Tratando de reeditar épocas oscuras de su historia, el país nipón ha anunciado que aumentará su gasto en defensa hasta el 2% del PIB en cinco años, una decisión cuestionada ampliamente por la sociedad y motivada con la excusa de una creciente percepción de una “amenaza” proveniente - aseguran - de Corea del Norte, China y Rusia. En efecto, como colofón a la revisión ‘estratégica’ sobre el papel de Japón en el escenario Indo-Pacífico, impulsada de manera muy decidida por el ajusticiado primer ministro Shinzo Abe, el pasado día 16 de diciembre se dio a conocer la nueva Estrategia Nacional de Seguridad (ENS). El documento, presentado junto con la Estrategia Nacional de Defensa y el Programa de Adquisiciones de Defensa, marca un salto cuantitativo y cualitativo que cabe calificar de preocupante por lo que significa. Por un lado, destaca el abandono de buena parte de su postura pacifista impuesta a los japoneses por los EE.UU, tras su derrota en la II Guerra Mundial, por mucho que formalmente “no se toque” el artículo 9 de su Constitución - por el que Japón renuncia para siempre a la guerra de conquista y al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales - y que su ejército se siga denominando “Fuerza de Autodefensa” aunque en realidad hace mucho dejaron de serlo. No se trata de un ejercicio conceptual en abstracto, sino que viene motivado fundamentalmente por la creciente percepción de lo que consideran una amenaza, tanto de Corea del Norte (que lo largo de este año, el régimen comunista de Pyongyang ha incrementado muy notablemente el lanzamiento de misiles de todo tipo que han caído en el mar de Japón y, por primera vez desde el 2017, han vuelto a sobrevolar el espacio aéreo japonés), como de China, que reclama islas y espacios que Tokio considera “propios” y con Taiwán en la mente, sin olvidar a Rusia (con el contencioso fronterizo, especialmente en relación con las islas Kuriles, “todavía sin resolver” según la interesada óptica japonesa, cuando esas estratégicas islas siempre han pertenecido a los rusos desde hace siglos). Como resultado del análisis de lo que Tokio califica como “serias amenazas” a su seguridad, y con el operativo militar ruso en Ucrania muy presente, Japón ha llegado a la interesada conclusión de que “no cuenta con suficientes capacidades militares para disuadir a sus potenciales adversarios” (?). Asimismo, considera que mantener una actitud puramente reactiva, es decir, lo que supone responder solamente tras recibir un ataque, sería insoportable, dado “el brutal poder destructivo de los arsenales que todos ellos están desarrollando” tratando con ello de querer ‘justificar’ su renaciente militarismo. De ahí que, dando un paso significativo desde el 2013, cuando se publicó la anterior ENS, se muestre ahora dispuesto a dotarse de medios de disuasión más potentes, con capacidad para desbaratar y derrotar a cualquier potencial atacante “mucho más pronto y a mayor distancia”. Eso implica, entre otras cosas, contar con aviones y misiles de mayor alcance, así como con una flota de mayor capacidad de proyección, capaces de llevar a cabo golpes resolutivos en territorio de esos potenciales enemigos. Esto no significa - afirman hipócritamente - “pasar a una actitud netamente ofensiva”, algo que sigue provocando gran rechazo de gran parte de la población japonesa. Pero este cambio equivale a contar con medios para proyectar poder más allá de sus fronteras, con la posibilidad de adelantarse a posibles ataques recibidos para poder incluso, al menos en teoría, llevar a cabo golpes preventivos. Por otro lado, Japón confirma ahora lo que ya su actual primer ministro, Fumio Kishida, adelantó el pasado mes de junio: un incremento del presupuesto de defensa hasta el 2% del PIB, en el plazo de cinco años. Eso supone alinearse con los requerimientos presupuestarios que la OTAN ha marcado a sus treinta miembros, y romper definitivamente el techo autoimpuesto desde hace décadas de no sobrepasar