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miércoles, 2 de marzo de 2016

BURUNDI: La guerra como una forma de vida

Ubicado en el corazón del África, este pequeño país se encuentra en un proceso de franca descomposición con la inminente reactivación de una sangrienta guerra civil, producto de la grave crisis política en la que se encuentra ante la indiferencia del mundo que no hace nada para evitarlo. Esta situación es consecuencia de los múltiples abusos cometidos por el dictador Pierre Nkurunziza que han sumergido al país en la peor crisis desde la guerra civil de los años noventa entre los grupos étnicos hutus y tutsis. Las represalias y amenazas de muerte han llevado a más de 150.000 burundeses a huir del país para evitar ser victimas de quienes hoy detentan el poder. La difícil convivencia entre esos dos grupos devino en insostenible en abril del 2015 cuando los burundeses tutsis se manifestaron pacíficamente en las calles de Bujumbura contra la intención del hutu Pierre Nkurunziza de presentarse ilegalmente a un tercer mandato, ya que tanto la Constitución como el Acuerdo de Arusha - que puso fin a la guerra civil de 1993-2006, en que murieron unas 300.000 personas en un conflicto entre rebeldes de la mayoría hutu y el Ejército, dominado por la minoría tutsi - lo prohíben expresamente. Como podéis imaginar, las protestas, que se extendieron rápidamente a todo el país, fueron brutalmente reprimidas por la policía, las fuerzas de seguridad y las temibles milicias humus, quienes comenzaron a asesinar indiscriminadamente a la población civil, arrojando sus cadáveres bien a fosas comunes o a los ríos cuando estas ya no se dieron abasto. Miles perecieron en esa sangrienta represión por parte de aquellos que pretenden reeditar el genocidio ocurrido en Ruanda. En mayo de ese año, fracaso un sospechoso golpe de estado en contra del tirano, que Nkurunziza lo desbarato fácilmente a las pocas horas y que muchos analistas consideran que fue una maniobra para victimizarse. Como consecuencia de ese engaño, en julio fue reelegido con el 69.41% de los votos, en unas elecciones completamente amañadas con los partidos de oposición proscritos y donde solo se presentaron a participar el partido de gobierno y algunos movimientos satélites en un proceso que no tenía nada de democrático, con una prensa censurada y una brutal represión para acallar a los disidentes que tuvieron que elegir el exilio para no ser asesinados. Unos resultados que como era de esperar, no fueron reconocidos por la oposición, lo cual origino una violenta respuesta en noviembre por parte del régimen, asesinando, torturando y violando a todo aquel que no le rinda pleitesía al dictador, originando que cientos de miles de personas se desplacen a países vecinos para salvar sus vidas. Los responsables de esta masacre fueron los partidarios de Nkurunziza, en concreto los temidos “Imbonerakure”. Según un informe publicado por la ONG Human Rights Watch, los miembros de “Imbonerakure” cometen actos de violencia, que incluyen asesinatos, palizas, violaciones, amenazas y extorsiones contra sus opositores y otros burundeses. Una percepción confirmada por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Ahora, tras el fallido golpe de Estado y las controvertidas elecciones en la que fue elegido ilegítimamente, Nkurunziza se enfrenta a una rebelión armada. No es la primera vez que ello ocurre en este convulsionado país. Burundi sufrió una guerra civil que arrasó el país entre 1993 y 2005 y que terminó con la vida de más de 300.000 personas por un conflicto entre hutus y tutsis. El origen de este odio reciproco entre ambas etnias proviene de tiempos de la colonia, cuando África - con la excepción de Etiopia - estaba en manos de las grandes potencias europeas quienes se la repartieron entre si. En el caso de Burundi, este paso a control de Bélgica, tras la derrota alemana en la I Guerra Mundial, en la cual también perdió sus colonias. Los belgas introdujeron el principio de “divide y reinarás” Así establecieron que los tutsis, una etnia minoritaria dedicada a la ganadería y clase dirigente, eran racialmente superiores y como tal llamada a su lado para gobernar el país. En cambio, la mayoría hutu, compuesta por agricultores, quedó relegada a un segundo lugar, carente de derechos, haciendo nacer en ellos un odio latente a los tutsis. La independencia lograda en julio de 1962 no trajo la paz. En 1972, los tutsis temerosos de perder el poder, masacraron a los hutus cuando pretendieron rebelarse. En 1993, un líder hutu, Melchior Ndadaye, fue elegido democráticamente, pero fue asesinado por el ejército tutsi, dando origen a una guerra civil, perdiendo la vida en ella más de 300.000 personas (Estos eventos y los refugiados de estas masacres, influenciaron los acontecimientos en Ruanda, incluyendo la guerra civil de 1990-1994 y el genocidio que tuvo lugar en 1994). Este conflicto terminó en el 2005, con la firma de los acuerdos de Arusha y gracias a ello, el hutu Pierre Nkurunziza fue elegido en las urnas para liderar el país. Su partido, el CNDD-FDD -Consejo Nacional para la Defensa de la Democracia-Fuerzas de Defensa de la Democracia, combatió a los tutsis como milicia durante el conflicto y ahora en el poder debía compartirlo con ellos. Sin embargo, Nkurunziza pretende ahora desconocer lo firmado. En efecto, la gravedad del problema actual deviene que ahora está echando por tierra esos acuerdos que tanto costó conseguir, y todo lo que implicaron. Y ello está originando que el conflicto étnico esté aflorando otra vez. Al día de hoy, Burundi se encuentra a las puertas de una nueva guerra civil ante la indiferencia del mundo. Claro, como no tiene petróleo, a nadie interesa el drama en que viven Si bien la Unión Africana (UA) había decidido en diciembre último enviar una fuerza de paz de cinco mil soldados, esta fue finalmente descartada, debido a la tenaz oposición del régimen, que lo calificó de ser una "fuerza de invasión y ocupación" y prometió combatirla. Esa misma respuesta obtuvo la ONU la semana pasada cuando el Secretario General viajó a Bujumbura para tratar de convencer al dictador del envió de tropas para proteger a la población y evitar la carnicería, sin conseguirlo. El genocida no quiere testigos de sus crímenes y si no se le detiene a tiempo, va a ser muy tarde para lamentarlo. Lo que sucede en Burundi debe ser condenado por la comunidad internacional e intervenir militarmente para detener este nuevo baño de sangre. En juego está la vida de muchos seres humanos, lo que no debe ni puede ser ignorado :(
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