Admitámoslo: las relaciones entre Ucrania y Hungría distan de ser fáciles. Ambos países comparten vecindad en torno a la región de Transcarpatia, que hoy es territorio ucraniano, pero formó parte de Hungría desde el siglo X hasta 1918, cuando la ocuparon las tropas de la efímera República Popular de Ucrania Occidental. Luego la tomó el ejército rumano, la recuperaron efectivos de la República Soviética Húngara, pasó a integrarse en Checoslovaquia con el Tratado de Trianon (1920) y, de nuevo, en Hungría hasta 1944. A partir de ese año, los soviéticos ocuparon la región y, tras una ‘cesión' por parte del gobierno checoslovaco - títere de Moscú - , la integraron en la República Socialista Soviética de Ucrania. Así, en menos de treinta años, la región cambio de manos hasta en cinco ocasiones. Al igual que sucedió a los húngaros de otras provincias de la Hungría histórica, pasaron a convertirse en extranjeros en su propia tierra. Según Csernicskó, Márku y Zontán (Trancarpathia 1920-2020. Transcarpathian Hungarians in the Last 100 Years), en 1901, el 30% de la población de la región eran húngaros. Hoy son el 12%. En el 2001, eran algo más de 150.000. Hoy son poco más de 130.000. El oprobioso periodo soviético congeló de algún modo el problema de la minoría húngara en Transcarpatia. A fin de cuentas, húngaros y ucranianos estaban sometidos brutalmente al férreo dominio soviético. Ni unos ni otros podían expresar sus aspiraciones. Unos miraban a Budapest. Otros soñaban con un gobierno independiente en Kiev. Todos desconfiaban de Moscú. Transcarpatia era una zona rigurosamente vigilada. Los pasos fronterizos hacia Hungría estaban controlados. Tribunales ‘populares’ depuraron a quienes colaboraron con las autoridades húngaras entre 1938 y 1944 así como a los nacionalistas ucranianos. Para los soviéticos, unos y otros eran ‘enemigos del pueblo’. Sin embargo, no estaban en la misma posición. El ruso y el ucraniano fueron arrinconando al húngaro en la vida pública. Las medidas de sovietización se ensañaron con los húngaros: requisas de grano, colectivización de granjas, cierre de iglesias… Los comunistas rusos y ucranianos veían en la minoría húngara una amenaza de “quinta columna”. Huelga advertir que ese temor era infundado. El poder militar soviético era abrumador. Las policías políticas -NKVD, primero, y KGB posteriormente- lo controlaban todo. Hungría misma estaba en la órbita soviética y, salvo el paréntesis de la revolución de 1956, los comunistas húngaros no desafiaban a Moscú en cuestiones de seguridad o defensa. En realidad, entre 1945 y 1956, fueron los alumnos más aventajados de la represión soviética. La política de trabajos forzados en la URSS que se impuso a los húngaros -el llamado “malenki robot” o “pequeño trabajo”- supuso la deportación de miles de húngaros al Gulag. En “The Ghosts of Europe. Journeys Through Central Europe´s Troubled Past and Uncertain Future”, Anne Porter calcula que unos 45.000 varones de Transcarpatia de entre 18 y 50 años fueron enviados por la fuerza a los campos de trabajo. Estigmatizados como colaboracionistas, diezmados por las deportaciones, discriminados por lengua y cultura, los húngaros jamás pudieron suponer una amenaza para el dominio soviético ni para la prevalencia de las culturas rusa y ucraniana en la provincia. El destino de los húngaros de Transcarpatia ha condicionado, así a las relaciones ucraniano-húngaras. Hungría fue el primer país en reconocer la independencia de Ucrania. En diciembre de 1991, el presidente húngaro Árpád Göncz viajó a Kiev y, además de una declaración histórica, la visita dio como fruto un tratado que reconocía derechos a la minoría húngara de Ucrania y ciertas cotas de autonomía. Se protegían su lengua, sus tradiciones y sus instituciones religiosas. El húngaro sería lengua vehicular en el sistema educativo. Parecía abrirse un nuevo periodo en las relaciones entre los dos países. Sin embargo, en 2017, el parlamento ucraniano aprobó una Ley de Educación que imponía el ucraniano como lengua vehicular a partir del quinto grado de la educación primaria. En un contexto de enfrentamiento con los rusohablantes del Dombás, los húngarohablantes de Transcarpatia se vieron afectados por un conflicto que ellos no habían creado. Budapest respondió bloqueando la aproximación de Ucrania a la Unión Europea y a la OTAN hasta que se restableciesen los derechos de la minoría húngara en el país. Presionado por la posición húngara, en 2018 el gobierno de Kiev extendió una moratoria de la aplicación de la ley