el 1%. De ese modo, Japón se convertirá, tras EE.UU. y China, en el tercer país del planeta con mayor presupuesto militar. Esto refleja la voluntad de potenciar su capacidad industrial de defensa, pensando en lograr una mayor autonomía en todos los órdenes, mejorar sus sistemas de ciberdefensa y adoptar reglas más permisivas para la venta de armas a otros países. También se trata de adquirir a la carrera aquel material y armamento que mejor sirva al propósito definido en la ENS. En esa línea destaca, por ejemplo, la idea de adquirir baterías Patriot, aviones de transporte y de vigilancia marítima y unos 400 misiles Tomahawk estadounidenses, en un ejemplo más de las ventajas que Washington está obteniendo de la inestabilidad y tensión reinantes a escala internacional … impulsadas por ellos mismos. De hecho, la apuesta que ahora hace Tokio, que incluye la creación de un Mando Conjunto permanente para consolidar aún más la coordinación con Washington en materia de defensa, le permite a los EE.UU. reconfigurar su propio despliegue en el área Indo-Pacífico. Sin interpretar en ningún caso que Washington vaya a reducir su presencia militar en esa zona, cabe entender que el simple hecho de que Tokio se convierta “en un importante suministrador de seguridad en el Indo-Pacifico” no solo sirve a sus propios intereses de seguridad, sino también a los EE.UU., interesado en sumar fuerzas desde Japón y Corea del Sur hasta Australia, Filipinas y todos los vecinos de China que pueda alinear en su bando, para tratar de frenar su imparable ascenso militar, económico y tecnológico chino como rival estratégico. Se confirma así que el Indo-Pacifico ya es el centro de gravedad de la escena internacional para los próximos años y queda por ver, en todo caso, cómo reaccionarán ahora tanto Beijing, como Pyongyang y Moscú, sin dejar de lado a una Corea del Sur que, más allá de las apariencias, sigue manteniendo una actitud crítica con su vecino, temerosa históricamente de sus pulsiones militaristas. Ello se debe específicamente a los monstruosos crímenes cometidos por los japoneses en Corea, al cual invadieron en 1910, sometiéndolos a una brutal ocupación - esclavizando a los hombres y prostituyendo a las mujeres de toda edad y condición - hasta su derrota y expulsión del país en 1945, que si bien termino dividido (el Norte, comunista y el Sur, capitalista) el profundo odio y resentimiento que tienen hacia los japoneses es compartido a ambos lados de la frontera. En lo que respecta a China, incluso antes de su publicación, la nueva política de Japón lo irrito profundamente, ya que suele criticar continuamente al militarismo japonés que tuvo a China como una de sus principales víctimas en la primera mitad del siglo XX, especialmente durante la invasión de Manchuria, ocupación que se extendió desde 1931 hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, el miércoles pasado, el vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores, Wang Wnbin, manifestó que China está "firmemente opuesta" a la política de defensa aprobada por Japón porque "se aparta del compromiso en favor de relaciones bilaterales y de un consenso" y "contiene calumnias sin fundamento contra China". Como recordareis, la renuncia de Tokio a tener un Ejército está consagrada en la Constitución del país, adoptada en 1947. En 1954, en el contexto de la Guerra Fría, a Tokio se le permitió crear las llamadas Fuerzas de Autodefensa de Japón. En ese momento, comenzó un resurgimiento gradual del militarismo japonés y de la retórica a favor de restaurar las Fuerzas Armadas de Japón. A todo ello, debemos agregar que desde 1975, los primeros ministros japoneses visitaron en repetidas ocasiones el Santuario Yasukuni, un lugar donde se enterraron los restos de soldados japoneses, incluidos los de criminales de guerra. Shinzo Abe también visitó dicho santuario en repetidas ocasiones, lo que provocó indignación en China, que es muy sensible a estos temas. “Japón, como