Como sabéis, la reciente cumbre de la OTAN celebrada en La Haya, concluyó con un titular significativo: el compromiso colectivo de aumentar el gasto anual en defensa al 5% del PIB para el 2035. Este ambicioso objetivo, que supera con creces el actual 2%, señala una nueva era de militarización en Occidente, lo que refleja la inquietud ante un orden mundial en rápida evolución. Si bien China estuvo notablemente ausente de la declaración final de la cumbre, el espectro del gigante asiático se cernía sobre el evento. Esta omisión parece más táctica que estratégica: un intento apenas disimulado de evitar la escalada de tensiones, incluso mientras los miembros de la OTAN intensifican la retórica y los preparativos militares, claramente dirigidos a contener a Beijing.Aunque la declaración de la cumbre no mencionó a China, los líderes de la alianza dejaron pocas dudas sobre sus verdaderas preocupaciones centradas en el gigante asiático. No es de extrañar por ello que el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, aprovechase el espacio paralelo a la cumbre para alertar sobre la "masiva acumulación militar" de China. En efecto, haciéndose eco de la perniciosa narrativa occidental, ahora familiar, Rutte vinculó a China, junto con Irán y Corea del Norte, con las operaciones militares rusas en Ucrania, acusando a Beijing de apoyar los esfuerzos bélicos de Moscú. Estas declaraciones surgieron tras el discurso de Rutte en junio en Chatham House, Londres, donde describió la expansión militar de China como un proceso vertiginoso y calificó a Beijing, Teherán, Pyongyang y Moscú como un "cuarteto terrible". Este enfoque deja claro que la cúpula de la OTAN y los líderes estadounidenses consideran a China no como un socio ni siquiera como un rival, sino como una gran amenaza.La percepción de China como un peligro inminente también se hizo eco en el Diálogo Shangri-La en Singapur en mayo, donde el secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, advirtió sobre una posible acción militar china contra Taiwán y reiteró el compromiso de Washington con sus aliados regionales, aunque al mismo tiempo los presionó para que aumentaran sus propios presupuestos de defensa. Sus declaraciones no dejaron lugar a dudas: el enfoque estratégico de Estados Unidos está firmemente en el Indopacífico, incluso a expensas de sus tradicionales compromisos europeos. Pero en un notable desaire diplomático, los líderes de Australia, Japón y Corea del Sur - los llamados "socios del Indopacífico" de la OTAN (?)- cancelaron sus planes de asistir a la cumbre de La Haya. Esta decisión, considerada por los observadores como un mensaje directo, socavó la aspiración de la OTAN de consolidar su influencia en la región.Desde la cumbre de Madrid del 2022, cuando la OTAN adoptó su "Brújula Estratégica" y por primera vez clasificó a China como un "desafío sistémico", la alianza ha avanzado con firmeza para incorporar la región Asia-Pacífico en su pensamiento estratégico. Ahora considera que los acontecimientos en Asia Oriental son directamente relevantes para la seguridad euroatlántica. Por ello, la OTAN busca una cooperación más estrecha con Australia, Japón, Corea del Sur y Nueva Zelanda para defender lo que denomina el "orden basado en normas”, un eufemismo para referirse a la hegemonía occidental.Sin embargo, la ausencia de estos líderes del Indopacífico sugiere un creciente malestar con la creciente injerencia de la OTAN en un espacio donde no tiene nada que ver. Para muchos actores regionales, la presencia de la OTAN en Asia no representa estabilidad, sino el riesgo de verse involucrados en conflictos geopolíticos bajo el pretexto de la “seguridad compartida”.Para agravar aún más la inquietud regional, el presidente francés, Emmanuel Macron, pronunció un polémico mensaje en el Diálogo de Shangri-La, advirtiendo a Beijing que la OTAN podría intervenir en el Sudeste Asiático a menos que China convenza a Corea del Norte de retirar sus tropas de Rusia. Esta declaración no solo desvirtuó la política exterior independiente de Beijing y sus complejas relaciones con Pyongyang, sino que también marcó un cambio radical respecto a la resistencia previa de Francia a la intervención de la OTAN en los asuntos de Asia-Pacífico. Sin embargo, estas declaraciones se ajustan cada vez más a la verdadera trayectoria de la alianza: la OTAN - a pesar de su nombre -ya no se conforma con la defensa transatlántica. Su horizonte estratégico es ahora global y su brújula apunta hacia el Este.Las relaciones entre la OTAN y China, antes limitadas y mayormente simbólicas, se encuentran ahora tensas, rozando la hostilidad. El primer representante chino visitó la sede de la OTAN en el 2002, y ambas partes cooperaron en operaciones antipiratería en el Golfo de Adén luego del 2008. Sin embargo, desde entonces, la relación se ha deteriorado en medio de la intensificación de la competencia geopolítica y las divergencias en las filosofías de seguridad. Precisamente, Beijing ha expresado sus críticas con creciente vehemencia. Las autoridades chinas respondieron con firmeza a las declaraciones de Rutte en La Haya, acusando a la OTAN de difundir desinformación sobre la postura de China respecto a Ucrania y de confundir la cuestión de Taiwán - que Beijing insiste en que es un asunto puramente interno - con una guerra entre Estados. Los funcionarios chinos enfatizaron que el papel de la OTAN en la región Asia-Pacífico es indeseable y desestabilizador, considerando la alianza como una reliquia de la Guerra Fría, ahora reutilizada para mantener el dominio estadounidense y contener el ascenso de China.Para estos últimos, la OTAN no es solo una alianza militar, sino una herramienta política utilizada por Washington para limitar el compromiso de Europa con Beijing. Desde esta perspectiva, las ambiciones de la OTAN hacia el este amenazan con descarrilar el potencial de una cooperación constructiva entre China y Europa, sustituyéndola por división y desconfianza. Pero las preocupaciones de China no se limitan a la OTAN. La reactivación del Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (QUAD), el surgimiento del "Escuadrón" y la formación en el 2021 de AUKUS - un pacto trilateral entre Estados Unidos, el Reino Unido y Australia - no han hecho más que ahondar el temor de Beijing a un cerco.El acuerdo AUKUS, en virtud del cual Australia recibirá submarinos de propulsión nuclear de Estados Unidos por un valor de 240 000 millones de dólares, ha introducido un elemento nuevo y peligroso en la dinámica de seguridad regional. Canberra obtendrá capacidad de ataque de largo alcance por primera vez y se convertirá en la segunda nación, tras el Reino Unido, en tener acceso a la tecnología de propulsión nuclear estadounidense. Si bien la administración Trump ha iniciado una revisión formal del AUKUS, pocos esperan cambios significativos. Por el contrario, es probable que el pacto refuerce la militarización de la región y aumente el riesgo de proliferación nuclear.A diferencia del enfoque de bloques de la OTAN, China promueve un marco de seguridad regional basado en el multilateralismo, la inclusión y el diálogo. Beijingaboga por una arquitectura centrada en la ASEAN y apoya instituciones como la Reunión de Ministros de Defensa de la ASEAN Plus (ADMM-Plus), el Código para Encuentros No Planificados en el Mar (CUES) y la Cumbre de Asia Oriental. También respalda la Conferencia sobre Interacción y Medidas de Fomento de la Confianza en Asia (CICA) y ha puesto en