La entidad sionista, acostumbrada desde su ilegal fundación en 1948 a masacrar con total impunidad a la población civil palestina, expulsándolos de sus tierras ancestrales, demoliendo sus casas y asesinando a quienes se les resistían, instalando a continuación asentamientos israelíes en su lugar habitado por colonos extremistas - todo ello con la abierta complicidad de la comunidad internacional que no dice una sola palabra acerca de sus monstruosos crímenes - ha recibido un duro golpe este fin de semana, cuando de una forma sorpresiva y a su vez demoledora, combatientes del grupo islámico Hamás, tras lanzar miles de cohetes desde la franja de Gaza sobre Israel, iniciaron una operación militar de gran envergadura por aire y tierra (con el nombre de Tormenta de Al-Aqsa), eliminando a unos 900 judíos, entre soldados, policías y colonos, celebrando la victoria encima de los tanques israelíes destruidos, lo que como podéis suponer, ha causado gran conmoción entre los sionistas por tamaña humillación sufrida, al punto que el Primer Ministro Benjamín Netanyahu declaro un estado de guerra total afirmando “que se han abierto las puertas del infierno en la Franja de Gaza” dando inicio a una serie de indiscriminados bombardeos aéreos sobre dicho territorio, demoliendo barrios enteros de Gaza, matando en venganza a miles de palestinos. Pero esto es solo el comienzo, ya que ha prometido acabar definitivamente con Hamás, “así tenga que exterminar a toda la población. Gaza nunca volverá a ser lo que era” advirtió. Semejante amenaza no debería llamar la atención a nadie, porque su obsesión siempre ha sido borrar toda presencia palestina. Asimismo, ha ordenado un bloqueo total a la franja, cortándoles el suministro de energía, agua, medicinas y alimentos, condenando prácticamente a muerte a sus 2 millones de habitantes, que ya desde hace años viven enclaustrados y aislados del mundo en esa inmensa cárcel que es Gaza. Entretanto, en los medios de comunicación occidentales controlados por poderosas corporaciones judías, se ha iniciado una intensa campaña mediática para presentar a los verdugos del martirizado pueblo palestino como “victimas”... Pero eso ya no cuela. Por cierto, cabe precisar que esta audaz incursión de Hamás - que aparte de los cientos de israelíes muertos y miles de heridos, así como centenares de civiles, militares y policías capturados - ha acabado para siempre con el mito de ‘la invencibilidad de Israel’ de lo que hacia gala la propaganda sionista. No cabe duda que el ataque sorpresa de Hamás, en el 50 aniversario de la guerra de Yom Kippur, será recordado como un fracaso absoluto de los servicios de Inteligencia israelíes. En el espacio de varias horas, docenas de militantes de Gaza atravesaron la valla fronteriza hacia el sur de Israel, sorprendiendo las posiciones militares locales. Hombres armados han secuestrado y matado a los odiados colonos sionistas en las comunidades fronterizas del sur, filmando su asalto mientras avanzaban en numerosos lugares. Incluso un periodista de la televisión de Gaza registró un ataque desde el interior de Israel, algo hasta ahora impensable. Aunque las imágenes de varios miles de cohetes surcando el cielo se han convertido en algo común a lo largo de los años, durante los repuntes periódicos de los combates en torno a Gaza, las escenas de los equipos de asalto de Hamás moviéndose por las calles de comunidades como Sderot, volando las puertas de un kibbutz y disparando a los coches y colonos, nunca habían sido presenciadas por la mayoría de los israelíes. Si resulta sorprendente es porque se creía que la vigilancia que ejerce Israel sobre la población palestina es a la vez muy elaborada y muy invasiva, con el seguimiento de la actividad de Hamás como una de las tareas más importantes para los cuerpos de seguridad israelíes. Tal y como revelaron informantes de la Unidad 8200 de ciberguerra del Ejército israelí a The Guardian y otros medios de comunicación en el 2014, el grueso de su trabajo es casi exclusivamente desarrollar fuentes e identificar a posibles informantes en los territorios palestinos ocupados. Se les pidió que buscaran individuos con problemas financieros y de salud, así como redoblar los esfuerzos en los controles de entrada y salida para aquellos palestinos a los que se les permitía abandonar la franja. Los miembros de los grupos armados que se encuentran en las cárceles israelíes también han sido históricamente objetivo de los servicios de Inteligencia, por lo que resulta aún más sorprendente que Israel no estuviera al tanto del ataque planeado por Hamás. La industria israelí de tecnología de vigilancia, como demuestra el escándalo del programa espía Pegasus, es una de las más avanzadas del mundo. A pesar de todo ello, los preparativos de Hamás pasaron completamente desapercibidos. Es cierto que Hamás, aunque siempre haya tenido la determinación y la capacidad de elaborar planes a largo plazo, se ha vuelto mucho más hábil a la hora de adaptarse a los retos militares a los que se enfrenta, dedicando a menudo grandes esfuerzos en su planificación y en la identificación de vulnerabilidades israelíes, un hecho muy conocido por las Fuerzas de Defensa o Ejército de