Ubicada al sur de la India, la antigua Ceilán vive horas sumamente difíciles. Si bien es cierto que la guerra en Ucrania continua acaparando los titulares internacionales, la prueba de fuego global de este momento se libra a miles de kilómetros de ese frente de batalla. Hace meses que Sri Lanka cayó en picada en una espiral económica letal: el país está sumido en una crisis de deuda pública, exacerbada primero por la pandemia y luego a causa de la guerra provocada por Ucrania contra Rusia a instancias de los EE.UU., que lo ha empujado a la escasez de alimentos, combustible, gas para los hogares, medicamentos, y una larga lista de productos esenciales, incluido el dinero en efectivo. Las protestas vivieron su día más álgido el ultimo fin de semana, cuando una multitud de manifestantes asaltó, saqueo e incendio el palacio dictatorial. Entretanto el sátrapa, Gotabaya Rajapaksa (que gobernaba el país desde el 2019, tras “suceder” a su odiado hermano Mahinda quien se hizo con el poder en el 2005, el cual tras su renuncia paso a ser primer ministro de su “sucesor”... Todo queda en familia) había huido minutos antes salvándose de ser ajusticiado y se encuentra según fuentes consultadas, “en un lugar seguro”. Mientras tanto, el primer ministro, Ranil Wickremesinghe - quien había asumido en mayo - también renuncio tras conocerse que el 20 de julio se realizaran elecciones generales. Según una encuesta de Naciones Unidas, un 70% de los hogares de Sri Lanka recortaron su consumo en alimentos: la inflación del precio de la comida ronda el 57%. Además, ese país de 22 millones de habitantes está sin combustible, y faltan varios días hasta la llegada de nuevas entregas. Ya en mayo, el creciente malestar social y las protestas derribaron a su hermano Mahinda del cargo de Primer Ministro, pero las causas de la crisis no se fueron, y estallaron nuevos choques entre las fuerzas de seguridad y una población a esta altura enardecida que exigía la caída total de la oprobiosa dictadura y no solo un cambio de nombres para que todo continúe igual. A ello debemos agregar los continuos e insoportables cortes de luz que se habían convertido en parte de la vida diaria, lo mismo que las largas colas para cargar combustible. Hasta se cerraron escuelas y oficinas durante la semana para evitar que la gente use el transporte. La semana pasada, los médicos, el personal médico, los docentes y los bancarios de la capital - Colombo - marcharon para protestar por la falta de nafta y gasoil para cumplir con sus funciones, consideradas esenciales. “La situación es insostenible para las personas comunes”, dijo un dirigente sindical docente. En mayo, Sri Lanka defaulteó su deuda por primera vez en su historia de nación independiente. Desde entonces, un gobierno de transición liderado por el veterano político y primer ministro Ranil Wickremesinghe estaba intentado estabilizar el país y sacarlo de sus problemas, solicitando ayuda financiera, por ejemplo, de sus potencias vecinas, China y la India. Pero el panorama seguía siendo sombrío para un país que no podía costear sus importaciones, debido al robo institucionalizado por el dictador y su familia que dejo las Arcas del país vacías. El gobierno recurrió entonces a medidas desesperadas: introdujo un esquema que le permite darle un día libre extra a los empleados públicos para que cultiven alimentos en sus jardines traseros y también les ofreció a 1,5 millones de trabajadores del sector público la posibilidad de tomarse 5 años de licencia sin goce de sueldo para que busquen trabajo en el extranjero, emigren, y envíen a casa las tan necesarias remesas de divisas. Como podéis imaginar, las filas se hicieron largas también para sacar el pasaporte, ya que el sistema de tramitación online está saturado desde hace meses. Los más desesperados escapan en bote a países vecinos, como la India. Los analistas comparan la debacle de la economía de Sri Lanka con el caos financiero de fines de la década de 1990 en las grandes economías del Sudeste de Asia. Otro advierten que Sri Lanka podría convertirse en un “Líbano del Sudeste de Asia”, un país disfuncional y consumido por la deuda, a la par que amenazado constantemente por su vecino sionista que ocupa Palestina, y que en más de una ocasión la invadió. Para agravar la situación de Sri Lanka, los diez días de negociaciones que empezaron el 20 de junio entre el gobierno de transición y los funcionarios del FMI sobre un posible paquete rescate, concluyeron sin ningún resultado. “Antes negociábamos como país en desarrollo”, dijo el hoy renunciante primer ministro interino Wickremesinghe. “Pero ahora la situación es diferente. Ahora participamos de las negociaciones como un país en quiebra, y por lo tanto enfrentamos más dificultades y complicaciones” dijo en aquella oportunidad. En muchos aspectos, los problemas de Sri Lanka son autoinfligidos y su situación es crítica. Sin embargo, el pasmoso colapso del país está también inextricablemente ligado a una serie de fenómenos globales más amplios e interconectados: la guerra en Ucrania ha hecho que se dispare el precio de los alimentos y la energía en todo el mundo, el empujón final que necesitaba la ya complicada Sri Lanka para caer al precipicio. “Sri Lanka estaría en crisis aunque no hubiera guerra en Ucrania, pero la guerra lo complicó todo”, decía hace unos meses Alan Keenan, analista de la consultora International Crisis Group. “Los