El pasado 2 de septiembre se cumplió el 78º aniversario de la ceremonia de rendición de la Segunda Guerra Mundial a bordo del USS Missouri en la Bahía de Tokio. Este momento formalizó la capitulación incondicional de Japón ante Estados Unidos y sus aliados, y marcó el final del conflicto. Desde la perspectiva japonesa, había estado en curso desde el incidente del puente Marco Polo del 7 de julio de 1937, que inició la guerra chino-japonesa. No hubo negociación, sólo una simple ceremonia de rendición en la que los funcionarios japoneses firmaron documentos, sin condiciones. Porque así es como se ve la derrota. La historia debe estudiarse de una manera que busque extraer lecciones del pasado que puedan tener relevancia en el presente. Como señaló George Santayana, el filósofo estadounidense: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. El régimen colaboracionista ucraniano – llegado al poder en el 2014 mediante un golpe de Estado organizado por la CIA - haría bien en reflexionar tanto sobre el precedente histórico sentado por la rendición incondicional de Japón como sobre el consejo de Santayana, al considerar su actual conflicto con Rusia. En primer lugar, Ucrania debe reflexionar honestamente sobre las causas de este conflicto y sobre qué lado tiene la responsabilidad de los combates. "Desnazificación" es un término que el gobierno ruso ha utilizado para describir una de sus metas y objetivos declarados. El presidente Vladimir Putin ha hecho numerosas referencias al odioso legado de Stepan Bandera, el notorio asesino de masas, culpable de la muerte de miles de polacos y ucranianos, a quien los nacionalistas de Kiev hoy en día celebran como un ‘héroe’ y casi como un padre fundador de su nación. Que la Ucrania actual considere oportuno elevar a un despreciable criminal como Bandera a tal nivel dice mucho sobre los podridos cimientos de la causa de Kiev y la escasez de fibra moral en la nación actual. El papel desempeñado por los actuales seguidores de la odiosa ideología nacionalista de ese sujeto en la promulgación de los acontecimientos clave que condujeron al inicio de la operación militar por parte de Rusia no puede ignorarse ni minimizarse. Fueron los banderistas, con su larga relación con la CIA y otros servicios de inteligencia extranjeros hostiles a Moscú, quienes utilizaron la violencia para derrocar al ex presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, de su cargo en febrero del 2014. Del acto de violencia politizada ilícita surgió la incorporación de las fuerzas del genocidio étnico y cultural, manifestado en la forma de los actuales banderistas, que iniciaron actos de violencia y opresión en el este de Ucrania contra la minoría rusófona, a quienes querían exterminar con la complacencia de Washington. Esto, a su vez, desencadenó la respuesta rusa en Crimea y las acciones de los ciudadanos de Donbass, que se organizaron para resistir el alboroto de los nacionalistas ucranianos afiliados a Bandera. Siguieron los Acuerdos de Minsk y la posterior traición por parte de Kiev y sus socios occidentales del camino potencial para la paz que estos representaban. Ucrania no puede disociarse del papel desempeñado por los banderistas de hoy en día en la configuración de la realidad actual. En esto, Kiev refleja a los militaristas del Japón imperial, cuya lealtad ciega a los preceptos del Bushido, el tradicional "camino del guerrero" que se remonta a los samuráis del Japón del siglo XVII, ayudó a empujar al país a un conflicto global. Parte de las obligaciones de Japón tras la rendición era purgar su sociedad de la influencia de los militaristas y promulgar una constitución que los destituyera haciendo que las guerras de agresión - y las fuerzas militares necesarias para librarlas - fueran inconstitucionales. El banderismo, en todas sus manifestaciones, debe ser erradicado de la sociedad ucraniana de la misma manera que se eliminó del Japón el militarismo inspirado en el Bushido, para incluir la creación de una nueva constitución que consagre esta purga como ley. Cualquier fracaso en hacerlo sólo permitirá que el cáncer del banderismo sobreviva, pudriéndose dentro del cuerpo derrotado de la Ucrania posconflicto hasta algún momento futuro en el que pueda hacer metástasis una vez más para causar daño. Este es precisamente el mensaje que envió Putin cuando, durante el Foro Económico Internacional de San Petersburgo en julio pasado, mostró un video donde se mostraban públicamente los crímenes de los banderistas durante la Segunda Guerra Mundial. "¿Cómo no puedes luchar contra eso?" dijo Putin. “Y si esto no es neonazismo en su