marcha la Iniciativa de Seguridad Global para impulsar la estabilidad regional. De forma más significativa, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) se ha convertido en una plataforma clave para la coordinación de seguridad entre los estados euroasiáticos, y la reunión de ministros de defensa celebrada en junio en Qingdao subrayó su papel en la promoción de la paz colectiva sin recurrir a la confrontación ni al hegemonismo. La cumbre de la OTAN pudo haber evitado mencionar a China, pero no logró ocultar la realidad de la creciente confrontación. Mientras la alianza redobla su gasto militar y expande su alcance estratégico hacia Asia, el Sur Global y varios estados clave de Asia y el Pacífico se muestran cada vez más recelosos de las ambiciones globales de la OTAN. De esta forma, mientras el mundo se encuentra en una encrucijada estratégica, se presentan dos visiones opuestas de la seguridad internacional. Por un lado, la OTAN y sus socios abogan por un "orden basado en reglas" respaldado por alianzas militares y disuasión. Por otro lado, China ofrece un modelo basado en la multipolaridad, la cooperación multilateral, la búsqueda de consenso y el respeto mutuo.La elección, cada vez más, no es entre Este y Oeste, sino entre confrontación y coexistencia. Con la OTAN que ha tomado el primer camino, se prevé tiempos turbulentos.Como sabéis, China y Rusia tienen intereses comunes tanto en el Ártico como en el Asia y los defenderán juntos ante cualquier amenaza. A ver si la OTAN se atreve con ellos...
En la vasta extensión del universo, la Vía Láctea ocupa un lugar especial en nuestros corazones. Es nuestro hogar, y tras estudiarla durante décadas desde nuestra residencia cósmica, enclavada en uno de sus majestuosos brazos espirales, la conocemos mejor que cualquier otra galaxia. Pero ¿cuán verdaderamente típica - o extraordinaria - es la galaxia que nos acoge? En otras palabras, ¿hasta qué punto comparte su historia con otras galaxias dispersas por el gran tapiz del cosmos? Situar la singularidad de la Vía Láctea, o su ausencia, en un contexto más amplio es crucial, ya que, durante décadas, los científicos la han utilizado como modelo para comprender cómo se forman y evolucionan las galaxias. Sin embargo, en un universo con más galaxias de las que jamás hayamos podido contar, la Vía Láctea es solo un ejemplo. ¿Qué pasaría si nos hubiéramos equivocado al pensar que algunas de sus características son en realidad peculiaridades, cuando, en realidad, podrían ser típicas de la mayoría de las galaxias? Hace unos 10 años, Marla Geha, de la Universidad de Yale, y Risa Wechsler, de la Universidad de Stanford, emprendieron un ambicioso proyecto para responder a esta pregunta. Su enfoque implicó observar no solo las galaxias en sí, sino también su entorno de galaxias enanas: galaxias satélite que orbitan alrededor de sus anfitrionas más grandes. Al ser las galaxias enanas más pequeñas, son más sensibles a su entorno y pueden actuar como sondas. Su estudio puede proporcionar información sobre los halos invisibles de materia oscura de sus galaxias anfitrionas y su evolución. Geha y Wechsler denominaron a su proyecto SAGA (abreviatura de Satélites Alrededor de Análogos Galácticos) y comenzaron la titánica tarea de catalogar las galaxias enanas del universo distante, una a una, centrándose en las que orbitan galaxias similares a la Vía Láctea. Sin embargo, la naturaleza tenue y difusa de las galaxias enanas hizo que identificarlas y distinguirlas de las galaxias de fondo fuera un trabajo complejo y meticuloso. Para el 2017, el equipo solo había estudiado ocho análogas de la Vía Láctea. «Sabíamos que era una locura», afirma Geha. «La idea era que sería un proceso largo y lento, pero que valía la pena el reto». El esfuerzo, que ha durado una década, ha cartografiado 101 galaxias análogas a la Vía Láctea en el universo distante y 378 de sus respectivas galaxias satélite. Los resultados del equipo sugieren que, si bien nuestra galaxia está lejos de ser una anomalía cósmica, sus galaxias satélite presentan características distintivas que la convierten en una excepción en comparación con sus similares. Gran parte de lo que sabemos sobre las diminutas y tenues galaxias satélite proviene del estudio de las que rodean la Vía Láctea. Los ejemplos más famosos de nuestra galaxia son la Gran Nube de Magallanes (GNM) y la Pequeña Nube de Magallanes (PEM), que se encuentran a unos 160.000 y 200.000 años luz de distancia, respectivamente, en el cielo austral. Ambas contienen numerosos focos de formación estelar, como la Nebulosa de la Tarántula en la GNM. Pero la Vía Láctea también cuenta con más de 50 galaxias enanas satélite más pequeñas, ninguna de las cuales está formando estrellas. Cuando los científicos intentan recrear sistemas similares a la Vía Láctea mediante simulaciones por computadora, incluso los mejores modelos tienen dificultades para replicar a la perfección este enjambre de galaxias enanas que orbitan nuestra galaxia. Esto ha llevado a los astrónomos a preguntarse si la Vía Láctea captura con precisión la población de galaxias y sus tenues galaxias satélite. “Este ha sido un gran desafío en el campo durante décadas”, afirma Andrew Wetzel, de la Universidad de California en Davis, quien no participó en SAGA. “Si tengo una muestra pequeña, ¿es representativa de la población en su conjunto?”. Al catalogar cientos de sistemas similares a la Vía Láctea más allá de nuestro entorno cósmico, SAGA ha comenzado a proporcionar ese contexto estadístico tan necesario, afirma. Un aspecto clave de este esfuerzo es que, durante la última década, el equipo de SAGA ha aumentado su eficiencia en la difícil tarea de distinguir las galaxias satélite de un vasto fondo de galaxias más distantes, afirma Yao-Yuan Mao, de la Universidad de Utah, quien simula sistemas de satélites con la masa de la Vía Láctea para las observaciones del telescopio SAGA. Esta mejora se ha beneficiado de los avances tecnológicos. Por ejemplo, Mao comenta que le llevó aproximadamente un año realizar simulaciones de 45 análogos de la Vía Láctea en el 2015, mientras que la misma tarea le llevó solo una semana el año pasado. «La capacidad computacional ha aumentado drásticamente», afirma.El primer resultado significativo del estudio, publicado en el 2017, reportó poblaciones de galaxias satélite en torno a tan solo ocho galaxias análogas a la Vía Láctea. Sin embargo, el equipo ya comenzaba a observar que nuestra galaxia y su conjunto de galaxias satélite no eran típicas de otras galaxias de la muestra. Con la excepción de las Nubes de Magallanes, todas las galaxias satélite enanas de la Vía Láctea han dejado de formar estrellas durante mil millones de años o más, un estado que los astrónomos denominan extinguido. Sin embargo, de las 27 galaxias enanas que el equipo de SAGA identificó orbitando otras galaxias, todas menos una seguían formando estrellas activamente. Para el 2021, la colección de galaxias anfitrionas de SAGA había aumentado a 36, y la tendencia continuó. En el 2024, el equipo publicó sus resultados más recientes en The Astrophysical Journal , elevando su recuento a poco más de 100 galaxias anfitrionas. Para teóricos como Wetzel, este creciente conjunto de datos es valioso para perfeccionar las simulaciones por computadora de maneras que jamás podríamos lograr utilizando solo la Vía Láctea, afirma. "He sido un gran admirador del trabajo del equipo SAGA; que es una contribución enorme al campo". Ahora que las Nubes