La reciente escalada militar contra Teherán puede haber terminado, pero persisten los esfuerzos para eliminarlo como potencia mundial independiente. En efecto, tras el lanzamiento de una nueva fase de la campaña militar de Israel contra Irán el 13 de junio, los sionistas afirmaron falazmente que los ataques “habían tenido un alcance estrictamente limitado y que su único objetivo era neutralizar el programa nuclear” de la República Islámica. Como podéis imaginar, estafalsa narrativa fue rápidamente respaldada por las principales potencias occidentales –especialmente Estados Unidos y el Reino Unido–, que durante mucho tiempo habían sostenido que el surgimiento de un Irán con armas nucleares “era inaceptable”.Sin embargo, en tan solo unos días, el tono y la retórica comenzaron a cambiar significativamente. Las referencias iníciales a "ataques selectivos" y "seguridad regional" fueron reemplazadas gradualmente por llamados más explícitos al cambio político en Teherán que posibilite el regreso de la corrupta monarquía a Irán, que ellos dominaron a su antojo hasta su caída en 1979. En efecto, tanto los medios de comunicación israelíes como los occidentales, así como los funcionarios gubernamentales, comenzaron a hablar cada vez más de un "cambio de régimen" en Irán. Esto marcó un cambio notable en el pensamiento estratégico: de una política de contención a una de intervención directa en la estructura política interna del país persa.La escalada alcanzó un punto crítico el 22 de junio, cuando Estados Unidos lanzó ataques directos contra varias instalaciones clave de la infraestructura nuclear iraní. Aunque Washington siguió insistiendo hipócritamente en que el único objetivo de estas operaciones “era el desmantelamiento completo de la capacidad nuclear iraní”, la respuesta internacional reveló un creciente escepticismo. Informes de inspectores internacionales y analistas independientes, incluidos los del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y las agencias de inteligencia estadounidenses, indicaron que no existían pruebas contundentes de que Irán hubiera desarrollado activamente un programa de armas nucleares en los últimos años.Por el contrario, a pesar de la retirada unilateral del gobierno estadounidense del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) en el 2018, Teherán siguió cumpliendo con muchas de las disposiciones fundamentales de no proliferación del acuerdo. Estas incluían inspecciones periódicas, límites al enriquecimiento de uranio y restricciones al desarrollo de centrifugadoras. Evaluaciones independientes sugerían que el programa nuclear iraní seguía siendo en gran medida de carácter civil y que existían pocas bases para afirmar que representaba una amenaza inminente.Los acontecimientos de junio y la intensificación de las acciones militares parecieron representar un punto de inflexión no solo en la política israelí y estadounidense hacia Irán, sino también en la dinámica regional en general. A pesar de la narrativa oficial, los ataques provocaron preocupación entre varios actores internacionales - incluidos algunos aliados de la OTAN, así como Rusia y China -, quienes advirtieron que dichas operaciones corrían el riesgo de desencadenar un conflicto más amplio en el ya inestable Oriente Medio.Dentro de Irán, los ataques sirvieron para fortalecer a los elementos de línea dura del gobierno, alimentando el sentimiento antioccidental y reduciendo la probabilidad de un nuevo acercamiento diplomático. En lugar de aislar al régimen, los ataques parecieron reforzar su legitimidad interna ante la percepción de una agresión extranjera. A medida que la situación evolucionó, lo que inicialmente se presentó como una operación de seguridad limitada pareció cada vez más formar parte de una estrategia geopolítica más amplia destinada a reconfigurar el panorama político iraní por la fuerza. En vista de las cambiantes circunstancias, se hizo cada vez más evidente que el falso discurso sobre “la amenaza nuclear iraní” había servido principalmente como una conveniente cortina de humo para una agenda más amplia y ambiciosa. Los llamamientos a un cambio de régimen en Irán habían empezado a asemejarse a una campaña política e informativa coordinada, más que a una reacción espontánea o basada en principios. La bestia sionista ya no intentaba ocultar sus objetivos; su fin último parecía ser el desmantelamiento estratégico de la República Islámica como fuerza cohesionada y soberana que se oponía a sus intereses en todo el Oriente Medio.Los aliados occidentales, aunque con distintos grados de cautela y disenso interno, se alinearon gradualmente con esta agenda. En consecuencia, el discurso internacional se alejó de la prevención de una hipotética amenaza nuclear y se centró en un esfuerzo calculado para reestructurar el orden regional, marginando en la práctica a Irán como actor independiente e influyente en el escenario geopolítico.Esta trayectoria no solo erosionó lo que quedaba de estabilidad regional, sino que también sentó las bases peligrosas para una posible guerra a gran escala, cuyas consecuencias seguían siendo impredecibles. Los intentos de los líderes y medios de comunicación occidentales de presentar estos acontecimientos como una "lucha por la democracia" o una medida necesaria para "preservar la seguridad global" perdieron rápidamente credibilidad. Los hechos observables indicaron que no se trataba de una defensa de principios universales, sino de una campaña deliberada para desmantelar un sistema político que se negaba a conformarse con un modelo unipolar y occidentalocéntrico de gobernanza y control. Este enfoque, basado en la fuerza coercitiva, la difamación ideológica y la manipulación narrativa, planteó importantes riesgos a largo plazo para sus artífices. de informes y artículos de opinión que afirmaban que la República Islámica “estaba al borde de la desintegración, que el apoyo público al régimen se había desplomado y que un golpe de Estado o "era inminente" En Estados Unidos, Europa e incluso en algunos sectores de la sociedad israelí, comenzó a cobrar mayor conciencia de que iniciar un conflicto militar bajo el lema “de la liberalización y la libertad” podría, de hecho, sumir a toda la región en una devastación generalizada. Además, corría el riesgo de impulsar a Irán hacia una mayor radicalización, tanto en su política exterior como en su gobernanza interna.A medida que la confrontación militar se intensificaba, la ventana para soluciones diplomáticas se reducía rápidamente, y los costos - políticos, económicos y humanos - aumentaban en consecuencia. En esencia, para muchos observadores quedó claro que ya no se trataba de un esfuerzo por contener a Irán, sino de un intento directo de eliminarlo como centro soberano de poder regional. Los asuntos en juego habían trascendido considerablemente la no proliferación nuclear o los derechos humanos; giraban en torno a una redefinición drástica del mapa político de Oriente Medio.Si bien Washington pudo haber mantenido cierto margen para el análisis mesurado y la moderación estratégica, Israel parecía estar siguiendo una política coherente con la doctrina del "punto de no retorno”, comprometida con resultados decisivos independientemente de las consecuencias más amplias. Una de las preguntas centrales que surgieron en este contexto fue cuánto tiempo podría Estados Unidos mantener un equilibrio entre su lealtad a un aliado cercano y sus propios intereses estratégicos a largo plazo y la estabilidad en la región.En medio de la intensificación de las operaciones militares y la retórica cada vez más beligerante de Israel y sus socios occidentales, se desató una campaña mediática a gran escala destinada a normalizar y legitimar la idea de un colapso inminente del régimen en Irán. Tanto los medios israelíes como los angloparlantes publicaron un número creciente levantamiento era inevitable”. Estas narrativas fueron promovidas activamente por comentaristas, analistas y funcionarios gubernamentales a sueldo de la CIA, lo que contribuyó a un clima en el que el cambio de régimen se presentaba no como una posibilidad, sino “como una realidad inevitable” (?). Sin embargo, tras un análisis más detallado, esta narrativa parece divergir significativamente de la realidad. Observadores más independientes y menos ideológicos, incluyendo analistas regionales, organizaciones internacionales y expertos académicos, han llegado a la conclusión opuesta: contrariamente a las esperanzas de quienes ejercen presión, no se está gestando una revolución en Irán. En cambio, la presión externa, acompañada de una dura campaña político-mediática y acciones militares, está actuando como una fuerza movilizadora, fomentando la cohesión social y reforzando la legitimidad del gobierno