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miércoles, 1 de enero de 2025

EE.UU.: Ambiciones imperiales

Mal empieza Donald Trump, quien recién asumirá su cargo de Presidente de los EE.UU. el próximo 20 de enero, pero desde ya ha demostrado sus deseos expansionistas de apoderarse - por la fuerza de ser necesario - de Canadá, Groenlandia… y hasta del Canal de Panamá, utilizando el mismo lenguaje belicista de sus antecesores. Si así trata a sus “aliados” de la OTAN (Canadá y Dinamarca, al cual pertenece Groenlandia) ¿Qué se puede esperar de su actitud frente al resto de países que no son parte de esa alianza agresiva? ¿A que no decía que en su gobierno no iban a ver más guerras? Por lo visto, Donald Trump es un firme creyente en la teoría de que la mejor manera de normalizar una idea, por muy descabellada que sea, es repetirla muchas veces. Y así es resucitó su vieja aspiración de hacerse con el control de Groenlandia, territorio autónomo perteneciente al reino de Dinamarca, tal como lo hizo durante su primer gobierno (y que por esas fechas, por cierto, lo tratamos con amplitud), hoy vuelve a la carga con lo mismo. Se trata de la isla más grande del mundo que no forma un continente: una vasta porción de tierra y hielo entre los océanos Ártico y Atlántico de exigua población (56.000 habitantes), pero rica en recursos naturales y gran valor geoestratégico. Trump, que lleva con el expansionismo subido varios días, en los que ha reclamado el control del canal de Panamá, y fantaseado con anexionarse Canadá, volvió a poner sobre la mesa el asunto de Groenlandia. Lo hizo, en uno de sus mensajes en la red social de la que es dueño, Truth Social. En él, anunciaba que Ken Howery será su embajador ante Dinamarca. Tras cantar las alabanzas de Howery, otro trasplante de Silicon Valley en el Ejecutivo estadounidense (cofundador de PayPal y del fondo de capital de riesgo Founders Fund), al presidente electo le bastó una frase para dar un manotazo al tablero geopolítico: “Para los fines de la seguridad nacional y la libertad en todo el mundo, Estados Unidos considera que la propiedad y el control de Groenlandia son una necesidad absoluta”. Trump ya lo dijo en el 2019, durante su primera vuelta en la Casa Blanca, que estaba considerando la posibilidad de comprar Groenlandia. Hasta llegó a cancelar un viaje de Estado a Dinamarca cuando los gobernantes del país escandinavo, socio fundador de la OTAN y miembro de la Unión Europea, le respondieron que la isla no se vende. En esta ocasión, el primer ministro de Groenlandia, Múte Egede, lo repitió en Facebook. “Groenlandia es nuestra”, escribió. “No estamos en venta y nunca lo estaremos. No debemos abandonar nuestra lucha de años por la libertad. Sin embargo, debemos seguir abiertos a la cooperación y al comercio con todo el mundo, especialmente con nuestros vecinos”. Si bien la isla cuenta desde el 2009 con la posibilidad de declarar su independencia, pero al estar unida por robustos vínculos a Dinamarca, nada indica que esté en sus planes ejercer ese derecho. Como recordareis, Trump completó con el de Groenlandia una serie de anuncios que han hecho saltar las alarmas en las cancillerías de medio mundo. El sábado por la noche, y de nuevo en Truth Social, amenazó “con retomar el control sobre el canal de Panamá si los barcos estadounidenses no obtenían rebajas en las tarifas por usarlo”. También expresó su deseo de evitar que el paso caiga en las “manos equivocadas”, en referencia a China, al cual siempre ha considerado una potencia enemiga. Pero el mapa de las ambiciones imperiales de Trump 2.0 no podría estar completo sin Canadá. El presidente electo una vez más, en su red social que “muchos canadienses quieren convertirse en el estado número 51”. En noviembre, amenazó al vecino del norte con la imposición de aranceles del 25% a las importaciones, lo que desembocó en una visita a Mar-a-Lago del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, que ocupa el puesto desde el 2015 y que este año se enfrenta debilitado a la reelección. A Trump, cuyo talento para la burla está fuera de duda, le divierte llamarlo “gobernador” del “Gran Estado de Canadá” y no oculta su deseo de que pierda en las urnas. No parece difícil que algo así suceda: Trudeau afronta debilitado la campaña, acosado por una crisis de la vivienda, un sistema de salud en decadencia, una inmigración creciente y