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miércoles, 6 de noviembre de 2019

TURKMENISTAN: Represión a la orden

Ubicada en el Asia Central, se trata de un país que sufre una de las dictaduras más herméticas del mundo. Su nombre es Turkmenistán, el cual desde hace años, compite con Corea del Norte para ocupar el primer puesto en represión y hermetismo, cuyo dictador - Gurbanguly Berdimuhamedov - no quiere periodistas extranjeros ni información independiente que desnude la monstruosidad de su régimen. Todo lo tiene controlado. Quien tiene la “suerte” de ingresar al país como turista  luego de mil controles absurdos, es esperado en la frontera por un conductor, a la vez guía y espía. Salvo quienes obtienen un breve visado de tránsito, nadie puede moverse fuera de la capital, Ashgabat, sin estar permanentemente acompañado por una persona designada o autorizada por el Gobierno. El tirano pretende que los visitantes solo vean la falsa fachada de mármol con que ha tratado de cubrir la trágica realidad que vive su pueblo. Tras el derrocamiento de la dictadura comunista y el colapso de la Unión Soviética, de la que formaron parte, los turkmenos han tenido la desgracia de ser gobernados, sucesivamente, por dos dictadores a cuál más sanguinario y a cuál más excéntrico. A Saparmurat Niyazov - un dirigente comunista metamorfoseado en “nacionalista” - quien proclamo la independencia en 1991, su ego le llevó, "guiado por Alá" según él mismo dijo, a escribir un disparatado libro llamado Ruhnama en el que interpretó el Corán, reescribió la historia de su país y estableció un código de conducta para sus "súbditos", el cual es de obligada lectura en colegios y universidades,. Embriagado de poder, Niyazov se rebautizó a sí mismo como Turkmenbashi (líder de todos los turkmenos) y cambió la denominación de los meses del año, sustituyéndolos por nombres de símbolos locales y "héroes nacionales" entre los que se encontraba su propia madre (abril), el Ruhnama (septiembre) y Turkmenbashi, es decir, él mismo, (enero). El dictador en su insania prometió a sus compatriotas que el siglo XXI sería "la edad dorada de los turkmenos" y trató de forjarla a base de una brutal represión, obras tan esplendorosas como inútiles y un exacerbado culto a su persona. Tras su repentina muerte, en el 2006 - al parecer envenenado - le sucedió en el trono uno de sus hombres de confianza, Gurbanguly Berdimuhamedov, a quienes muchos califican como su asesino. El actual tirano calcó el autoritarismo y las excentricidades de su antecesor y le añadió su toque personal. Esta realidad kafkiana se ve reforzada con el desorbitado culto a la personalidad del dictador y con las aspiraciones faraónicas de este. Retratos del Arkadag (el Protector), título que él mismo se ha otorgado, “decoran” plazas y calles en todo el país, donde el tirano suele aparecer sonriente y saludando. Solo cambia su indumentaria para completar un catálogo casi infinito de personajes: Berdimuhamedov militar, Berdimuhamedov médico, ciclista, policía, jinete, amigo de los niños, automovilista… El símbolo de su forma de ejercer el poder es la capital del país. Su objetivo es convertir a Ashgabat en una Dubái centroasiática, que por cierto, ya acumula récords Guinness, ganados a base de despilfarrar miles de millones de euros en excentricidades cada una mas ridícula que la otra: La ciudad con más fuentes del mundo, el centro de deportes acuáticos más grande, el edificio en forma de estrella más alto y, sobre todos ellos, el que más enorgullece al tirano: la urbe con mayor densidad de edificios de mármol blanco de todo el planeta. Recorrer esa “nueva y deslumbrante” Ashgabat produce, sin embargo, más inquietud que admiración. Sea la hora y el día que sea, sus calles están prácticamente desiertas. Los únicos seres vivos que deambulan por ellas son mujeres, uniformadas de verde, que limpian meticulosamente las fuentes, las estatuas de oro del tirano y cada baldosa de plazas y aceras. La perturbadora sensación de encontrarse en el escenario de una película apocalíptica no mejora cuando se intenta explorar el interior de cualquiera de los edificios fantasmales. En la mayoría de ellos