manifestación actual, ¿qué es entonces?” preguntó. "Tenemos todo el derecho", declaró el presidente ruso, "a creer que la tarea de desnazificación de Ucrania que nos hemos fijado es una de las claves". A medida que los medios de comunicación occidentales comienzan a comprender el alcance y la escala de la eventual derrota militar de Ucrania (y, por extensión, la realidad de una decisiva victoria militar rusa), sus supervisores políticos en Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea luchan para definir cuál será el final del juego. Luego de haber articulado el conflicto ruso-ucraniano como una lucha existencial en la que está en juego la supervivencia misma de la OTAN, estos políticos occidentales ahora tienen la tarea de moldear la percepción pública de una manera que mitigue cualquier reacción política significativa y sostenida por parte de electores que han sido engañados, por tolerar la transferencia de miles de millones de dólares de sus respectivos tesoros nacionales, y miles de millones más en armas de sus respectivos arsenales, a una causa perdida y deshonrada. Un aspecto clave de esta gestión de la percepción es la noción de una solución negociada, un proceso que implica que Ucrania tiene voz en cuanto al momento y la naturaleza de la terminación del conflicto. El hecho es, sin embargo, que Kiev perdió esa voz cuando abandonó un acuerdo de paz negociado entre sus negociadores y sus homólogos rusos la primavera pasada, a instancias de sus amos de la OTAN, como lo comunicó a través del entonces Primer Ministro del Reino Unido, Boris Johnson. La decisión de prolongar el conflicto se basó en el suministro a Kiev de decenas de miles de millones de dólares en equipo y asistencia militar. Las autoridades organizaron debidamente una movilización masiva, lo que significó que las tropas ucranianas superaban ampliamente en número a sus homólogos rusos. La nueva fuerza de Kiev, entrenada y equipada por la OTAN, logró algunos avances territoriales durante una ofensiva de otoño. La reacción rusa fue estabilizar el frente y llevar a cabo una movilización parcial de sus reservas para acumular suficiente personal para cumplir la misión asignada desde el inicio de la operación: desnazificación y desmilitarización. La desnazificación es un problema político. La desmilitarización no lo es. En el caso de Ucrania, significa destruir efectivamente la capacidad de Ucrania de librar un conflicto armado a una escala significativa contra Rusia. Presumiblemente, este objetivo también implica la necesidad de retirar de Ucrania toda la infraestructura militar de la OTAN, incluidos equipos y materiales. Rusia ha estado llevando a cabo con éxito la desmilitarización de las fuerzas armadas de Ucrania desde el inicio de la movilización parcial. El equipo que Occidente proporciona a Ucrania está siendo destruido de manera similar por Rusia a un ritmo que hace que su reemplazo sea insostenible. Al punto que varios países de la OTAN han declarado que no van a reponer las perdidas. Mientras tanto, la propia industria de defensa rusa se ha puesto en pleno funcionamiento, suministrando una gama de armas y municiones modernas que es más que suficiente. La dura realidad es que ni Ucrania ni sus aliados occidentales pueden soportar las pérdidas operativas de mano de obra y equipo que el conflicto con Rusia está infligiendo. Moscú, por otra parte, no sólo es capaz de absorber sus pérdidas, sino de aumentar su fuerza con el tiempo, dado el gran número de voluntarios que están siendo reclutados para el ejército y la alta tasa de producción de armamento. En algún momento en un futuro no muy lejano, el equilibrio de poder entre Rusia y Ucrania en el teatro de operaciones llegará a un punto en el que Kiev sea incapaz de mantener una cobertura adecuada a lo largo de la línea de contacto, lo que permitirá que se abran brechas en la línea defensiva que Rusia, capaz de emplear nuevas reservas, explotará. Esto conducirá al colapso de la cohesión entre las tropas ucranianas, que están desertando del campo de batalla. Ucrania, a través de sus acciones en el 2014, vio impotente como Crimea retornaba a Rusia, a la cual perteneció hasta 1956, cuando el dictador soviético de origen ucraniano Nikita Kruschev lo ‘regalo’ irresponsablemente a su país natal. Asimismo Ucrania, a través de sus elecciones en el 2022, perdió Donbass, Zaporozhye y Kherson. Y si Kiev persiste en extender este conflicto hasta que sea físicamente incapaz de defenderse, corre el riesgo de perder aún más territorio, incluidos Odessa y Jarkov, con el cual también perdería el acceso al Mar Negro. Rusia no