Situada estratégicamente en el norte de Europa, por estos días Noruega se ha convertido en un escenario que revive épocas que ya se creían superadas y que como un déjà vu se empeña en volver. En efecto, la OTAN ha desplegado en todo el territorio noruego - así como en zonas de Suecia, Finlandia, Islandia y otros países bálticos - 50.000 efectivos, 250 aviones, 65 embarcaciones y 10.000 vehículos, procedentes de 31 países miembros de la Alianza Atlántica, quienes participan en el Trident Juncture 18 , los más grandes ejercicios militares de su tipo desde la Guerra Fría. Aunque oficialmente se dice que estas maniobras que se desarrollarán hasta el próximo 7 de noviembre, son para demostrar que la OTAN “es capaz de disuadir a cualquier adversario, no a nadie en particular, ni a ningún adversario en particular”, es obvio que las crecientes tensiones entre Occidente y Rusia es la principal razón que puede justificar el gran despliegue militar de este año. Si bien a modo de excusa, en la Alianza Atlántica afirman que estas maniobras son una respuesta a las realizadas por los rusos el mes pasado - el Vostok 2018 - sucede que ellos lo hacen en la inmensidad de su país y a nadie le tienen que pedir permiso para hacerlo, mientras la OTAN me pregunto ¿qué pinta ahí? Como sabéis, en la última década, especialmente en los últimos 4 años, las relaciones entre Rusia y Occidente han empeorado cada día, un clima geopolítico actual que se hace eco en todo el camino hacia el Ártico, un importante teatro militar durante la Guerra Fría. Entonces, ¿estamos en medio de una nueva conflagración, o qué se supone que sea esta creciente militarización del Ártico? Justo en el medio entre la OTAN y Rusia, Noruega es un punto de acceso para un conflicto inminente. Como mencionamos anteriormente, el Ártico fue un área fuertemente militarizada durante la mayor parte de la Guerra Fría, pero experimentó un cambio por la cooperación internacional tras el derrocamiento de la dictadura comunista y el colapso de la Unión Soviética, tras lo cual Rusia - debilitada por los cambios políticos, así como la perdida de importantes territorios que lograron independizarse, librándose del control de Moscú - dejo de ser vista como una “amenaza”. Esto se puede ver en la formación del Consejo Ártico en 1996 y en la Región Euroártica de Barents en 1993, junto con muchas otras organizaciones similares, creadas para desmilitarizar el Ártico a través de la cooperación en temas comunes como el cambio climático, las preocupaciones ambientales, el transporte marítimo, la gestión de recursos y mucho más. Durante las últimas tres décadas, estas organizaciones han ayudado a mejorar las relaciones ruso-occidentales mediante la colaboración, algo que durante mucho tiempo había sido una prioridad absoluta de los objetivos de la política exterior de Noruega, el cual decidió unirse a la OTAN desde su fundación en 1949, no sin la obvia desaprobación de la URSS. Dada su posición geográfica, de gran importancia estratégica y a su vez muy vulnerable, Noruega decidió limitar su papel en la OTAN durante la Guerra Fría limitando su papel al de proveedor de información e inteligencia, para evitar provocar a los soviéticos, un papel que Noruega siguió desempeñando incluso luego de la caída de la Unión Soviética. Pero eso ha cambiado. Esto se vio, por ejemplo, en 1999, cuando el radar Globus II fabricado por Raytheon se trasladó subrepticiamente de California a Vardø, una pequeña ciudad noruega a solo 28 Km. de la frontera rusa. El radar está actualmente administrado por los Servicios de Inteligencia de Noruega, y aunque la OTAN afirma que el radar “se utiliza solo para la vigilancia e investigación del espacio”, su ubicación, tan cerca de la antigua ciudad militar soviética de Murmansk, indica su verdadero objetivo. Los lugareños de Vardø han expresado su preocupación con respecto a la estación Globus II, y el teniente coronel Tormod Heier, consejero de la facultad de la Escuela Universitaria de Defensa de Noruega en Oslo, dijo: “Rusia considera a Vardø como un objetivo militar de alto valor. De estallar una guerra, será uno de los primeros lugares en ser destruido”. A partir del 2017, el gobierno noruego está trabajando en una estación de radar Globus III en Vardø, supuestamente para reemplazar el antiguo radar Globus I y se espera que esté operativo dentro de los próximos 2 años.En el conflicto creciente que se da entre Rusia y los EE.UU., de enfrentarse asumiendo posiciones contrapuestas en diversos lugares del mundo, la política seguida por Noruega en el Ártico está resultando cada vez más difícil de mantener. Al utilizar el Trident Juncture 18 como una manera de acercar a Finlandia y Suecia a su círculo aliado , la OTAN está demostrando que tiene objetivos expansionistas muy específicos en la región del Ártico y el Mar Báltico, no muy diferente al que tiene en el resto del mundo, que es el de ‘rodear’ militarmente a Rusia, lo cual es muy peligroso en este caso para Noruega al asumir posiciones consideradas suicidas, ya que seria el primer blanco de Moscú. Y ellos lo saben muy bien. Desde el final de la Guerra Fría, Rusia ha sido rechazada