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miércoles, 28 de marzo de 2018

FABERGÉ: El secreto mejor guardado de los zares

En muchas culturas alrededor del mundo que en el Domingo de Resurrección, también conocido como el de Pascua, es una tradición regalar huevos adornados con diseños de colores, ya sea pintados a mano o envueltos en diversos materiales. Aunque esta costumbre se relaciona con el cristianismo, su origen es antiquísimo, ya que el regalar huevos - que simbolizan vida y fertilidad para quien lo recibe - era una práctica de la época de los faraones en Egipto, así como de los reyes de Persia. Desde entonces cada año, amigos y familiares se obsequian los coloridos huevos cocidos o de chocolate que actualmente gozan de mayor popularidad sobre todo entre los niños. Sin embargo, el extravagante gusto de la familia imperial rusa por decorar los huevos de Pascua que se regalaban, hizo de esta tradición un arte valorado y resguardado hasta nuestros días. Todo empezó en 1885 cuando el zar Alejandro III decidió regalar un huevo de Pascua a su esposa, la emperatriz María Fiódorovna Romanova. Pero en este caso resulta evidente que cuando la realeza hace obsequios a los integrantes de su estirpe, el lujo es imprescindible. El huevo que también se cree fue un regalo por los 20 años de compromiso de la pareja, constaba de varias capas, la primera era un “cascarón” de oro esmaltado con pintura blanca, en su interior resguardaba una yema de oro, que al abrirla revelaba una gallina también de oro pintada a mano con diversos colores, misma que en su interior escondía un anillo del que colgaba una piedra de rubí en forma de huevo.Desde ese año y hasta 1916 los huevos de Pascua con detalles distinguidos se siguieron obsequiando entre los integrantes de la dinastía Romanov. El diseño de estos obsequios, que están valuados en varios millones de euros, fue obra del reconocido joyero ruso Carl Fabergé. Para elaborar los huevos, era necesario empezar a diseñarlos desde un año antes o más “involucrando a un equipo de artesanos altamente calificados, quienes trabajaban bajo mucho secretismo”. El objetivo de Fabergé era sorprender a la familia imperial cada año con sus creaciones en las que llegó a incluir los retratos miniatura de los Romanov. Luego de la muerte de Alejandro III, su hijo Nicolás II continuó con la tradición y cada año obsequiaba un huevo a su esposa, Alejandra Fiódorovna, y otro a su madre. El huevo más costoso de esta colección fue diseñado en 1913 y es conocido como Huevo de Invierno, tallado en una piedra preciosa conocida como Cristal de Roca y adornado con diamantes que formaban figuras de copos de nieve, colocado en una base de cristal y en su interior guardaba una cesta de flores blancas elaboradas con oro y cuarzo blanco. Este huevo se vendió en el 2002 en la casa de subastas Christie’s, en Nueva York, por un precio que alcanzó los 9.6 millones de dólares. Durante 1904 y 1905 se suspendió la elaboración de los huevos debido a la inestabilidad política que se desató durante la Guerra Ruso-Japonesa, y en 1916 la producción se detuvo totalmente cuando la Revolución Rusa que acabo con la dinastía Romanov, pero también con la Casa joyera Fabergé. No obstante, los huevos han sido valorados y resguardados hasta nuestros días, aunque sólo se sabe el paradero de 42 de los 50 existentes. El dictador comunista Iósif Stalin contribuyó a su desaparición, ya que en un intento de recaudar fondos ordenó vender 14 de ellos, algunos de los cuales fueron a parar a los EE UU. El primero (1885) y el último (1916) de los famosos huevos se encuentran en el lujoso palacio de Shuválov de San Petersburgo, destacado por acoger los bailes más frecuentados por la aristocracia zarista a principios del siglo XIX. Ese fue el lugar elegido para la apertura en el 2013, del Museo Fabergé, que alberga nueve huevos imperiales, que fueron encargados personalmente por Alejandro III o su hijo, Nicolás II, cuando estaban en el trono. Esos huevos fueron adquiridos por el multimillonario ruso Víctor Vekselberg, que se los compró en 2004 a la familia estadounidense Forbes. “La colección tiene un valor incalculable. Su significado para la historia rusa es enorme”, dijo Vekselberg al adquirirlos. El resto de huevos se encuentran en la Armería del Kremlin, un imponente edificio situado dentro del recinto amurallado moscovita. Entre ellos figura el Memoria de Azov, que acoge el buque en el que Nicolás II y su hermano Jorge viajaron al Lejano Oriente antes de que el primero asumiera el trono. Está hecho a partir de jaspe y heliotropo, e incluye como adornos un rubí y dos diamantes. El Bouquet de Lilas, el más alto de la colección, con 270 milímetros, y El Kremlin, que consiste en un huevo sostenido por las murallas y torres de la legendaria fortaleza moscovita, son de los pocos huevos que nunca abandonaron territorio ruso. Otros huevos se conservan tanto en el Hermitage de San Petersburgo, como en colecciones privadas del Reino Indo, EE.UU. y Suiza. Cénit y ocaso de la monarquía rusa, lo que empezó siendo un encargo de Alejandro III para su esposa, el huevo de Febergé acabó siendo una tradición admirada en todo el mundo :)
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