entró en el conflicto con la intención de apoderarse del territorio ucraniano, como la propaganda occidental vocifera vomitivamente a toda hora. Pero en marzo del 2022, Kiev rechazó un proyecto de acuerdo de paz (que había aprobado preliminarmente en un principio), y esta decisión de evitar la paz en favor de la guerra llevó a Rusia a absorber Donbass, Zaporozhye y Kherson. Como una de sus condiciones para siquiera comenzar a negociar la paz con Moscú, Kiev exigió la devolución de todos los antiguos territorios ucranianos actualmente bajo control ruso, incluida Crimea. Sin embargo, para lograr tal resultado, Ucrania tendría que ser capaz de obligar al cumplimiento derrotando a Rusia militar y/o políticamente. Tal como están las cosas, esto es imposible. Lo que Ucrania y sus socios occidentales todavía no parecen haber asumido es el hecho de que los dirigentes rusos no están de humor para negociar por negociar. El señor Putin ha enumerado sus metas y objetivos en lo que respecta al conflicto: desnazificación, desmilitarización y que Ucrania no sea miembro de la OTAN. Ésta es la realidad de la situación actual. Rusia está trabajando para lograr las metas y objetivos declarados. Tal como están las cosas, es poco lo que Ucrania o sus amos - Estados Unidos, la OTAN y la UE (el llamado "Occidente colectivo") - pueden hacer para impedir que logre estos objetivos. El cronograma no se rige por el calendario, sino que está determinado por los resultados. Cuanto más prolonguen Kiev y la OTAN este conflicto, mayor será el daño que sufrirá Ucrania. Es hora de que el régimen fascista de Kiev y sus socios occidentales avancen por el camino de la paz y la reconstrucción. Pero esto sólo podrá suceder cuando Ucrania se rinda incondicionalmente y acepte la realidad.
En nuestra ruta del Báltico, llegamos a Vilnius (Vilna), la capital de Lituania, que en el pasado mes de julio fue sede de la cumbre de la OTAN donde de una forma por lo demás demoniaca, insistieron en que continue el inútil derramamiento de sangre en Ucrania, cuya derrota ante los rusos es inevitable. Pero concentrándonos en lo nuestro, cabe precisar que el 2023 es el año de Vilnius. En efecto, la capital del país conmemora su 700 aniversario invitando a personas de todo el mundo a visitarla. El motivo de la celebración es una carta: una proclama fechada el 25 de enero de 1323 donde consta por primera vez el nombre de la ciudad y cuyo propósito era igualmente atraer a ciudadanos extranjeros. La misiva, firmada por el gran duque de Lituania Gediminas, iba dirigida a varias urbes del Sacro Imperio Romano Germánico (entre las cuales, Lübeck, Bremen, Colonia y Magdeburgo). El gobernante llamaba a establecerse en Vilna a caballeros, comerciantes y a todo tipo de artesanos. Requería médicos, herreros, zapateros, molineros, curtidores… con la promesa de eximirlos de cualquier tasa. Además aseguraba que tendrían libertad para practicar la fe cristiana. Sucede que el país era entonces uno de los últimos territorios paganos de Europa. Gediminas es considerado el fundador de Vilnius. Y aunque sin duda impulsó su crecimiento, como atestigua la carta, lo cierto es que el municipio existía con anterioridad… Aún así, 1323 ha pasado a marcar su nacimiento “oficial”. La ciudad conserva en la actualidad varios monumentos y referencias a esa etapa fundacional. Comenzando por la torre de Gediminas, que domina la capital desde lo alto de un monte y que se ha convertido en uno de sus mayores símbolos. Fue construida por el gran duque a propósito de un sueño, según la leyenda. Cuenta que Gediminas se vio a sí mismo en lo alto de esa misma loma durante una cacería y que allí descubrió a un lobo solitario. Estaba hecho de hierro y aullaba con el vigor de una manada entera. Al despertar, el gobernante consultó el significado del sueño con Lizdeika, el mago de la corte. Este le indicó que debía levantar en ese punto una ciudad que se convertiría en la capital lituana y sería conocida en el mundo entero. La torre, que aparece citada en numerosas canciones y poemas patrióticos, es la única parte que se mantiene en pie del castillo de Gediminas. Hoy alberga un museo arqueológico con material iconográfico y armas medievales, además de reproducciones de los castillos de Vilna entre los siglos XIV y XVII. Otro de sus atractivos son las vistas sobre la ciudad. Desde la torre se divisa todo el casco viejo, dominado por la plaza de la Catedral. Precisamente ahí se erige una estatua de Gediminas vestido de guerrero junto a su caballo. Blandiendo la espada con su mano izquierda, bendice la ciudad con la diestra. En tiempos del gran