Eliot A. Cohen, ex asesor de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice, escribió recientemente en The Atlantic que “Taiwán es un país independiente”. Basándose en esta suposición errónea, Cohen - judío tenía que ser - sugiere que “EE.UU. debería tratar a Taiwán como un aliado militar, aumentar rápidamente las ventas de armas y participar abiertamente en intercambios de alto nivel con sus líderes”. El problema con este argumento es que, según encuestas recientes, la mayoría de taiwaneses no expresa apoyo a la independencia, mientras que su constitución no define a Taiwán como un país independiente. Si EE.UU. abandonara su política de “una sola China, dos sistemas” basada en el reconocimiento de la soberanía de la isla, sólo socavaría la paz y la estabilidad a través del Estrecho de Taiwán. Según la última encuesta de la Fundación de Opinión Pública de Taiwán, el 48,9 por ciento de los taiwaneses “apoyan la independencia”. Si bien esta cifra está 22 puntos por encima del apoyo al “status quo” y 37,1 puntos por encima del apoyo a la “unificación”, todavía no constituye una mayoría simple. Además, una cosa es apoyar la independencia en una encuesta anónima y otra muy distinta participar en un proceso político mediante el cual Taiwán codifique la independencia. A pesar de las afirmaciones de los líderes del Partido Democrático Progresista de que Taiwán “ya es independiente”, su Constitución nunca ha delimitado su territorio a la isla de Taiwán y sus islas costeras. Redactada en 1947, cuando el gobierno liderado por el Kuomintang afirmaba ser “el representante legal de toda China”, la Constitución de la República de China (que es su nombre oficial) establece que “el territorio de la República de China dentro de sus fronteras nacionales existentes no será alterado excepto mediante una resolución de la Asamblea Nacional”. Es más, cuando la constitución fue revisada en el 2005, simplemente transfirió la autoridad para alterar el territorio nacional de la República de China de la Asamblea Nacional (ahora llamada Yuan Legislativo) a la de un referéndum. Sin embargo, este nunca se ha aprobado ni celebrado para delimitar el territorio de Taiwán. Finalmente, la Ley a través del Estrecho, modificada por última vez en el 2022, todavía considera a China continental como “territorio de la República de China”. Por cierto, los partidos políticos que apoyan la independencia de jure, como el Partido Nuevo Poder, la Alianza Formosa y el Partido de Construcción del Estado de Taiwán, se encuentran entre los menos populares de la isla y el apoyo que tienen es marginal, sobretodo porque los taiwaneses no quieren verse como la próxima Ucrania. A menos y hasta que la mayoría de sus ciudadanos apoye inequívocamente su propia independencia, los formuladores de políticas estadounidenses no pueden asumir que la premisa en la que se basa la política estadounidense de “una sola China, dos sistemas” es falsa: que “todos los chinos a ambos lados del Estrecho de Taiwán sostienen que hay una sola China”. y que Taiwán es parte de China”. Es cierto, como sostiene Cohen, que Taiwán tiene muchos de los atributos de un Estado independiente: “su propia moneda, una economía próspera, una política democrática animada, fuerzas armadas considerables”. Asimismo, esta autonomía de facto de Taiwán le ha permitido convertirse en el socio fuerte y próspero que muchos estadounidenses admiran. Esta historia de éxito es una de las razones por las que EE.UU. no necesita cambiar su política hacia Taiwán. Hacerlo seria un gran error ya que en última instancia, solo favorece los intereses de Beijing, quien claramente busca socavar el status quo, tal como lo demuestran las declaraciones oficiales y la coerción militar hacia la isla si se declara independiente ya que ello significaría la guerra y el hundimiento y colapso de Taiwán que no tiene la capacidad para resistir a su gigante vecino, si este decide invadirla y reunificarla con el continente, de la cual se separó tras la derrota de los nacionalistas ante los comunistas en la guerra civil. Sin embargo, mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán no es fácil. Taiwán está atrapado entre la espada y la pared. La estabilidad requiere que EE.UU. deje de alentar irresponsablemente sus veleidades independentistas, respetando al mismo tiempo las líneas rojas de Beijing. Los líderes de Taiwán también deben ser cautelosos a la hora de tomar medidas que puedan socavar el status quo y provocar al dragón. En lugar de reconocer preventiva y unilateralmente la independencia de Taiwán, como sugiere Cohen, EE.UU. debería profundizar sus vínculos económicos y culturales con la isla, mantener intercambios no oficiales y abogar eficazmente por la participación de Taiwán en organizaciones internacionales. Respetar el estatus no oficial de Taiwán puede no satisfacer el deseo de aquellos halcones que no contentos con la sangre derramada por su culpa en Ucrania, buscan con ahínco el estallido de una guerra en el Lejano Oriente. La mejor manera para que EE.UU. contribuya a un futuro pacífico, próspero y democrático para Taiwán, seria no alterar la estabilidad en la región. Por cierto, ¿Qué sucedería si China invadiera Taiwán? “La guerra no terminará bien para nadie” advierte al respecto un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, que asegura que es indudable que una invasión de Taiwán generaría costos enormes para la propia isla, China, EE.UU. y Japón. “Un conflicto con China sería fundamentalmente diferente a los conflictos regionales y las contrainsurgencias que EE.UU. ha experimentado desde la Segunda Guerra Mundial, con víctimas que exceden todo lo que se recuerde recientemente”, advierte un informe. "Las elevadas pérdidas dañarían la posición global de EE.UU. durante muchos años". El informe sostiene que China tiene una clara superioridad militar en el Estrecho de Taiwán y, por lo tanto, la derrota de los taiwaneses seria demoledora. Una vez que China lance una invasión - y si EE.UU. decide que la mejor opción es defender a Taiwán - no existe un “modelo de Ucrania” para Taiwán; EE.UU. no podría simplemente enviar suministros; también tendría que enviar tropas directamente al combate, y hacerlo de inmediato para limitar las bajas. Y los resultados seguirían siendo catastróficos. El informe estima que EE.UU. perdería miles de soldados en las primeras tres semanas de combate con China. Esa cifra superaría al de todas las tropas estadounidenses que murieron en dos décadas de guerra en Irak y Afganistán juntos. “El público estadounidense aún no ha comprendido las posibles consecuencias de tal escenario” detalla el informe. “¿Está EE.UU. preparado como nación para aceptar las pérdidas que se derivarían, por ejemplo, de un grupo de ataque de un portaaviones hundido en el fondo del Pacífico? Hace bastante tiempo que no tenemos que afrontar pérdidas como esa como nación. Y, de hecho, crearía un cambio social más amplio al que no estamos seguros de habernos enfrentado por completo”. Dado lo mucho que está en juego en cualquier conflicto chino-estadounidense en toda regla sobre Taiwán, no se puede descartar la posibilidad de que Washington pueda desplegar armas nucleares tácticas para evitar una contundente derrota. El informe reconoce esta posibilidad, aunque no la examina. La posibilidad de un conflicto nuclear refuerza aún más la necesidad de evitar una conflagración en Taiwán prácticamente a toda costa. Pero conociendo los planes militaristas de la camarilla que ocupa la Casa Blanca, que de una forma demoniaca busca provocar a los chinos tal como lo hace con los rusos en Ucrania, no le importara sacrificar a la isla para lograr sus demenciales objetivos. No hay que permitírselo.