la misma guerra ideológica entre progresistas y conservadores que se libra sin cuartel en muchas sociedades avanzadas. Como lo explica el historiador Daniel Immerwahr, si bien EE.UU. está fundado sobre el mito del antiimperialismo (la independencia de los ingleses), se trata de un país cuya historia puede contarse a través de las aspiraciones expansionistas como las que ahora subyugan a Trump. Primero fue la compra de Luisiana a Francia t Florida a España, la conquista del Oeste exterminando a millones de indios y tras el mordisco tejano a Méjico, posteriormente tras una victoriosa guerra, se quedó con gran parte de su territorio. Luego, llegaron las aventuras de ultramar, con la anexión de decenas de islas deshabitadas en el Caribe y el Pacífico, la compra de Alaska a Rusia, la absorción en 1898 de los restos del imperio español: Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, la toma de Hawái, la anexión de isla de Wake y Samoa Americana, así como de las islas Vírgenes. La última fase llegó al término de la II Guerra Mundial, cuando la superficie del país había llegado a su apogeo, unos 135 millones de estadounidenses vivían fuera de la zona continental, y Washington decidió soltar la mayoría de esos territorios. Filipinas obtuvo su independencia, Puerto Rico se convirtió en Estado libre asociado y Alaska y Hawái pasaron a ser Estados por derecho propio. “No sé hasta qué punto son creíbles esas aspiraciones de Trump”, explicó Immerwahr este martes en un correo electrónico. “Sí creo que estamos ante una vuelta a una visión más antigua del poder, donde la seguridad se logra a través de la superficie. Luego de 1945, EE.UU. ha buscado formas más difusas de influencia, a través de pactos comerciales, asociaciones de seguridad, flujos de armas y bases. Todo esto requiere conexiones estrechas con gobiernos extranjeros. La visión de Trump de una América fuerte, en cambio, parece ser una gran extensión de tierra, encerrada entre altos muros. Quiere poder sobre el mundo, pero no presencia en él. Así que, en lugar de obtener el beneficio estratégico de Groenlandia operando una base militar o comerciando con Dinamarca, está tratando de comprarla de nuevo”. Al historiador, todo esto le retrotrae a los días sangrientos de Teddy Roosevelt [1901-1909]. Y aunque considera “tentador” verlo como el regreso de EE.UU. a una era imperial, recomienda no olvidar “los cientos de bases militares que el país tiene fuera de sus fronteras como una especie de imperio”. Un “imperio puntillista”, lo llama en su libro. “Trump claramente se siente más cómodo con una forma más antigua de proyección de poder. Se ve a sí mismo como un emperador romano” acoto. Algunas de las ganancias de territorio estadounidense fueron posibles gracias a acuerdos de compraventa como el que ahora acaricia Trump. En 1803, Washington compró Luisiana a Francia por 15 millones de dólares y pasado 84 años, Alaska a Rusia por 7,2 millones. Las islas Vírgenes estadounidenses provienen de un pago en 1917 de 25 millones a Dinamarca. Pero Trump ni siquiera es el primer presidente que pone sus ojos en Groenlandia: Harry Truman llegó a ofrecer 100 millones de dólares por la isla en 1946. Hoy, como entonces, durante el apogeo de la Guerra Fría y de la pugna con la Unión Soviética, se trata de un pedazo de tierra codiciado por su ubicación estratégica. Y no solo en virtud de la vieja rivalidad de las potencias: el paulatino deshielo del Ártico promete abrir nuevas vías de navegación, así como una competencia comercial y naval de la que Beijing (aunque no pinta nada en la zona, como anotamos hace dos semanas) no piensa quedarse fuera. También es novedoso el valor de las reservas de minerales de tierras raras de Groenlandia, necesarios para el diseño de la tecnología más avanzada. De esta manera, y a un mes de que vuelva al poder, es difícil saber cuánto de serio tiene lo que Trump promete, o amenaza, en materia de política internacional. Es parte de su estrategia: soltar ideas descabelladas, repetirlas hasta que no lo sean tanto, y luego esperar a ver cuáles cumple. En el caso de Groenlandia, la idea de su compra fue recibida en 2019 casi como una broma de mal gusto. Pero esta podría no tener tanta gracia ahora, con el regreso a la Casa Blanca de Trump desencadenado por lo que deben ser tomadas como son: una advertencia.
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