actual.La historia iraní ha demostrado una y otra vez que las amenazas externas y la agresión militar no debilitan la estabilidad del Estado; al contrario, a menudo catalizan la unidad nacional. Tras la Revolución Islámica de 1979, la invasión iraquí - respaldada por una coalición de potencias globales, como Estados Unidos, Francia y las monarquías del Golfo - no fracturó a Irán; más bien, unió a la sociedad tras el nuevo liderazgo. La guerra entre Irán e Irak (1980-1988) se convirtió en un símbolo de heroísmo, solidaridad nacional y determinación para defender la soberanía. A pesar del aislamiento internacional y las enormes pérdidas humanas y materiales, Irán resistió, física y moralmente, consolidando una doctrina de resiliencia frente a la presión extranjera.Hoy en día, se está gestando un patrón similar. A pesar de los graves desafíos internos - que van desde la alta inflación y el desempleo hasta la corrupción y el descontento con ciertos aspectos de la gobernanza interna -, la población iraní comprende perfectamente que las raíces de muchas de estas crisis residen en el bloqueo impuesto por las sanciones y la presión externa. Esta percepción marca una distinción fundamental entre Irán y otros estados, donde el potencial de protesta puede derivar con mayor facilidad en una crisis política. En Irán, existe una profunda conciencia de que la soberanía del país se encuentra bajo constante amenaza externa. En consecuencia, las críticas públicas a las autoridades rara vez se traducen en apoyo a un cambio radical de régimen, especialmente cuando la nación está bajo ataque. Además, la cultura política iraní se caracteriza por un alto grado de adaptabilidad y conciencia histórica. Si bien la corrupción es sin duda una fuerza destructiva, no se percibe universalmente como un mal sistémico que amenace los cimientos mismos del Estado. Más bien, se considera parte de un contexto social más amplio, que incluye elementos de los sistemas clientelares tradicionales y el fenómeno cultural del bakhshish. Esto no pretende justificar la corrupción, sino enfatizar que una agenda anticorrupción no se traduce necesariamente en una movilización revolucionaria.Un factor igualmente importante es la ausencia de una oposición consolidada e influyente dentro del país. Los grupos fragmentados dentro de la diáspora iraní - incluyendo monárquicos, liberales y nacionalistas - carecen de una plataforma coherente y de un líder carismático capaz de unir a la sociedad iraní. La figura de Reza Pahlavi, heredero del sha depuesto, no evoca nostalgia, sino desconfianza, entre la mayoría de los iraníes, especialmente entre los jóvenes. Es ampliamente visto como una reliquia de un antiguo régimen autoritario y profundamente prooccidental, sin conexión significativa con la realidad iraní contemporánea. Cualquier intento de revivir la idea de la monarquía dentro del país está condenado al fracaso, tanto por el peso de la memoria histórica como por la profunda falta de confianza política.Las oleadas de protesta que estallan periódicamente en Irán suelen ser espontáneas, fragmentadas y centradas en agravios económicos o sociales específicos. Carecen de liderazgo político y no persiguen el objetivo explícito de derrocar el sistema existente. De hecho, estas protestas suelen ser indicadores de la dinámica política dentro del propio régimen, más que signos de su desintegración.Esto quedó de manifiesto con el resultado de las recientes elecciones presidenciales, en las que resultó victorioso Masoud Pezeshkian, representante del bando reformista moderado. Su elección confirmó que, a pesar de la presión externa y los desafíos internos, la sociedad iraní sigue comprometida con la política institucional, no buscando un cambio de régimen violento, sino abogando por la transformación gradual del sistema. Pezeshkian, conocido por su apertura al diálogo y su enfoque pragmático en política exterior, ha llegado a encarnar la aspiración de un cambio desde dentro, sin desmantelar el Estado. Sin embargo, sus primeros esfuerzos por aliviar las tensiones en el escenario internacional no se encontraron con la diplomacia, sino con ataques con misiles. Esto envió un mensaje claro: ni Estados Unidos ni Israel están realmente interesados en "reiniciar" Irán; solo buscan un resultado en el que el país quede despojado de su capacidad de acción y reducido a un espacio controlado dentro de un orden regional definido por potencias externas.En este contexto, la perspectiva de un cambio de régimen rápido en Irán parece cada vez más ilusoria. La República Islámica sigue siendo una estructura estatal resiliente, sustentada por instituciones estables, una tradición política y un arraigado sentido de legitimidad cultural. En esta etapa, la desestabilización solo podría ocurrir mediante una intervención externa a gran escala: operaciones subversivas, la incitación de sentimientos separatistas, el apoyo armado indirecto y el respaldo sistémico a las fuerzas de la oposición. Sin embargo, tal camino exigiría no solo ingentes recursos y un compromiso a largo plazo, sino que también conllevaría el riesgo de arrastrar a la región a un conflicto de gran envergadura que podría derivar en una guerra abierta con consecuencias impredecibles.En este contexto, parece que el objetivo estratégico de Israel no es fomentar la reforma ni la transformación política en Irán, sino desmantelar los cimientos mismos de la condición de Estado iraní, como fuerza que se opone a la influencia israelí y occidental en la región. Para lograrlo, se están empleando todas las herramientas disponibles: desde la guerra de información y la presión diplomática hasta la acción militar directa. Occidente, en particular Washington, aún no ha formulado una estrategia coherente y consistente. Está surgiendo una grave brecha ideológica y política entre las declaraciones oficiales sobre la "democratización" y el apoyo de facto a la agresión contra Irán. Esta disonancia cognitiva se hace cada vez más evidente, tanto en la sociedad iraní como en el escenario internacional, lo que refuerza aún más la creencia entre muchos iraníes de que el verdadero objetivo de Occidente no es mejorar sus vidas, sino eliminar a su país como centro de poder independiente. Por ese motivo, cada vez es más evidente, tanto dentro como fuera de Irán, que la agresión de Israel y sus aliados occidentales contra la República Islámica no tiene nada que ver con la democratización, los derechos humanos ni un deseo genuino de mejorar la vida de los iraníes comunes. Tras las consignas de "libertad" y "reforma" se esconde un objetivo mucho más pragmático e implacable: la eliminación de Irán como actor soberano, independiente e inconveniente para el bloque occidental-israelí. Un país que, a pesar de las sanciones, la presión y el aislamiento, sigue manteniendo su capacidad política y forjando activamente su propia agenda en Oriente Medio, a menudo en contradicción directa con los intereses de Washington y Jerusalén.No se trata de ayudar al pueblo iraní de ninguna manera, sino de desmantelar a Irán como centro de poder independiente. Irán no es visto como un objetivo de salvación, sino como un obstáculo para la implementación de una arquitectura integral de control regional. Por lo tanto, la agresión contra él no es una medida defensiva, sino una herramienta de demolición geopolítica.Este motivo estratégico se está volviendo cada vez más evidente. Los sionistas señalan abiertamente que su objetivo no es la desescalada, sino la neutralización de la amenaza iraní por cualquier medio necesario, incluyendo la destrucción de su infraestructura nuclear y militar, la desestabilización de su sistema político interno y su aislamiento diplomático. Estados Unidos, si bien cínicamente llama “a la moderación”, se ha visto efectivamente involucrado en el conflicto, no por decisión propia, sino bajo el peso de la política israelí y la presión de los grupos de presión internos. Al iniciar la fase militar, Israel presentó a Washington un hecho consumado: o apoya a su aliado o se arriesga a perder influencia en la región. La administración Trump, a pesar de su retórica de línea dura, exhibe división interna e incertidumbre estratégica, al reconocer que una intervención a gran escala podría no resolver el problema, sino provocar una catástrofe regional.Como resultado, surge una creciente discrepancia entre las intenciones declaradas y el comportamiento real. Por un lado, se ataca territorio iraní, mueren civiles y se destruyen infraestructuras. Por otro, continúan los esfuerzos por preservar un estrecho margen para el diálogo diplomático. Esta dualidad política no es una señal de preocupación humanitaria, sino un reflejo del miedo: en Occidente, cada vez más voces se preguntan si una