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miércoles, 15 de diciembre de 2021

ALASKA: Tierra irredenta

Con osos más grandes que bisontes, parques nacionales del tamaño de países y glaciares más grandes que otros estados de EE.UU. la palabra “épico” apenas hace justicia a Alaska. Virgen, pura e inmensa, Alaska hace aflorar instintos básicos y despierta lo que Jack London denominó “la llamada de la naturaleza”. Pero a diferencia de London, los visitantes actuales lo tendrán más fácil para adentrarse en su vasta y salvaje naturaleza. Precisamente uno de los atractivos es su accesibilidad. Pocos lugares más en los EE.UU. permiten subir a una montaña aún no escalada, caminar por donde - probablemente - nadie haya pisado antes, o adentrarse en un parque nacional con menos visitantes anuales que la Estación Espacial Internacional. Quizá el espacio sea la frontera final, pero para quienes no dispongan de un cohete espacial, Alaska puede ofrecer una alternativa bastante atractiva. Con poca cobertura telefónica y comodidades urbanas escasas, esta es una región para ‘hacer’ más que pasar el rato en cafeterías. Eso sí, es recomendable contactar con un guía experimentado que conduzca al viajero a un glaciar lleno de grietas, o contratar a una agencia de viajes a zonas remotas para hacer un descenso por un río casi virgen. Sea en solitario con espray para los osos o poniéndose en manos de un experto sourdough (veterano de Alaska), el premio por disfrutar de este lugar agreste y salvaje es incalculable. Así, ¿Quién necesita zoológicos cuando se pueden ver de cerca osos pardos cazando salmones o alces posando en los márgenes de las carreteras de los parques nacionales? Alaska es una tierra para los puristas de la naturaleza que desean observar fauna de gran tamaño en su entorno natural. Cabe precisar ante todo que no es lugar para los timoratos. Hacer senderismo por zonas no vigiladas puede hacer que uno se sienta como un invitado en una gran cadena alimenticia, pero si uno no se despista, los toros almizcleros, los lobos grises, los osos, los caribús y otros animales lo aceptarán con tranquilidad en sus dominios. Los verdaderos placeres de Alaska son inesperados: vegetación gigantesca, épicos viajes en autobús, cementerios rusos olvidados (ello debido a que este territorio perteneció a Rusia, hasta que el zar Alejandro II lo vendió a los EE.UU. en 1867). Hay que imaginar además un lugar donde los autóctonos inuit cazan para subsistir, los campistas planean expediciones en busca de oro y el wifi es un rumor. El viajero puede mezclarse con protestones, fugitivos de la rutina diaria, nómadas, soñadores, amantes de los orígenes y nativos de Alaska para descubrir qué es lo que mueve el estado más grande de EE UU. Como muchos viajeros, uno se siente atraído por caminos poco transitados y aisladas regiones fronterizas donde la espontaneidad y la excitación predominan sobre la certeza y las comodidades de casa. Para mí, Alaska reúne todos estos requisitos. Retadora, sin pulir y dura de roer, es en muchos sentidos, la antítesis del país donde crecí. Como un extraño en tierra extraña, nunca dejo de sorprenderme por los extremos y la enorme falta de población del estado. Y aunque viajar aquí no es siempre fácil, supone un continuo aprendizaje. Por ejemplo, navegar en el ferri de Alaska a las islas Aleutianas es una experiencia sin igual: tres noches en un ferri que llega a las comunidades remotas de Alaska a lo largo de la cordillera Aleutiana. Pescadores con aparejos, turistas con grandes objetivos para fotografiar aves e incluso familias que regresan del médico en Homer, todos habrán intercambiado saludos antes de desembarcar en Unalaska. En el puerto, los lugareños se amontonan en la cubierta para hacerse con hamburguesas; puede que la cafetería del barco sea el único restaurante local; Si te animas, puedes visitar la isla de Kodiak, tierra de osos pardos y pesca de cangrejos, donde las montañas protegen bahías en forma de media luna y la gente de la epónima localidad principal sonríe a diario. Raramente visitada por los grandes cruceros, la segunda isla más grande de los EE. UU. es de lo más auténtico de Alaska. No hay que perderse la observación de osos ni las oportunidades de pescar, ni otras atracciones menos anunciadas, como las baterías militares de la II Guerra Mundial, las iglesias rusas con cúpulas de bulbo y las excursiones por la cúspide de una naturaleza etérea. Precisamente, en cuanto a la poco conocida presencia rusa en el lugar, ellos llegaron en 1741 y se quedaron más de 135 años para ocupar, comerciar y predicar su fe. Para tener una visión convincente de la historia de la Alaska rusa, un viaje a la atractiva localidad de Sitka es casi imprescindible. Deambular por viejos y espeluznantes cementerios, visitar el lugar de la antigua casa del obispo san Inocencio y dar gracias por los preciosos iconos conservados en la dorada catedral de San Miguel permite descubrir un capítulo poco contado del pasado de Alaska. Como podéis notar, hay mucho más por conocer en este apartado lugar del planeta :)
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