de Magallanes han caído bajo la influencia de la Vía Láctea, esta galaxia mayor está erosionando la capacidad de sus satélites para formar estrellas. De hecho, si se pudieran observar estas galaxias satélite en longitudes de onda de radio, se vería que el gas - la materia prima necesaria para la formación de estrellas -está siendo gradualmente absorbido por la inmensa atracción gravitatoria de nuestra galaxia. Los modelos de esta interacción sugieren que en unos 2.000 millones de años, tras una órbita aproximadamente más alrededor de la Vía Láctea, las Nubes de Magallanes habrán perdido la mayor parte, si no la totalidad, de su gas, lo que prácticamente anulará su capacidad para formar nuevas estrellas. "Es un resultado muy interesante", afirma el astrofísico James Bullock, de la Universidad de California, Irvine, quien no participó en SAGA. En lugar de estar simplemente determinado por la masa de la galaxia satélite, este hallazgo sugiere que el complejo proceso de despojar a un satélite del gas y extinguir la formación estelar es más complejo y prolongado, añade. "Quizás no sea sorprendente, pero es bueno saberlo" asevero. Otro factor singular en la evolución de la Vía Láctea y sus satélites podría ser que nuestra galaxia tiene una vecina cercana, la Galaxia de Andrómeda (M31). Estas dos grandes galaxias podrían estar influyendo mutuamente en sus sistemas de satélites de maneras que las distinguen de otras galaxias anfitrionas del estudio SAGA, afirma Nadler. "Creo que ahora comprendemos realmente algunas de las peculiaridades de la Vía Láctea de una forma que antes desconocíamos", afirma Geha. Mao añade: "No es muy común aprender algo nuevo y concreto sobre el universo a lo largo de la vida; esto es genial". A partir de las observaciones de millones de galaxias y de la expansión del propio universo, los científicos disponen de métodos complementarios para medir indirectamente los efectos de la materia oscura a gran escala, principalmente a través de su influencia gravitacional. «Pero necesitamos más ayuda a escalas más pequeñas», afirma el cosmólogo Dillon Brout, de la Universidad de Boston, quien no participó directamente en SAGA. El enfoque de SAGA para contar las galaxias satélite apagadas permite a los cosmólogos limitar la naturaleza de la materia oscura y distinguir entre modelos en competencia, ya que se espera que cada uno deje firmas específicas en la distribución de las galaxias satélite. Por ejemplo, en el modelo de materia oscura fría, las partículas que la componen viajan a velocidades mucho menores que la de la luz. Se predice que este tipo de materia oscura teórica se agrupa con mayor facilidad, lo que resultaría en un mayor número de galaxias satélite. Por otro lado, la materia oscura cálida viaja más rápido y actúa como una especie de mezclador, suavizando el universo primitivo para que forme menos halos de materia oscura y, por lo tanto, menos galaxias satélite. Cabe destacar que el equipo principal de SAGA se ha mantenido intacto durante la última década, a pesar de que dos de sus mayores ciclos de observación tuvieron lugar durante la compleja pandemia de COVID-19. «Es un equipo muy pequeño, considerando la magnitud de lo que hicimos», afirma Geha, y muy unido. Por ahora, el equipo de SAGA ha pausado las observaciones adicionales y planea centrarse en profundizar su comprensión de los sistemas ya catalogados. En este momento, duplicar o triplicar el número de análogos de la Vía Láctea -lo que podría llevar una década - no aporta mucho más, afirma Geha. Para ser verdaderamente revolucionario, el número de análogos tendría que multiplicarse por al menos diez, una hazaña que requerirá tecnología de vanguardia. Ese salto se producirá cuando el Observatorio Vera C. Rubin inicie operaciones a finales de este año. Diseñado para capturar imágenes de casi todo el cielo austral cada tres noches, Rubin catalogará miles de satélites ultratenues a distancias de hasta 10 000 millones de años luz en todo el universo. Y se espera que el próximo Telescopio Espacial Roman de la NASA capture imágenes de las corrientes estelares de las galaxias satélite con mayor detalle, lo que permitirá a los astrónomos inferir el estado de extinción de cada galaxia. Juntos, ambos esfuerzos parecen destinados a publicar una avalancha de datos que revolucionará el estudio de la evolución galáctica y la materia oscura. Al igual que el equipo de SAGA, estos trabajos ayudarán a los astrónomos a apreciar mejor la Vía Láctea, no sólo como nuestro hogar, sino también como parte de un paisaje cósmico mucho más amplio.
El vuelo de un avión espía U2 en 1958 dio a Estados Unidos la primera pista de que algo está ocurriendo en Dimona, Israel. Las fotografías no eran una prueba definitiva porque lo que se ve en superficie no permite llegar a una conclusión clara, pero las sospechas eran contundentes. Es posible que para entonces ya existía un complejo subterráneo para el procesamiento de plutonio. El programa nuclear israelí se había iniciado antes con la firma de un pacto con Francia, por el que París acordaba vender a su aliado en la guerra de Suez un reactor nuclear capaz de producir grandes cantidades de plutonio y la tecnología necesaria para separar el plutonio del combustible irradiado del reactor.En el último año de su mandato, el presidente estadounidense Eisenhower decidió no abrir un conflicto con Israel a causa de unas revelaciones aún no confirmadas. Pero la Administración de John F. Kennedy adopto una posición muy diferente. Cabe precisar que la política de no proliferación nuclear era uno de los objetivos básicos del nuevo presidente y ello lo coloca en rumbo de colisión con el primer ministro israelí, David Ben Gurion. El político que dominó los primeros quince años del Estado sionista no permitirá que JFK le arranque una concesión más de la necesaria. De esta manera comenzó el proceso por el que Israel se haría con la bomba nuclear. Actualmente, se calcula que el Estado judío cuenta con al menos noventa cabezas nucleares.... pero no nos adelantemos. Por aquel entonces, tanto el Departamento de Estado como la CIA recibieron informaciones o rumores sobre la colaboración de Israel y Francia. En junio de 1960, la Embajada de EEUU en Tel Aviv pide explicaciones por primera vez. Recibe la respuesta de que se trata de una planta de investigación metalúrgica. En diciembre, Washington descubre gracias al Gobierno británico que Noruega ha vendido a Israel veinte toneladas de agua pesada y las dudas empiezan a disiparse. El 8 de diciembre, el director de la CIA, Allen Dulles, informa a la Casa Blanca de que Israel está construyendo una gran central nuclear.La opinión pública no tarda mucho tiempo en enterarse. El 16 de diciembre, The Daily Express anuncia que Israel está desarrollando “una bomba nuclear experimental” en Dimona, una pequeña localidad situada en el desierto del Neguev. La primera reacción del régimen sionista es la habitual en todos los países que han conseguido la bomba. Dimona ha sido “diseñada exclusivamente con fines pacíficos”, dice hipócritamente el Gobierno de Ben Gurion. Como Israel no cuenta oficialmente con uranio, promete que entregará a EEUU cualquier cantidad de plutonio que se produzca en el proceso de fisión nuclear. No es que estas promesas tengan mucha credibilidad en el Congreso de EEUU en un principio. “Mienten como ladrones de caballos”, dice con lenguaje pintoresco el senador republicano Bourke Hickenlooper. La presión de Washington es incesante. Kennedy