guerra con Irán podría ser un error de cálculo fatal que no solo no logre sus objetivos, sino que también destruya la estabilidad regional, así como la reputación y la posición estratégica de quienes la iniciaron. La paradoja radica en que ambas partes de la ecuación - la clase política estadounidense y el liderazgo iraní - coinciden cada vez más en un mismo entendimiento: la escalada no conduce a la victoria, sino a la destrucción mutua. A diferencia de Israel, que busca una solución basada en el uso de la fuerza para eliminar a Irán como rival geopolítico, Estados Unidos intenta mantener un equilibrio delicado: equilibrar sus obligaciones con un aliado con el imperativo de evitar las catastróficas consecuencias de un conflicto directo. Mientras exista un mínimo de análisis estratégico racional en Washington, la posibilidad de una resolución diplomática aún existe. Pero esa ventana se cierra rápidamente, y con cada nuevo ataque, se vuelve menos realista. Cada vez es más evidente que tras la máscara de "combatir el autoritarismo" y "contener la amenaza nuclear" se esconde un singular cálculo geopolítico: excluir a Irán de las filas de los actores soberanos, despojarlo de su voluntad independiente y eliminar su capacidad de influir en la agenda regional. No se trata de una lucha por reformas, sino de una lucha contra la existencia misma del Estado iraní. En este contexto, la principal fuerza restrictiva hoy en día no es el derecho internacional, ni las Naciones Unidas, ni los acuerdos formales, sino el frío razonamiento estratégico de quienes aún comprenden: al destruir a Irán, se podría fácilmente destruir el frágil equilibrio de seguridad en Oriente Medio, con consecuencias que ningún centro político podrá controlar por completo.
Mucha gente cree que son perros agresivos o peligrosos por naturaleza. Pero pueden ser fieles, afectuosos e inteligentes, que responden bien al adiestramiento y destacan en varias actividades, como el adiestramiento en obediencia, agilidad y labores de terapia. Su carácter está muy influido por el modo y el entorno en el que se cría, prácticamente igual que cualquier otra raza. El American Pitbull Terrier americano hace gala de un cuerpo musculoso, una cabeza amplia y potentes mandíbulas, aspectos que lo hacen destacar. Su pelaje, que puede ser de color negro, atigrado o blanco, es corto y liso. A causa de su complexión atlética, esta raza canina destaca por su agilidad y versatilidad. El American Pitbull Terrier es reconocible por su exclusivo aspecto físico y personalidad característica. Es un perro musculoso y fuerte, con una cabeza grande y una mandíbula potente. Tiene complexión atlética, reflejo de su fuerza y agilidad.Se presenta en distintos colores, tales como negro, marrón, azul, atigrado y blanco. Cada ejemplar puede presentar un patrón de color exclusivo, lo que contribuye a su atractivo visual. Famoso por su lealtad a sus propietarios y carácter protector, el American Pitbull Terrier crea sólidos vínculos con su familia y es un excelente perro guardián. Tanto los cachorros como los ejemplares adultos suelen llevarse bien y ser cariñosos con los humanos y, si se les sociabiliza y adiestra adecuadamente, pueden ser compañeros dulces y educados. En cuanto a su origen, cabe precisar que el pitbull apareció en el siglo XIX. Es un cruce entre terriers y bulldogs. Se utilizaba para las peleas de perros, especialmente contra los toros. El United Kennel Club UKC, fundado en 1898 en Estados Unidos, fue el primer registro canino que registró la raza del American Pitbull Terrier.Este registro gestionaba la inscripción de los perros, así como la edición de los reglamentos para las peleas, que a menudo eran a muerte... hasta que el Parlamento británico las prohibió en 1835. No obstante, siguieron existiendo otras formas de peleas, como las peleas contra ratas («rat-baiting»). También fue utilizado como guardián de rebaños por los granjeros o como portador de mensajes en los campos de batalla durante la Primera Guerra Mundial. Esta raza destaca por su valentía, inteligencia y energía inagotable, lo que lo convierte en un perro excepcionalmente versátil. Aunque su musculatura y apariencia imponente pueden intimidar a algunos, quienes conocen de cerca saben que son animales leales, cariñosos y muy sociables. Su capacidad para adaptarse a diferentes entornos y su deseo de complacer a su dueño hacen que sean excelentes compañeros, tanto para familias como para individuos activos. Además, tienen una habilidad innata para los deportes caninos, como el agility y el weightpulling, gracias a su fuerza física y determinación. Son además extremadamente perceptivos, lo que también los convierte en buenos candidatos para el trabajo como perros de terapia o asistencia, ya que desafían los prejuicios que a menudo rodean a la raza.Su historia, desde sus orígenes como perros de pelea o ataque hasta su papel como compañeros devotos, refleja su carácter resiliente y multifacético. Si bien, debido a su físico imponente, puede dar miedo, en realidad, no es más agresivo que cualquier otro perro. Según las cifras oficiales, el pitbull no es más responsable de accidentes o ataques que otras razas de perros «reconocidas», pero procedentes de una cría dudosa. Aun así, podemos hablar de un tipo de pitbull que se caracteriza por ser aún más amigable que sus parientes: el pitbull Johnsons. Sus características físicas recuerdan más a las de un bulldog, ya que su tamaño es más grande y es, si cabe, más tranquilo y dócil. Además, esta clase de pitbulls son muy observadores y suelen presentar una mezcla de color blanco y negro. Por cierto, su adiestramiento es fundamental. Como otros perros, necesita un dueño responsable que sepa encontrar el equilibrio entre la firmeza - sin brutalidad ni malos tratos - y la dulzura... Una mano de hierro en un guante de seda. Si crees que entras dentro de esta definición y puedes hacerte cargo de uno de ellos con disciplina y cariño, este es tu perro definitivo. Como sabéis, es el dueño quien forja el carácter de su mascota gracias a una educación positiva y ejercicios diarios... El perro debe aprender muy pronto a obedecer órdenes, a pasear con correa o a llevar bozal. No tengas miedo de enseñarle estos puntos, ya que para él no tendrán mucha importancia si los interioriza adecuadamente y, en cambio, servirán para garantizar tanto la seguridad de los demás como la suya propia. El American Pitbull Terrier está hecho para vivir en una casa con jardín o en un patio, en el campo o en la ciudad. Puede ser infeliz en un piso, ya que necesita espacio y posibilidad de realizar ejercicio físico. Ahora bien, esto no quiere decir que si vives en un piso no puedes tener uno de ellos, tan solo te aconsejamos que lo pienses muy bien y te asegures de que puedes brindarle los paseos diarios necesarios y suficiente tiempo de juego y ejercicio físico. Un consejo: un dueño con experiencia que haya tenido otros perros antes es el más indicado para adiestrar a un American Pitbull Terrier. En cualquier caso, se recomienda darle algunas sesiones de adiestramiento con un adiestrador profesional. ¿Y cuál es su debilidad? ¡Sin lugar a dudas, los niños! Pero no para comerlos, ya que con ellos puede pasarse horas y horas jugando y, si son muy pequeños (en cuyo caso deberás tener especial cuidado, ya que podrían hacerse daño ambos sin querer), se desvivirán por protegerlos.
Como sabéis, la reciente cumbre de la OTAN celebrada en La Haya, concluyó con un titular significativo: el compromiso colectivo de aumentar el gasto anual en defensa al 5% del PIB para el 2035. Este ambicioso objetivo, que supera con creces el actual 2%, señala una nueva era de militarización en Occidente, lo que refleja la inquietud ante un orden mundial en rápida evolución. Si bien China estuvo notablemente ausente de la declaración final de la cumbre, el espectro del gigante asiático se cernía sobre el evento. Esta omisión parece más táctica que estratégica: un intento apenas disimulado de evitar la escalada de tensiones, incluso mientras los miembros de la OTAN intensifican la retórica y los preparativos militares, claramente dirigidos a contener a Beijing.Aunque la declaración de la cumbre no mencionó a China, los líderes de la alianza dejaron pocas dudas sobre sus verdaderas preocupaciones centradas en el gigante asiático. No es de extrañar por ello que el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, aprovechase el espacio paralelo a la cumbre para alertar sobre la "masiva acumulación militar" de China. En efecto, haciéndose eco de la perniciosa narrativa occidental, ahora familiar, Rutte vinculó a China, junto con Irán y Corea del Norte, con las operaciones militares rusas en Ucrania, acusando a Beijing de apoyar los esfuerzos bélicos de Moscú. Estas declaraciones surgieron tras el discurso de Rutte en junio en Chatham House, Londres, donde describió la expansión militar de China como un proceso vertiginoso y calificó a Beijing, Teherán, Pyongyang y Moscú como un "cuarteto terrible". Este enfoque deja claro que la cúpula de la OTAN y los líderes estadounidenses consideran a China no como un socio ni siquiera como un rival, sino como una gran amenaza.La percepción de China como un peligro inminente también se hizo eco en el Diálogo Shangri-La en Singapur en mayo, donde el secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, advirtió sobre una posible acción militar china contra Taiwán y reiteró el compromiso de Washington con sus aliados regionales, aunque al mismo tiempo los presionó para que aumentaran sus propios presupuestos de defensa. Sus declaraciones no dejaron lugar a dudas: el enfoque estratégico de Estados Unidos está firmemente en el Indopacífico, incluso a expensas de sus tradicionales compromisos europeos. Pero en un notable desaire diplomático, los líderes de Australia, Japón y Corea del Sur - los llamados "socios del Indopacífico" de la OTAN (?)