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miércoles, 13 de marzo de 2019

ARGELIA: Nada es eterno

Con un dictador moribundo y que no es visto en publico desde hace seis años, el cual pretendía aferrarse al poder a toda costa en Argelía presentándose a una nueva ‘reelección', dio origen a una serie de violentas protestas en todo el país norafricano donde al grito de ‘vete ya’ millones de argelinos le exigieron el fin de la oprobiosa dictadura instaurada en 1999, lo cual  le obligo a ‘renunciar’ este martes a buscar un quinto mandato, pero que a cambio busca  pilotar “su propia apertura y democratización” postergando las elecciones por tiempo indefinido, lo cual ha sido visto con escepticismo por la población, quienes anuncian que continuaran en las calles hasta sacarlo del cargo. La indignación es tal que este 15 de marzo han anunciado una gran manifestación contra el régimen en rechazo a su ‘nuevo’ ofrecimiento, ya que consideran que se trata de una farsa: “Esto está muy lejos de la demanda del pueblo. Buteflika está organizando una falsa retirada del poder. Es una falsa transición gestionada por el poder” afirmó Lounès Guemache, director del sitio digital TSA, el más leído del país. El análisis ofrecido por su medio señala: “Buteflika propone una versión acelerada de la transición que ya había propuesto sin éxito hace una semana”. El periodista Mohamed Sifaou, director de la revista Contra Terrorismo, tuiteó por su parte: “Buteflika dice a los argelinos que hay un “cambio”, pero yo me quedo como presidente, mi Jefe del Estado Mayor se queda en su sitio, mis oligarcas se quedan en su lugar, el jefe de los servicios secretos se queda en su sito y al ministro del Interior lo nombro primer ministro. “¿Dónde está el cambio?” se pregunta. Como sabéis, Argelia se enfrenta ese hace semanas a una incesante oleada de protestas luego de que se anunciase que Abdelaziz Buteflika, se presentaba por quinta vez a la ‘reelección’ en los comicios que iban a celebrarse el próximo 18 de abril. A sus 82 años recién cumplidos, el sátrapa del país más grande de África tiene sus facultades físicas muy mermadas desde que sufrió un ictus en el 2013 y no ha pronunciado un discurso en años. Se dice incluso que es mantenido artificialmente con vida desde entonces. Apodado como ‘la Momia’, las pocas veces que los argelinos lo ven es en la televisión pública - por escasos segundos - con motivo de alguna visita oficial. Cada vez menos ciudadanos dudan en este país de que sea el y de que Argelia realmente está en manos de una camarilla que representa a la misma élite política que ganó la guerra de la independencia y que, más de medio siglo después, sigue controlando todos los resortes del poder. Con 41 millones de habitantes, Argelia es la segunda potencia militar de África y el país con más peso económico del Magreb. Situado a menos de 200 kilómetros de las costas europeas, la cercanía no es el único motivo por el que lo que ocurra allí pueda afectar al continente y es que a estas alturas, la situación resulta cada vez más imprevisible: su población, extraordinariamente joven (el 45% tiene menos de 25 años), está perdiendo la paciencia y millones podrían ‘invadir’ Europa cruzando el mar, agravando una situación donde miles de ‘refugiados’ intentan llegar diariamente desde otros puntos del África como Marruecos y Libia. La policía, los servicios secretos y el Ejército han apuntalado a una élite corrupta que gobierna Argelia, que no ha cambiado desde 1962, y que solo ha envejecido mientras acumula mas y mas poder. Logró todavía más fuerza con la victoria sobre los terroristas islámicos a principios del año 2000 tras una guerra civil marcada por la brutalidad. Ahora, los dirigentes del Frente de Liberación Nacional (FLN), el partido que ocupa cada rincón del Estado, se enfrentan a una decisión crucial: pueden reprimir las protestas a sangre y fuego - todavía no lo han hecho, pero ganas no le faltan - o contemplar cómo siguen creciendo para convertirse en una tardía ‘primavera árabe’ (aquel infame operativo montado por la CIA entre los países musulmanes del norte de África y el Medio Oriente para derrocar a los regimenes ‘hostiles’ a Washington y reemplazarlos por títeres colaboracionistas) . En el 2011, esta maniobra fracaso en Argelia, pero esta vez se están multiplicando con más fuerza y no solo en la capital, sino en numerosas ciudades de este inmenso país. Son conscientes también de que, cuanto más tiempo pase, las protestas pueden mutar y pasar de centrarse en el genocida para convertirse en un movimiento que ponga en duda todo el sistema de poder - con mayor razón cuando el tirano pretende continuar en el cargo tras anular los comicios - lo cual no invita al optimismo sobre la capacidad de la jerarquía argelina para escuchar a la calle que busca acabar con este brutal régimen. Los gritos de “No nos vamos a detener”, pronunciados