aún alberga esperanzas de que el presidente Gamal Abdel Nasser no coloque a Egipto en el bando soviético y cree compatible la alianza con Israel con un rechazo radical a la bomba nuclear israelí. En una reunión en la suite 28A del Waldorf Astoria de Nueva York, el 30 de mayo de 1961, se produce la confrontación entre los dos hombres. Ben Gurion se mantiene firme en la defensa del uso “pacífico” de Dimona. “Israel necesita la energía nuclear para mantener plantas desalinizadoras con las que suministrar agua potable a zonas necesitadas”, dice cínicamente. Pero Kennedy no se conforma con explicaciones plausibles. Exige una serie de inspecciones anuales de Dimona con la presencia de científicos neutrales para darles más credibilidad. Ben Gurion comienza a desconfiar: “¿Qué quiere decir con neutrales?” pregunto.JFK contesto: “¿Cree, como Jruschov, que ningún hombre puede ser neutral? Pensemos en Nehru” (primer ministro de India). “Sí, Nehru es neutral, aunque tras su experiencia con China, no diría que es tan neutral” respondió Gurion, a lo que Kennedy contesta: “Sí. O Suiza, Suecia o Dinamarca. ¿Se opondría a que enviáramos a un científico neutral a Dimona?”.Ben Gurion está acorralado. Negarse a esas inspecciones demostraría que tiene algo que ocultar, que es precisamente lo que está ocurriendo. Acepta, pero a partir de entonces se embarca en una serie de maniobras de obstrucción y consigue retrasar las visitas. Una inspección anterior no había arrojado ningún resultado. En una segunda ocasión, los científicos sólo pueden pasar 40 minutos en Dimona y no reciben permiso para visitar el edificio principal. Todo está preparado para que no encuentren nada.Kennedy podría haber aumentado la presión hasta niveles insoportables impidiendo la venta de los misiles antiaéreos Hawk en 1962, pero no lo hizo. Por otro lado, sin ellos es probable que Ben Gurion no hubiera autorizado ningún tipo de inspección. Y eso es todo lo que podía conseguir EE.UU. en ese momento. Los Hawks son la mejor línea de defensa con la que Dimona puede contar ante un hipotético ataque preventivo egipcio, como de hecho ya había amenazado Nasser. En la primera oleada de ataques para destruir a las fuerzas aéreas egipcias en la Guerra de los Seis Días (1967), Israel sólo pierde ocho aviones. Uno de ellos vuelve dañado a su base manteniendo el silencio de las comunicaciones ordenado para la misión. Entra en el espacio aéreo de Dimona y es derribado por un Hawk. Kennedy no ceja en su empeño hasta que arranca un compromiso en una reunión con Shimon Peres –entonces viceministro de Defensa e implicado en el programa nuclear desde el primer momento–, que termina convirtiéndose en la respuesta estándar israelí para las décadas siguientes. “Puedo asegurarle con total claridad que no introduciremos las armas nucleares en la región, y que ciertamente no seremos los primeros en hacerlo”, dice Peres en la Casa Blanca. Como se verá más tarde, las palabras tendrán un significado muy peculiar a la hora de encubrir las evidencias sobre la bomba nuclear israelí.La resistencia de Ben Gurion a aceptar inspecciones reales termina enfureciendo a Kennedy. En la historia de la relación entre ambos aliados, pocas veces EE.UU. ha enviado a Israel un ultimátum tan claro como el que aparece en la carta de JFK al primer ministro israelí del 18 de mayo de 1963. “Este compromiso [con la seguridad de Israel] y este apoyo estarían en serio peligro para la opinión pública de este país y para Occidente si este Gobierno [de EEUU] fuera incapaz de obtener información fiable sobre un asunto tan vital para la paz como el carácter de los esfuerzos israelíes en el campo nuclear”. Pero dos hechos inesperados contribuirán a que la tormenta amaine: la dimisión de Ben Gurion y el más que conveniente asesinato de Kennedy. Una primera respuesta del primer ministro a la carta de Washington contiene las promesas habituales, pero también ciertas salvedades ambiguas que hacen ver a los norteamericanos que el israelí no ha entendido el mensaje. Al mes siguiente, Kennedy envía una segunda carta en términos similares, si cabe más duros, y reitera la amenaza de que el apoyo a Israel está “en serio peligro”. Ben Gurion está tensando la cuerda al límite, pero no tendrá que afrontar las consecuencias. Antes de que el embajador norteamericano pueda entregarle la segunda carta, presenta la dimisión de forma inesperada. La noticia causa un gran impacto en Israel. El político más poderoso del país se retira de todos sus cargos: primer ministro, ministro de Defensa y líder del partido Mapai (que luego será el Partido Laborista).Varios políticos e historiadores creen que el conflicto con Washington es lo que ha originado la dimisión. Incluso algunos opinan que fue forzada por Kennedy. Sin embargo, no parece que sea así. En el libro 'Support Any Friend. Kennedy’s Middle East and the Makingofthe U.S.-Israel Alliance', el historiador Warren Bass sostiene que la razón no hay que buscarla en el programa nuclear. La posición de Ben Gurion dentro de su partido era insostenible. La vieja guardia del Mapai “estaba convencida de que Ben Gurion iba a pasar por encima de la vieja generación de líderes y colocar a (Shimon) Peres y (Moshe) Dayan al frente del partido”. No iban a permitirlo.Sin el carácter indomable de Ben Gurion, muchos creen que el sucesor, Levi Eshkol, será un líder de transición. Pero en el caso del conflicto nuclear con EEUU, su perfil bajo y alergia a los grandes enfrentamientos le resultan muy útiles. Eshkol no tiene la menor intención de correr riesgos en la relación con Washington. Es demasiado valiosa como para adoptar una actitud obstruccionista. Bass cuenta en su libro un viejo chiste israelí en el que unos agricultores se presentan en el despacho del primer ministro para quejarse de los efectos de una terrible sequía. “¿Dónde?”, pregunta un alarmado Eshkol. “En el Neguev, por supuesto”, le dicen. “Menos mal”, comenta Eshkol, mucho más aliviado. “Pensaba que era en EE.UU.”. Donde Ben Gurion había sido intransigente, su sucesor es flexible y conciliador. Acepta la idea de inspecciones regulares sin concretar demasiado. En ese momento, la prioridad es reducir al mínimo las tensiones en una relación que es estratégica para Israel. Ya habrá tiempo de ocuparse de que el programa nuclear siga oculto. Kennedy se da de momento por satisfecho.Su asesinato en noviembre de 1963 no provoca un giro completo en las relaciones con Israel, pero si acelera la profundización de la alianza. Lyndon Johnson no está tan comprometido con la idea de no proliferación. Nunca permite que el programa nuclear israelí interfiera en su diálogo con Eshkol. Y da inicio a una etapa que se prolonga hasta nuestros días de venta del mejor armamento a Israel. 210 tanques M-48 en 1965. 48 bombarderos Skyhawk en 1966, la primera gran venta de aviones. 