de educación hasta el 2023. Sin embargo, el anuncio ese mismo año de la apertura de una base militar ucraniana en Berehove, cuya población es mayoritariamente húngara, añadió una nueva cuestión a las ya complicadas relaciones entre Kiev y Budapest. Luego vino la expedición de pasaportes. Es práctica frecuente entre los países que tienen grandes diásporas, la expedición de pasaportes a los descendientes de nacionales o a quienes puedan acreditar vínculos con su país de origen. El escándalo estalló cuando se publicó en el 2018 que el consulado de Berehove estaba expidiendo pasaportes húngaros a ciudadanos ucranianos de origen húngaro. El requisito más importante era que hablasen húngaro. Todo se embrollaba porque éstos no renunciaban a su nacionalidad ucraniana. Al cónsul de Hungría en Berehove lo declararon persona “non grata” y Budapest hizo lo propio con un diplomático ucraniano de igual rango. Desde entonces, los aproximadamente 130.000 húngaros de Transcarpatia, están en una situación muy difícil. Los medios nacionalistas ucranianos los suelen presentar como ‘sospechosos de deslealtad a Ucrania’ y esto sólo acrecienta la indignación en Hungría. La controversia entre los dos países por la negativa húngara a suministrar armas al régimen colaboracionista de Kiev y a permitir su paso por el territorio nacional hunde sus raíces en esa desconfianza hacia el nacionalismo ucraniano y en la oposición a las medidas que, desde el 2017, vienen afectando a la minoría húngara en Transcarpatia. Como sabéis, el cómico callejero reconvertido en “presidente” - Volodymir Zelenski ´- tiene palabras durísimas hacia el presidente húngaro Viktor Orbán por su amistad con el líder ruso Vladimir Putin. En uno de sus vídeos le espetó directamente “decide quién eres” y le recordó la deportación de más de 400.000 judíos en Hungria entre 1944 y 1945. Orbán ha respondido subrayando que él debía mirar, en primer lugar, por el interés de Hungría: las exigencias de que su país envíe armas a Ucrania y prohíba las importaciones de gas ruso supondrían un precio excesivo que las familias húngaras no pueden pagar. Según fuentes oficiales húngaras, el 85 % de sus hogares se calientan gracias al gas ruso y el 65% de las importaciones de petróleo vienen de Rusia. Hungría se ha volcado con la ayuda humanitaria -más de dos mil millones de florines en un mes- pero no va a adoptar medidas como las que Zelenski exige. Para empeorar las cosas, la guerra entre Rusia y Ucrania ha estallado en el peor momento de las relaciones húngaro-ucranianas. Se ha repetido que Orbán es “un peón del Kremlin” y que no quería adoptar medidas impopulares por la proximidad de las elecciones en ese momento - que al final las gano mejorando incluso los resultados anteriores, por cierto - pero las cosas son bastante más complejas. En este caso, las decisiones de Budapest han venido condicionadas por el propio interés nacional de Hungría y por un desencuentro provocado por más de cinco años de controversia en torno a la minoría húngara de Transcarpatia. Es obvio que Orbán no quería indisponerse con la opinión pública cuando lideraba todas las encuestas, pero las diferencias con Ucrania se remontan a varios años antes. Por otro lado, las relaciones entre Zelenski y la coalición de oposición a Orbán liderada por Péter Márki-Zay sólo han servido para fortalecer al actual presidente húngaro. No cabe duda entonces que los resultados de aquel escrutinio - con el 97% a su favor - demostraron que el apoyo a los húngaros de Transcarpatia a, la resistencia frente a las presiones de la UE y la OTAN, así como la opción por el interés nacional beneficio claramente a Orbán, quien sueña con restaurar la “Gran Hungría”. Con ese nombre se conocía el territorio que ahora forma parte de los estados vecinos de Ucrania, Austria, Eslovaquia, Eslovenia, Rumania, Croacia y Serbia, que nacionalistas húngaros desean reincorporarlas a su territorio, encontrando en Orbán al líder que podría hacer realidad su sueño, aun si ello se convierte en otro foco de conflicto en el continente.
