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miércoles, 9 de noviembre de 2022

ISRAEL: De mal en peor

Como sabéis, la entidad sionista - que tiene las manos manchadas con la sangre de los palestinos desde su ilegal y arbitraria “fundación” en 1948 sobre tierras que nunca le han pertenecido - acaban de realizar las quintas elecciones celebradas en menos de cuatro años, que se han saldado con la victoria de Benjamin Netanyahu con 31 escaños. Un triunfo que sirve directamente a los intereses personales del vencedor y sus socios ultranacionalistas, pero no necesariamente a los de los 9,4 millones de israelíes y, obviamente, tampoco a los palestinos. De nada sirve, en primer lugar, que se haya registrado el mayor nivel de participación desde el 2015, con un 71,3% de los 6,78 millones de potenciales votantes, dado que eso solo ha originado una mayor movilización del electorado más conservador y radical, mientras que los votantes moderados han vuelto a desmovilizarse. Tampoco los tres procesos legales contra Netanyahu han convencido a los votantes de que apostar nuevamente por un líder cada vez más cercano a la extrema derecha no podía ser interpretado ni siquiera como un mal menor. Por el contrario, haciendo frente a todos los que han conformado la coalición anti-Bibi, alrededor de Naftali Bennett y Yair Lapid, en una amalgama gubernamental inmanejable que solo compartían su aversión por quien ya era entonces el primer ministro más longevo en el cargo, Netanyahu ha logrado volver a colocarse nuevamente en el centro de la escena nacional. Su victoria le servirá no solo para volver a blindarse judicialmente, sino también para desactivar el sistema judicial, y especialmente el Tribunal Supremo, en su intento por defender su independencia y poder controlar los desmanes parlamentarios. Y en ese empeño tendrá también el inequívoco apoyo de sus previsibles socios de Gobierno, igualmente interesados en garantizar un mayor margen de maniobra para llevar adelante su agenda supremacista antiárabe, buscando instaurar en su insania criminal los imaginarios limites del denominado “Gran Israel” que según sus afiebrados propulsores, va desde el Nilo hasta el Éufrates. Junto a los ya sobradamente conocidos por su tendencia ultraortodoxa Shas (11 escaños) y Judaísmo Unido de la Torá (ocho), merece especial mención Sionismo Religioso (15). Se trata de una lista en la que se han cobijado elementos ultraderechistas aplaudidos incansablemente por colonos y ultraortodoxos integrados en formaciones que incluso la justicia israelí había identificado en su día como promotores del terrorismo, pero que bajo el liderazgo de Bezalel Smotrich (y, sobre todo, de Itamar Ben Gvir, cabeza de Poder Judío, integrante de esa coalición fundamentalista) está ahora en condiciones de marcar en buena medida la agenda a Netanyahu. De momento ya ambos han dado a conocer su intención de ocupar las carteras de Defensa e Interior en el próximo Gobierno. Lo chocante es que ese extremismo le puede servir incluso a Netanyahu para presentarse como el único ‘moderado’ del gabinete, haciéndose pasar por un actor imprescindible para evitar sus desatinos. Entretanto, en claro contraste con este imparable desplazamiento del electorado israelí hacia posiciones cada vez más extremistas, cabe reseñar que los partidos de izquierda han cosechado los peores resultados de la historia, con los laboristas apenas superando el listón mínimo para contar con representación parlamentaria (3,25%) mientras que todo apunta a que Meretz se queda fuera. Sin lugar a dudas, se trata de una victoria que es una pésima noticia para los palestinos - tanto en el Territorio Ocupado Palestino como en el interior de Israel-, en la medida en que no solo supone seguir adelante con la ampliación de los asentamientos (previa expulsión de sus legítimos propietarios palestinos) y la paralización de cualquier posible negociación que pueda llevar a un acuerdo de paz, sino porque apunta abiertamente a una próxima anexión de Cisjordania, arruinando por completo la idea de dos Estados en la Palestina histórica, propulsado por la ONU pero siempre rechazado por los ultranacionalistas y que ahora serán gobierno. Aunque nada de eso es nuevo, la victoria de Netanyahu certifica que ya no cabe esperar ninguna presión relevante por parte de la sociedad israelí para reconducir un proceso que supone la más absoluta negación de los derechos de quienes son vistos en gran medida como violentos y, directamente, terroristas. Los palestinos son, en última instancia, las principales víctimas de una deriva ultranacionalista y fundamentalista que va acompañada de un generalizado abandono por parte de quienes cabría identificar como sus aliados naturales - unos corruptos gobiernos “árabes” alineados con los EE.UU. y que prefieren el acercamiento a Israel a mantener la defensa de una causa que nos les reporta ningún beneficio -, de una Unión Europea que sigue sin atreverse a ser coherente con sus propios valores y principios y de unos EE.UU. que, como ya demostró antes el Criminal de Guerra y califa de ISIS, el musulmán encubierto Barack Hussein Obama y ahora el discapacitado físico y mental de Joe Biden, no están dispuestos a contradecir a su principal aliado en la región, por muchos dolores de cabeza que ese vínculo pueda provocar. Visto desde fuera, parece claro que no es este el camino para asentar una democracia, sino más bien un modelo de apartheid que contradice los presupuestos de una religión y una población que no puede pensar que el cumplimiento de su sueño político pasa definitivamente por la ruina de otro pueblo con más derechos que los suyos. Pero Netanyahu y quienes lo apoyan están en otra línea y lo peor es que ya a casi nadie parece importarle. De esta manera y con la actual configuración de alianzas, el bloque que apoya a Netanyahu es el más extremista de la historia y tiene