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miércoles, 24 de octubre de 2018

ARABIA SAUDITA: Locura y maldad

El descuartizamiento en vida del periodista Jamal Khashoggi acaecido en el consulado saudita en Ankara (Turquía) a manos de los esbirros del régimen de Riad, demuestra el grado de salvajismo a que ha llegado el príncipe heredero Mohamed bin Salmán (MBS), hombre fuerte de la monarquía de Arabia Saudita - quien por cierto, padece de graves alteraciones mentales - sindicado como el directo responsable de esta bestialidad que ha conmocionado al mundo. Considerado un Criminal de Guerra tanto por el genocidio que ocasiona en Yemen ante el silencio cómplice de Occidente, como su implicación junto a los EE.UU. y los sionistas en la guerra de agresión contra Siria, financiando grupos terroristas como ISIS, Al Nusra y los Cascos Blancos, no debe extrañar a nadie este nuevo acto de barbarie, con mayor razón al sentirse impune debido a sus estrechos lazos con Washington, especialmente con Donald Trump, que avala sus innumerables crímenes. Detenido inmediatamente al entrar a la sede diplomática, adonde concurrió a realizar un trámite personal, no había mucha intención de desperdiciar semejante oportunidad. La perplejidad y angustia del periodista debió ser inenarrable. Nada más ser aprehendido, fue trasladado a golpes a las dependencias del cónsul, reducido, esposado en una mesa y drogado. Instantes después es trasladado a una habitación contigua, donde le cortan los dedos. Luego comienza a ser descuartizado con una sierra eléctrica por uno de los quince hombres, sicarios todos. Los gritos, el ruido de la sierra y las contorsiones resultan tan espeluznantes que el principal asesino recomienda a los 'espectadores' escuchar música y en un momento dado seda al periodista. Tal recomendación, la conducta en general, nos sitúa ante un profesional. Un experto descuartizador y ejecutor. La dantesca escena dura siete minutos, los que tarda el esbirro en desmembrar y finalmente decapitar a Khashoggi. Durante el proceso, en un momento indeterminado, el delegado consular protesta. No lo hace por el suceso en sí mismo, sino por las consecuencias que pudiera derivarse de él. "[Hacedlo] en cualquier sitio por ahí o tendré problemas". Al sicario, diría yo, no le tiembla ni la voz, solo está en su jornada de trabajo. Un día en la 'oficina'. Es más, hasta es muy posible que le incomoden tantos escrúpulos. 'Estos diplomáticos siempre con tantas suspicacias'. Sin apenas margen para más protestas le espeta "cállate si quieres seguir vivo cuando estés de vuelta en Arabia Saudita". El cónsul calla, aterrorizado ante semejante amenaza, ya que en medio de los alaridos, los trozos de carne amontonados y la sangre salpicada en el suelo y los muebles convirtiendo la sala en un matadero, la amenaza no es una bravuconada. Es real. Traga saliva y piensa, presumiblemente, que ojala acabe cuanto antes el monstruoso espectáculo que acontece frente a él. Y acaban. Recogen los restos, limpian la sangre y vuelven a convertir la sala consular en lo que jamás debería haber dejado de ser tras haberse trasformado durante instantes en una grotesca carnicería. Este relato no es ficción, no es una novela, no es una película, es Arabia Saudita. Se produjo, según diversas fuentes y medios, en la Embajada saudita en Turquía cuando un periodista crítico -ni siquiera disidente- acudió el pasado 2 de octubre a recibir un papel que necesitaba para contraer matrimonio. Ante semejante salvajada las protestas han arreciado sobre los sauditas y el foco periodístico les persigue con la tenacidad de un sabueso. De hecho, la situación ha llegado hasta el punto de considerar estos, en un gesto absolutamente inusual en la diplomacia, admitir el periodista “murió en una pelea a manos de sus interrogadores que actuaron por su cuenta”. Una versión sesgada de la realidad acerca de los terroríficos sucesos que costaron la vida a Khashoggi, tratado con ello en todo momento de proteger a bin Salmán de su responsabilidad manifiesta, ya que se ha llegado a saber que este lo tenia bajo vigilancia desde hace mucho y había enviado un comando de 15 asesinos a Ankara con el claro objetivo de liquidarlo. Y es que no es lo mismo para la prensa internacional masacrar sirios y yemeníes, ya sean mujeres, ancianos o niños, que asesinar a un periodista que escribe en medios norteamericanos. Menos aún de la forma en la que se sabe que ha sucedido todo y menos aún si existe una grabación del asunto. Si el “negocio” hubiera sido menos sanguinolento y explícito, algo más parecido a una sospecha que a una monstruosidad semejante, todavía. Si todo tuviera que ver con financiar a ISIS que asesina musulmanes por miles y europeos por cientos mientras ayuda a derrocar a Siria, tampoco sería para tanto. Al fin y al cabo, los sauditas no solo decapitan por cientos a los suyos todos los años, ya sean disidentes, adúlteros, homosexuales o ateos, sino que también compran carros de combate, participan del tráfico de armas y se ven envueltos en los turbios negocios junto a la élite occidental. Pero este embrollo es demasiado escabroso para el alto estándar “moral” de la prensa occidental. Asesinar a un periodista de la manera en la que se ha perpetrado es traspasar una línea roja cuyas consecuencias los sauditas deberían haber tenido capacidad de prever. Lo que sucede es que entre tanta decapitación, tanta sierra eléctrica y tanto genocidio a veces pierde la perspectiva. La situación, además, no llega en el mejor momento para Arabia Saudita, cuyos métodos ya han sido condenados por Canadá, lo que ha desatado una colérica venganza diplomática de Riad tan extremadamente dura como bastante insólita. Y es que los sauditas están más acostumbrados a países en los que literalmente se pasa por alto sus acciones criminales “gracias” a los millones de euros en jugosas comisiones por la compra de armas, que a países disconformes con sus reiteradas y estructurales violaciones de los derechos humanos. En cualquier caso, que nadie espere medidas de castigo contra Arabia Saudita por sus barbaridades, ya que es un firme “aliado” de Occidente y lo seguirá siendo. Queda capear el temporal, dejar pasar el tiempo y que la prensa internacional, antes o después, “olvide” el atroz crimen, ya que los “negocios” están primero. Porque Occidente aparte de soltar unas cuantas lágrimas de cocodrilo, seguirán vendiéndole armas, las élites occidentales no dejarán de apropiarse de comisiones millonarias y los sauditas continuarán masacrando yemeníes y financiando a grupos terroristas que luego terminaran cometiendo sangrientos atentados en Occidente. Sobre todo, porque sin esto último las dos suculentas premisas anteriores no se cumplirían. No nos engañemos ni nos hagamos ilusiones, no habrá ninguna represalia por esta monstruosidad cometida, pero ciertamente se hace cada vez más necesario que Occidente recapacite sobre su geopolítica a nivel mundial y sobre los perversos aliados que cuenta a día de hoy sobre el tablero. No parece que países como Arabia Saudita sean los mejores compañeros si se pretende un mundo mejor, aunque no cabe duda que si el objetivo es descuartizar el planeta para expoliarlo, difícilmente se encontrarán mejores sicarios. Trump por cierto, no hará nada al respecto, ya que no solo se lo impide sus lucrativos negocios con Riad, sino especialmente sus preparativos de guerra contra Irán, donde Arabia Saudita es imprescindible en esta empresa criminal :(
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