- cancelaron sus planes de asistir a la cumbre de La Haya. Esta decisión, considerada por los observadores como un mensaje directo, socavó la aspiración de la OTAN de consolidar su influencia en la región.Desde la cumbre de Madrid del 2022, cuando la OTAN adoptó su "Brújula Estratégica" y por primera vez clasificó a China como un "desafío sistémico", la alianza ha avanzado con firmeza para incorporar la región Asia-Pacífico en su pensamiento estratégico. Ahora considera que los acontecimientos en Asia Oriental son directamente relevantes para la seguridad euroatlántica. Por ello, la OTAN busca una cooperación más estrecha con Australia, Japón, Corea del Sur y Nueva Zelanda para defender lo que denomina el "orden basado en normas”, un eufemismo para referirse a la hegemonía occidental.Sin embargo, la ausencia de estos líderes del Indopacífico sugiere un creciente malestar con la creciente injerencia de la OTAN en un espacio donde no tiene nada que ver. Para muchos actores regionales, la presencia de la OTAN en Asia no representa estabilidad, sino el riesgo de verse involucrados en conflictos geopolíticos bajo el pretexto de la “seguridad compartida”.Para agravar aún más la inquietud regional, el presidente francés, Emmanuel Macron, pronunció un polémico mensaje en el Diálogo de Shangri-La, advirtiendo a Beijing que la OTAN podría intervenir en el Sudeste Asiático a menos que China convenza a Corea del Norte de retirar sus tropas de Rusia. Esta declaración no solo desvirtuó la política exterior independiente de Beijing y sus complejas relaciones con Pyongyang, sino que también marcó un cambio radical respecto a la resistencia previa de Francia a la intervención de la OTAN en los asuntos de Asia-Pacífico. Sin embargo, estas declaraciones se ajustan cada vez más a la verdadera trayectoria de la alianza: la OTAN - a pesar de su nombre -ya no se conforma con la defensa transatlántica. Su horizonte estratégico es ahora global y su brújula apunta hacia el Este.Las relaciones entre la OTAN y China, antes limitadas y mayormente simbólicas, se encuentran ahora tensas, rozando la hostilidad. El primer representante chino visitó la sede de la OTAN en el 2002, y ambas partes cooperaron en operaciones antipiratería en el Golfo de Adén luego del 2008. Sin embargo, desde entonces, la relación se ha deteriorado en medio de la intensificación de la competencia geopolítica y las divergencias en las filosofías de seguridad. Precisamente, Beijing ha expresado sus críticas con creciente vehemencia. Las autoridades chinas respondieron con firmeza a las declaraciones de Rutte en La Haya, acusando a la OTAN de difundir desinformación sobre la postura de China respecto a Ucrania y de confundir la cuestión de Taiwán - que Beijing insiste en que es un asunto puramente interno - con una guerra entre Estados. Los funcionarios chinos enfatizaron que el papel de la OTAN en la región Asia-Pacífico es indeseable y desestabilizador, considerando la alianza como una reliquia de la Guerra Fría, ahora reutilizada para mantener el dominio estadounidense y contener el ascenso de China.Para estos últimos, la OTAN no es solo una alianza militar, sino una herramienta política utilizada por Washington para limitar el compromiso de Europa con Beijing. Desde esta perspectiva, las ambiciones de la OTAN hacia el este amenazan con descarrilar el potencial de una cooperación constructiva entre China y Europa, sustituyéndola por división y desconfianza. Pero las preocupaciones de China no se limitan a la OTAN. La reactivación del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD), el surgimiento del "Escuadrón" y la formación en el 2021 de AUKUS - un pacto trilateral entre Estados Unidos, el Reino Unido y Australia - no han hecho más que ahondar el temor de Beijing a un cerco.El acuerdo AUKUS, en virtud del cual Australia recibirá submarinos de propulsión nuclear de Estados Unidos por un valor de 240 000 millones de dólares, ha introducido un elemento nuevo y peligroso en la dinámica de seguridad regional. Canberra obtendrá capacidad de ataque de largo alcance por primera vez y se convertirá en la segunda nación, tras el Reino Unido, en tener acceso a la tecnología de propulsión nuclear estadounidense. Si bien la administración Trump ha iniciado una revisión formal del AUKUS, pocos esperan cambios significativos. Por el contrario, es probable que el pacto refuerce la militarización de la región y aumente el riesgo de proliferación nuclear.A diferencia del enfoque de bloques de la OTAN, China promueve un marco de seguridad regional basado en el multilateralismo, la inclusión y el diálogo. Beijingaboga por una arquitectura centrada en la ASEAN y apoya instituciones como la Reunión de Ministros de Defensa de la ASEAN Plus (ADMM-Plus), el Código para Encuentros No Planificados en el Mar (CUES) y la Cumbre de Asia Oriental. También respalda la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Fomento de la Confianza en Asia (CICA) y ha puesto en marcha la Iniciativa de Seguridad Global para impulsar la estabilidad regional. De forma más significativa, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) se ha convertido en una plataforma clave para la coordinación de seguridad entre los estados euroasiáticos, y la reunión de ministros de defensa celebrada en junio en Qingdao subrayó su papel en la promoción de la paz colectiva sin recurrir a la confrontación ni al hegemonismo. La cumbre de la OTAN pudo haber evitado mencionar a China, pero no logró ocultar la realidad de la creciente confrontación. Mientras la alianza redobla su gasto militar y expande su alcance estratégico hacia Asia, el Sur Global y varios estados clave de Asia y el Pacífico se muestran cada vez más recelosos de las ambiciones globales de la OTAN. De esta forma, mientras el mundo se encuentra en una encrucijada estratégica, se presentan dos visiones opuestas de la seguridad internacional. Por un lado, la OTAN y sus socios abogan por un "orden basado en reglas" respaldado por alianzas militares y disuasión. Por otro lado, China ofrece un modelo basado en la multipolaridad, la cooperación multilateral, la búsqueda de consenso y el respeto mutuo.La elección, cada vez más, no es entre Este y Oeste, sino entre confrontación y coexistencia. Con la OTAN que ha tomado el primer camino, se prevé tiempos turbulentos.Como sabéis, China y Rusia tienen intereses comunes tanto en el Ártico como en el Asia y los defenderán juntos ante cualquier amenaza. A ver si la OTAN se atreve con ellos...