La felicidad llena la vida del Samoyedo y de quienes lo rodean. En efecto, esta raza de perros tiene un buen carácter y ama estar con humanos recibiendo cariño. Además de su belleza, se caracteriza por su constante sonrisa, una notable inteligencia y su personalidad familiar. Destaca su pelaje que en invierno se convierte en una capa bastante gruesa para protegerlo del frío y luego se va desprendiendo a medida que llega el verano. Cabe precisar que la raza Samoyedo tiene un origen en la zona siberiana del norte de Rusia, donde era empleado como un compañero de caza, así como para tirar de trineos a los habitantes samoyedos, de donde toma su nombre. Luego de la jornada de trabajo, los animales eran llevados a casa e incluidos en las actividades familiares. Desde entonces se fue creando una cercanía que dio origen a la confianza y lealtad que caracterizan a la raza en la actualidad, con un carácter dulce y mucha fuerza. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, el Samoyedo emprendió rutas extranjeras con el propósito de realizar expediciones polares. Se trataba de rutas muy inclementes que afectaron a los perros, por lo que solo lo más aptos y fuertes salieron con vida. La expansión de la raza ocurrió cuando los ejemplares fueron llevados a los EE.UU. e Inglaterra en los primeros años del siglo XX. A partir de entonces, se popularizó a lo largo de todo el mundo. El Samoyedo se caracteriza por ser un perro de trabajo que presenta una imagen de belleza, vigilancia y fuerza. Muestra agilidad, dignidad y bastante gracia. En vista de que se originó en climas fríos, tiene un pelaje pesado que resiste bajas temperaturas. Tiene una capa exterior fuerte y una capa interior suave y gruesa, conocida como lana. Los colores de pelaje de este perro pueden ser blanco puro, blanco y bizcocho, y crema o bizcocho. Los machos pueden alcanzar un tamaño de hasta 57 centímetros y las hembras de 53 centímetros. El peso va desde los 23 hasta los 30 kilos y su promedio de vida se ubica en los 14 años. El Samoyedo tiene orejas fuertes y gruesas, erectas, triangulares y ligeramente redondeadas en las puntas, que se ajustan al tamaño de la cabeza. Su expresión particular se compone de una combinación de ojos, orejas y boca: las orejas levantadas y la boca curvada hacia arriba para formar una sonrisa. Con respecto al cuello, es fuerte, musculoso y erecto, ubicado entre los hombros inclinados, por lo que destaca su cabeza. El cofre es profundo, con las costillas bien salidas de la columna vertebral y aplanadas en los lados para permitir el movimiento adecuado de los hombros y la libertad para las patas delanteras. Las patas son fuertes, robustas y rectas, pero tienen flexibilidad para que trabajen correctamente. En cuanto a su carácter y personalidad, el Samoyedo es un perro con inteligencia, amabilidad y lealtad. Se integra fácilmente con todos los miembros de la familia, siempre y cuando sea tratado con cariño. Detesta la soledad, por lo que prefiere estar en todo momento con alguien. No está capacitado para quedarse solo. Otro punto a favor de estos caninos tiene que su sentido de alerta, que lo convierten en un gran perro guardián. Tu casa estará libre de intrusos porque la mascota dará la alarma cuando sea necesario. Fiel a su naturaleza primitiva, le encanta cazar. Un Samoyedo vivirá persiguiendo animales pequeños y suele escabullirse cuando no está atado, por lo que debes evitar dejarlo suelto en lugares abiertos. El carácter y la personalidad de este perro estarán marcados por los factores que interfieren en su crianza, además de la herencia, el entrenamiento y la relación con las personas. Por cierto, entrenar a un Samoyedo podría convertirse en un reto. Si bien se trata de una raza inteligente que aprende rápido sin problemas, el entrenamiento debe hacerse con la actitud correcta. Le gusta que lo pongan a usar el cerebro sin tanta repetición, por lo que se recomiendan ejercicios de agilidad y rastreo. Para ello hay que mantenerlo mentalmente desafiado con entrenamientos continuos y deportes caninos. Cuando está aburrido busca excavar, mordisquear o escaparse para entretenerse. Otro aspecto importante tiene que ver con la socialización para que aprendan a ser amigables y a llevarse bien con otros perros y personas. A pesar de ser una raza inteligente, no resulta nada fácil tener un Samoyedo como mascota. Es un perro muy “hablador” y no escatima esfuerzos para expresar sus sentimientos con fuelles, aullidos o ladridos fuertes. Incluso un Samoyedo entrenado y educado, podría tener una mala actitud si no se le presta la atención suficiente; además de que nunca debe dejar suelto en espacios abiertos porque su instinto cazador lo lleva a escaparse a sitios muy alejados. A pesar de todas las bondades de este animal, se recomienda pensárselo muy bien antes de incluirlo en la familia para saber si estás en las condiciones de atenderlo como se merece. También debes evaluar si el Samoyedo te dará a ti lo que estás esperando de una mascota.