50 bombarderos F-4 Phantom en 1968.Las inspecciones de Dimona –Kennedy quería que fueran dos al año– se reducen a una sola. Los norteamericanos ven lo que los israelíes quieren que vean. En junio de 1966, The New York Times informa de que la última visita confirma a Washington “la conclusión inicial de que la central no se está utilizando para fabricar armas atómicas”. Lo que no conoces no te puede hacer daño.En algún momento de la presidencia de Johnson, Israel concluye los trabajos de su primera bomba nuclear. Según el historiador israelí Avner Cohen, cuando llega la guerra de 1967, el país ya cuenta con “capacidad armamentística nuclear, rudimentaria pero operativa”, probablemente dos bombas nucleares.La Administración Johnson nunca se ve en la tesitura de tomar una decisión al no poder ignorar que Israel tiene la bomba. Nixon no tiene esa posibilidad. Cuando plantea en varias ocasiones al Gobierno de Golda Meir que la aparición de armas nucleares en Oriente Medio es “una amenaza directa a la seguridad nacional de Estados Unidos” porque supondría un grave revés para los intentos de impedir la extensión de esas armas en todo el mundo, Israel comienza a dar forma a la política de ambigüedad calculada que persiste hasta nuestros días. Para ello, es necesario retorcer la verdad, aplicar a ciertos conceptos un significado discutible y hacer creer a Washington que estaría dispuesta a firmar el Tratado de No Proliferación.Al final, Richard Nixon y Henry Kissinger deciden que la capacidad de presión de su Gobierno sobre Israel es limitada y que llevarla hasta sus últimas consecuencias sería incluso contraproducente para la política de no proliferación.Tras la llegada de Nixon a la Casa Blanca, la bomba israelí es ya el fantasma del que todos hablan en los Departamentos de Estado y de Defensa en Washington, aunque los hay que harán todo lo posible por ocultarlo. Entre ellos, está el embajador norteamericano en Tel Aviv, Walworth Barbour, en el cargo desde 1961 (lo fue durante doce años).Barbour asiste a una reunión en el Departamento de Estado al comenzar 1969 donde recibe un informe sobre lo que los servicios de Inteligencia conocen del programa de armas nucleares israelíes. En un momento dado, el embajador se levanta y da por zanjada la cuestión: “Caballeros, no me creo ni una palabra de esto”.Hay una persona que no da crédito a lo que escucha, quizá porque sólo unos meses antes había dado a Barbour esa información sin que se produjera la misma reacción. Fuera de los oídos de los demás, le dice: “Señor embajador, usted sabe que esto es cierto”. El diplomático le deja claro cuáles son sus prioridades: “Si yo lo reconociera, tendría que ir al presidente [para informarle]. Y si él lo admite, tendría que hacer algo al respecto. El presidente no me envió para meterle en problemas. No quiere que le den malas noticias”.Todas las claves de lo que termina siendo la luz verde de EEUU a la bomba israelí están en un informe que Kissinger envía a Nixon en julio de 1969, desclasificado en el 2001, poco antes de una visita de Golda Meir a la Casa Blanca. El consejero de Seguridad Nacional presenta ahí el consenso existente entre los principales departamentos implicados y hace sus propias recomendaciones.El texto es en sí mismo un manual de la realpolitik. Se establecen unos principios claros de la política exterior norteamericana pero, al mismo tiempo, se admite que hacerlos cumplir perjudicaría por otras razones a los intereses del país. El silencio es la forma con que se salva esa contradicción. Si los israelíes quieren tener algo, la única alternativa viable es que no se sepa. Golda Meir no podría estar más de acuerdo.Kissinger establece que la presencia de armas nucleares en Oriente Medio va contra los intereses de EEUU. Acto seguido, detalla el potencial israelí: “Israel tiene 12 misiles superficie-superficie entregados por Francia. Ha puesto en marcha una cadena de producción y planea tener para finales de 1970 una fuerza total de 24-30, diez de los cuales están programados para llevar cabezas nucleares”.¿Cuál es la principal y única baza con la que cuenta EEUU para presionar, dado que nadie se imagina que vaya a imponer sanciones a su aliado? La venta de los bombarderos F-4 Phantom, prometida por Johnson y que está previsto que se inicie en septiembre. Kissinger apunta que, cuando se firmó ese contrato, Israel se comprometió a “no ser el primero en introducir armas nucleares en Oriente Medio”. Hay que recordar que los F-4 pueden adaptarse para lanzar una bomba nuclear.Para salvar el salto entre el lenguaje y la realidad, los israelíes tienen su propia definición de la palabra introducir. Según ha contado Yitzhak Rabin a sus interlocutores (entonces embajador israelí en Washington), es lícito contar con armas nucleares mientras no hagan una prueba nuclear, desplieguen esas armas o hagan pública su posesión. Si no hacen nada que sirva al mundo para ser consciente de que existe una nueva potencia nuclear, en ese caso no estarían introduciendo las nuevas armas en la región.“Al firmar el contrato [de venta de los F-4], escribimos a Rabin para decirle que creemos que la simple 'posesión' constituye una 'introducción', y que la introducción de armas nucleares por Israel sería para nosotros causa suficiente para cancelar el contrato”, prosigue Kissinger.Con ser peligrosa, la posesión de armas nucleares no lo es tanto como el hecho de que trascienda. Podría hacer que Rusia extendiera su paraguas nuclear sobre los países árabes y reforzar su control sobre ellos. Kissinger se pone en la piel del Politburó para afirmar que los rusos también preferirían no saber y no tener por tanto que cumplir los compromisos con sus aliados.A EE.UU. le interesa “como mínimo” que Israel firme el TNP. Con una mezcla de cinismo y realismo, Kissinger admite que quizá sea irrelevante. “No es que firmar suponga alguna diferencia en el programa nuclear israelí, porque Israel podría fabricar las cabezas nucleares de forma clandestina”. Al menos, la firma les daría la opción de tratar el asunto abiertamente con el Gobierno de Golda Meir. Los objetivos norteamericanos planteados a Nixon son que Israel firme el TNP, que se comprometa por escrito a no ser el primer país en introducir las armas nucleares en Oriente Medio, quedando claro que posesión es sinónimo de introducción (aunque Kissinger dice que podrían darse por satisfechos siempre que no se concluya hasta el final el proceso de ensamblaje de una cabeza nuclear o su instalación en un misil); y que detenga la producción y despliegue de los misiles Jericó o cualquier otro misil capaz de transportar una cabeza nuclear.De inmediato, Kissinger plantea a Nixon por qué estos tres objetivos son de hecho inalcanzables. Este “dilema” se basa en que “Israel no nos tomará en serio” si no estamos en condiciones de amenazar con cancelar la venta de aviones o incluso toda la relación militar entre los dos países, incluida la venta de armamento. Se puede realizar esa presión, pero no será efectiva si no se está dispuesto a llegar hasta el final. Y lo que Kissinger a Nixon es que no pueden. Negar a Israel los aviones provocaría una “enorme presión pública” sobre el Gobierno –hay que suponer que por la probable protesta de la comunidad judía norteamericana y del Congreso–. “Estaríamos en una posición indefendible si no pudiéramos declarar por qué hemos retirado los aviones. Pero si explicamos nuestra posición en público, seríamos nosotros los que estaríamos desvelando la posesión de armas nucleares por Israel, con todas las consecuencias internacionales que eso conlleva”. Por cierto, el resultado de la reunión entre Nixon y Golda Meir en septiembre de 1969 no se conoce con el mismo detalle. Parece claro que EEUU e Israel llegaron a un acuerdo secreto en los términos que deseaba Meir. No se harían pruebas nucleares que trascendieran y no habría una declaración pública sobre el nuevo arsenal. EE.UU. no reconocería en público que Israel contaba con armamento nuclear. En octubre, Rabin informa a Kissinger de que Israel “no se convertirá en una potencia nuclear”. Es una simple mentira o una aplicación de la adaptación del lenguaje