Israel. Aunque se sabe por combates anteriores en Gaza que Hamás ha trabajado para desarrollar redes de comunicaciones militares independientes, incluidos sus propios sistemas de retransmisión en el campo de batalla, lo sucedido sugiere dos cosas. La primera es que se planificó con un nivel de seguridad operativa, no sólo dentro de Hamás sino también de las facciones rivales de Gaza, lo que carece de precedentes en combates previos en los que, sin revelar totalmente su alcance, Israel ha difundido la acumulación de arsenales por parte de Hamás. Los analistas militares ya se han apresurado a sugerir que es probable que Hamás haya empleado posiblemente una estrategia para engañar a Israel, aprovechando la conmoción creada por un ataque desde distintas localizaciones - incluidos el lanzamiento de unos cinco mil cohetes y simultáneamente una infiltración de efectivos - para crear el máximo caos posible. Lo que está claro es que en varios momentos de la preparación del ataque se pasaron por alto preparativos de Hamás: la planificación, el almacenamiento de armas y, lo más importante, en el período inmediatamente anterior a la ofensiva de Hamás, cuando sus combatientes se reunían y se acercaban a las zonas fronterizas supervisadas por patrullas con regularidad, cámaras, sensores de movimiento en tierra y minicañones teledirigidos en lugares que en el pasado han demostrado su eficacia contra los intentos de asaltar la valla fronteriza. Todo ello sugiere una operación que, al igual que anteriores ataques sorpresa de infiltración de Hamás, incluidos los que implicaban túneles hacia Israel, requiere una preparación enorme. Tal vez sea significativo el hecho - como han señalado los medios de comunicación israelíes - de que el Ejército y las agencias de Inteligencia israelíes no identificaran los incidentes protagonizados por Hamás en los últimos meses como parte de una preparación para la guerra. Incluso mientras continuaban los tiroteos con infiltrados de Hamás en comunidades israelíes del sur de Israel, los medios de comunicación israelíes se hacían la pregunta inevitable: cómo se ha podido permitir que esto sucediera precisamente en el 50 aniversario de la guerra del Yom Kippur, considerada a su vez un colosal fracaso de los servicios de Inteligencia, cuando Israel fue atacado por una coalición de países árabes en 1973. “Todo Israel se pregunta: ¿Dónde están las IDF [Fuerzas de Defensa de Israel], dónde está la Policía, dónde está la seguridad?”, preguntó Eli Maron, exjefe de la Marina israelí, en la televisión en directo. “Es un fracaso colosal, las jerarquías simplemente han fallado, con consecuencias tremendas”. En las redes sociales y en otros medios, los dirigentes israelíes - incluido el primer ministro, Netanyahu - fueron fustigados abiertamente durante horas por los políticos mientras se desarrollaba el atentado y el silencio de esos líderes sólo se rompió con la comparecencia del ministro de Defensa, Yoav Gallant. Sin embargo, una cosa está clara: este atentado se produce en medio de un periodo de profunda tensión social para Israel. El Gobierno de extrema derecha de Netanyahu, repleto de individuos en puestos del gabinete que no deberían ocupar cargos públicos, como Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional, han dedicado su tiempo a echar gasolina a lo que ya era una situación altamente inflamable en los territorios ocupados. El conflicto inútil e interesado de Netanyahu con gran parte de la sociedad israelí por sus muy criticados planes de socavar el Tribunal Supremo del país, incluso cuando se encuentra inmerso en un proceso judicial por acusaciones de corrupción, ha desbordado el debate público, provocando que un gran número de reservistas amenazaran con no prestar servicio. Incluso cuando finalmente habló Netanyahu, lo hizo para reflejar un establishment político y de seguridad israelí profundamente conmocionado. No se trataba de una “operación” ni de una “ronda” de combates, afirmó, sino de un estado de guerra. Dado que Hamás es incapaz de mantener su incursión durante mucho tiempo, parece terriblemente claro que terminará con el máximo horror. La conmoción era y es el objetivo. La cuestión principal es el alcance de la respuesta de Israel. Enmarcado ya como una guerra, el ataque de Hamás aumentará la presión sobre Netanyahu por parte de una extrema derecha que lleva mucho tiempo presionando para que se produzca un ataque definitivo contra Gaza, que quizá acabe en una ocupación total y el exterminio completo de sus habitantes. Se prevé que la guerra contra Hamás puede durar semanas o meses. En tanto, los mensajes de amigos de Gaza e Israel muestran que el miedo a lo que venga luego es abrumador, porque los sionistas en su sed de sangre ya están dirigiendo su mirada al Líbano, Siria e Irán - especialmente a este ultimo a quien acusan de armar tanto al libanes Hizbollah como a Hamás - a lo que debemos agregar la llegada de un portaaviones estadounidense con varios escuadrones de caza a las costas israelíes “listos para entrar en acción” en una abierta amenaza a Teherán, por lo que el conflicto podría extenderse en una región ya de por si explosiva, con insospechadas consecuencias.