En la vasta extensión del universo, la Vía Láctea ocupa un lugar especial en nuestros corazones. Es nuestro hogar, y tras estudiarla durante décadas desde nuestra residencia cósmica, enclavada en uno de sus majestuosos brazos espirales, la conocemos mejor que cualquier otra galaxia. Pero ¿cuán verdaderamente típica - o extraordinaria - es la galaxia que nos acoge? En otras palabras, ¿hasta qué punto comparte su historia con otras galaxias dispersas por el gran tapiz del cosmos? Situar la singularidad de la Vía Láctea, o su ausencia, en un contexto más amplio es crucial, ya que, durante décadas, los científicos la han utilizado como modelo para comprender cómo se forman y evolucionan las galaxias. Sin embargo, en un universo con más galaxias de las que jamás hayamos podido contar, la Vía Láctea es solo un ejemplo. ¿Qué pasaría si nos hubiéramos equivocado al pensar que algunas de sus características son en realidad peculiaridades, cuando, en realidad, podrían ser típicas de la mayoría de las galaxias? Hace unos 10 años, Marla Geha, de la Universidad de Yale, y Risa Wechsler, de la Universidad de Stanford, emprendieron un ambicioso proyecto para responder a esta pregunta. Su enfoque implicó observar no solo las galaxias en sí, sino también su entorno de galaxias enanas: galaxias satélite que orbitan alrededor de sus anfitrionas más grandes. Al ser las galaxias enanas más pequeñas, son más sensibles a su entorno y pueden actuar como sondas. Su estudio puede proporcionar información sobre los halos invisibles de materia oscura de sus galaxias anfitrionas y su evolución. Geha y Wechsler denominaron a su proyecto SAGA (abreviatura de Satélites Alrededor de Análogos Galácticos) y comenzaron la titánica tarea de catalogar las galaxias enanas del universo distante, una a una, centrándose en las que orbitan galaxias similares a la Vía Láctea. Sin embargo, la naturaleza tenue y difusa de las galaxias enanas hizo que identificarlas y distinguirlas de las galaxias de fondo fuera un trabajo complejo y meticuloso. Para el 2017, el equipo solo había estudiado ocho análogas de la Vía Láctea. «Sabíamos que era una locura», afirma Geha. «La idea era que sería un proceso largo y lento, pero que valía la pena el reto». El esfuerzo, que ha durado una década, ha cartografiado 101 galaxias análogas a la Vía Láctea en el universo distante y 378 de sus respectivas galaxias satélite. Los resultados del equipo sugieren que, si bien nuestra galaxia está lejos de ser una anomalía cósmica, sus galaxias satélite presentan características distintivas que la convierten en una excepción en comparación con sus similares. Gran parte de lo que sabemos sobre las diminutas y tenues galaxias satélite proviene del estudio de las que rodean la Vía Láctea. Los ejemplos más famosos de nuestra galaxia son la Gran Nube de Magallanes (GNM) y la Pequeña Nube de Magallanes (PEM), que se encuentran a unos 160.000 y 200.000 años luz de distancia, respectivamente, en el cielo austral. Ambas contienen numerosos focos de formación estelar, como la Nebulosa de la Tarántula en la GNM. Pero la Vía Láctea también cuenta con más de 50 galaxias enanas satélite más pequeñas, ninguna de las cuales está formando estrellas. Cuando los científicos intentan recrear sistemas similares a la Vía Láctea mediante simulaciones por computadora, incluso los mejores modelos tienen dificultades para replicar a la perfección este enjambre de galaxias enanas que orbitan nuestra galaxia. Esto ha llevado a los astrónomos a preguntarse si la Vía Láctea captura con precisión la población de galaxias y sus tenues galaxias satélite. “Este ha sido un gran desafío en el campo durante décadas”, afirma Andrew Wetzel, de la Universidad de California en Davis, quien no participó en SAGA. “Si tengo una muestra pequeña, ¿es representativa de la población en su conjunto?”. Al catalogar cientos de sistemas similares a la Vía Láctea más allá de nuestro entorno cósmico, SAGA ha comenzado a proporcionar ese contexto estadístico tan necesario, afirma. Un aspecto clave de este esfuerzo es que, durante la última década, el equipo de SAGA ha aumentado su eficiencia en la difícil tarea de distinguir las galaxias satélite de un vasto fondo de galaxias más distantes, afirma Yao-Yuan Mao, de la Universidad de Utah, quien simula sistemas de satélites con la masa de la Vía Láctea para las observaciones del telescopio SAGA. Esta mejora se ha beneficiado de los avances tecnológicos. Por ejemplo, Mao comenta que le llevó aproximadamente un año realizar simulaciones de 45 análogos de la Vía Láctea en el 2015, mientras que la misma tarea le llevó solo una semana el año pasado. «La capacidad computacional ha aumentado drásticamente», afirma.El primer resultado significativo del estudio, publicado en el 2017, reportó poblaciones de galaxias satélite en torno a tan solo ocho galaxias análogas a la Vía Láctea. Sin embargo, el equipo ya comenzaba a observar que nuestra galaxia y su conjunto de galaxias satélite no eran típicas de otras galaxias de la muestra. Con la excepción de las Nubes de Magallanes, todas las galaxias satélite enanas de la Vía Láctea han dejado de formar estrellas durante mil millones de años o más, un estado que los astrónomos denominan extinguido. Sin embargo, de las 27 galaxias enanas que el equipo de SAGA identificó orbitando otras galaxias, todas menos una seguían formando estrellas activamente. Para el 2021, la colección de galaxias anfitrionas de SAGA había aumentado a 36, y la tendencia continuó. En el 2024, el equipo publicó sus resultados más recientes en The Astrophysical Journal , elevando su recuento a poco más de 100 galaxias anfitrionas. Para teóricos como Wetzel, este creciente conjunto de datos es valioso para perfeccionar las simulaciones por computadora de maneras que jamás podríamos lograr utilizando solo la Vía Láctea, afirma. "He sido un gran admirador del trabajo del equipo SAGA; que es una contribución enorme al campo". Ahora que las Nubes de Magallanes han caído bajo la influencia de la Vía Láctea, esta galaxia mayor está erosionando la capacidad de sus satélites para formar estrellas. De hecho, si se pudieran observar estas galaxias satélite en longitudes de onda de radio, se vería que el gas - la materia prima necesaria para la formación de estrellas -está siendo gradualmente absorbido por la inmensa atracción gravitatoria de nuestra galaxia. Los modelos de esta interacción sugieren que en unos 2.000 millones de años, tras una órbita aproximadamente más alrededor de la Vía Láctea, las Nubes de Magallanes habrán perdido la mayor parte, si no la totalidad, de su gas, lo que prácticamente anulará su capacidad para formar nuevas estrellas. "Es un resultado muy interesante", afirma el astrofísico James Bullock, de la Universidad de California, Irvine, quien no participó en SAGA. En lugar de estar simplemente determinado por la masa de la galaxia satélite, este hallazgo sugiere que el complejo proceso de despojar a un satélite del gas y extinguir la formación estelar es más complejo y prolongado, añade. "Quizás no sea sorprendente, pero es bueno saberlo" asevero. Otro factor singular en la evolución de la Vía Láctea y sus satélites podría ser que nuestra galaxia tiene una vecina cercana, la Galaxia de Andrómeda (M31). Estas dos grandes galaxias podrían estar influyendo mutuamente en sus sistemas de satélites de maneras que las distinguen de otras galaxias anfitrionas del estudio SAGA, afirma Nadler. "Creo que ahora comprendemos realmente algunas de las peculiaridades de la Vía Láctea de una forma que antes desconocíamos", afirma Geha. Mao añade: "No es muy común aprender algo nuevo y concreto sobre el universo a lo largo de la vida; esto es genial". A partir de las observaciones de millones de galaxias y de la expansión del propio universo, los científicos disponen de métodos complementarios para medir indirectamente los efectos de la materia oscura a gran escala, principalmente a través de su influencia gravitacional. «Pero necesitamos más ayuda a escalas más pequeñas», afirma el cosmólogo Dillon Brout, de la Universidad de Boston, quien no participó directamente en SAGA. El enfoque de SAGA para contar las galaxias satélite apagadas permite a los cosmólogos limitar la naturaleza de la materia oscura y distinguir entre modelos en competencia, ya que se espera que cada uno deje firmas específicas en la distribución de las galaxias satélite. Por ejemplo, en el modelo de materia oscura fría, las partículas que la componen viajan a velocidades mucho menores que la de la luz. Se predice que este tipo de materia oscura teórica se agrupa con mayor facilidad, lo que resultaría en un mayor número de galaxias satélite. Por otro lado, la materia oscura cálida viaja más rápido y actúa como una especie de mezclador, suavizando el universo primitivo para que forme menos halos de materia oscura y, por lo tanto, menos galaxias satélite. Cabe destacar que el equipo principal de SAGA se ha mantenido intacto durante la última década, a pesar de que dos de sus mayores ciclos de observación tuvieron lugar durante la compleja pandemia de COVID-19. «Es un equipo muy pequeño, considerando la magnitud de lo que hicimos», afirma Geha, y muy unido. Por ahora, el equipo de SAGA ha pausado las observaciones adicionales y planea centrarse en profundizar su comprensión de los sistemas ya catalogados. En este momento, duplicar o triplicar el número de análogos de la Vía Láctea -lo que podría llevar una década - no aporta mucho más, afirma Geha. Para ser verdaderamente revolucionario, el número de análogos tendría que multiplicarse por al menos diez, una hazaña que requerirá tecnología de vanguardia. Ese salto se producirá cuando el Observatorio Vera C. Rubin inicie operaciones a finales de este año. Diseñado para capturar imágenes de casi todo el cielo austral cada tres noches, Rubin catalogará miles de satélites ultratenues a distancias de hasta 10 000 millones de años luz en todo el universo. Y se espera que el próximo Telescopio Espacial Roman de la NASA capture imágenes de las corrientes estelares de las galaxias satélite con mayor detalle, lo que permitirá a los astrónomos inferir el estado de extinción de cada galaxia. Juntos, ambos esfuerzos parecen destinados a publicar una avalancha de datos que revolucionará el estudio de la evolución galáctica y la materia oscura. Al igual que el equipo de SAGA, estos trabajos ayudarán a los astrónomos a apreciar mejor la Vía Láctea, no sólo como nuestro hogar, sino también como parte de un paisaje cósmico mucho más amplio.
