Como sabéis, Palestina vuelve a sufrir nuevamente a manos de la bestia sionista ante la indiferencia del mundo y la situación ha implosionado por enésima vez con su habitual escalada de manifestaciones, disparos, cohetes, bombas y muertos, ocasionados por los criminales bombardeos realizados a Gaza, que ha dejado regados entre las calles y edificios derribados, a centenares de cadáveres entre ellos decenas de niños, despedazados por las bombas israelíes. En esta ocasión el detonante de esta tragedia ha sido la ilegal decisión judicial israelí que ordena desalojar a varias familias palestinas del barrio de Sheij Jarrah, un pequeño distrito de Jerusalén Este. Estas familias han vivido en esa localidad desde hace décadas, antes bajo control de Jordania. Ni las protestas de Jordania ni de la ONU, pidiendo detener esa expulsión y cumplir con el derecho internacional humanitario, han detenido a los sionistas, quien no detiene sus planes de judización del este de Jerusalén, ocupado en la guerra de 1967. Para continuar su atropello, el lunes 10 de mayo se celebró la Marcha de la Bandera, un evento nacionalista israelí que conmemora esa ocupación. A su vez, los sionistas han ido poniendo obstáculos a las celebraciones del mes de Ramadán, cerrando la Puerta de Damasco, acceso principal al barrio musulmán de la Ciudad Vieja, bajo el argumento “de evitar concentraciones a causa de la pandemia”. Esta decisión provocó el enfado entre la comunidad palestina residente en Jerusalén y las protestas se extendieron hasta la Explanada de las Mezquitas. La escalada de violencia continúa a día de hoy y las milicias palestinas de Hamas acuden desde Gaza en solidaridad con sus hermanos de Cisjordania con el ya habitual cruce entre sus artesanales y bastante ineficaces cohetes, contra las destructivas bombas israelíes. Basta observar los números a fecha 12 de mayo: 1.050 cohetes de Hamás más otros 200 fallidos contra 500 bombardeos israelíes. Balance: 48 palestinos muertos y 14 de ellos niños (estas cifras de muertos palestinos fueron ampliamente superadas esta semana y hoy suman centenares). Es el álgebra de la injusticia, como diría Arundhati Roy. Esta es la información periodística que no se encontrará en los medios controlados por poderosas corporaciones judías - que ocultan las cifras reales tratando de minimizar los crímenes sionistas - pero que puede hallarse en medios independientes, el cual necesita del suficiente contexto y antecedentes para comprenderse. Hace años que el conflicto palestino-israelí se presenta como una secuencia de partes de guerra en el que no se sabe cuándo empezó todo, por qué ni qué mueve a la confrontación de las dos partes. Es por ello necesario hacer un recuento de los hechos que lo antecedieron a través de los años ¿vale?: La Palestina histórica (27.009 km2) estuvo dominada por el Imperio otomano desde 1516 hasta 1917. Tras la Primera Guerra Mundial, fue sometida a la autoridad británica, que promovió el llamado Mandato Británico como figura colonial de 1922 a 1947. Con la ilegal creación del Estado sionista usurpando territorio palestino en 1948, el nauseabundo extremismo judío, puso en marcha un largo proceso de transformación del ocupado territorio palestino en un espacio dominado por los judíos. Aparentemente, el conflicto palestino-israelí podría parecer otro conflicto étnico sin más, en el que los palestinos buscan recuperar sus ancestrales territorios arrebatados por los sionistas. Sin embargo, aunque los palestinos sí mantienen una homogeneidad étnica, al ser todos árabes, entre los israelíes podemos encontrar hebreos, árabes (los llamados orientales), europeos (askenazis), sefardíes (descendientes de los judíos expulsados de España en 1492), etíopes, bereberes, tailandeses, indostanos, uzbekos, kurdos e incluso otras etnias diferentes. Muchas de éstas afirman descender de las fantasiosas diez tribus perdidas de Israel por efecto de la conquista asiria en el siglo VIII antes de la era cristiana. Cabe destacar que los askenazis conforman la clase dirigente y miran con desprecio a las demás ramas “judías” especialmente a los negros etíopes, que conforman la clase social mas baja. Por otro lado, mientras los sionistas defienden la existencia un territorio exclusivo para judíos, los palestinos rechazan convivir con sus verdugos que les han arrebatado sus tierras y expulsado a cientos de miles de ellos, quienes viven en precarias condiciones en asentamientos ubicados en países limítrofes al tener prohibido su regreso por los sionistas, quienes sueñan con expulsar - o matar si se niegan a irse - a todos los palestinos sean cristianos o musulmanes, para que el territorio ocupado sea exclusivamente judío. Precisamente siguiendo ese plan diabólico, cada vez se autorizan con mayor frecuencia a los “colonos israelíes” a ocupar la Cisjordania expulsando a sus dueños palestinos de esas tierras. Estos “colonos” que en realidad son terroristas amparados por las autoridades, irrumpen en los hogares de los musulmanes con bulldozers y con el apoyo del ejercito, los expulsan con gran violencia demoliendo inmediatamente sus propiedades. A quienes tratan de oponerse a ese atropello, son calificados de “terroristas” y asesinados en el acto. Esta brutalidad combinada entre el Estado sionista y los “colonos” hace que muchos analistas no duden en calificar los salvajes métodos empleados como un acto de genocidio y limpieza étnica. Asimismo, se trata de conflicto religioso, en el que los seguidores de dos religiones contrapuestas luchan por controlar los lugares sagrados que ambas tienen en común. Tanto hebreos como árabes afirman proceder del mítico Abraham, a cuyos descendientes tanto el Yahvé de la religión judía como el Alá de la musulmana (el mismo Dios bíblico en realidad) les prometió la antigua tierra de Canaán (Palestina, parte de Jordania y el sur de Líbano y de Siria) en los tiempos en los que como tribus beduinas abandonaron el nomadismo. El sionismo trata de “legitimarse” considerando que Dios otorgó la Tierra Prometida al pueblo judío, risible argumento que impide cualquier posibilidad de debate al respecto, ya que lo considera un dogma religioso. En cambio, los palestinos no fundamentan su derecho a permanecer en Palestina en base a criterios religiosos, sino históricos y jurídicos, ya que esa tierra les pertenece en propiedad y la legalidad internacional lo ha confirmado en múltiples ocasiones. A ello debemos agregar la posición estratégica en la que se encuentra ubicada Palestina, desde la cual los sionistas buscan controlar el Medio Oriente. El origen de la versión geopolítica del conflicto hay que buscarlo en la política colonialista del Reino Unido tras la Primera Guerra Mundial, cuando Palestina quedó bajo el Mandato Británico, así como de EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial, ante la importancia de la zona en cuanto a proveedor de petróleo y consumidor de armamento. De hecho, actualmente, la ayuda militar anual de EE.UU. a Israel se establece desde un acuerdo firmado en el 2016 para 10 años, a razón de 3.800 millones de dólares cada año. Si a esto le añadimos todas las “donaciones” de carácter privado que los judíos sionistas norteamericanos entregan a Israel, obtenemos la clave para entender el poderío económico y militar sionista en la región. Pero lo que es un conflicto con un contexto geopolítico mundial con dimensiones étnicas y religiosas ha terminado por convertirse en algo más crudo y pragmático: un sistema de apartheid, en el que una comunidad originaria de Europa u occidentalizada - los judíos askenazis - con mayores recursos económicos, técnicos y militares, mantienen políticas de segregación (aparte de las otras ramas “judías” citadas líneas arriba) sobre otra comunidad étnicamente distinguible como la palestina, que es además la población autóctona del territorio en cuestión. La “legitimación” para llevar a cabo las políticas segregacionistas israelíes se fundamenta en la “necesidad” de los judíos de tener un "hogar nacional", sin tener en cuenta que para solucionarlo se ha creado otro problema que está afectando a las relaciones del mundo árabe con Occidente, que son vistos como cómplices de las atrocidades cometidos por los sionistas a vista y paciencia de todo el mundo, que hipócritamente se niegan a condenar. Haciéndose las “victimas” mediante la burda falsificación de la historia, los sionistas afirman que para su supervivencia es necesario conquistar de un territorio seguro, y qué mejor para ello que la legendaria Tierra Prometida que su dios tribal “les regaló” en sus relatos míticos. Así, la ocupación de Palestina se define como una guerra de supervivencia del tipo "o ellos o nosotros" que justifica la limpieza étnica que está perpetrando Israel. Este entupido razonamiento esgrimido se convierte en fundamentalista desde el momento en que se tacha de “antisemita” a quienes condenan sus crímenes, y se elimina así cualquier posibilidad de debate sobre el papel de Israel en el conflicto. Esto le permite, sin complejos, calificar a los palestinos de “terroristas” y de esta forma “legitimar” todas las violaciones de los derechos humanos. Se puede decir que la discriminación institucional israelí comenzó poco antes de la propia fundación del Estado sionista en 1948, concretamente en noviembre de 1947, cuando la ONU aprobó la creación de ese engendro en base a falacias históricas. Desde ese mismo año los palestinos están padeciendo una brutal limpieza étnica. La expulsión ha sido sistemática, planificada y ejecutada, vulnerando los más mínimos derechos de las personas. Será a partir de 1967 cuando la segregación mostrará su cara más dura, convirtiéndose en un sistema de apartheid en el que la sociedad palestina bajo la ocupación vive una erosión de las libertades, así