Como sabéis, The Exorcist (El Exorcista) de William Friedkin marcó un punto de inflexión en el cine de terror, que en 1973 consiguió traumatizar a medio mundo con una historia que daba miedo porque llevaba implícito el mensaje de que cualquiera podría ser víctima de una posesión demoniaca y porque ofrecía unos efectos especiales inéditos hasta entonces. Además, conectaba directamente con las creencias y miedos más profundos de una parte importante de la sociedad. Han pasado 50 años desde entonces, y David Gordon Green, el mismo que resucitó con éxito en el 2018 la saga Halloween, se enfrenta al enorme reto de una secuela titulada The Exorcist: Believer (El Exorcista: Creyente) que por un lado debe conectar con la para muchos es la mejor película de terror de la historia y por otro, apartarse lo suficiente para dotar al proyecto de personalidad propia. Y aunque en una primera buena hora da la sensación de que la cinta se mueve por unos códigos parecidos, a medida que se avanza en la historia y se llega el exorcismo se diluye esa sensación para convertirse en una cinta más de posesiones. Gordon Green construye una buena trama alrededor del personaje principal. Al igual que The Exorcist, conecta el presente con fuerzas sobrenaturales exteriores al cristianismo, esta vez Haití y la santería entrar a formar parte de la ecuación. Con paciencia y el buen hacer de Leslie Odom Jr., construye un mosaico en el que ofrece al espectador todos los datos necesarios para comprender el drama que sufre su familia y las motivaciones que impulsan a los personajes. En esta primera parte hay momentos de tensión, una atmósfera opresiva e inquietante y algún que otro susto gracias a los trucos de cámara. Green vuelve a demostrar que conoce bien los códigos del género. No hay nada realmente aterrador, pero sí un presentimiento de que el mal está ahí, y ello se logra gracias a pequeños detalles que no encajan y a que nuestra memoria relaciona situaciones presentes con las ya vividas en The Exorcist de 1973. Si en el film original la posesión recae sobre una adolescente, Regan MacNeil (Linda Blair), aquí se repite la fórmula por partida doble, el problema es que la importancia de los personajes y sus familias es asimétrica. Mientras que en el caso de Tanner y Angela todo resulta creíble, la parte que corresponde a Katherine (la otra niña poseída) tiene poco interés y la trama empieza a hacer aguas por aquí. La historia se mueve en los cánones del género: presentación, posesión, tratamiento médico que no conduce a nada y el ritual del exorcismo. Este debería ser el punto álgido de la película y en esta ocasión se desinfla por varias razones: la primera es que el intento de transmitir que los demonios son parte común a todas las culturas se salda con una amalgama de hechiceros y pastores que no termina de funcionar. La segunda es que se quiera o no el concepto de pecado, del infierno y del demonio son en Occidente consustanciales a la iglesia católica y su peso en esta ocasión es casi irrelevante. Tampoco ayuda el continuo mantra de no hablar con el demonio, los diálogos en la original eran decisivos para crear una tensión dramática y ver el combate como una lucha de intelectos más allá de las oraciones y los ritos con símbolos sagrados, que, por cierto, en esta ocasión pierden su eficacia en aras de otras armas más espirituales. Por último, los efectos especiales tampoco crean un clímax apropiado, todo lo que sale en la película ya lo hemos visto con anterioridad así que nada causa una impresión aterradora como ocurrió en su día con la cinta de Friedkin. Es más, queda la sensación de que se han quedado cortos en las manifestaciones demoniacas. Los 400 millones gastados en hacerse con los derechos de explotación de la saga, de la que están previstas dos entregas más, parecen haber lastrado este apartado. El último giro argumental, la presencia homenaje de la nonagenaria Ellen Burstyn (la madre de Regan en la película de 1973), un esperado cameo final y el buen oficio de Green dejan una mejor sensación general, aunque también la idea de que había más mimbres para hacer una mejor película. Como reproche el poco uso que hace de ‘Tubular Bells’ cuyas notas siguen erizando la piel del espectador luego de 50 años. En conclusión, ‘The Exorcist: Believer’ resulta una película entretenida, que funciona en algunos momentos mejor como drama familiar que como experiencia terrorífica, aunque algún susto sí provoca. En ningún momento consigue aproximarse a la tensión y a la angustia que alcanzó la obra de Friedkin y el intentar extender el exorcismo a otras formas de espiritualidad le ha restado parte de su magia. A destacar el notable trabajo de Leslie Odom Jr que consigue hacer creíble un personaje en el que era bastante fácil sobreactuar. No se trata de una mala película, tampoco sobresaliente, su problema es que las comparaciones en este caso con la cinta original son inevitables y en esa balanza el peso está muy desequilibrado. Por cierto, la segunda entrega de la saga, 'The Exorcist: Deceiver', está fechada para el 18 de abril del 2025, desconociéndose por el momento cuándo podremos ver la tercera. En todo caso, no cabe duda que el demonio seguirá haciendo de las suyas.