se me impide la entrada. Son gigantescos y ostentosos museos perfectamente iluminados, repletos de piezas y paneles informativos. Parecen estar en pleno funcionamiento, pero no se permite el acceso a ningún visitante, ya sea local o extranjero. Esa extraña sensación se nota asimismo al llegar a un gran parque recreativo cubierto, cuya entrada está presidida por una foto gigantesca de Berdimuhamedov rodeado por decenas de niños sonrientes. Su interior está repleto de atracciones: carruseles, coches de choque, máquinas de videojuegos… Cientos de lucecitas parpadean mientras las melodías de las maquinitas parecen competir por solapar a todas las demás. Todo es perfecto, salvo por un pequeño detalle: no hay niños. Nunca los hay. El centro lo inauguró el dictador a bombo y platillo, pero nadie lo utiliza. Así es Ashgabat. Una nueva Babilonia completamente inútil en la que el tirano sigue dilapidando el presupuesto del un país que muere de hambre. Se calcula que gastó 2.000 millones de euros en un aeropuerto que solo emplea el 10% de su capacidad total. Pero el despropósito y el despilfarro no se limitan a la capital del país. Otro decorado de mármol blanco igual de llamativo se alza en la costa turkmena del Caspio. Allí Berdimuhamedov decidió construir Awaza: un complejo turístico de lujo. Si visitar la nueva Ashgabat inquieta, recorrer Awaza puede llegar a deprimir, ya que nadie la visita. Es un resort fantasma. Como es obvio, la mayor parte de las escasísimas informaciones que se elaboran en Occidente sobre Turkmenistán suelen centrarse en las excentricidades de su dictador y en esa Ashgabat surrealista. Un hermoso decorado que oculta una realidad muy alejada del lujo y la ostentación. Tras esos bloques imponentes se sigue escondiendo la vieja ciudad, la verdadera Ashgabat. Hileras de chabolas muy humildes, de dos o tres plantas, repletas de desperdicios, dotadas, eso si, de miles de antenas parabólicas que, paradójicamente, están prohibidas por ley, por lo que continuamente el régimen realiza operativos para erradicarlas, ya que quiere que sus ciudadanos solo puedan sintonizar la televisión estatal, convertida en instrumento de propaganda. En esta Ashgabat auténtica la inmensa mayoría de turkmenos se resiste a confraternizar demasiado con el forastero. No se trata de pudor o timidez, sino de precaución y hasta de miedo. En un Estado policial en el que cualquier vecino puede ser un confidente, la primera norma para sobrevivir es no destacar, no hacer nada diferente a lo que hacen todos los demás. Como os imagináis, las redes sociales y buena parte de las páginas web de medios informativos mundiales están bloqueadas por la dictadura y no se pueden acceder a ellas. Y es que navegar por la red desde Turkmenistán no solo es complicado e incómodo, también es muy peligroso. El régimen espía las cuentas de correo electrónico y monitoriza los portales que visita cada usuario. El resultado final es una nación prácticamente desconectada de Internet; uno de los pocos países del mundo en el que en sus calles, cafeterías y transportes públicos no se ve a los jóvenes enganchados a sus teléfonos móviles. Al igual que ha hecho con la monstruosa arquitectura de Ashgabat, el dictador ha construido una falsa fachada para toda la nación que trata de convertir en realidad a base de propaganda. La hipercontrolada televisión estatal dibuja una sociedad próspera y feliz que despierta la admiración de la comunidad internacional. El sátrapa acapara los informativos pronunciando interminables discursos, mientras los ministros y demás miembros de su corte toman apuntes como si fueran niños aplicados. Los periódicos resultan difíciles de fechar ya que todas las portadas son casi idénticas: una foto del tirano en la que solo cambia su pose, acompañada de soporíferos resúmenes de sus discursos y hazañas. Los libros tampoco escapan al control del régimen. De hecho, visitar una librería resulta una experiencia poco edificante. Buena parte de los expositores están ocupados por un único “autor” llamado Gurbanguly Berdimuhamedov. Sus libros sobre Historia, política, plantas medicinales, caballos o perros han relegado incluso al Ruhnama [el libro