Como sabéis, Donald Trump siempre sabe cómo captar la atención. En efecto, el nuevo presidente de EE.UU., cuyo regreso triunfal se ha consumado este lunes, ha entrado a la Casa Blanca como un elefante en una cristalería, arrasando con todo a su paso y acabando de un plumazo con la infausta y decadente Era Biden, proclamando su principio de “Estados Unidos primero” y anunciando una marea de cambio: “La edad de oro de Estados Unidos comienza ahora mismo” expreso, en medio de los aplausos de los invitados presentes en la Rotonda del Capitolio, donde se llevó a cabo la ceremonia de su investidura. Pero en esta ocasión no nos vamos a ocupar de todo lo que dijo en su discurso inaugural, sino de un punto específico que deja al descubierto sus afanes expansionistas: Groenlandia ¿O todo es parte de una estrategia previamente calculada? En menos de un mes, Trump y su equipo han logrado poner nerviosos a Canadá y Panamá. Pero, si bien estas acciones podrían desestimarse como una provocación política, es Dinamarca la que está realmente nerviosa. De la noche a la mañana, Groenlandia, antes considerada una masa continental remota y sin importancia, se ha convertido en la joya de la corona de las ambiciones imperialistas de Trump. Según informes de medios de comunicación estadounidenses, Trump habla “totalmente en serio” sobre su intención de apoderarse de la isla. Incluso ha insinuado que tomaría la isla por la fuerza si Dinamarca se niega a venderla. Esto ha provocado una oleada de debates en la prensa estadounidense, en la que incluso los detractores de Trump sopesan las capacidades militares de EE.UU. y Dinamarca, calculando los posibles beneficios de controlar Groenlandia. Naturalmente, abundan las teorías sobre por qué Trump está tan obsesionado con esta tierra. En términos generales, estas explicaciones se dividen en tres categorías. En primer lugar, Groenlandia podría ser parte de un plan más amplio, aunque poco claro, de Trump para un reordenamiento geopolítico del mundo. En segundo lugar, los metales raros de Groenlandia y su estratégico Paso del Noroeste (un equivalente norteamericano de la Ruta Marítima del Norte de Rusia) podrían dar a EE.UU. una ventaja crítica sobre China, con mayor razón ya que para el 2050 se prevé que el Ártico quede libre de hielo. Por último, los escépticos sostienen que la obsesión de Trump con Groenlandia no es más que un capricho personal, alimentado por su deseo de asegurarse un lugar en la historia. Precisamente, su inclinación por proyectos “más grandes”, “más importantes” y “más brillantes” ciertamente encaja con la narrativa. ¿Qué podría ser más monumental que lograr la mayor adquisición territorial en la historia moderna? Colonizar Marte es asunto obsesivo de Elon Musk, pero anexar Groenlandia es una decisión que define un legado. Sin embargo, esta teoría flaquea cuando se consideran las implicaciones prácticas de una decisión de ese tipo. ¿Qué sentido tiene anexionarse Groenlandia? EE.UU. ya mantiene una presencia militar en el Ártico. Se podría acceder a los recursos de Groenlandia mediante negociaciones con Dinamarca, probablemente a un costo mucho menor que el control absoluto. Y las consecuencias geopolíticas serían inmensas. Independientemente de que la UE tome represalias o no, la OTAN –ya de por sí sometida a grandes tensiones– quedaría efectivamente desmantelada. Una ruptura entre EE.UU. y Europa occidental podría acercar a la UE a Rusia o incluso a China, cortando el acceso a mercados extranjeros críticos y a infraestructura militar. Para un presidente que promueve la filosofía de Make America Great Again, esos riesgos parecen contraproducentes. Una explicación más plausible es que Trump no tiene intención de anexionarse Groenlandia, sino que pretende aumentar el control estadounidense sobre sus recursos y su ubicación estratégica sin una adquisición formal. Para lograrlo, Trump está desplegando una calculada estrategia de provocación al punto que puede ser considerado como errático y peligroso por sus adversarios, por lo que muchos preferirían tratar con él a enfrentarlo. Sorprendentemente, esta estrategia funciona. Al jugar con las expectativas de que es impredecible y está dispuesto a hacer lo impensable, Trump obliga a sus adversarios a hacer concesiones. Durante la campaña, Trump amenazó con tomar medidas enérgicas contra las redes sociales y encarcelar a los periodistas que considerara injustos. Luego de su victoria, nombró a Brendan Carr para dirigir la Comisión Federal de Comunicaciones. Carr se apresuró a prometer que desmantelaría las empresas que censuraran sus plataformas. El 11 de enero, el judío Mark Zuckerberg concedió una entrevista entre lágrimas a Joe Rogan, en la que detalló cómo la administración Biden suprimió la libertad de expresión y pidió protección a Trump contra los censores europeos, subiéndose rápidamente al carro trumpista y estar presente el lunes en el Capitolio junto a Jeff Bezos y Elon Musk aplaudiendo a rabiar al nuevo inquilino de la Casa Blanca. En el caso de Groenlandia, Trump no ha hecho mucho más que hacer declaraciones provocativas incluso en su discurso inaugural, pero los funcionarios daneses ya están tratando de comunicarse con su equipo, proponiendo ampliar las bases estadounidenses en la isla y expresando su disposición al diálogo para evitar perder su territorio. No sería sorprendente que Dinamarca ahora ofrezca concesiones significativas a Washington, más de los que ya tiene, como ampliar significativamente su presencia militar. Si esto termina así, Groenlandia podría pasar a la historia como una de las estafas políticas más audaces de la historia moderna. Las implicaciones geopolíticas de la táctica de Trump son significativas. Los metales raros de la isla son cruciales para las industrias de alta tecnología, y el control del Paso del Noroeste podría alterar las rutas comerciales globales. Sin embargo, el resultado más importante podría ser el impacto en la OTAN. Una ruptura grave marcaría el fin de la alianza tal como la conocemos. La ironía de la estrategia de Trump es que se apoya en los mismos relatos mediáticos que lo presentan como “una amenaza para el orden mundial occidental”. Al aprovechar su reputación de “psicópata” impredecible, Trump está reconfigurando el tablero de ajedrez mundial de maneras que sus predecesores nunca pudieron. La historia de la anexión de Groenlandia puede que aún no esté terminada - con Canadá y canal de Panamá en la agenda solo para comenzar - pero una cosa está clara: la estrategia de provocación de Donald Trump sigue desafiando la sabiduría convencional, obligando incluso a sus críticos más feroces a seguirle el juego... Habrá que estar atentos a sus siguientes pasos.