como una fuerte represión, toques de queda indiscriminados, castigos colectivos y expropiación de tierras. Se añade con la ocupación una tercera dimensión del conflicto, la del apartheid sobre los habitantes de los Territorios Ocupados, sumada a los dos problemas previos generados por la creación del Estado sionista: los millones de refugiados palestinos que todavía esperan retornar a sus casas y la feroz discriminación de los árabes que todavía no han sido desalojados de sus tierras. En efecto, los sionistas niegan desde 1967 el derecho a una nacionalidad a más de 4,8 millones de personas que viven en los Territorios Ocupados (casi la mitad en lugares cerrados), y con ello pierden todo derecho a exigir derechos, a la vez que otros casi 6 millones de personas han sido condenadas al exilio y viven en su mayoría en campos de refugiados en Jordania, el Líbano y Siria. En los Territorios Ocupados las normas que rigen son más de 2.000 ordenanzas militares que regulan todos los aspectos y subordinan por completo la vida de millones de árabes-palestinos a los miles de “colonos” judíos que se han instalado allí. Las colonias sionistas actuales están directa e indirectamente subvencionadas por el Gobierno israelí por medio de ventajas fiscales, subvenciones a la industria y al consumo y construcción de infraestructuras. En los años noventa se construyeron 400 kilómetros de carreteras de circunvalación exclusivas para los “colonos”, rodeadas de muros, que además de ser motivo para la expropiación de tierras, actúan como enormes barreras entre las diversas poblaciones palestinas, dejándolas aisladas entre sí y creando una geografía fragmentada en pequeños cantones. De este modo, la sociedad palestina se ha fragmentado en palestinos refugiados (5,4 millones dispersos por varios países). Asimismo, se olvida el hecho básico de que la política de seguridad israelí, mediante la cual se justifican todas las violaciones de los derechos humanos, se trata, en realidad, de una política ofensiva que está encaminada al genocidio del pueblo palestino. No podemos terminar esta exposición sin destacar la complicidad de las grandes potencias occidentales en la tragedia palestina. El apoyo internacional directo al proceso colonial de los ilegales asentamientos sionistas en Palestina sigue tan presente hoy como lo fue ayer según el relato anteriormente señalado. Si el imperialismo británico alumbró la injusta promesa de la partición de Palestina para construir el Estado sionista en este territorio, hoy en día, los atropellos siguen siendo constantes: desprecio a las resoluciones de la ONU respecto a las fronteras entre las dos naciones, la impunidad de Israel ante los crímenes investigados por la Corte Penal Internacional, el incumplimiento de diferentes acuerdos o los compromisos de paz, la indiferencia ante las políticas de nuevas ocupaciones y expulsiones de poblaciones palestinas por parte de Israel y, siempre, el apoyo financiero, comercial y militar a Israel por parte de EE.UU. y la Unión Europea. Y si hasta hoy la criminal equidistancia de los medios de comunicación occidentales entre víctimas y verdugos era la tónica, ahora se adapta a los nuevos tiempos y también se tiene en las empresas que dominan las redes sociales. Así por ejemplo, un grupo de diversas organizaciones en defensa de los derechos humanos y digitales ha denunciado que, tras las protestas palestinas por el desalojo de las familias de Jerusalén "la escala de eliminaciones de contenido y suspensiones de cuentas informadas por los usuarios y documentadas por las organizaciones de derechos digitales es atroz y pronunciada". Cientos de mensajes críticos con la violencia ejercida por los cuerpos de seguridad de Israel desaparecieron, lo que levantó las sospechas de los activistas. "El contenido eliminado y las cuentas suspendidas está documentando y denunciando las políticas israelíes de limpieza étnica, apartheid y persecución", aseguran en un comunicado. "Estas violaciones no se limitan a los usuarios palestinos, sino que también afectan a activistas de todo el mundo que utilizan las redes sociales para crear conciencia sobre la grave situación en Sheikh Jarrah" añadió. La complicidad entre Israel y las redes sociales para regular y censurar el contenido y las cuentas palestinas está bien documentada. Tras una visita de una delegación de Facebook en el 2016 - dirigida por el judío Mark Zuckerberg - el ministro de justicia de Israel en ese momento declaró que Facebook, Google y YouTube estaban "cumpliendo con hasta el 95% de las solicitudes israelíes para eliminar contenido", todos palestinos. Y de esta manera, es así como se observa la línea cronológica del colonialismo y el apartheid contra los palestinos que va desde la Primera Guerra Mundial a los tiempos de las redes sociales, que buscan silenciar la tragedia palestina, un genocidio que no tiene cuando acabar :(