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miércoles, 7 de septiembre de 2016

USBEKISTAN: Temor e incertidumbre sobre su futuro

Hay tradiciones que no se pierden, y en las repúblicas centroasiáticas, consideradas los Balcanes euroasiáticos por su potencial de inestabilidad, los viejos hábitos de censura aplicados por la URSS siguen tan vigentes como hace un cuarto de siglo. Seguramente por eso, el lacónico anuncio del presentador de la televisión uzbeca que el jueves pasado leía el discurso del dictador Islam Karímov, con motivo de la conmemoración de la independencia ya sonaba a obituario. Cinco días después de que el tirano fuera ingresado en un hospital por un derrame cerebral, fuentes diplomáticas citadas por Reuters confirmaron que Karímov, quien llevaba 27 años controlando el país con mano de hierro desde que accediese al poder en 1989, ha muerto. Fue el dictador más longevo de las repúblicas centroasiáticas junto con su homólogo kazajo, Nursultan Nazarbayev, de 76 años. Según las agencias rusas, el primer ministro, Shavkat Mirziyayev, fue el encargado de presidir las celebraciones con motivo del Día de la Independencia, en las que participaba tradicionalmente Karimov, e incluso solía arrancarse a bailar con la música tradicional uzbeca para deleite de sus seguidores y demostrar su fortaleza física. Este año, el principal concierto que solía amenizar el evento, destinado a la diplomacia, fue anulado por deferencia a la situación. En un país sin medios independientes ni oposición política tolerada, donde la única información es manipulada por el poder, los medios en el exilio ya daban por confirmada su muerte días antes. La agencia centroasiática online Ferghana News llegó inclusive a publicar la hora exacta del deceso. "Lo anunciarán sólo después de que los chacales, la gente de la élite y el círculo próximo a Islam Abduganievich [Karímov] se repartan el poder", aseguró su responsable, Daniil Kislov, en declaraciones al diario digital ruso Life. La pregunta es quién sucederá a Karímov al frente de su temido régimen, al que se augura una absoluta continuidad para mantener satisfechos a sus socios internacionales y seguir conteniendo a los potenciales extremistas centroasiáticos. Sin descendientes varones, una eventual sucesión hereditaria - común en las repúblicas ex soviéticas centroasiáticas - parece poco probable dadas las excentricidades de las hijas de Karímov. La mayor, de hecho, podría haber quedado fuera de la línea sucesoria en el 2013, cuando aireó los trapos sucios familiares en las redes sociales provocando un ataque de ira de su padre. Su primogénita es la caprichosa Gulnara, de 44 años, empresaria, cantante pop que llegó a grabar un vídeo con Gerard Depardieu, diseñadora de moda y también, según denunció la Fiscalía uzbeca, receptora de comisiones ilegales en todos los negocios que se firmaban en Uzbekistán: el ingente escándalo de corrupción justificó que su padre pusiera a Gulnara - quien se ganó el apodo de la persona más odiada de Uzbekistán - y a la hija adolescente de ésta bajo arresto domiciliario en 2014 en Tashkent. O quizás fue filtrado precisamente para explicar la decisión de su progenitor, con quien mantuvo algo más que palabras: trascendió que había llegado a golpear a su hija en público luego de que descalificara a su madre y hermana en las redes sociales, a las que es muy aficionada. Sucedió en el 2013, y aquel mismo verano el Gobierno cerró media docena de canales de televisión y emisoras de radio pertenecientes al imperio mediático de Gulnara, oficialmente por carecer de licencias. Las autoridades uzbecas anunciaron entonces estar investigando las cuentas de sus organizaciones benéficas y haber congelado algunas de sus cuentas bancarias. Su otra hija, Lola, enemiga jurada de su hermana - Gulnora llegó a acusarla de brujería en Instagram y Twitter en aquel notorio enfrentamiento de la familia en el poder - parece la favorita de su padre y por tanto podría perfilarse como heredera de la Presidencia. Sin embargo, se desconoce si ella y su marido, el empresario Timur Tillyaev, gozan de los favores de la élite en el poder, que sin duda tratarán de preservar el status quo actual para mantener sus prebendas. Como sabéis, Uzbekistán, como el resto de repúblicas centroasiáticas, es un país sostenido por sus tribus y las delicadas relaciones con éstas son clave para su estabilidad. Los tres clanes más importantes son el Samarcanda [al que pertenece Karímov y su familia], el Tashkent y el Fergana, y parece que la sucesión está entre los dos primeros. El primer ministro Shavkat Mirziyoyev, 58 años y nativo de la provincia de Jizzazh, aúna el apoyo del clan Samarcanda pero también del minoritario Jizzakh y es considerado un hombre de continuidad, arropado por el prestigio de sus años al frente de la gestión del Gobierno. Se le considera más tratable que Rustam Inoyatov, 72 años y todopoderoso jefe de la Inteligencia uzbeca. Miembro del clan Tashkent, su principal preocupación es la estabilidad interna. Una solución de consenso que no descartan los expertos podría ser designar al viceprimer ministro y ministro de Finanzas Rustam Azimov, 56 años y también miembro del clan Tashkent, como cara pública de un régimen que Mirziyoyev y Inoyatov seguirán dirigiendo desde la sombra. "El corrupto sistema que Karimov ha construido durante décadas puede continuar después de él, autorreplicándose al margen de quién lo encabece", explicaba Daniil Kislov. "No habrá deshielo [político]". Todos los analistas coinciden en que los herederos