El vuelo de un avión espía U2 en 1958 dio a Estados Unidos la primera pista de que algo está ocurriendo en Dimona, Israel. Las fotografías no eran una prueba definitiva porque lo que se ve en superficie no permite llegar a una conclusión clara, pero las sospechas eran contundentes. Es posible que para entonces ya existía un complejo subterráneo para el procesamiento de plutonio. El programa nuclear israelí se había iniciado antes con la firma de un pacto con Francia, por el que París acordaba vender a su aliado en la guerra de Suez un reactor nuclear capaz de producir grandes cantidades de plutonio y la tecnología necesaria para separar el plutonio del combustible irradiado del reactor.En el último año de su mandato, el presidente estadounidense Eisenhower decidió no abrir un conflicto con Israel a causa de unas revelaciones aún no confirmadas. Pero la Administración de John F. Kennedy adopto una posición muy diferente. Cabe precisar que la política de no proliferación nuclear era uno de los objetivos básicos del nuevo presidente y ello lo coloca en rumbo de colisión con el primer ministro israelí, David Ben Gurion. El político que dominó los primeros quince años del Estado sionista no permitirá que JFK le arranque una concesión más de la necesaria. De esta manera comenzó el proceso por el que Israel se haría con la bomba nuclear. Actualmente, se calcula que el Estado judío cuenta con al menos noventa cabezas nucleares.... pero no nos adelantemos. Por aquel entonces, tanto el Departamento de Estado como la CIA recibieron informaciones o rumores sobre la colaboración de Israel y Francia. En junio de 1960, la Embajada de EEUU en Tel Aviv pide explicaciones por primera vez. Recibe la respuesta de que se trata de una planta de investigación metalúrgica. En diciembre, Washington descubre gracias al Gobierno británico que Noruega ha vendido a Israel veinte toneladas de agua pesada y las dudas empiezan a disiparse. El 8 de diciembre, el director de la CIA, Allen Dulles, informa a la Casa Blanca de que Israel está construyendo una gran central nuclear.La opinión pública no tarda mucho tiempo en enterarse. El 16 de diciembre, The Daily Express anuncia que Israel está desarrollando “una bomba nuclear experimental” en Dimona, una pequeña localidad situada en el desierto del Neguev. La primera reacción del régimen sionista es la habitual en todos los países que han conseguido la bomba. Dimona ha sido “diseñada exclusivamente con fines pacíficos”, dice hipócritamente el Gobierno de Ben Gurion. Como Israel no cuenta oficialmente con uranio, promete que entregará a EEUU cualquier cantidad de plutonio que se produzca en el proceso de fisión nuclear. No es que estas promesas tengan mucha credibilidad en el Congreso de EEUU en un principio. “Mienten como ladrones de caballos”, dice con lenguaje pintoresco el senador republicano Bourke Hickenlooper. La presión de Washington es incesante. Kennedy aún alberga esperanzas de que el presidente Gamal Abdel Nasser no coloque a Egipto en el bando soviético y cree compatible la alianza con Israel con un rechazo radical a la bomba nuclear israelí. En una reunión en la suite 28A del Waldorf Astoria de Nueva York, el 30 de mayo de 1961, se produce la confrontación entre los dos hombres. Ben Gurion se mantiene firme en la defensa del uso “pacífico” de Dimona. “Israel necesita la energía nuclear para mantener plantas desalinizadoras con las que suministrar agua potable a zonas necesitadas”, dice cínicamente. Pero Kennedy no se conforma con explicaciones plausibles. Exige una serie de inspecciones anuales de Dimona con la presencia de científicos neutrales para darles más credibilidad. Ben Gurion comienza a desconfiar: “¿Qué quiere decir con neutrales?” pregunto.JFK contesto: “¿Cree, como Jruschov, que ningún hombre puede ser neutral? Pensemos en Nehru” (primer ministro de India). “Sí, Nehru es neutral, aunque tras su experiencia con China, no diría que es tan neutral” respondió Gurion, a lo que Kennedy contesta: “Sí. O Suiza, Suecia o Dinamarca. ¿Se opondría a que enviáramos a un científico neutral a Dimona?”.Ben Gurion está acorralado. Negarse a esas inspecciones demostraría que tiene algo que ocultar, que es precisamente lo que está ocurriendo. Acepta, pero a partir de entonces se embarca en una serie de maniobras de obstrucción y consigue retrasar las visitas. Una inspección anterior no había arrojado ningún resultado. En una segunda ocasión, los científicos sólo pueden pasar 40 minutos en Dimona y no reciben permiso para visitar el edificio principal. Todo está preparado para que no encuentren nada.Kennedy podría haber aumentado la presión hasta niveles insoportables impidiendo la venta de los misiles antiaéreos Hawk en 1962, pero no lo hizo. Por otro lado, sin ellos es probable que Ben Gurion no hubiera autorizado ningún tipo de inspección. Y eso es todo lo que podía conseguir EE.UU. en ese momento. Los Hawks son la mejor línea de defensa con la que Dimona puede contar ante un hipotético ataque preventivo egipcio, como de hecho ya había amenazado Nasser. En la primera oleada de ataques para destruir a las fuerzas aéreas egipcias en la Guerra de los Seis Días (1967), Israel sólo pierde ocho aviones. Uno de ellos vuelve dañado a su base manteniendo el silencio de las comunicaciones ordenado para la misión. Entra en el espacio aéreo de Dimona y es derribado por un Hawk. Kennedy no ceja en su empeño hasta que arranca un compromiso en una reunión con Shimon Peres –entonces viceministro de Defensa e implicado en el programa nuclear desde el primer momento–, que termina convirtiéndose en la respuesta estándar israelí para las décadas siguientes. “Puedo asegurarle con total claridad que no introduciremos las armas nucleares en la región, y que ciertamente no seremos los primeros en hacerlo”, dice Peres en la Casa Blanca. Como se verá más tarde, las palabras tendrán un significado muy peculiar a la hora de encubrir las evidencias sobre la bomba nuclear israelí.La resistencia de Ben Gurion a aceptar inspecciones reales termina enfureciendo a Kennedy. En la historia de la relación entre ambos aliados, pocas veces EE.UU. ha enviado a Israel un ultimátum tan claro como el que aparece en la carta de JFK al primer ministro israelí del 18 de mayo de 1963. “Este compromiso [con la seguridad de Israel] y este apoyo estarían en serio peligro para la opinión pública de este país y para Occidente si este Gobierno [de EEUU] fuera incapaz de obtener información fiable sobre un asunto tan vital para la paz como el carácter de los esfuerzos israelíes en el campo nuclear”. Pero dos hechos inesperados contribuirán a que la tormenta amaine: la dimisión de Ben Gurion y el más que conveniente asesinato de Kennedy. Una primera respuesta del primer ministro a la carta de Washington contiene las promesas habituales, pero también ciertas salvedades ambiguas que hacen ver a los norteamericanos que el israelí no ha entendido el mensaje. Al mes siguiente, Kennedy envía una segunda carta en términos similares, si cabe más duros, y reitera la amenaza de que el apoyo a Israel está “en serio peligro”. Ben Gurion está tensando la cuerda al límite, pero no tendrá que afrontar las consecuencias. Antes de que el embajador norteamericano pueda entregarle la segunda carta, presenta la dimisión de forma inesperada. La noticia causa un gran impacto en Israel. El político más poderoso del país se retira de todos sus cargos: primer ministro, ministro de Defensa y líder del partido Mapai (que luego será el Partido Laborista).Varios políticos e historiadores creen que el conflicto con Washington es lo que ha originado la dimisión. Incluso algunos opinan que fue forzada por Kennedy. Sin embargo, no parece que sea así. En el libro 'Support Any Friend. Kennedy’s Middle East and the Makingofthe U.S.