La destrucción total, un páramo arrasado por las bombas y sin rastros de vida. Ese es el objetivo que busca el Criminal de Guerra Benjamín Netanyahu en Gaza. Y no lo disimula. En efecto, en el cuadragésimo quinto día de la guerra desencadenada por la bestia sionista so pretexto de la audaz incursión de combatientes del grupo Hamas en territorio ocupado y que dejo en ridículo a Israel desbaratando su cacareada ‘invencibilidad’, la observación es implacable: los palestinos de Gaza no cuentan. Ante todo, a los ojos de los milicianos, que lanzaron su ataque y su toma de rehenes sin ninguna consideración por las consecuencias. Luego a los del ejército israelí, lanzados con un objetivo, la erradicación de toda la población palestina, apiñada en esa estrecha franja - estimado en más de 2 millones de civiles, por frágiles e indigentes que sean- sin posibilidad alguna de escapar, ante los ojos de los aliados occidentales de los sionistas, que cierran los ojos ante este genocidio perpetrado por esas bestias. Desde que estos criminales tomasen el control de la mitad norte de Gaza, las víctimas civiles de esta masacre superan los 15 mil, número que crece con el paso de los días. A ello debemos sumar la destrucción de barrios enteros de la mayor ciudad palestina, a pesar de las puertas cerradas impuestas por Israel. El caso de la ciudad de Gaza no es único. En todas partes, en la parte asignada al ejército israelí, el ataque contra los civiles y sus infraestructuras se saldó con miles de muertos, con el 90% de edificios arrasados o gravemente dañados… la devastación es general. Redes de agua y electricidad, carreteras, escuelas, hospitales, nada escapó a los ataques de los sionistas que culminaron con la captura del hospital Al-Shifa, calificado desde entonces como “zona de muerte” por la Organización Mundial de la Salud, convertido en una inmensa fosa común con los miles de cadáveres de mujeres y niños refugiados allí y que los sionistas asesinaron en masa. El motivo de la presencia sospechada de milicianos o túneles sirve como “justificación” para la matanza de inocentes y la destrucción de infraestructuras sanitarias cruciales en tiempos de guerra. Sin embargo, ¿de qué otra manera describir el trabajo metódico que significa que prácticamente todos los edificios en Gaza, cuya densidad de población es una de las más altas del mundo, están ahora destruidos o dañados, según estimaciones consistentes? El drama de los palestinos no terminado con esta devastación, si hemos de creer a los sionistas, que anunciaron, el 19 de noviembre, una nueva fase de su “operación”. Ahora su objetivo es la gran ciudad de Khan Younès, en el sur. El ejército israelí pretende perseguir a los dirigentes de Hamás que claramente no se encontraban en lo que ha quedado reducido a campos de escombros y donde miles de personas han quedado atrapadas. Civiles privados de todo, abandonados a su propia suerte y trágicos vagabundeos, campamentos improvisados, indigencia extrema, así es ahora la vida cotidiana en Gaza. Hace que sus habitantes revivan el trauma de la Nakba, la catástrofe que supuso su desplazamiento forzado durante la primera guerra árabe-israelí (1948-1949). El actual golpea una estrecha franja de tierra estructuralmente al borde del abismo debido a un bloqueo despiadado, tanto terrestre como marítimo, impuesto por Israel desde hace dieciséis años, con la ayuda del Egipto de Abdel Fattah Al-Sissi. Año tras año, las asombrosas estadísticas socioeconómicas del Banco Mundial atestiguaban el desastre, pero los palestinos de Gaza ya no contaban, y desde entonces, nada ha cambiado. Abandonados por todos - incluso por los países árabes, que aparte de derramar algunas lágrimas de cocodrilo por ellos, no hacen nada para ir en su ayuda - que les queda a los palestinos, sino resistir con lar armas al enemigo, ya que consideran que si ya están condenados a muerte, que sea luchando, llevándose algunas ratas sionistas consigo Por cierto, el odio que tienen estos asesinos a los palestinos es enfermizo ¿Recuerdan las palabras de un integrante del gabinete de Netanyahu exigiendo que e realice un ataque nuclear a Gaza y nadie se escandalizó? O aquel otro, del ministro de Defensa Yoav Gallant, quien dio la orden de asedio total a Gaza, señalando que “no habrá electricidad, ni comida, ni combustible, todo está cerrado”. Y agrego que esto lo hacía porque “estamos luchando contra animales y actuaremos en consecuencia”. Lo peor del caso es que esta declaración ha sido reproducida por los medios de comunicación del mundo sin ningún distanciamiento crítico. Por el contrario, se le aplaude como expresión de la “determinación de Israel” de acabar con los palestinos y esa apología del crimen se difunde como si fueran sabias palabras y no la expresión de un odio exasperado y del desprecio hacia los asediados habitantes de Gaza, torturados y bombardeados en la prisión más grande del mundo. Cabe precisar que estas declaraciones no son, ni mucho menos aisladas o producto de un momento de desesperación. Son la norma cotidiana de considerar a los palestinos en Israel, como subhumanos que no merecen vivir. Así, no es raro escuchar afirmaciones que bestializan y deshumanizan a los palestinos para ‘justificar’ su genocidio, como las del alcalde de Sderot, Alon Dávidi quien dijo el 7 de octubre sin eufemismos que los líderes de Hamás son “animales” a los que debe “matar” y esto lo justifico con un tono de benefactor, asegurando que “Israel proporciona comida, agua, electricidad á la Franja de Gaza y permite que sus habitantes trabajen, pero los de Hamás aprovechan esa magnanimidad por lo que son cómplices de esos asesinos y merecen por ello ser enterrados juntos bajo tierra". ¿Cuándo se detendrá esta bestialidad que Occidente aplaude de forma demoniaca? (El hecho que se haya aprobado un alto al fuego de cuatro días para permitir el intercambio de prisioneros, es solo eso, una pausa. Luego la masacre de palestinos continuará…)
