El norte de África continúa desangrándose ante la vista indiferente de la comunidad internacional que nada hace para detenerlo. Así, a la tragedia que se vive en Libia, podemos agregar el reciente golpe militar en Sudán; la violencia en Mali ocasionada por grupos vinculados a ISIS; o el peligroso deterioro de las relaciones entre Argelia y Marruecos que podría llegar a un enfrentamiento militar en cualquier momento por el nunca resuelto problema del Sahara Occidental, ocupado por Rabat en 1975. Pero de la situación del cual nos ocuparemos en esta oportunidad es la terrible situación que se está dando en Etiopia, donde en estos momentos un grupo terrorista marxista-leninista denominado Frente Popular para la Liberación de Tigray (FPLT), avanza a toda prisa para tomar su capital - Addis Abeba - donde sus aterrorizados habitantes esperan lo peor. ¿Quién iba a pensar, hace un año, que Etiopía estaría en esta situación? Lo que comenzó como una operación para restablecer el Estado de Derecho por parte de las autoridades etíopes, degeneró rápidamente en masacres de una violencia excepcional, casi a puerta cerrada. Y ahora los terroristas de Tigray que luchan contra el primer ministro Abiy Ahmed, se encuentran a las puertas de la capital federal. La explicación puede estar en la propia naturaleza del país. Desde hace un año, las partes enfrentadas en Etiopía libran una guerra de "extrema brutalidad", según la ONU y la Comisión Etíope de Derechos Humanos, no sólo por el control del vasto territorio del país, sino por la propia identidad del Estado. Se trata de dos proyectos que han estado enfrentados. "Lo que ha ocurrido en Tigray no es 'otra guerra civil en África', como podría decirse de forma trivial", afirma Kjetil Tronvoll, investigador del Colegio Universitario de Oslo que ha mantenido contacto con los cabecillas terroristas de Tigray desde antes del inicio de la guerra. “Porque la manzana de la discordia, la cuestión central por la que se lucha tiene profundas raíces en la historia de Etiopía. Una vez más, estamos luchando por lo que es Etiopía, por una visión de Etiopía y por cómo debería organizarse. Es decir: autoridad central frente a autonomía política de las periferias”. En efecto, los beligerantes tienen una visión antagónica de la antigua y cambiante entidad imperial que es Etiopía. Por un lado, la etnia de Tigray - cuyas bases están seducidas por ideas separatistas - ha hecho una reivindicación autónoma y nacional desde que fueron desalojados del poder federal en el 2018. Por otro lado, desde Addis Abeba, el proyecto supranacional y centralizador del gobierno federal y sus aliados regionales, especialmente los nacionalistas amharas, que quieren afirmar su preeminencia en los asuntos del país tras años de marginación cuando los de Tigray ejercían el poder con mano de hierro. Sin embargo, este proyecto está siendo impulsado por Abiy Ahmed, un hombre que tiene una visión más personal de esta guerra, según muchos observadores etíopes. "Creo que su proyecto es mesiánico", dice Éloi Ficquet, de la École des Hautes Études en Sciences Sociales, haciéndose eco de muchos colegas. “Abiy cree en su destino y piensa que está guiado por la providencia divina", continúa. “Ve los desafíos que enfrenta como pruebas enviadas por Dios, que una vez superadas revelarán una gran Etiopía como existía en el pasado cuando era un imperio, jamás colonizado por potencias europeas como sucedió en el resto de África (aunque fue brevemente ocupado por los italianos entre 1936 y 1941) a lo cual podemos agregar que durante siglos fue la única nación cristiana ubicada en medio del mundo musulmán, lo que causo gran admiración y simpatía en Occidente, con su emperador convertido en icono de una generación, algo que Abiy en sus sueños de grandeza quiere imitar, por lo que creo que ya no podemos hablar de un proyecto político, sino de una exaltación megalómana” señaló. “Las capitales occidentales enceguecidas por su ímpetu reformista cuando asumió el poder en el 2018 no se dieron cuenta de sus propósitos. Para ellos era una historia etíope de éxito, un primer ministro joven y carismático, que pacificaría al segundo país más poblado de África y estabilizaría la región, y esa posibilidad era demasiado tentador. Sin embargo al final, subestimaron sus ambiciones” agrego. Al parecer, las cancillerías