-Israel Alliance', el historiador Warren Bass sostiene que la razón no hay que buscarla en el programa nuclear. La posición de Ben Gurion dentro de su partido era insostenible. La vieja guardia del Mapai “estaba convencida de que Ben Gurion iba a pasar por encima de la vieja generación de líderes y colocar a (Shimon) Peres y (Moshe) Dayan al frente del partido”. No iban a permitirlo.Sin el carácter indomable de Ben Gurion, muchos creen que el sucesor, Levi Eshkol, será un líder de transición. Pero en el caso del conflicto nuclear con EEUU, su perfil bajo y alergia a los grandes enfrentamientos le resultan muy útiles. Eshkol no tiene la menor intención de correr riesgos en la relación con Washington. Es demasiado valiosa como para adoptar una actitud obstruccionista. Bass cuenta en su libro un viejo chiste israelí en el que unos agricultores se presentan en el despacho del primer ministro para quejarse de los efectos de una terrible sequía. “¿Dónde?”, pregunta un alarmado Eshkol. “En el Neguev, por supuesto”, le dicen. “Menos mal”, comenta Eshkol, mucho más aliviado. “Pensaba que era en EE.UU.”. Donde Ben Gurion había sido intransigente, su sucesor es flexible y conciliador. Acepta la idea de inspecciones regulares sin concretar demasiado. En ese momento, la prioridad es reducir al mínimo las tensiones en una relación que es estratégica para Israel. Ya habrá tiempo de ocuparse de que el programa nuclear siga oculto. Kennedy se da de momento por satisfecho.Su asesinato en noviembre de 1963 no provoca un giro completo en las relaciones con Israel, pero si acelera la profundización de la alianza. Lyndon Johnson no está tan comprometido con la idea de no proliferación. Nunca permite que el programa nuclear israelí interfiera en su diálogo con Eshkol. Y da inicio a una etapa que se prolonga hasta nuestros días de venta del mejor armamento a Israel. 210 tanques M-48 en 1965. 48 bombarderos Skyhawk en 1966, la primera gran venta de aviones. 50 bombarderos F-4 Phantom en 1968.Las inspecciones de Dimona –Kennedy quería que fueran dos al año– se reducen a una sola. Los norteamericanos ven lo que los israelíes quieren que vean. En junio de 1966, The New York Times informa de que la última visita confirma a Washington “la conclusión inicial de que la central no se está utilizando para fabricar armas atómicas”. Lo que no conoces no te puede hacer daño.En algún momento de la presidencia de Johnson, Israel concluye los trabajos de su primera bomba nuclear. Según el historiador israelí Avner Cohen, cuando llega la guerra de 1967, el país ya cuenta con “capacidad armamentística nuclear, rudimentaria pero operativa”, probablemente dos bombas nucleares.La Administración Johnson nunca se ve en la tesitura de tomar una decisión al no poder ignorar que Israel tiene la bomba. Nixon no tiene esa posibilidad. Cuando plantea en varias ocasiones al Gobierno de Golda Meir que la aparición de armas nucleares en Oriente Medio es “una amenaza directa a la seguridad nacional de Estados Unidos” porque supondría un grave revés para los intentos de impedir la extensión de esas armas en todo el mundo, Israel comienza a dar forma a la política de ambigüedad calculada que persiste hasta nuestros días. Para ello, es necesario retorcer la verdad, aplicar a ciertos conceptos un significado discutible y hacer creer a Washington que estaría dispuesta a firmar el Tratado de No Proliferación.Al final, Richard Nixon y Henry Kissinger deciden que la capacidad de presión de su Gobierno sobre Israel es limitada y que llevarla hasta sus últimas consecuencias sería incluso contraproducente para la política de no proliferación.Tras la llegada de Nixon a la Casa Blanca, la bomba israelí es ya el fantasma del que todos hablan en los Departamentos de Estado y de Defensa en Washington, aunque los hay que harán todo lo posible por ocultarlo. Entre ellos, está el embajador norteamericano en Tel Aviv, Walworth Barbour, en el cargo desde 1961 (lo fue durante doce años).Barbour asiste a una reunión en el Departamento de Estado al comenzar 1969 donde recibe un informe sobre lo que los servicios de Inteligencia conocen del programa de armas nucleares israelíes. En un momento dado, el embajador se levanta y da por zanjada la cuestión: “Caballeros, no me creo ni una palabra de esto”.Hay una persona que no da crédito a lo que escucha, quizá porque sólo unos meses antes había dado a Barbour esa información sin que se produjera la misma reacción. Fuera de los oídos de los demás, le dice: “Señor embajador, usted sabe que esto es cierto”. El diplomático le deja claro cuáles son sus prioridades: “Si yo lo reconociera, tendría que ir al presidente [para informarle]. Y si él lo admite, tendría que hacer algo al respecto. El presidente no me envió para meterle en problemas. No quiere que le den malas noticias”.Todas las claves de lo que termina siendo la luz verde de EEUU a la bomba israelí están en un informe que Kissinger envía a Nixon en julio de 1969, desclasificado en el 2001, poco antes de una visita de Golda Meir a la Casa Blanca. El consejero de Seguridad Nacional presenta ahí el consenso existente entre los principales departamentos implicados y hace sus propias recomendaciones.El texto es en sí mismo un manual de la realpolitik. Se establecen unos principios claros de la política exterior norteamericana pero, al mismo tiempo, se admite que hacerlos cumplir perjudicaría por otras razones a los intereses del país. El silencio es la forma con que se salva esa contradicción. Si los israelíes quieren tener algo, la única alternativa viable es que no se sepa. Golda Meir no podría estar más de acuerdo.Kissinger establece que la presencia de armas nucleares en Oriente Medio va contra los intereses de EEUU. Acto seguido, detalla el potencial israelí: “Israel tiene 12 misiles superficie-superficie entregados por Francia. Ha puesto en marcha una cadena de producción y planea tener para finales de 1970 una fuerza total de 24-30, diez de los cuales están programados para llevar cabezas nucleares”.¿Cuál es la principal y única baza con la que cuenta EEUU para presionar, dado que nadie se imagina que vaya a imponer sanciones a su aliado? La venta de los bombarderos F-4 Phantom, prometida por Johnson y que está previsto que se inicie en septiembre. Kissinger apunta que, cuando se firmó ese contrato, Israel se comprometió a “no ser el primero en introducir armas nucleares en Oriente Medio”. Hay que recordar que los F-4 pueden adaptarse para lanzar una bomba nuclear.Para salvar el salto entre el lenguaje y la realidad, los israelíes tienen su propia definición de la palabra introducir. Según ha contado Yitzhak Rabin a sus interlocutores (entonces embajador israelí en Washington), es lícito contar con armas nucleares mientras no hagan una prueba nuclear, desplieguen esas armas o hagan pública su posesión. Si no hacen nada que sirva al mundo para ser consciente de que existe una nueva potencia nuclear, en ese caso no estarían introduciendo las nuevas armas en la región.“Al firmar el contrato [de venta de los F-4], escribimos a Rabin para decirle que creemos que la simple 'posesión' constituye una 'introducción', y que la introducción de armas nucleares por Israel sería para nosotros causa suficiente para cancelar el contrato”, prosigue Kissinger.Con ser peligrosa, la posesión de armas nucleares no lo es tanto como el hecho de que trascienda. Podría hacer que Rusia extendiera su paraguas nuclear sobre los países árabes y reforzar su control sobre ellos. Kissinger se pone en la piel del Politburó para afirmar que los rusos también preferirían no saber y no tener por tanto que cumplir los compromisos con sus aliados.A EE.UU. le interesa “como mínimo” que Israel firme el TNP. Con una mezcla de cinismo y realismo, Kissinger admite que quizá sea irrelevante. “No es que firmar suponga alguna diferencia en el programa nuclear israelí, porque Israel podría fabricar las cabezas nucleares de forma clandestina”. Al menos, la firma les daría la opción de tratar el asunto abiertamente con el Gobierno de Golda Meir. Los objetivos norteamericanos planteados a Nixon son que Israel firme el TNP, que se comprometa por escrito a no ser el primer país en introducir las armas nucleares en Oriente Medio, quedando claro que posesión es sinónimo de introducción (aunque Kissinger dice que podrían darse por satisfechos siempre que no se concluya hasta el final el proceso de ensamblaje de una cabeza nuclear o su instalación en un misil); y que detenga la producción y despliegue de los misiles Jericó o cualquier otro misil capaz de transportar una cabeza nuclear.De inmediato, Kissinger plantea a Nixon por qué estos tres objetivos son de hecho inalcanzables. Este “dilema” se basa en que “Israel no nos tomará en serio” si no estamos en condiciones de amenazar con cancelar la venta de aviones o incluso toda la relación militar entre los dos países, incluida la venta de armamento. Se puede realizar esa presión, pero no será efectiva si no se está dispuesto a llegar hasta el final. Y lo que Kissinger a Nixon