responsable de crímenes históricos y aborrecibles, debe abandonar el militarismo si desea tener buenas relaciones con nuestro país” aseguro el vocero. “Lo que inquieta nuevamente al mundo es que la sombra del militarismo se agita en Japón, tratando de liberarse de las cadenas de la Constitución pacifista de la posguerra. En particular, el reciente comportamiento peligroso de algunos políticos japoneses sobre la cuestión de Taiwán ha hecho que las preocupaciones sean aún más serias” indicó. “No hace mucho tiempo, la presidenta de la Cámara de Representantes de EE. UU., Nancy Pelosi, visitó la región china de Taiwán violando el principio de una sola China, lo que fue condenado por más de 170 países y muchas organizaciones internacionales. Pero Japón se opuso a la tendencia. Cuando el primer ministro japonés, Fumio Kishida, se reunió con Pelosi, afirmó absurdamente que los ejercicios militares legítimos de China alrededor del estrecho de Taiwán ‘afectan gravemente la seguridad nacional de Japón’ y advirtió con que ‘Japón y EE.UU. defenderían juntos la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán’. Además, Japón, junto con otros países del G7 y la Unión Europea, emitió una ‘declaración conjunta’ para justificar la violación de la soberanía de China por parte de EE.UU.” agregó. “Sobre la cuestión de Taiwán, Japón tiene una deuda histórica con el pueblo chino y no está cualificado para hacer comentarios irresponsables. En 1895, los imperialistas japoneses se apoderaron por la fuerza de Taiwán y las islas Penghu mediante una guerra de agresión y llevaron a cabo un gobierno colonial de medio siglo de duración, matando a más de 600.000 compatriotas de Taiwán y saqueando una gran cantidad de recursos locales, provocando un grave desastre a la isla. La Declaración de El Cairo en 1943 y la Proclamación de Potsdam en 1945 estipularon claramente que los territorios chinos usurpados por Japón, como Taiwán y las islas Penghu, debían ser devueltos a China. Luego de eso, Japón aceptó la Proclamación de Potsdam y declaró su rendición incondicional. En 1972, el Gobierno japonés dejó claro en la Declaración Conjunta Chino-Japonesa que entendía y respetaba completamente la posición del Gobierno chino de que Taiwán es una parte inalienable del territorio chino. Esta es la base política de las relaciones chino-japonesas” puntualizó. En los últimos años, Japón ha aprovechado con frecuencia la cuestión de Taiwán para sacar partido, que también tiene consideraciones prácticas. Desde pretender “proteger a Taiwán” conjuntamente con EE.UU., hasta defender que “si pasa algo en Taiwán, pasa algo en Japón, pasa algo en la alianza entre Japón y EE. UU.”, e incluso incitarlo a abandonar su “estrategia ambigua” y “proteger Taiwan por la fuerza” de forma explícita. Los esfuerzos concertados de Japón con EE.UU., y su disposición a ser un peón en la llamada "Estrategia Indo-Pacífica" tienen como objetivo mantener a China en jaque, pero también intensificar los conflictos entre China y EE.UU., e instarles a involucrarse más profundamente, de modo que pueda aprovechar la oportunidad de obtener beneficios y dar excusas para aumentar su gasto militar, expandir su poder militar, promover la revisión de la Constitución pacifista y ser un ”país normal”. Olvidar la historia significa traición, y negar la responsabilidad significa la posibilidad de repetirla. Hoy, a 78 años de la derrota y rendición de Japón, el militarismo vuelve a abrumar a la sociedad japonesa. Esto ha despertado las alarmas de los países de la región que condenan sus oscuros planes. Los políticos japoneses no deben olvidar el terrible daño que causaron a sus vecinos asiáticos y deben reflexionar sobre ello de vez en cuando, aprender de la historia y detener el peligroso acto de resucitar el militarismo. Si sus gobernantes quieren tomar el camino de echar males sobre los vecinos y volver a su política expansionista, seguramente arrastrarán a Japón nuevamente al abismo.