europeas, entendieron un poco tarde y con sorpresa, cuál era el verdadero proyecto del Premio Nobel de la Paz 2019, cuando se reconcilió con el hermano enemigo Eritrea: para acabar con la arrogante impunidad de su enemigo común, los antiguos amos del país, los dirigentes del TPLF, el partido de Tigray que se había atrincherado entonces en su provincia y al que se acusaba de fomentar la división y buscar la desestabilización del país para sobrevivir. El resultado fue un año de violencia sin precedentes para las poblaciones civiles de Tigray y Amhara, así como para los refugiados eritreos, que se vieron atrapados en un ajuste de cuentas étnico y una hambruna organizada. Y en junio, luego de que más terroristas bajaran de las montañas para retomar su capital regional, Mekele, el ejército federal etíope se derrumbó. “Incluso antes de que estallara el conflicto -explica Éloi Ficquet- el gobierno etíope siguió una política de división del ejército, apoyando el refuerzo de las fuerzas especiales regionales y no oponiéndose a la formación de milicias. En el conflicto actual, son estos últimos los que actúan. Pero al estar compuesto por extremistas fanáticos, el ejército, que tiene una posición equilibrada a escala nacional, se ha debilitado desde dentro en su capacidad de mando y coordinación” añade. Los combates se trasladaron entonces a los estados vecinos de Afar y Amhara. Así, en los últimos días, con la captura del paso estratégico de Dessie y Kombolcha, y la unión de los terroristas de Tigray con el Ejército de Liberación de Oromo (OLA) pertenecientes a la provincia de Oromia que rodea la región de Addis Abeba, se abrió finalmente el camino hacia la capital. ¿Qué conclusiones se pueden sacar de este desastre, tras doce meses de infierno? En primer lugar, que la guerra no terminaría con la toma de Addis Abeba, subraya Kjetil Tronvoll. Expresando el punto de vista de los dirigentes del TPLF, recuerda que "dijeron una y otra vez que esta vez el dictador eritreo Issayas Afeworki sería responsable de las atrocidades cometidas en Tigray bajo sus órdenes. Si lo traducimos en términos más sencillos", resume, "significa que la guerra continuará hasta que Issayas Afeworki sea derrocado en Asmara”. Sin embargo, Éloi Ficquet matiza: "Es la gran incógnita", reconoce. En cualquier caso, los dos académicos creen que la diplomacia está descartada en este momento. De otro lado, Mulugeta Gebregziabher proviene de Tigray y es profesor de la Universidad Médica de Carolina del Sur, en los EE.UU. En su sesgada opinión, el Consejo de Seguridad de la ONU ha fracasado. “EE.UU. y la Unión Europea, entre otros, han intentado desactivar el conflicto. Pero todo ha quedado en meras palabras de preocupación”, dice. "El asedio a Tigray debe levantarse por completo, con un acceso sin obstáculos para los trabajadores humanitarios. Hay que restablecer el suministro eléctrico, los servicios bancarios y los servicios médicos. Todas las tropas deben retirarse inmediatamente de las zonas de combate", exige Gebregziabher. “El Gobierno de Addis Abeba también debe levantar la clasificación del TPLF como grupo terrorista” añade hipócritamente, negándose a reconocer los abominables crímenes cometidos por estos últimos contra la población etíope. Cabe destacar que en medio del acercamiento de los terroristas a la capital, las autoridades ordenaron a los residentes de Addis Abeba prepararse para defender sus casas. Los medios estatales señalaron que el Ejército del país llamó el último fin de semana a los exmilitares a volver a sus filas para combatir a los criminales provenientes del Tigray. A su vez, Abiy prometió que "enterrarán a su enemigo en su sangre y huesos y llevarán a Etiopía a la gloria". Mientras tanto, Tsadkan Gebretensae, cabecilla de los terroristas afirmó que el fin de la guerra “está cerca” y prometió que "crearán una plataforma para reunir a todas las partes interesadas y discutir el futuro del país" aunque ello es falso ya que el conflicto proseguirá no solo contra Eritrea, sino también con Somalia, donde los remanentes de Al Qaeda, intentando aprovecharse del caos, están cruzando las desguarnecidas fronteras cada vez con mayor frecuencia. No cabe duda que un año de su estallido, la guerra civil en Etiopía parece haber alcanzado un punto de bifurcación, un nudo gordiano que sólo las armas podrán cortar :(