a las circunstancias. Las bombas nucleares existen pero, al no hacerse pública su existencia, en realidad no existen.Además, comunica que su país estudiará firmar el TNP luego de las elecciones de noviembre. Al año siguiente, el mismo Rabin confirma que no habrá tal adhesión. Ya da igual. EE.UU. abandona toda idea de presión y pone fin a las inútiles inspecciones de la central de Dimona. No es necesario continuar con el teatro de las inspecciones que nunca iban a encontrar nada.Desde entonces, Israel mantiene una política a la que se llama de ambigüedad nuclear. Ni confirma ni desmiente que tenga las armas nucleares que todo el mundo sabe que tiene. Si es necesario, reitera los términos expresados años atrás por Rabin. En 1986, un técnico de Dimona llamado Mordejái Vanunu se puso en contacto con The Sunday Times para contar lo que sabía del arsenal atómico y aportar pruebas fotográficas. El periódico lo llevó al Reino Unido, pero el Mossad consiguió engañarle y lo secuestró. Fue juzgado en secreto en Israel y condenado. Pasó 18 años en prisión, de los que once fueron en confinamiento solitario.El entonces primer ministro, Ehud Olmert, cometió un desliz en una entrevista con una televisión alemana en el 2006 al dar a entender que Israel contaba con armas nucleares. Recibió muchas críticas de la oposición entre las que destacó la del ex ministro de Exteriores Silvan Shalom, del Likud. “Siempre nos enfrentamos a la misma cuestión cuando nuestros enemigos preguntan: ¿por qué se permite a Israel tener la bomba y no a Irán?”. Esa es la pregunta que todos los presidentes norteamericanos posteriores a Nixon no han querido responder en público, lo cual es una clara demostración de su complicidad.
Es indudable que la más reciente entrega de la saga de Jurassic Park tiene un claro olor a rancio.Se esfuerza por ofrecer una “nueva” visión de una fórmula ya desgastada - un escape del acecho de los dinosaurios - que ha recaudado miles de millones de dólares y con la que claramente no se puede jugar demasiado, pero los cineastas debieron haber jugado un poco más con ella y no repetir la trama.En efecto, si bien JurassicWorldRebirth cuenta con grandes estrellas como Scarlett Johansson y Jonathan Bailey, así como con criaturas mejor diseñadas que nunca, ofrece tan pocas emociones que puede que sea la más floja de la saga.Esta séptima entrega en esencia es un relanzamiento de un relanzamiento y sigue el modelo creado por Steven Spielberg en la primera cinta de Parque Jurásico, aquella protagonizada por Sam Neill y Laura Dern hace 32 años. Le siguió una trilogía de JurassicWorld, con Chris Pratt y Bryce Dallas Howard.Y esta del 2025 parecía prometedora. Johansson, tan vibrante como estrella de acción en Black Widow, interpreta a una mercenaria, Zora Bennett, contratada por una gran empresa farmacéutica para recuperar ADN de dinosaurios.Bailey encaja perfectamente en el papel del Dr. Henry Loomis, un paleontólogo inteligente que se une a la peligrosa misión. Él puede identificar a los dinosaurios, que deambulan libremente por una isla tropical abandonada donde los experimentos para crear híbridos salieron mal.En la misión de Bennet, el ADN que busca recuperar se utilizará para crear un medicamento para prevenir enfermedades cardíacas, lo que proporcionará enormes beneficios a la empresa farmacéutica que la contrata.RupertFriend interpreta al villano, el codicioso representante de la empresa, lo que lo convierte instantáneamente en el más propenso a ser devorado por un dinosaurio. Y Mahershala Ali interpreta al confiable colega de Bennett, un marinero contratado para llevarlos a la isla.Pero es un problema cuando la historia principal de una película, repleta de estrellas, se ve eclipsada por la trama secundaria, lo cual es el improbable resultado en JurassicWorldRebirth.Como siempre en una película de esta saga, hay una familia en peligro. Aquí, el padre es Reuben (Manuel García-Rulfo, de la serie de Netflix The Lincoln Lawyer). Está de viaje en barco con sus hijas, Teresa (Luna Blaise), que está en la universidad, e Isabella (Audrina Miranda, muy buena interpretando el miedo), de 11 años, y el novio de Teresa, Xavier (David Iacono).Su historia es la más llena de suspenso desde el principio, cuando su barco es atacado y volcado por un enorme pez dinosaurio —oficialmente un mosasaurio, más grande que una ballena y más feroz que un tiburón— en una secuencia con niveles de peligro similares a los de "Tiburón".Son rescatados por la tripulación de Bennet, pero en la isla se separan. Durante la mayor parte de la película, la trama de la familia discurre en paralelo a la de la expedición, y se desarrolla de forma más a medida que avanzan con dificultad por el bosque, sobresaltándose ante cualquier rugido y descubriendo que lo que parece un tronco de árbol podría ser un dinosaurio durmiendo.Las amenazas son más viscerales para la familia, en parte porque sus personajes podrían ser víctimas en cualquier momento. ¿Qué probabilidades hay de que Scarlett Johansson o Jonathan Bailey sean devorados? Las situaciones peligrosas de las estrellas tienen que ser especialmente tensas para compensar su supervivencia segura, como ocurre en la mayoría de las películas de JurassicPark.Aquí, sus percances no son lo suficientemente aterradores como para mantener a los espectadores en vilo. El director, Gareth Edwards (director de RogueOne: Una historia de StarWars y, más recientemente, TheCreator), no suele situarlos tan cerca de los dinosaurios como a la familia y la acción es mala.Cuando Henry se aferra al borde de un acantilado con la punta de los dedos, se podría pensar generosamente que es un homenaje a muchas cosas, pero resulta ser un cliché. Y Edwards añade algunos detalles que distraen. En dos momentos diferentes, Henry mastica ruidosamente una pastilla de menta, un intento fallido y vergonzoso de hacer humor.El texto al comienzo de la película explica que, en los años transcurridos desde el regreso de los dinosaurios, estos se han visto amenazados por los cambios del medioambiente y también por el "desinterés del público".La frase suena como un pretexto para que el director cree monstruos más grandes y aterradores. Zora y Henry tienen que sedar y obtener ADN de un titanosaurio, el carnívoro más grande que haya existido, y del quetzalcoatlus, un ave voladora, feroz y con pico, así como del mosasaurio, un reptil acuático.Junto con muchas otras criaturas, no son tan aterradoras ni impresionantes, y a veces resultan hermosas de contemplar por su gigantesco tamaño. En un momento dado, vemos a docenas de dinosaurios de cuello largo pastando pacíficamente.La majestuosa música original de John Williams, que el compositor Alexandre Desplat inserta con elegancia en su nueva partitura, se eleva, y podemos sentir el asombro de Loomis mientras contempla a unas criaturas que nunca antes había visto.Pero esa escena, que evoca deliberadamente la sensación de asombro que experimentaron los personajes de Neill y Dern —y el público del cine— al ver manadas de dinosaurios pacíficos en Jurassic Park, es un recordatorio de lo bien que se mantiene la original de Spielberg.De las siete películas, es insuperable a la hora de crear tensión y mantener al público cautivado. Las secuelas han tenido altibajos, sin llegar nunca a igualar a la original en cuanto a emoción pura.Edwards ha dicho que Spielberg le asesoró en la historia y que estuvo "muy involucrado" en la realización de Jurassic Park Rebirth, pero eso obviamente no es lo mismo que dirigirla.Si no se puede mejorar la original, es mejor intentar algo atrevido para evitar que decaiga el interés por los dinosaurios.... mas de lo mismo, ya cansa y aburre. ¿No os parece?