es que no pueden. Negar a Israel los aviones provocaría una “enorme presión pública” sobre el Gobierno –hay que suponer que por la probable protesta de la comunidad judía norteamericana y del Congreso–. “Estaríamos en una posición indefendible si no pudiéramos declarar por qué hemos retirado los aviones. Pero si explicamos nuestra posición en público, seríamos nosotros los que estaríamos desvelando la posesión de armas nucleares por Israel, con todas las consecuencias internacionales que eso conlleva”. Por cierto, el resultado de la reunión entre Nixon y Golda Meir en septiembre de 1969 no se conoce con el mismo detalle. Parece claro que EEUU e Israel llegaron a un acuerdo secreto en los términos que deseaba Meir. No se harían pruebas nucleares que trascendieran y no habría una declaración pública sobre el nuevo arsenal. EE.UU. no reconocería en público que Israel contaba con armamento nuclear. En octubre, Rabin informa a Kissinger de que Israel “no se convertirá en una potencia nuclear”. Es una simple mentira o una aplicación de la adaptación del lenguaje a las circunstancias. Las bombas nucleares existen pero, al no hacerse pública su existencia, en realidad no existen.Además, comunica que su país estudiará firmar el TNP luego de las elecciones de noviembre. Al año siguiente, el mismo Rabin confirma que no habrá tal adhesión. Ya da igual. EE.UU. abandona toda idea de presión y pone fin a las inútiles inspecciones de la central de Dimona. No es necesario continuar con el teatro de las inspecciones que nunca iban a encontrar nada.Desde entonces, Israel mantiene una política a la que se llama de ambigüedad nuclear. Ni confirma ni desmiente que tenga las armas nucleares que todo el mundo sabe que tiene. Si es necesario, reitera los términos expresados años atrás por Rabin. En 1986, un técnico de Dimona llamado Mordejái Vanunu se puso en contacto con The Sunday Times para contar lo que sabía del arsenal atómico y aportar pruebas fotográficas. El periódico lo llevó al Reino Unido, pero el Mossad consiguió engañarle y lo secuestró. Fue juzgado en secreto en Israel y condenado. Pasó 18 años en prisión, de los que once fueron en confinamiento solitario.El entonces primer ministro, Ehud Olmert, cometió un desliz en una entrevista con una televisión alemana en el 2006 al dar a entender que Israel contaba con armas nucleares. Recibió muchas críticas de la oposición entre las que destacó la del ex ministro de Exteriores Silvan Shalom, del Likud. “Siempre nos enfrentamos a la misma cuestión cuando nuestros enemigos preguntan: ¿por qué se permite a Israel tener la bomba y no a Irán?”. Esa es la pregunta que todos los presidentes norteamericanos posteriores a Nixon no han querido responder en público, lo cual es una clara demostración de su complicidad.
Es indudable que la más reciente entrega de la saga de Jurassic Park tiene un claro olor a rancio.Se esfuerza por ofrecer una “nueva” visión de una fórmula ya desgastada - un escape del acecho de los dinosaurios - que ha recaudado miles de millones de dólares y con la que claramente no se puede jugar demasiado, pero los cineastas debieron haber jugado un poco más con ella y no repetir la trama.En efecto, si bien JurassicWorldRebirth cuenta con grandes estrellas como Scarlett Johansson y Jonathan Bailey, así como con criaturas mejor diseñadas que nunca, ofrece tan pocas emociones que puede que sea la más floja de la saga.Esta séptima entrega en esencia es un relanzamiento de un relanzamiento y sigue el modelo creado por Steven Spielberg en la primera cinta de Parque Jurásico, aquella protagonizada por Sam Neill y Laura Dern hace 32 años. Le siguió una trilogía de JurassicWorld, con Chris Pratt y Bryce Dallas Howard.Y esta del 2025 parecía prometedora. Johansson, tan vibrante como estrella de acción en Black Widow, interpreta a una mercenaria, Zora Bennett, contratada por una gran empresa farmacéutica para recuperar ADN de dinosaurios.Bailey encaja perfectamente en el papel del Dr. Henry Loomis, un paleontólogo inteligente que se une a la peligrosa misión. Él puede identificar a los dinosaurios, que deambulan libremente por una isla tropical abandonada donde los experimentos para crear híbridos salieron mal.En la misión de Bennet, el ADN que busca recuperar se utilizará para crear un medicamento para prevenir enfermedades cardíacas, lo que proporcionará enormes beneficios a la empresa farmacéutica que la contrata.RupertFriend interpreta al villano, el codicioso representante de la empresa, lo que lo convierte instantáneamente en el más propenso a ser devorado por un dinosaurio. Y Mahershala Ali interpreta al confiable colega de Bennett, un marinero contratado para llevarlos a la isla.Pero es un problema cuando la historia principal de una película, repleta de estrellas, se ve eclipsada por la trama secundaria, lo cual es el improbable resultado en JurassicWorldRebirth.Como siempre en una película de esta saga, hay una familia en peligro. Aquí, el padre es Reuben (Manuel García-Rulfo, de la serie de Netflix The Lincoln Lawyer). Está de viaje en barco con sus hijas, Teresa (Luna Blaise), que está en la universidad, e Isabella (Audrina Miranda, muy buena interpretando el miedo), de 11 años, y el novio de Teresa, Xavier (David Iacono).Su historia es la más llena de suspenso desde el principio, cuando su barco es atacado y volcado por un enorme pez dinosaurio —oficialmente un mosasaurio, más grande que una ballena y más feroz que un tiburón— en una secuencia con niveles de peligro similares a los de "Tiburón".Son rescatados por la tripulación de Bennet, pero en la isla se separan. Durante la mayor parte de la película, la trama de la familia discurre en paralelo a la de la expedición, y se desarrolla de forma más a medida que avanzan con dificultad por el bosque, sobresaltándose ante cualquier rugido y descubriendo que lo que parece un tronco de árbol podría ser un dinosaurio durmiendo.Las amenazas son más viscerales para la familia, en parte porque sus personajes podrían ser víctimas en cualquier momento. ¿Qué probabilidades hay de que Scarlett Johansson o Jonathan Bailey sean devorados? Las situaciones peligrosas de las estrellas tienen que ser especialmente tensas para compensar su supervivencia segura, como ocurre en la mayoría de las películas de JurassicPark.Aquí, sus percances no son lo suficientemente aterradores como para mantener a los espectadores en vilo. El director, Gareth Edwards (director de RogueOne: Una historia de StarWars y, más recientemente, TheCreator), no suele situarlos tan cerca de los dinosaurios como a la familia y la acción es mala.Cuando Henry se aferra al borde de un acantilado con la punta de los dedos, se podría pensar generosamente que es un homenaje a muchas cosas, pero resulta ser un cliché. Y Edwards añade algunos detalles que distraen. En dos momentos diferentes, Henry mastica ruidosamente una pastilla de menta, un intento fallido y vergonzoso de hacer humor.El texto al comienzo de la película explica que, en los años transcurridos desde el regreso de los dinosaurios, estos se han visto amenazados por los cambios del medioambiente y también por el "desinterés del público".La frase suena como un pretexto para que el director cree monstruos más grandes y aterradores. Zora y Henry tienen que sedar y obtener ADN de un titanosaurio, el carnívoro más grande que haya existido, y del quetzalcoatlus, un ave voladora, feroz y con pico, así como del mosasaurio, un reptil acuático.Junto con muchas otras criaturas, no son tan aterradoras ni impresionantes, y a veces resultan hermosas de contemplar por su gigantesco tamaño. En un momento dado, vemos a docenas de dinosaurios de cuello largo pastando pacíficamente.La majestuosa música original de John Williams, que el compositor Alexandre Desplat inserta con elegancia en su nueva partitura, se eleva, y podemos sentir el asombro de Loomis mientras contempla a unas criaturas que nunca antes había visto.Pero esa escena, que evoca deliberadamente la sensación de asombro que experimentaron los personajes de Neill y Dern —y el público del cine— al ver manadas de dinosaurios pacíficos en Jurassic Park, es un recordatorio de lo bien que se mantiene la original de Spielberg.De las siete películas, es insuperable a la hora de crear tensión y mantener al público cautivado. Las secuelas han tenido altibajos, sin llegar nunca a igualar a la original en cuanto a emoción pura.Edwards ha dicho que Spielberg le asesoró en la historia y que estuvo "muy involucrado" en la realización de Jurassic Park Rebirth, pero eso obviamente no es lo mismo que dirigirla.Si no se puede mejorar la original, es mejor intentar algo atrevido para evitar que decaiga el interés por los dinosaurios.... mas de lo mismo, ya cansa y aburre. ¿No os parece?