repetidamente cada vez que ha intentado acercarse a Occidente. Cuando se negoció el acuerdo de reunificación de Alemania, se prometió a Rusia que la OTAN “no se extendería ni un centímetro hacia el este hacia las naciones ex soviéticas a cambio de que Rusia acordara reunificar Alemania del Este con el resto del país”, una promesa que obviamente nunca se cumplió, ya que fue lo primero que sucedió. En el 2001, el Presidente ruso Vladimir Putin expresó el deseo de que Rusia se uniera a la OTAN , una rama de olivo que Occidente rechazó arrogantemente también. En cambio, la OTAN continúa su expansión hacia el este, con 21 naciones de la UE que ahora también forman parte de la OTAN y rodean a Rusia en casi todos los frentes. En el 2002, EE. UU. anunció que abandonaba el Tratado de Misiles Antibalísticos (ABMT) firmado en 1972 y nuevamente en el 2018 que abandonaba el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (Tratado INF) firmado en 1982. Ambos tratados se firmaron durante la Guerra Fría como parte de los planes de la estrategia de distensión, pero también se mantuvieron extremadamente relevantes en el mundo posterior a ella. La hipocresía que hace gala Occidente para lograr sus fines es bien conocida en el resto del mundo. En el 2014, los EE.UU. ayudaron a derrocar al Presidente constitucional de Ucrania, Viktor Yanukovich, reemplazándolo por un traidor colaboracionista como Petro Poroshenko, un conocido mafioso oligarca, quien llego al extremo de “conceder” la ciudadanía ucraniana de un día para otro a decenas de agentes de la CIA para encargarse de la administración del país, que caía así en las garras de la OTAN, la cual teóricamente se creo como una alianza militar que debería haber terminado técnicamente cuando terminó la Guerra Fría, pero en cambio siguió creciendo y se fortaleció capitalizando la extrema debilidad de la nueva Rusia tras el derrocamiento de la dictadura comunista en 1991, un país que vivía en medio de tanta confusión e incapaz de afirmarse como una potencia mundial dominante en el mundo post-soviético. La inmensa popularidad de Vladimir Putin es el resultado directo de una década de vergüenza nacional que se infligió a los rusos durante la década de 1990 de Boris Yeltsin. Con un estilo de democracia muy patriarcal, los rusos tradicionalmente buscan en su líder a alguien que pueda hacer frente a las potencias occidentales en lugar de inclinarse a su voluntad. Por lo tanto, no es una sorpresa que Putin esté preparado para enfrentarse a las amenazas de la OTAN procedentes del Ártico. En efecto, Rusia ha estado fortaleciendo de forma masiva su armada en la península de Kola, con alrededor de 50 bunkers de gran tamaño y construidos a gran profundidad tanto para misiles nucleares como misiles de crucero convencionales de alta precisión, que se encuentran ubicados en Severomorsk, a solo 100 km de la frontera con Noruega. Aparte de ello, Moscú realizo el mes pasado sus propios ejercicios militares en el Ártico - el Vostok 2018 - el más grande llevado a cabo en suelo ruso desde 1981, con 300.000 soldados, 1.000 aeronaves, 36.000 tanques y contando además con la participación de China y Mongolia, lo que causo gran alarma en Occidente. Flexionando sus músculos antes del Trident Juncture 18, Rusia ya había enviado en agosto 8 barcos para navegar en el Mar de Barents . En septiembre, mostraron su nuevo sistema de defensa costera móvil disparando misiles desde la base de Kotelny, y este octubre enviaron submarinos nucleares y bombarderos estratégicos a una misión de entrenamiento de combate en el Mar de Barents. Rusia está tratando de esta manera enviar un mensaje de advertencia en el que esta alerta mientras la OTAN opera en su puerta, un mensaje que sus enemigos ven como una oportunidad para aumentar sus planes de militarización ante lo que perciben demagógicamente como “una creciente agresión rusa” (?). Uno podría preguntarse cómo hemos llegado a este punto en la historia, en el cual parece que estamos en medio de una segunda Guerra Fría aún más grave que la anterior, según afirma Stephen Cohen , profesor emérito de Estudios y Política Rusos en la Universidad de Nueva York y Princeton. Las relaciones entre Occidente y Rusia comenzaron a deteriorarse en el clima político posterior al 11-S, perfectamente sincronizado con la llegada de Vladimir Putin al poder, quien se negó a apoyar la guerra de Irak, prefiriendo dedicar todos sus esfuerzos logrando que Rusia vuelva a ser una gran potencia luego del desastre heredado de Yeltsin. Junto con sus opiniones divergentes sobre el conflicto en el Cáucaso, Putin mostró una disposición a enfrentarse nuevamente a la OTAN y a las potencias occidentales, algo que su antecesor no había hecho durante toda una década. Esta tendencia del renacimiento ruso continuó cuando Rusia decidió intervenir en Siria aplastando bajo toneladas de bombas el ilusorio ‘califato’ de ISIS (un grupo terrorista creado y financiado por los EE.UU.), y reunifico además a Crimea con Rusia, de la cual había formado parte desde hace siglos, hasta que el dictador comunista soviético de origen ucraniano, Nikita Jrushchov decidió ilegalmente ‘regalárselo’ a Ucrania en 1954. El golpe propiciado en Kiev en el 2014 por una camarilla fascista con apoyo de la CIA y el genocidio sufrido por la población rusoparlante, propicio la intervención de Moscú quien acudió no solo en su apoyo, sino también para recuperar lo que siempre había sido suyo, mediante un referéndum en Crimea que tuvo el apoyo unánime de quienes deseaban volver a ser parte de Rusia. Y vaya que lo consiguieron. Lo que el mundo comprendió a través de estas acciones, fue el renacimiento ruso como una gran potencia y que estaba lista para tener voz en los asuntos globales una vez más. No hace falta decir que a EE.UU. y sus ‘socios’ de la OTAN no le gusto nada aquello, porque echo por tierra sus planes de apoderarse de Siberia - con inmensas reservas de gas y petróleo bajo su suelo - utilizando a Ucrania como zona de paso para sus tropas. Y es que en su búsqueda de la hegemonía global, la OTAN no acepta ninguna forma de bipolaridad o multipolaridad. Pero con el ascenso de Rusia y China como potencias militares cada vez más fuertes y con arsenales nucleares que superan a las suyas, la OTAN siente la necesidad de demostrar que sigue siendo “el único poder global por encima de todos”, aunque para su desconsuelo, la realidad es muy distinta a lo deseado. No es de extrañar por ello de la existencia de un lobby antirruso bastante prominente en los EE.UU. que ha estado presionando fuertemente desde el final de la Guerra Fría para mantener la tensión con Rusia en un nivel alto (Tsygankov, 2009). Al hacerlo, Washington tiene un 'motivo' que puede usar para justificar la venta masiva de armas, la expansión de la OTAN y las intervenciones militares, todo en el nombre de aplazar la influencia rusa en el extranjero, tal como lo hizo durante la Guerra Fría cuando pretendía luchar contra el comunismo en todas partes de Sudamérica, Asia y Medio Oriente. Ahora, durante los últimos 2 años, todos los principales medios de comunicación en manos de poderosas corporaciones judías han estado impulsando diariamente de manera repulsiva una supuesta conspiración de Trump con Rusia - también conocida como Russiagate - con tal intensidad que ha llevado a muchos estadounidenses a creer que actualmente están “bajo una amenaza rusa”. Debido a esa vomitiva propaganda, pocos están cuestionando los efectos que las sanciones impuestas y la expansión de la UE y la OTAN han tenido en las relaciones entre Rusia y Occidente, observando en cambio las acciones del presidente ruso como “un peligro para su seguridad nacional” para explicar el empeoramiento de las relaciones. Volviendo al tema de fondo, el futuro del Ártico depende completamente de qué tipo de narrativa nosotros, en Occidente, decidimos adoptar hacia Rusia. A medida que la influencia rusa se convierte en un punto de conversación cada vez más crucial, especialmente en las próximas elecciones de mitad de período, podría tener consecuencias desastrosas si los políticos comienzan a discutir sobre quién puede ser el “más duro con Rusia” para ganar réditos políticos. La cooperación, la resistencia y la prosperidad del Ártico difícilmente pueden lograrse si una vez más dividimos nuestro planeta por la mitad debido a una lucha ficticia y arbitraria del “bien contra el mal” o “democracia occidental contra el autoritarismo ruso”. Desafortunadamente, en el envenenado clima político de hoy, quien simplemente trata de reducir la tensión a un nivel de cordura quedará inmediatamente retratado como “un títere ruso” “un agente del Kremlin” o “un apologista de Putin”. Como Stephen Cohen dijo al periodista neocon Max Boot durante un debate en CNN : “Cuando personas como usted denominan apologistas rusos a quienes no estamos de acuerdo con sus análisis, están criminalizando la diplomacia y la distensión y son la verdadera amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU.”Actos como criminalizar la diplomacia, expulsar a los diplomáticos rusos en masa, culpar a Rusia por entrometerse en las elecciones y envenenar a ex agentes en territorio extranjero mientras no se tiene ninguna evidencia, es el tipo de comportamiento que solo empeorará las relaciones en general, mientras que lentamente transformará el Ártico volviendo a su papel anterior como teatro militar, en lugar de la región pacífica que ha sido durante casi 30 años. En medio de todo esto, Noruega solo puede prepararse para lo que está por venir. Aunque los simulacros como Trident Juncture 18 puedan asegurar a Noruega y ayudarlo a reaccionar ante cualquier “amenaza” rusa que se produzca, uno podría preguntarse por qué, en primer lugar, hemos llegado a un punto en el que se considera que tales medidas son necesarias. Si mantener las relaciones con Rusia en el lado positivo es una de las principales preocupaciones de la política exterior de Noruega, que ha tratado de lograr a través de la cooperación del Ártico, tal vez el camino más inteligente sería mantener al Ártico libre de militares como sea posible. Esto sería algo de lo que el mundo entero probablemente se beneficiaría también. Nadie tiene nada que ganar con una nueva Guerra Fría en el Ártico y Noruega en primer lugar... sería su final :(