La interesada afirmación, adoptada por Estados Unidos, Israel y sus socios europeos, de que el ataque a Irán fue “un intento preventivo para impedir que Teherán adquiriera armas nucleares” es manifiestamente falsa. Tiene casi el mismo peso que las acusaciones contra Saddam Hussein de Irak en el 2003, y esta guerra de agresión es igualmente ilegal. Como sabeis, y durante casi cuatro décadas, el Criminal de Guerra Benjamín Netanyahu, ha afirmado que Irán está a punto de adquirir un arma nuclear. Sin embargo, todos los intentos de alcanzar un acuerdo que implique mayor vigilancia y restricciones al programa nuclear iraní han sido sistemáticamente desmantelados por Israel y sus poderosos grupos de presión en las capitales occidentales. Para evaluar adecuadamente el ataque de Israel contra Irán, debemos establecer los hechos en este caso. Los sionistas afirman haber lanzado un ataque preventivo, pero no han presentado ninguna prueba que respalde sus acusaciones de que Irán estaba a punto de adquirir un arma nuclear. Simplemente afirmar esto no constituye una prueba, sino una afirmación, similar a cómo Estados Unidos le dijo al mundo que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, cuando posteriormente reconocieron que ello era falso y solo buscaron un pretexto para apoderarse de sus inmensas reservas de gas y petróleo, tal como ocurrió posteriormente. En marzo, la directora de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, Tulsi Gabbard, testificó ante un Comité de Inteligencia del Senado que la comunidad de inteligencia “continúa evaluando que Irán no está construyendo un arma nuclear y que el líder supremo, el ayatolá Ali Khamenei, no ha autorizado el programa de armas nucleares que suspendió en el 2003”. Además de esto, Irán participaba activamente en negociaciones indirectas con Estados Unidos para alcanzar una nueva versión del Acuerdo Nuclear de 2015. Donald Trump anunció que Washington se retiraría unilateralmente del acuerdo en 2018, y en su lugar implementaría una campaña de sanciones de “máxima presión” a instancias de Israel. A pesar de las afirmaciones de Netanyahu y Trump de que Irán estaba violando el acuerdo nuclear, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) publicó un informe que afirmaba que Irán cumplía plenamente con el acuerdo en ese momento. Si rastreamos cada conversación con los neoconservadores, los halcones de guerra israelíes y los centros de estudios de Washington, su oposición al acuerdo nuclear de la era Obama siempre termina derivando en las cuestiones del programa de misiles balísticos de Irán y su apoyo a actores regionales no estatales en Líbano, Yemen y Gaza. Los sionistas afirman con frecuencia que Irán producirá un arma nuclear en "años", "meses" o incluso "semanas", una falsa narrativa que se ha vuelto casi natural. Sin embargo, su principal problema siempre ha sido el apoyo de Irán a grupos como Hamás y Hezbolá, que luchan por la creación de un Estado palestino, en territorios usurpados por Israel. La prueba de todo esto es simple. Israel, por sí solo, no puede destruir el vasto programa nuclear de Irán. Tampoco está claro si Estados Unidos puede destruirlo, por más que Trump haya afirmado “que el programa nuclear de Irán ya no existe” luego de bombardear sus instalaciones nucleares con misiles, aunque no puede comprobar si logro su objetivo. Un ejemplo de la ineficacia estadounidense para penetrar búnkeres de estilo iraní, construidos en cordilleras montañosas, como muchas de las instalaciones nucleares iraníes, quedó demostrado con el fracaso estadounidense en destruir las bases de almacenamiento de misiles en Yemen con sus municiones antibúnker, lanzadas desde bombarderos B-2. Casi inmediatamente luego de lanzar su guerra contra Irán, Netanyahu envió un mensaje en inglés al pueblo iraní, instándolo a derrocar a su gobierno en un intento de provocar disturbios civiles. Desde entonces, prácticamente ha anunciado que su verdadera intención es un cambio de régimen, afirmando que la operación "podría conducir" a un cambio de régimen, siguiendo la misma línea adoptada por Trump tras sus injustificados ataques. La propia comunidad de inteligencia y las élites militares de Israel también han expresado su opinión de que su fuerza aérea por sí sola no es capaz de destruir el programa nuclear iraní. Entonces, ¿por qué lanzar esta guerra si no es posible lograr el aparente objetivo por el que se lanzó "preventivamente”? Hay dos posibles explicaciones: La primera es que Netanyahu ha lanzado este ataque contra Irán como enfrentamiento final en su “guerra de siete frentes”, con la que espera concluir el conflicto regional mediante un intercambio mortal que en última instancia infligirá daños a ambas partes. En este escenario, el resultado deseado sería concluir la guerra con la afirmación de que Netanyahu “ha logrado destruir o ha degradado significativamente el programa nuclear iraní”. También añadiría afirmaciones, como ya lo hemos visto, de que se eliminaron enormes cantidades de misiles y drones iraníes. Esto también daría sentido al ataque israelí inicial, que mató a altos comandantes del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI) y científicos nucleares. Sería la combinación perfecta de propaganda para vender una falsa narrativa. Por otro lado, se asumiría que Teherán también se adjudicaría la victoria, ya que luego de los ataques, sigue firme en el poder. Entonces, ambas partes podrían mostrar los resultados a su población y las tensiones se calmarían temporalmente. Si se lee lo que dicen los centros de estudios con sede en Washington al respecto, en particular la Fundación Heritage , se habla de la capacidad de contener la guerra. La segunda explicación, que podría ser un beneficio adicional que los israelíes y los EE. UU. esperan que llegue como resultado de sus esfuerzos, es que esta es una guerra de cambio de régimen a gran escala que está diseñada para atraer a los EE. UU. El “prestigio militar” de Israel se vio gravemente dañado en el ataque liderado por Hamás el 7 de octubre del 2023, donde fueron humillados no por un ejército, sino para mayor vergüenza, por un pequeño grupo de combatientes, y desde entonces no se ha logrado ninguna victoria sobre ningún enemigo. Hamás sigue operando en Gaza y se dice que cuenta con el mismo número de combatientes que al comienzo de la guerra. Hezbolá sufrió importantes golpes, pero sigue muy activo, mientras que Ansarallah, en Yemen, no ha hecho más que aumentar su fuerza. Esta es una derrota aplastante para el ejército israelí y una vergüenza para Estados Unidos. Como es bien sabido, Irán es la potencia regional que respalda a todo el llamado Eje de la Resistencia. Sin él, grupos como Hezbolá y Hamás se verían significativamente debilitados. Evidentemente, la resistencia armada a la ocupación israelí nunca cesará mientras existan pueblos ocupados y vivan bajo un régimen opresivo, pero destruir a Irán sería devastador para la alianza regional contra Israel. La gran pregunta, sin embargo, es si un cambio de régimen es siquiera posible. Existe un serio interrogante aquí, y parece mucho más probable que esto termine en una pendiente resbaladiza hacia una guerra nuclear. Lo que hace aún más ridícula la afirmación israelí-estadounidense de que esta guerra es de alguna manera