazas (las más antiguas del mundo), es fácil imaginar a Registan en sus tiempos se gloria, con viajeros de todas partes del mundo conocido que convergían en esa soberbia plaza. Estar en ella es como contemplar un cañón artificial, con las fachadas de las tres madrazas recubiertas de azulejos elevándose ante los ojos. Son mosaicos intrincados; uno se queda mudo ante los felinos rugiendo en lo alto de la madraza Sher Dor, y de sus leones parecidos a tigres desafiando la prohibición islámica de representar animales. Recuerda que, a lo largo de la historia, Uzbekistán ha practicado, a veces de un modo irreverente, su religión, como demuestra la moderna encarnación de las madrazas. Todavía se mercadea en sus alrededores, aunque el comercio se ha retirado a las tiendas de recuerdos, en el interior de las salas y celdas de las madrazas. Y uno se adentra en ellas para ver si todavía hay seda en las mesas de la ciudad más genuina de la ruta. Por cierto, no podemos olvidarnos de Bukhara y Khiva, demostrando que en Uzbekistán hay mucho por conocer. Para llegar a ella desde cualquier lugar del mundo, lo hacemos por vía aérea a Tashkent - la capital del país - y de allí por vía férrea en un viaje de de dos a tres horas. Si que lo vale :)