estos días en las principales ciudades del país por decenas de miles de argelinos, en su mayoría jóvenes que no conocieron la guerra de independencia, ni recuerdan apenas el conflicto civil que sembró el país de cadáveres, surgen de una generación harta de esta situación, agravada por la inestabilidad económica, debido a la bajada continua de los precios del petróleo - del cual depende el 97% de sus ingresos por exportaciones - y que ha afectado severamente a su población. Las protestas fueron tomando cuerpo contra Buteflika desde el año pasado en los estadios de fútbol. Los jóvenes criticaban el inmovilismo y la corrupción de un régimen que solo los abocaba a jugarse la vida en una patera o a engancharse a la droga. De los estadios las críticas pasaron a las redes sociales. Y de las redes saltaron a la calle el viernes 22 de febrero. La historia condena a Buteflika - quien afirma que ‘garantizó’ dos décadas de ‘paz’ en un país que en menos de medio siglo vivió una guerra de la independencia (1954-1962) y otra civil (1992-1999) con más de 100.000 muertos (algunas fuentes los cifran en 200.000) - ya que a cambio de ese ‘logro’ se aferró a la presidencia desde que sufriera un infarto cerebral en el 2013, como la cara visible de un poder impenetrable, una oligarquía encantada de preservar sus privilegios. Ese inmovilismo pétreo no habría sido posible mantenerlo durante 20 años sin el apoyo tácito de Francia, que hipócritamente no condena los crímenes de Buteflika ya que podría sufrir un inmenso éxodo de argelinos, como si no fueran suficientes los millones de parásitos que ya viven en suelo francés. De otro lado la engañosa ‘paz’ que ha vivido la Argelia de Buteflika es el producto del miedo a un régimen opresivo. Los exhaustivos controles de la policía en las carreteras y en las calles de las principales ciudades son constantes y la amenaza terrorista nunca se disipó. En el 2015 el Ejército mató a 109 de ellos y detuvo a 36; en el 2016 fueron abatidos 125 y arrestados 225. En el 2017 cayeron 91 y fueron arrestados 40. Desde 1999 hasta el 2016 han sido perseguidas por delitos de ‘terrorismo’ 55.000 personas, según el Ministerio de Justicia, aunque organismos independientes aseguran que su número es mayor y que en esos datos no se dice nada acerca de los miles de ‘desaparecidos’ en manos de los esbirros de la policía. Buteflika nació en 1937 en la ciudad marroquí de Uchda, a cinco kilómetros de la frontera con Argelia. Sus padres eran originarios de la ciudad argelina de Tlemcen. Fue el segundo de un total de cinco hermanos, una hermana y tres hermanastras, ya que su padre se había casado por segunda vez. Su infancia y adolescencia transcurrieron en una casa de 350 metros cuadrados con patio. Cuando comenzó la guerra de la independencia tenía 17 años. En 1956, con 19, cruzó la frontera desde Marruecos para unirse al Frente de Liberación Nacional (FLN), que dos años antes había iniciado la lucha armada contra Francia. Al terminar el conflicto, con solo 25 años, fue nombrado ministro de Juventud, Deportes y Turismo. Y con 26, de Exteriores. Al mismo tiempo no descuidaba su influencia en la cúpula del FLN y lo mantenía férreamente bajo su control. Su desbocada ambición lo llevo a liderar un golpe de Estado mediante el cual el primer presidente del país, Ahmed ben Bella (1963-1965) fue sustituido por Huari Bumedian, hasta que la muerte de este en 1978 le descabalgó del poder. El nuevo dictador, el coronel Chadli Bendjedid (1979-1992), lo fue relegando a cargos simbólicos hasta que en 1981 el Tribunal de Cuentas del Estado le acusó de malversación de fondos. En 1983 inició un exilió voluntario durante el que vivió en Emiratos Árabes Unidos, Francia y Suiza. A finales de los 80 volvió al país y en 1990, con 53 años, se casó con Amal Triki, hija de un embajador retirado. La victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en la primera vuelta de las legislativas de 1992 desencadenó un golpe militar apoyado por Occidente. A raíz del golpe sobrevino la guerra. Con la guerra, el asesinato masivo de civiles por parte de los grupos islamistas y también del Ejército. Y tras la guerra, la jerarquía militar se vio en la necesidad de mejorar la imagen del Estado ante el mundo y depositó su confianza en Buteflika que por entonces tenía 62 años, con fama de hábil ‘negociador’ pero que en realidad era un ambicioso sin escrúpulos quien vio en ello la oportunidad de hacerse con el poder, que detenta hasta el día de hoy. Buteflika, por su enfermedad que lo mantiene en estado vegetativo y la monstruosidad de su reinado inmoral, representa la lenta agonía de esta casta que se niega a morir. Pero como nada es eterno, su irreversible caída arrastrara consigo a su odiado régimen abriendo las puertas a la inestabilidad y la guerra civil en Argelia. El miedo se acabo :)
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