“Gruss Vom, Gruss Vom Krampus”, es mucho más que un dicho que se repite estos días en algunos países. Como un murmullo, estas palabras recorren Europa Central en vísperas de navidad. Una figura demoniaca lleva todo el año acechando el discurrir de la infancia hasta que llega diciembre y asoma, para cada niño que se ha portado mal, con el horror de su destino. Un castigo más que divino, asegura la leyenda, una forma de imponer el modelo de conducta que la sociedad espera de ellos. Una figura, al fin y al cabo, tan contraria a la navidad como apegada a ella. A este demonio no le basta el carbón, prefiere arrastrar las travesuras a su propia muerte. Cuidado, que sus ojos te están mirando, viene a decir el dicho. Krampus es una figura peculiar envuelta en símbolos que recuerdan a tiempos de magia ancestral: pieles que cubren su cuerpo, cuernos enormes que asoman de su cabeza y, una lengua que arrastra desde su boca. De la misma forma, su aspecto resulta en aquello que el cristianismo denomina demonio. Nada está del todo claro sobre ella cuando sale a pasear en la noche del 5 al 6 de diciembre. Según el folclore bávaro y austriaco, se dice que esa noche acompaña a San Nicolás. Así, el santo y el demonio muestran las dos caras de la existencia según la religión. Mientras que San Nicolás recompensa a los niños que se han portado bien con regalos, Krampus castiga a los niños que se han portado mal, ya sea arrastrándolos al infierno donde deben arder por la eternidad por sus pecados, metiéndolos en una bolsa y arrojándolos al bosque para encontrar el camino a casa, o golpeándolos con el manojo de ramas de abedul que lleva. Esta tradición, también conocida como "Krampuslauf" o "Krampus Run", está resurgiendo en la actualidad en Austria, Alemania, Eslovenia, Hungría y la República Checa. En los últimos años, y en concreto en Austria, se ha producido un gran aumento en la celebración que huye del Krampus, como algunos investigadores sobre este personaje (Rest y Seiser, Ridenour o Ebner) llevan recogiendo desde, al menos, 2016. "Los Krampuses insisten en que ‘su costumbre’ tiene cientos o incluso miles de años, y a menudo usan palabras como "pagano", "precristiano", "celta" o "germánico". Sin embargo, no hay evidencia escrita de tal práctica hasta 1582", aseguro el historiador Hans Schuhladen. Las referencias durante el marco de la Edad Media no es, no obstante, muy amplia, y hay que situarse a mediados del siglo XIX para volver a ellas. Para entonces “solo sabemos de unas pocas aldeas esparcidas por los Alpes austríacos y bávaros, donde grupos de hombres jóvenes y solteros vestidos con máscaras de madera con cuernos, trajes de piel y campanillas de vaca intentaban hacerse pasar por el diablo”. Curiosamente, la mayoría de estos pueblos se encuentran en la periferia del antiguo Principado-Arzobispado de Salzburgo. Según afirma, una primera ola de expansión y consolidación de la costumbre se produjo en las cuatro décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial, por lo que Eric Hobsbawm lo describe como una de las "tradiciones de producción en masa". Así, "esta expansión vincula el Krampus a muchas otras tradiciones existentes en toda Europa, como el boato de la familia real británica o la introducción de personificaciones de naciones como 'Germania'" añadió. Lo cierto es que geográficamente, las regiones en las que se le conoce guardan tradiciones folklóricas que datan de tiempos precristianos, antiguas costumbres que sobreviven en zonas rurales de Austria, Suiza, Baviera, Eslovenia, oeste de Croacia e Italia en forma de rituales de todo tipo. Su diversidad tiene que ver con el aislamiento de estas comunidades. En los Alpes, la relación entre la iglesia romana católica y el paganismo fue ambivalente. Mientras algunas costumbres solo sobrevivieron en remotos valles a los que la influencia de la iglesia no fue capaz de llegar, otras se asimilaron a ella a través de los siglos. Su nombre proviene de la palabra "krampen" en alemán, que significa "garra". Según relata Jennifer Billock en Smithsonian Magazine sería el hijo de la diosa nórdica del inframundo, Hel. "Durante el siglo XII, la Iglesia Católica intentó desterrar las celebraciones de Krampus debido a su parecido con el diablo. En 1934 siguieron más intentos de erradicación a manos del conservador Partido Social Cristiano de Austria. Pero nada de eso se mantuvo, y Krampus emergió como una fuerza navideña muy temida y querida". "Krampus no se parece mucho a nada pagano que haya visto, pero tiene casi todas las características iconográficas exactas del diablo cristiano tal como