de culto del dictador fallecido Saparmurat Niyazov] a los estantes secundarios. Como sabéis, la propaganda resulta imprescindible en una nación en la que casi todo es mentira. Berdimuhamedov ni siquiera permite que se conozca el número de habitantes que tiene el país. Hace más de una década que no se hace público el padrón. La cifra oficial es de seis millones, pero la real apenas supera los cuatro. La razón hay que buscarla en los países vecinos y también en Europa. A pesar del estricto control de las fronteras, cientos de miles de turkmenos han huido del país por la persecución política y la coyuntura económica. "La situación es tan desesperada que se dan muchos casos de jóvenes que estudian en el extranjero y que son sus propios padres los que les piden que no regresen al país", apunta desde Moscú Vitaly Ponomaryev, del Memorial Human Rights Center. Pero a pesar de su arsenal represivo y propagandístico, al dictador cada vez le cuesta más ocultar estas y otras realidades. Y la realidad más cruda, tal y como ha constatado un reciente informe del think tank británico Foreign Policy Centre, es que el país sufre una terrible crisis económica que puede acabar situando a buena parte de la población al borde de la hambruna. Niyazov y Berdimuhamedov han convertido en pobres a los súbditos de una nación inmensamente rica. Turkmenistán posee el 10% de las reservas mundiales de gas, es el noveno productor mundial de algodón y extrae petróleo más que suficiente para su autoconsumo. Sin embargo, la caótica y caprichosa gestión de los dos dictadores está conduciendo el país hacia el precipicio. La corrupción es endémica y se expande desde las calles hasta los despachos de mayor rango. A la par de esta catastrófica situación económica, crece la represión. "En Turkmenistán se producen tantas violaciones de los derechos humanos que es complicado referirse solo a algunas de ellas", asegura Rachel Denber, la experta en la zona de la organización Human Rights Watch. "No se respeta ninguna libertad fundamental: expresión, asociación, prensa, reunión, religión… Existe un control total de la vida de la gente". Un control que se traduce en una población uniformada y semimilitarizada. Desde los estudiantes hasta la mayor parte de los empleados públicos están obligados a vestir con un determinado atuendo. Pero la vestimenta solo es el primer sacrificio. Todos los ciudadanos deben estar siempre disponibles para participar en los numerosos actos "patrióticos" que se organizan para agasajar al tirano. Los más afortunados solo tienen que asistir al evento como “público”. El resto se ve forzado a ensayar coreografías durante semanas para acabar siendo parte activa de ese nauseabundo espectáculo. “Aparte del control, está la represión pura y dura”, apunta Denber. “A quienes mantienen opiniones contrarias a la visión del Gobierno se les reprime mediante amenazas, despidos que también pueden afectar a otros miembros de la familia y penas de prisión. La tortura está muy extendida y se producen desapariciones forzadas" añade. Por supuesto que hay "elecciones generales" cada cierto tiempo con el genocida como ganador de antemano, ya que los otros "candidatos" que se presentan compiten entre si para mostrar su apoyo incondicional al régimen.  Lo triste de todo es que la comunidad internacional no dice una palabra acerca de estos múltiples abusos y opta por un silencio cómplice, avalando de esta forma sus acciones. Ello debido al interés que tienen por las inmensas riquezas naturales que posee Turkmernistán, lo que ha hecho que muchos países coqueteen con el tirano: China, Emiratos Árabes Unidos, Turquía, Reino Unido, Francia, Rusia, Alemania, EE.UU., todos quieren su parte del pastel y prefieren mirar a otro lado cuando se habla de las violaciones a los Derechos Humanos cometidos por Berdimuhamedov. "Los turkmenos no pueden protestar ni hablar sobre ello sin enfrentarse a represalias - añade Rachel Denber - y es por ese motivo que tanto los gobiernos extranjeros y las organizaciones internacionales deben estar obligados a hacerlo, dejando de lado sus intereses egoístas" puntualizó :(
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