políticos del dictador no permitirán un vacío de poder que aliente un eventual levantamiento en las calles que podría ser capitalizado por los extremistas islámicos, minoritarios y reprimidos durante décadas pero motivados por los acontecimientos del vecino y caótico Afganistán. Y es que el malestar social es evidente. Uzbekistán es una de las repúblicas centroasiáticas con peor currículum en Derechos Humanos, donde los intereses económicos y políticos han garantizado un apoyo incondicional al régimen por parte de diversas potencias enemistadas entre si, como Rusia, que considera a Uzbekistán un socio privilegiado en calidad de patio trasero; de China, a quien le facilita el paso de gas; y de Occidente, que percibe al régimen de Karímov como un muro de contención del extremismo islámico proveniente de Afganistán, con quien hace frontera. Asimismo, Estados Unidos mantiene bases militares en el país desde la invasión de Afganistán, en el 2001. Uzbekistán es un país rico en recursos naturales, especialmente oro, estaño y algodón, aunque un páramo de miseria para sus habitantes. Para explotar el algodón, el régimen emplea mano de obra forzosa a escala masiva - se ha llegado a hablar de un millón de personas cada año - que incluye a adolescentes para producir 850.000 toneladas de algodón anuales, que reportan a la dictadura ingresos de 1.000 millones de dólares según datos de la ONG Anti-Slavery. Los recolectores se ven obligados a trabajar en condiciones extremas y durante turnos interminables, a menudo en condiciones peligrosas o sin equipamiento básico. Durante la época de recogida, miles de ciudadanos son movilizados y deben abandonar sus puestos de trabajo para participar de forma forzosa en la cosecha, a menudo a cambio de sueldos miserables o sin paga: si no cumplen su cuota de recogida, denuncian las ONG, pueden ser detenidos, expulsados de sus trabajos o ser castigados por sus patrones o por el Gobierno. Pese a que la Constitución prohíbe a un presidente ejercer más de dos mandatos seguidos de cinco años cada uno, el uzbeco se mantuvo en el poder un cuarto de siglo mediante referendos y comicios que suele ganar con entre el 85 y el 95% de los votos: fácil, dado que no existe la oposición política ni religiosa. Se calcula que hay al menos 10.000 presos políticos en sus prisiones, en un país donde el sistema judicial depende del capricho del tirano. Las torturas son una constante en las cárceles, según las ONG que han accedido a testimonios de desertores y que han llegado a denunciar dos casos de presos cocidos en agua hirviendo mientras seguían vivos. Las organizaciones internacionales y la prensa extranjera también están vetadas en la república. Si bien el Islam es la religión del 90% de los uzbecos, el laicismo impuesto desde la época soviética derivó en una versión muy moderada que, con la represión del régimen y la invasión vecina en Afganistán, ha llevado en las últimas décadas a la aparición de grupos extremistas. El más significativo es el Movimiento Islámico de Uzbekistán, creado en 1989, proscrito junto a Hizb ut-Tahrir y aliado desde 2001 con los talibán de Afganistán aunque menos activo en la actualidad. El régimen de Kadírov le atribuyó algunos de los ataques armados padecidos en el pasado en Taskent, como los cinco coches bomba que 1999 destruyeron parte del Ministerio del Interior y estuvieron a punto de acabar con la vida del odiado dictador, y que conllevó una durísima represión.El régimen respondió con ferocidad a los ataques atribuidos a los islamistas: en el 2005, tras una operación armada contra una comisaría de la localidad de Andiján que derivó en la liberación de presos acusados de extremismo, una manifestación popular en la que participaron miles de residentes fue respondida a tiros por las Fuerzas de Seguridad. El Gobierno uzbeco estimó en 200 las bajas mortales, mientras que la oposición barajó que entre 700 y 800 personas murieron a manos del régimen, quien se negó a amparar una investigación internacional independiente solicitada por la Unión Europea. Karímov aprovechó entonces el pretexto de la lucha contra el terrorismo para afirmar que su Gobierno ‘había sido intentado ser derrocado por islamistas que pretendían instaurar una república teocrática’. Desde entonces, usa la palabra ‘terrorista’ al igual que en Turquía para describir a sus opositores políticos y para justificar el uso de su maquinaria de represión interna. Se estima que cientos de uzbecos radicalizados han llevado su lucha a Siria e Irak en compañía de ISIS pero no se considera una amenaza inminente, como recuerdan los expertos desde Moscú. "Los islamistas uzbecos tienen influencia, pero es muy limitada", decía en declaraciones a la agencia Tass Vladimir Yevseyev, vicedirector del Instituto para los Países de la Comunidad de Estados Independientes. El analista Adzhar Kurtov añadía, consultado por la misma agencia, que todos los potenciales sucesores de Karímov "son gente con una aproximación muy cuidadosa, que evitarán cualquier agitación o desestabilización durante la transición". Es por ese motivo, que para la élite gobernante nada debe cambiar tras la muerte del tirano, porque en ello les va la vida y es que el resentimiento acumulado durante décadas hacia ese régimen criminal, por parte de aquellos sectores que se han sentido sometidos a una brutal y sangrienta represión, puede desembocar en el caos y la violencia generalizada, que pondría en peligro el equilibrio del conjunto de Asia Central :(
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