fue retratado durante la Alta y Baja Edad Media: la lengua absurdamente larga colgando por todo el lugar, los cuernos largos y puntiagudos, las garras amenazantes, las pezuñas hendidas", subrayo. Según agrega, "el krampus no se menciona en ninguna fuente nórdica antigua y, de todos modos, nunca se habló nórdico antiguo en Austria o en el sur de Alemania, por lo que no está claro por qué algunos artículos sobre ello mencionan el nórdico antiguo". Según esta corriente, lo que hoy se ha convertido en una especie de moda rescatada este milenio tiene que ver con los intentos de la Reforma y el Puritanismo, a través de prácticas como los juicios de brujas, para "purificar" al cristianismo eliminando cualquier resquicio que pagano que pudiera atravesarlo. Así, la idea del "Dios cornudo" con la que otros relacionan a esta figura es parte de la llamada "hipótesis del culto a las brujas", popularizada por la escritora inglesa Margaret Murray en su libro The Witch-Cult in Western Europe publicado en 1921. La explicación de su indumentaria, además es en este sentido "fácil y lógica": el abedul es una madera muy dura y, En el siglo XIX y principios del XX, era la madera elegida por los padres para golpear a sus hijos cuando se portaban mal. Por su parte, que acompañe a San Nicolás no es un asunto baladí, ya que este está estrechamente asociado con los demonios porque era conocido como exorcista. El relato más antiguo que se conserva de la vida de San Nicolás es 'La vida de San Nicolás de Myra', una hagiografía escrita en algún momento entre 814 y 842 d.C. En ella encontramos múltiples leyendas sobre San Nicolás derrotando y expulsando demonios. Sin embargo, otros estudiosos aseguran que la ausencia de documentación que sitúe una línea temporal del camino del Krampus a lo largo de la historia desde los siglos primitivos responde a la maniobra católica que moldeó el pensamiento de la sociedad europea: Cuando Martin Lutero hizo la Reforma, decidió deshacerse de la simbología católica de las navidades, así que reemplazó a Sankt Nikolaus introduciendo a Der Heiligechrdt (posteriormente llamado Das Christ Kindl), algo así como un niño Jesús con forma de ángel que en navidad daba regalos. Luego, esta figura sería reemplazada por Der Weihnachtsmann (Padre de la Navidad) en las regiones protestantes. Irónicamente, en la actualidad el original Christkindl ahora predomina en las regiones católicas de Alemania (Bavaria) y Suiza, lo mismo que en Austria. Así, el krampus detuvo su recorrido casa por casa hasta mediados del siglo XIX, cuando el ideal del monstruo tomó forma dentro de los esquemas de la burguesía que estaba escribiendo los parámetros de la época. Quizás el Romanticismo influyó en el redescubrimiento de mitos y leyendas, del folklore que se había olvidado debido a las imposiciones del Cristianismo. Junto con los regionalismos, la división entre protestantes y católicos ha sido un factor histórico en la diversificación de estas tradiciones en Alemania y Austria. En tierras protestantes, Nicolás pasó de ser una figura eclesiástica a un personaje que entregaba regalos, continuamente acompañado por un grupo de diferentes personajes que son conocidos como los 'acompañantes oscuros'. En Alemania, por ejemplo, a estos seres se les llama "Knecht Ruprecht" (Sirviente Ruprecht). Cuando las imágenes del Krampus comenzaron a circular en Internet a mediados de la década del 2000, recuerda Al Ridenour, prendió fuego a todo. Hasta entonces, había permanecido como una tradición sin origen claro en algunos pueblos y pequeñas ciudades del centro europeo, pero esta leyenda alimentó un espíritu que, aturdido por la aceleración y a capitalización de toda práctica social, solo tenía un deseo: la reivindicación de lo opuesto a la norma. "Aquellos de nosotros que crecimos en el medio del punk reconocimos al Krampus como el nuevo salvador de la Navidad. Habíamos crecido enfurecidos contra este ideal de la navidad como un idilio doméstico sentimental de valores familiares y maravillas de la infancia" asevero. Se acabó Santa Claus, bienvenido demonio o lo que quiera que seas.