A pesar de todos sus esfuerzos por querer presentarse como un país moderno con una floreciente economía y un creciente peso en la escena política mundial - al extremo de su nada disimulado deseo de convertirse en la superpotencia del Siglo XXI - de puertas para adentro, China muestra su verdadero rostro autoritario y represivo que se vale de la coerción para combatir a quienes considera sus enemigos y lo hace sin ningún escrúpulo, donde el monopolio del poder es exclusivo del partido comunista y que no toleraría bajo ningún concepto la posibilidad de compartirlo. Este sometimiento también se extiende a sus minorías religiosas, en especial en el oeste del país, donde por ejemplo, tanto los tibetanos (budistas) como los uigures (musulmanes) viven oprimidos bajo fuertes presiones, en medio de una poderosísima ofensiva militar, económica, cultural y demográfica de la etnia mayoritaria en China, la de los Han. Ante las críticas internacionales por su proceder, sus dirigentes responden que se trata de un “asunto interno” chino rechazando cualquier tipo de mediación. En el caso de los uigures, que habitan un extenso territorio (conocido históricamente como Uiguristan) este siempre perteneció a China, pero aprovechando la prolongada guerra civil en que estaba sumido el país desde la caída del Imperio del Gran Qing, los uigures formaron en 1933 la denominada República del Turquestán Oriental, bajo tutelaje soviético, pero Mao Tse Tung logró incorporarla a su República Popular China en su fundación, en 1949, como la provincia que hoy se llama Xinjiang, procediendo a una intensa asimilación, mediante el asentamiento de los chinos de etnia Han, quienes por aquellos años apenas eran el 4% y hoy representan el 40%. Y su papel no es sólo apabullar en número, sino controlar la provincia y mantenerla “fiel” a Beijing. Los uigures o se sometían a sus caprichos o se enfrentaban a la marginación. Como respuesta a esta practica generalizada impuesta por los chinos, la oposición se ha expresado tanto de una forma pan-túrquica (sostenido por la Organización para la Liberación del Turkestán Oriental, es un nacionalismo de los pueblos turcos que hay desde Siberia hasta la actual Turquía) como en la pan-musulmana (a través del Movimiento Islámico del Turkestán Oriental, que ha adoptado tácticas de lucha armada) a los que China califica de terroristas. Las denuncias públicas sobre la dura represión que sufren por parte de las autoridades chinas han arreciado en las últimas semanas, llegando hasta el comité antidiscriminación de la ONU. Según los expertos que estudiaron el caso, hasta un millón de uigures han sido encerrados en alrededor de mil 200 campos de reeducación, donde viven en duras condiciones de hacinamiento, hambre y malos tratos, en los que muchos sufren torturas o han sido asesinados. Fuentes oficiosas en Beijing se han limitado a reconocer que “por la paz y la estabilidad en la región hay que estar dispuesto a pagar un alto precio”. Para ellos, se tratan de “centros de educación vocacional y entrenamiento a donde son enviados criminales involucrados en delitos menores para “erradicar el extremismo religioso”. No obstante, lo cierto es que la situación en Xinjiang no ha hecho más que deteriorarse desde los graves sucesos del verano del 2009, los más violentos de la historia reciente de China, con más de 150 muertos. A ello debemos agregar la violencia de grupos de militantes uigures, que en los últimos años han lanzado ataques indiscriminados con cuchillos, matando a decenas de civiles en estaciones de trenes y otros lugares de gran afluencia de público, corre al parejo de una dura y generalizada represión. Pero a raíz de que, en marzo del 2014, un ataque masivo con cuchillos dejó 31 muertos en la estación de tren de la ciudad de Kunming (según las autoridades chinas, aunque se estima que fueron muchos mas), el gobierno declaró la “guerra popular contra el terrorismo”, y llamó a la gente a “enterrar los cadáveres de los terroristas en un gran mar de guerra popular”. Si el control de la región siempre fue una preocupación, esta creció en importancia tras el derrocamiento de la dictadura comunista y el colapso de la Unión Soviética, debido al renacimiento islámico en el Asia Central y el surgimiento de nuevas naciones musulmanas, que los uigures desean imitar. En ese marco, no tardaron en producirse movimientos independentistas utilizando la violencia para intentar conseguir sus fines. Como podéis imaginar, la respuesta de Beijing fue la represión indiscriminada, así como la masiva llegada de chinos de la etnia Han para poblar la provincia separatista de forma acelerada. Aparte de ello, se centró en “integrar” simultáneamente a Xinjiang con China en términos económicos y sacarla de su aislamiento, así como la modernización