duque, existía una primera catedral levantada a mediados del s. XIII por el rey Mindaugas, considerado el fundador del estado lituano y el primer gobernante del país en convertirse al cristianismo. Actualmente el templo, consagrado a san Estanislao y san Ladislao, tiene unas proporciones muy mayores. Célebre por haber acogido las coronaciones de los grandes duques, en sus criptas y catacumbas reposan los restos de personalidades históricas como el héroe nacional Vytautas y su mujer Ana. La plaza de la catedral es el corazón del centro histórico de Vilnius, uno de los mayores de Europa central y del norte (3,59 km cuadrados). Su arquitectura representa una amalgama de estilos –gótico, renacentista, barroco, neoclásico– y de ramas del cristianismo –hay multitud de iglesias católicas, ortodoxas y luteranas–. Una de sus arterias principales es justamente la avenida Gediminas. Se trata de una de las calles más animadas de la capital, con un amplio surtido de tiendas, bares y restaurantes. Asimismo concentra las principales instituciones del país: la sede del Gobierno y de varios ministerios, el parlamento, el Tribunal Constitucional, el Banco de Lituania, el teatro Dramático Nacional o la biblioteca Nacional. La vía tuvo varios nombres antes de adoptar el de Gediminas. Construida en 1836, inicialmente se llamó de San Jorge. Tras la anexión de Polonia, fue la avenida Mickiewicz (en honor al poeta polaco Adam Mickiewicz). Luego, como parte del III Reich, pasó a ser la calle Adolf Hitler. Y bajo la ocupación soviética, se bautizó primero como Stalin y luego como Lenin. Uno de los complejos más bellos del casco antiguo es el de la Universidad de Vilna, la más antigua de los países bálticos. Fundada en 1579, dispone hoy de una docena de facultades. Entre sus alumnos más distinguidos, se cuentan el mismo Mickiewicz además de los poetas Maciej Sarbiewski y el Nobel Czesław Miłosz. Su biblioteca antigua es una auténtica joya, decorada con retratos de grandes personalidades de la antigüedad clásica: Sócrates, Platón, Aristóteles, Arquímedes, Plutarco, Homero… Por cierto, no podemos dejar de mencionar el oprobioso periodo de ocupación soviética al que estuvo sometido Lituania desde 1941. Y, aunque la resistencia entre los lituanos se dio desde el primer momento, fue reprimida con extrema brutalidad. Al respecto, el Museo de Ocupaciones y Luchas por la Libertad ofrece una estremecedora visión de la vida cotidiana durante esa siniestra época. Finalmente, la URSS - que se estaba desintegrando en medio de una grave crisis - reconoció la independencia del país en 1991, pero a un precio muy alto: 14 civiles murieron cuando las tropas soviéticas cargaron contra la Torre de la TV de Vilnius. Esta estructura de 326 m de altura es hoy un símbolo de la lucha por la libertad de Lituania, y hay un monumento en recuerdo a las víctimas. Si el tiempo les alcanza, os recomiendo visitar la Colina de las Cruces –un monumento a un grupo de monjes mártires– ofrece una panorámica mucho más espectacular de la capital. Se sabe que las Tres Cruces fueron construidas en algún momento antes de 1649 pero se desconoce la fecha exacta de su construcción. Las cruces han sido destruidas en varias ocasiones, se derrumbaron a mediados del siglo XIX, pero la autoridad zarista rusa no permitió su reconstrucción. En la Primera Guerra Mundial, el ejército Alemán ocupó Vilnius, y permitieron la reconstrucción de las mismas, con mejores materiales para que fueses más duraderas. Lamentablemente en la ocupación soviética las volvieron a demoler, con su afán de destruir todo a su paso. Pero durante el Movimiento de Reforma de Lituania fue reconstruido de nuevo como símbolo de la identidad lituana y de la resistencia a la opresión de la Unión Soviética. Una vez descubierta Vilnius, se puede hacer una excursión de un día a Trakai. A un poco más de media hora en tren desde la capital, se encuentra el Castillo-isla de Trakai, una vista arrebatadora propia de un cuento de hadas. Construido en el s. XV, es más espectacular contemplado desde el agua, por lo que es buena idea disfrutar de un circuito en barco por el lago Galvé o, si el viajero prefiere algo más activo, una ruta en kayak con North North East. El bosque que lo rodea también forma parte del pequeño parque nacional e invita a un apacible paseo panorámico. Trakai también es la cuna de la minoría lituana caraíta. Con menos de 300 miembros en el país, la comunidad intenta preservar su lengua y su cultura. Ha llegado el momento de partir, y toca dirigirnos esta vez a Oslo, la capital de Noruega, donde de seguro nos espera más de una sorpresa...