Al director Eli Roth le precede su fama. No solo por ser el protegido y pupilo de Quentin Tarantino. También, por su capacidad al desafiar las expectativas de los fanáticos del género de terror. Algo que convirtió a Hostal — que escribió, dirigió y produjo — en una mirada novedosa a la ultraviolencia. La cinta, convertida en objeto de culto, combinó paranoias, terrores colectivos y teorías conspirativas en una trama brutal que aterrorizó incluso a los devotos del terror corporal. También dejó claro que el director, tenía la firma intención de reinventar la idea de lo espeluznante. Thanksgiving tiene mucho de esa capacidad del realizador al transgredir e incomodar. Para comenzar, se trata de un experimento metarreferencial, dedicado a los más devotos del cine de horror. La premisa de la película, proviene de tráiler falso presentado en 2007 junto a Quentin Tarantino. Por lo que comenzó con seis escenas en las que podía verse sangre derramada y decapitaciones explícitas, se convierte ahora en una historia que llega al mismo lugar. Pero Eli Roth tiene la suficiente habilidad, para analizar el argumento desde sus dimensiones más novedosas. Para comenzar, la película está hecha a la medida de las tradiciones que rodean a la festividad titular, a la que ironiza con crueldad. La trama, ambientada adecuadamente en Plymouth (Massachusetts) no pierde el tiempo en dejar claro, que su propósito es la brutalidad. Pero no la de un asesino — no de inmediato ni en forma exclusiva — sino en algo más elaborado. Por lo que la primera secuencia comienza como una estampida de compradores embrutecidos por la avaricia que termina en un hecho violento a gran escala. La cámara del cineasta no deja de moverse de un lado a otro y brinda la sensación que la crueldad no es ajena a ninguno de sus personajes. Para la ocasión, utiliza el recurso de la grabación de una cámara de móvil, con la pericia suficiente para que lo que ocurre sea cada vez más desagradable y claustrofóbico. Pero la cinta no quiere dar sermones ni le interesa particularmente algún punto ético. La multitud enardecida, que transforma la tradicional compra de Black Friday en un horror colectivo, es despiadada y anónima. Como si se tratara del anuncio de un asesino en serie escondido entre ella. De hecho, la idea es más evidente que nunca, cuando el suceso se vuelve viral y satura todos los medios de comunicación. Para el director, la cosa está clara. El mal y la voracidad, no son exclusivos de criaturas marginadas o bordes. Una y otra vez, la película repetirá su mensaje, como si la legión de compradores de aspecto corriente fueran el anuncio del baño de sangre — y no es exageración — que se aproxima al argumento. Luego de la impactante secuencia de apertura, la trama avanza un año para mostrar que el dueño de la tienda en la que sucedió la tragedia, no aprendió mucho del incidente. De hecho, planea de nuevo reabrir, a pesar de que su hija — y cualquier personaje sensato a su alrededor — insiste en que no lo haga. Eli Roth juega entonces con la posibilidad de deshumanizar todavía más la idea de brutalidad y de la violencia sin límite. Por lo que la llegada del asesino titular (con una apropiada máscara de John Carver) parece una consecuencia y una forma de justicia retorcida. Pero de nuevo, el guion Jeff Rendell no tiene el menor interés en dar lecciones sobre cómo ser un buen ciudadano. Por lo que convierte a su asesino, en una máquina de matar. Una imparable, con habilidad en diversas armas asombrosas y sin duda, con más sed de sangre que con un propósito real. A menos, que ese sea el matar, de la forma más dolorosa posible, a todos los sobrevivientes de lo acaecido en la escena inicial. Es evidente que Thanksgiving está perfectamente calculada al utilizar las expectativas del proyecto ficticio de Grindhouse y convertirlo en un universo independiente. La idea funciona, en la medida que el director, se atiene a la estética de la película de la que proviene y la capacidad de la película para reírse de sí misma. No solo no se toma en serio. Además, convierte la colección de cabezas cortadas, órganos colgantes y gritos de pánico, en una especie de siniestra seguidilla de horrores satíricos. Con la sangre muy roja salpicando incluso la cámara, es notorio que la película es un chiste negro que se hace más depravado a medida que avanza la trama. Claro está, también hay espacio — y material — al convertir al asesino disfrazado de peregrino en un juego de trampas de guion acerca de su identidad. El argumento narra las diferentes pistas y logra que descubrir quién se esconde detrás de la máscara se convierta en una burla. A la celebración de Acción de Gracias y también, a la moralidad de la que la película ironiza en cada oportunidad posible. En su escena final — que anuncia una secuela — un punto es evidente. Eli Roth convierte a su asesino en una criatura lóbrega involuntariamente burlona. Y a su película, en una rara mezcla entre sátira y un horror tan violento que casi resulta repulsivo. Quizás, el sello distintivo de su filmografía.