Se trata de una escalofriante nueva película de Blumhouse que ofrece al público una historia de terror clásica combinada con drama psicológico. En efecto, el director Leigh Whannell - conocido por su trabajo en el thriller de culto The Invisible Man - vuelve a crear una atmósfera tensa en su nueva película, donde cada paso que dan los personajes aumenta la ansiedad del público. Como sabéis, desde la versión de George Waggner para la Universal, la licantropía siempre ha dado buen juego en el cine, con traslaciones en todos los estilos (siempre con el terror de por medio, pero a veces incluso con comedia, véase la ochentera Teen Wolf), y luchando de un modo diverso, de la mano de los mejores efectos especiales de cada época, con la casi obligada representación gráfica del momento de la transformación del ser humano en animal. Quizá consciente de que, en este último sentido, y a pesar del paso del tiempo, es difícil mejorar el impacto que produjeron en su día las metamorfosis de la maravillosamente refrescante Un hombre lobo americano en Londres (1981), de John Landis, y de la fabuladora En compañía de lobos (1984), de Neil Jordan, Whannell ha optado por no intentar competir en esa materia, y centrar su atención en su principal subtexto: el educativo entre padres e hijos, con la ayuda de una prodigiosa intérprete infantil en la crisis de pareja, y en una visión de la familia mucho más actual e igualitaria, según las circunstancias, en la que se intercambian roles con un padre más pendiente de la casa, y una madre agobiada por el trabajo que no se siente lo suficientemente buena y cariñosa progenitora. La historia sigue a Blake Lovell (Christopher Abbott), un hombre de San Francisco que hereda una casa en el campo de Oregón luego de que su padre desaparezca misteriosamente. Cuando decide pasar allí unas vacaciones con su esposa Charlotte (Julia Garner) y su hija Ginger (Matilda Firth), se encuentra con fenómenos de otro mundo. En efecto, en lugar de la paz que desean, la familia se ve obligada a luchar contra una criatura aterradora e impredecible que les ataca. El colofón es la transformación gradual de Blake en una peligrosa criatura, que obliga a su familia a tomar una decisión moralmente difícil: salvar a su marido y padre o huir de él. Aunque la trama contiene algunos elementos interesantes, su línea principal parece demasiado banal para el género de terror. La historia de una casa apartada en la que los personajes se encuentran con algo desconocido y terrorífico es un cliché del cine desde hace mucho tiempo. El desarrollo de los acontecimientos es bastante previsible, y algunos giros argumentales no añaden mucha profundidad ni novedad. Las acciones de los personajes son previsibles, y el final de la película lo es aún más. Christopher Abbott como Blake Lovell ofrece una interpretación convincente, transmitiendo magistralmente el conflicto interior del personaje, incluida la lucha con su propia naturaleza. Julia Garner, como siempre, hace un trabajo brillante en su papel, encarnando la imagen de una esposa que se balancea entre el amor y el miedo a su marido. Su química en pantalla añade credibilidad emocional a la historia. Sin embargo, ni siquiera una buena interpretación puede compensar plenamente las carencias del guión, que limita las posibilidades de un desarrollo más profundo de los personajes. Si en The Invisible Man el director consiguió combinar un thriller de acción con un subtexto social, Wolfman es mucho más simple y menos ambicioso en sus temas. Trata de asustar, y en sus intentos de evocar emociones en el espectador, la película sigue a menudo caminos conocidos, utilizando técnicas que hace tiempo que se han convertido en clichés. A pesar de los defectos del guión, la atmósfera de la película está impecablemente creada. Leigh Whannell, trabajando con maestría la tensión, utiliza con acierto las localizaciones: los remotos bosques de Oregón, con sus valles neblinosos y sus noches sombrías, se convierten en un personaje de pleno derecho en la historia. La constante sensación de aislamiento y peligro se ve reforzada por el juego de luces y sombras, que acentúa la amenaza oculta. La banda sonora y el diseño de sonido complementan con éxito la película, creando una sensación de inquietud incluso en las escenas más tranquilas. Las transformaciones visuales del protagonista son sorprendentes por su realismo y detalle, lo que aumenta la inmersión en el mundo de la película.