de sus vías de comunicación para “facilitar” la llegada de las fuerzas represivas y tenerla bajo su control. El desarrollo económico pasó a ser la palabra de orden y con el inicio del nuevo siglo, Jiang Zemin (1989-2002) lanzó la campaña de estímulos de la región del Oeste. Se concibió entonces como una gran base industrial y agrícola y un corredor de energía y comercio para la economía nacional, lo cual permitió el fortalecimiento de la presencia del Estado en la región ya que el logro de aquellos objetivos dependía de la capacidad de arbitrar una mayor interacción y cooperación de China con los países vecinos. Beijing comenzó a hablar entonces del “puente terrestre euroasiático continental” que serviría no solo para vincular las principales economías de Europa y Asia oriental y meridional sino que aseguraría la integración activa de China con el resto del mundo. Esta dinámica se mantuvo durante el mandato de Hu Jintao y se reforzó con el autoproclamado “emperador” Xi Jinping, formando parte indisoluble de la Ruta de la Seda, para lo cual se incremento aun mas la llegada de los Han. Esto exacerbó las tensiones y complicaron las relaciones de los uigures con el Estado. Si con una mano se promueve “el desarrollo y el bienestar” concebidos a la manera de Beijing, con la otra se multiplicaron las campañas contra aquellos que se consideraban “elementos antisociales”. El clima posterior al 11S generalizó la represión, catalogándolos como terroristas y el consiguiente aumento de las medidas punitivas. Esta posición se ha visto reforzada con la presencia en los últimos años de miles de uigures en las filas de grupos terroristas -como ISIS, Al Qaeda, Al Nusra y Cascos Blancos - financiados por Washington y que operan en Siria e Irak. La asociación con el terrorismo también se vio facilitada por el tipo de acción violenta desarrollada por los propios opositores uigures dentro del territorio, que comenzaron a ser apoyados por los EE.UU. quienes vieron en ellos a unos invaluables “aliados” en su lucha de poder con China. Como respuesta ante esta amenaza, Xi Jinping pidió construir ‘una gran muralla de acero’ para salvaguardar la estabilidad de la región, fortaleciendo y ampliando la presencia de las fuerzas de seguridad en Xinjiang, colocando como responsable al jefe local del partido Chen Quanguo, quien ha aplicado una política de línea dura, persistiendo en los arrestos y encarcelamientos para mantener a raya a la población. Ello no ha evitado que se hayan producido graves incidentes (como el ocurrido en el 2015 cuando una mina de carbón fue asaltada con el balance de 50 muertos). Se sabe de otros sangrientos enfrentamientos que han cobrado cientos de victimas desde entonces, aunque las informaciones para confirmarlas son muy limitadas, gracias a la férrea censura establecida en el país. Esta situación ha abierto una brecha cada vez mas profunda entre los uigures de un lado y los ocupantes Han y el gobierno por el otro, donde el odio y el resentimiento esta presente a cada momento. El gobierno chino se niega a reconocer que la privación de derechos y la brutal represión contra sus minorías generan más descontento, al aplicar mano dura de una forma desproporcionada. La apuesta por una represión tan acusada acabará por agravar las tensiones étnicas hasta hacerlas insostenibles. Beijing utiliza la amenaza del terrorismo para tratar de deslegitimar absolutamente toda la propuesta de la comunidad uigur y justificar el clima de terror que hoy impera en Xinjiang. La falta de un debate interno en China en torno a la idoneidad de estas políticas evitando su cuestionamiento, facilita su generalización sin matices. La aplicación de una línea dura contra los uigures (y también su posición en el conflicto sirio) han llevado a China a situarse en el punto de mira de EE.UU. y los islamistas radicales de Oriente Medio, financiados por Washington. No sorprende por ello que los uigures están cada vez más presentes en el discurso de la Casa Blanca, tal como hace con los kurdos en Siria e Irak, para luego utilizarlos en sus guerras de agresión mediante el apoyo a grupos terroristas que hacen “el trabajo sucio” para Washington, quienes tras el colapso del ilusorio “califato” de ISIS (borrado del mapa bajo toneladas de bombas de la aviación rusa) buscan facilitar el retorno a Xinjiang de aquellos uigures que combatieron en las filas terroristas, para que desaten un baño de sangre en la región, intentando así “distraer” a China de otros asuntos mas importantes como son Corea del Norte, Taiwán y el Mar Meridional, puntos de fricción con los EE.UU. Lo único que van a conseguir es el recrudecimiento de la represión por parte de Beijing, que agravaran las tensiones hasta el infinito, lo cual por cierto, favorecerá los intereses de Washington. :(