efectos de la guerra en Ucrania son estos: la línea de crédito para comprar combustible para dos meses, ahora dura solo un mes. Aunque consigan un rescate, van a importar menos alimentos, menos combustible, menos medicamentos.” Hay muchos otros países que sufren presiones similares. Un informe conjunto del mes de mayo de los grupos humanitarios Oxfam y Save the Children reveló que en Kenya, Etiopía y Somalia, cada 48 segundos muere de hambre una persona. Según el informe, la guerra en Ucrania empujó los precios a niveles inéditos y la comida “se volvió inaccesible para millones de personas de África oriental” agregó. “La cantidad de personas que sufren hambre extrema en esos tres países aumentó más de un 100% desde el año pasado, de más de 10 millones a los más de 23 millones actuales”, señalo el informe de las organizaciones humanitarias. “Y como telón de fondo, una deuda asfixiante que se triplicó en una década, de 20.700 millones de dólares en el 2012 a 65.300 millones en el 2020, cuyo pago consume los recursos destinados a servicios públicos y protección social.” Las organizaciones también le recriminan a las principales potencias occidentales no hacer más para paliar la situación. De hecho, mientras EE.UU. y sus secuaces de la OTAN fomentan de una forma demoniaca la guerra en Ucrania, lo cierto es que Sri Lanka está fuera del radar. Pero los líderes de lugares más cercanos están bastante más preocupados. Dicen que durante su viaje de la semana pasada a Moscú, el presidente de Indonesia, Joko Widodo, tenía muy presente la situación en Sri Lanka. En su gira, Widodo instó a poner fin a las hostilidades y solicito al presidente ruso Vladimir Putin, “para que alivie las condiciones que frenan las exportaciones de granos y fertilizantes ucranianos”, cruciales para el resto del mundo, aunque todos sabemos que es culpa exclusiva de EE.UU. quien a pesar de saber que la guerra que propicio en Ucrania es una causa perdida, insiste en proveerle de armas - que luego el régimen colaboracionista tendrá que pagar - buscando que continúe desangrándose inútilmente. “El principal objetivo de Indonesia es que termine la guerra”, dice Andrew Mantong, investigador de relaciones internacionales del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, con sede en Yakarta. “Si eso no es posible, su segundo objetivo, más alcanzable, es lograr que los suministros de alimentos y fertilizantes de Rusia y Ucrania se reinserten en la cadena global de suministro”. El mes pasado, el asediado Wickremesinghe dijo que su gobierno estaba evaluando comprar petróleo ruso, a pesar de las sanciones occidentales. El hoy ex-primer ministro srilankés lamentó que la guerra en Ucrania haya acelerado la “contracción económica” de Sri Lanka y advirtió que su país no será el único. “Creo que para fin de año se verá el impacto en otros países”, dijo en aquella ocasión. “Los países dejaron de exportar alimentos y hay escasez a nivel mundial” aseveró. Y no le falta razón. Pero hay que reconocer que los problemas de Sri Lanka comienzan de muy atrás. En efecto, cuando en 1948 la por entonces llamada Ceilán obtuvo su independencia del Reino Unido, nada cambio para la población ya que quienes se hicieron con el poder procedieron a enriquecerse a costa del país, aplastando con gran violencia toda protesta. Para colmo, este clima de sangrienta represión dio origen al levantamiento de los Tigres de Liberación del Eelam Tamil - también conocidos como Tigres Tamiles - quienes buscaban la independencia del noroeste de la isla, ya se sentían discriminados por la mayoría cingalesa, dando origen a una guerra civil de 20 años (entre 1983 y 2009) que causó más de 100.000 muertos. Un baño de sangre del cual salió triunfante Gotabaya Rajapaksa - quien fue ministro de Defensa de su hermano Mahinda hasta el 2015 - el aprovecho ese “prestigio” para sucederlo en el 2019 siguiendo así con “la tradición familiar” de disponer del país a su antojo, pero ello se acabó. Entretanto, un cúmulo de desgracias se fue sucediendo hasta desembocar en un debilitamiento total de su economía. Si el tsunami del 2004 en el Índico dejó graves daños del cual el país nunca se pudo recuperar, los atentados del 2019 contra cinco hoteles de lujo y tres templos cristianos - obra de terroristas islámicos - con un balance de 260 muertos y 500 heridos, le asestaron un golpe brutal. El turismo, ya resentido por ellos, terminó de hundirse con la pandemia de Coronavirus. Sin olvidarnos por cierto como otra causa del actual desastre, la corrupción rampante del dictador y su familia, quienes vivían en una insultante opulencia en medio de un país en ruinas, acaparando asimismo los puestos del poder que se lo repartían entre ellos. Es obvio que ante semejante espectáculo de degradación moral, la ira fue entonces adueñándose de la población. Y el régimen, desde las primeras grandes protestas en marzo, respondió con una dura represión policial, bloqueando el acceso en Internet a las principales redes sociales, lo que aumentó la indignación y que al final dio el paso a la violencia exacerbada del último fin de semana que origino la caída de la dictadura. Pero Sri Lanka solo fue la primera víctima de una escalada de países que, debido a su extremada pobreza y corrupción de sus gobernantes, envueltos además en interminables guerras civiles, se encuentran en riesgo de seguir ese tormentoso camino ¿Cuál será el siguiente? :(