preventiva, de la cual no existe prueba alguna, es que, en todo caso, Irán podría apresurarse a adquirir un arma nuclear con fines defensivos, como ya se lo ofreció Corea del Norte y Pakistán. Si ni siquiera pueden confiar en que los israelíes no los bombardearán con el apoyo de Estados Unidos, mientras se suponía que las negociaciones estaban en marcha, ¿cómo podría negociarse un acuerdo? Incluso si Estados Unidos se une y asesta un duro golpe al programa nuclear iraní, esto no significa que Irán simplemente lo abandone por completo. En cambio, Teherán podría simplemente reconstruir y adquirir la bomba en años posteriores con el apoyo de sus aliados, como China, Rusia o Corea del Norte. Al respecto, veteranos analistas de la realidad iraní también dudan de la capacidad de Israel para poder destruir al régimen iraní, incluso en el caso de que logren matar al líder supremo Alí Jamenei. Consideran por el contrario que la ofensiva israelí puede permitir al régimen atrincherarse y acelerar los intentos de desarrollar el arma nuclear, por lo que coinciden que si EE.UU. e Israel creen que con sus ataques van a doblegar a Irán, están muy equivocados (Precisamente, Bloomberg informa que, a pesar de las palabras altisonantes de Trump, EE.UU. evitó dañar reactores nucleares en su ataque a Irán, y que las imágenes satelitales muestran que las instalaciones de investigación en la planta de Isfahán, no fueron atacadas por las fuerzas estadounidenses, los cuales según cuatro altos funcionarios de la OIEA en Viena, “habían sido dejados intactos deliberadamente”. Esta información es coloborrada por el Pentágono, el cual agrego que los bombardeos sobre Irán ordenados por Trump el pasado sábado no lograron ni los objetivos perseguidos ni lo que luego afirmaron el propio presidente de EEUU y su equipo: no destruyeron los componentes fundamentales del programa nuclear del país y solo lo retrasaron unos meses, según una evaluación preliminar de los servicios de inteligencia estadounidenses).
Cuando id Software revitalizó la franquicia Doom en el 2016, no solo insufló nueva vida a una serie clásica, sino que también revitalizó el género de los juegos de disparos en primera persona. En un panorama dominado por lanzamientos anuales repetitivos y una jugabilidad estancada, Doom emergió como una alternativa refrescante, con énfasis en el combate agresivo y las mecánicas clásicas. Luego de casi una década, la última entrega, Doom: The Dark Ages, lleva a los jugadores a un viaje medieval lleno de intensa acción de exterminio de demonios, mecánicas de juego innovadoras y un mundo visualmente impactante. Esta nueva entrega marca una evolución significativa en la serie, basándose en las bases de sus predecesores. El juego conserva el intenso juego de armas que tanto adoran los fans, a la vez que introduce nuevas mecánicas que enriquecen la experiencia. Un elemento central de esta nueva jugabilidad es la Sierra Escudo, un arma versátil con múltiples funciones: sirve como escudo de defensa, arma para ataques cuerpo a cuerpo y herramienta para desplazarse. Esta pieza transforma la forma en que los jugadores se involucran en el juego, permitiendo un enfoque más estratégico del combate. Si bien el juego presenta algunos pequeños fallos, estos no le restan diversión, convirtiendo a Doom: The Dark Ages en una experiencia emocionante tanto para principiantes como para veteranos. El sistema de combate se ha rediseñado para reflejar un estilo más intenso y meditado. El Doom Slayer, ahora representado como un guerrero medieval, combina agilidad con fuerza bruta. Los jugadores pueden bloquear y parar ataques, convirtiendo la defensa en ataque con solo pulsar un botón en el momento oportuno. Esta mecánica añade complejidad a la jugabilidad, creando oportunidades para que los jugadores desaten contraataques devastadores. El ritmo del juego es más lento que en sus predecesores, pero la acción se mantiene rápida y caótica, garantizando que los jugadores estén constantemente inmersos en la lucha contra las fuerzas del Infierno. Ambientado en el siniestro mundo de Argent D'Nur, Doom: The Dark Ages sirve como precuela de los títulos anteriores, explorando la historia del Doom Slayer y los Centinelas de la Noche. La narrativa gira en torno a una guerra contra el Infierno, con el Corazón de Argent, un antiguo artefacto, en el centro del conflicto. Si bien la historia puede no ser el punto fuerte del juego, proporciona un telón de fondo para la intensa acción. Los jugadores se desplazan por diversos entornos, desde extensos bosques hasta antiguas ruinas, mientras luchan contra fuerzas demoníacas lideradas por Azhrak, el príncipe del Infierno. La narrativa del juego se enriquece con sus impresionantes gráficos, que combinan la estética medieval con elementos de ciencia ficción. Cada nivel está diseñado para ofrecer experiencias únicas, permitiendo a los jugadores explorar intrincados espacios interiores y extensos paisajes exteriores. Las escenas cinemáticas marcan la acción, proporcionando contexto e impulsando la historia, aunque podrían no satisfacer del todo a quienes buscan una narrativa más profunda. Los propios entornos cuentan una historia, sumergiendo a los jugadores en un mundo donde la grandeza ancestral se encuentra con la guerra implacable. Doom: The Dark Ages introduce varias mecánicas de juego nuevas que mejoran la experiencia general. La Sierra Escudo no solo sirve como arma, sino que también facilita el movimiento por el campo de batalla. Los jugadores pueden lanzarse contra los enemigos, creando una experiencia de combate dinámica, fluida y emocionante. El juego fomenta la exploración, con recursos ocultos repartidos por los niveles que permiten mejorar armas y habilidades. Esta decisión de diseño recompensa a los jugadores por dedicar su tiempo y sumergirse en el entorno, lo que añade profundidad a la jugabilidad. La variedad de armas sigue siendo un sello distintivo de la franquicia Doom, con un arsenal que incluye potentes armas de fuego y opciones de combate cuerpo a cuerpo. Cada arma se puede mejorar, lo que permite a los jugadores adaptar su estilo de juego a sus preferencias. La sinergia entre la Sierra Escudo y diversas armas crea oportunidades para el combate estratégico, haciendo que cada encuentro sea único. El diseño del juego anima a los jugadores a experimentar con diferentes tácticas, garantizando que cada batalla sea única. A nivel técnico, Doom: The Dark Ages destaca, demostrando las capacidades del motor ID Tech 8. El juego presenta gráficos impresionantes, con modelos de personajes detallados y entornos expansivos que sumergen a los jugadores en su mundo. El rendimiento es fluido, funcionando a 60 fotogramas por segundo en PS5 sin problemas notables. Las impresionantes vistas y los intrincados diseños de niveles contribuyen a una experiencia inmersiva que cautiva a los jugadores de principio a fin. Sin embargo, el diseño de sonido ha recibido críticas dispares. Si bien la jugabilidad está acompañada de música heavy metal, carece del estilo distintivo que caracterizó las entregas anteriores de la serie. La banda sonora resulta genérica y no intensifica la acción con la misma eficacia que en títulos anteriores. A pesar de ello, los efectos de sonido durante el combate son impactantes, lo que contribuye a la experiencia general de ser una fuerza formidable en el campo de batalla. Disponible en PlayStation 5 , Xbox Series X y Series S , Microsoft Windows , GeForce Now y Xbox Cloud Gaming.