como objetivo primordial afianzar aún más la ocupación de territorios palestinos. Como ya anotamos líneas arriba, uno de quien será clave para la vuelta al poder de Bibi, es Itamar Ben-Gvir, de Poder Judío, cuya retorica incendiaria ha escandalizado en reiteradas ocasiones a los propios conservadores, y por cuyas posiciones radicales había sido marginado de formar parte de sus gobiernos. Su agenda incluye - entre otros puntos - el pleno dominio israelí de Cisjordania, la expulsión y/o el exterminio mediante una “limpieza étnica” de todos los palestinos, a quienes califica de ‘terroristas’ (que componen el 20 por ciento de la población del país), la demolición de la mezquita de Al-Aqsa y el Domo de la Roca para reconstruir en su lugar el gigantesco templo judío de la época de Herodes, la imposición del derecho religioso , la destrucción del sistema judicial y una guerra de agresión contra Siria, Egipto, Jordania e Irak para arrebatarles los territorios “que en su día pertenecieron a los imperios de David y Salomón”. El mes pasado, Yaakov Katz, editor jefe del Jerusalem Post, describió a Ben-Gvir como “la versión israelí moderna de un supremacista blanco estadounidense y un fascista europeo”. Un Gobierno que le abra las puertas, advirtió Katz, “asumirá el perfil de un Estado fascista”. Los tiempos han cambiado y si antes eran unos apestados, ahora que sus votos son necesarios, son bienvenidos. Si bien hasta hace dos años, su partido de extrema derecha no era tomado en cuenta para nada, Ben-Gvir logró obtener un escaño en la Knéset gracias a un acuerdo entre pequeños partidos extremistas orquestado por Netanyahu antes de las elecciones del 2021. El líder de Poder Judío no ha dejado de ganar adeptos desde que este verano se derrumbó un efímero gobierno de coalición, atrayendo la atención de los medios israelíes con discursos encendidos y un vigoroso programa de campaña. Ha cosechado votos que antes iban a parar a la ya disuelta alianza Yamina y atrae tanto a la comunidad ultraortodoxa como a los votantes del Likud, frustrados por la crisis política israelí. La violencia entre comunidades que el año pasado se desató en las calles y la inclusión de un partido árabe en el último gobierno conmocionaron a la opinión pública, que lo califico de “traición”. Cabe precisar que las opiniones antiárabes de Ben-Gvir se moldearon mientras crecía durante la primera intifada. Hijo de inmigrantes judíos laicos de Irak, se unió al movimiento juvenil del partido Kach de adolescente y en 1995 se hizo famoso por amenazar al primer ministro, Isaac Rabin, tres semanas antes de que lo asesinaran. Las Fuerzas de Defensa de Israel lo eximieron del servicio militar debido a sus actividades en la extrema derecha. Ben-Gvir tiene ahora 46 años, ha desarrollado su carrera como abogado defendiendo a extremistas judíos y vive en la inestable ciudad cisjordana de Hebrón, uno de los principales objetivos del movimiento colono israelí. Dicen que en el 2019, antes de su fallida candidatura a la Knéset, para tratar de parecer más moderado retiró de su salón una foto del terrorista Baruch Goldstein, el colono que en 1994 entró en la mezquita de Hebrón y asesinó a 29 palestinos. Tras lograr su escaño en la Knéset, Ben-Gvir ha rebajado momentáneamente la retórica que le llevó a ser condenado por incitación al odio, pero sigue abogando por deportar a los palestinos de Israel. Durante los violentos enfrentamientos en un barrio problemático de Jerusalén Oriental, Ben-Gvir fue noticia hace poco por sacar una pistola y gritar a la policía que disparara a matar a un grupo de manifestantes palestinos. Según el profesor Asad Ghanem, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Haifa y coautor del libro Israel in the Post Oslo Era (Israel en la era posterior a los Acuerdos de Oslo), el ascenso de Ben-Gvir refleja la tendencia generalizada hacia el autoritarismo en todo el mundo. También está relacionado con el fracaso del proceso de paz de los dos Estados y la intensificación reciente del conflicto. “Hasta [los acuerdos de paz de] Oslo, para Israel, el principal enemigo siempre estaba fuera. Ahora, debido a la Autoridad Palestina y al auge de los movimientos islámicos, la amenaza se considera interna”, dijo Ghanem. “Muchos judíos lo ven como una cuestión de vida o muerte, necesitan tener todos los frentes abiertos: si la opción de dos estados no existe, hay que mantener a los palestinos bajo control y la gente siente que la mejor manera de hacerlo es con una firme política anti-palestina”, aseguró. Sin duda alguna, la llegada al poder de estos sectores extremistas que hacen del odio su forma de vida, solo intensificara la violencia en una eufemísticamente llamada “Tierra Santa” que desde hace décadas no conoce la paz :(

JULES RIMET: El primer trofeo de la Copa del Mundo

Fue robado dos veces y la versión oficial es que terminó siendo fundido tras su desaparición, aunque hay versiones de que en realidad entró en la rueda del tráfico ilegal de arte para nunca más salir. Nos referimos al trofeo Jules Rimet, que era la primera Copa que se entregaba a los campeones del mundo. Haya sido uno u otro su destino, se esfumó de la vista de los fanáticos y de las vitrinas de la Confederación Brasileña, que se lo había quedado tras las tres primeras estrellas logradas por la Verdeamarela. No obstante, una pieza de aquella obra, que se creyó perdida a lo largo de 60 años, habita en el Museo de la FIFA como orgulloso testimonio de aquellos inicios del certamen ecuménico. Y, tal como un hábil wing a la antigua, se escondió durante más de medio siglo de sus perseguidores en el sitio menos pensado. La historia la reveló el propio Museo con sede en Zurich. El trofeo Jules Rimet fue una escultura de Abel Laffleur que representaba a Niké (la diosa griega de la victoria). El artista francés era el encargado de la creación de las medallas para los torneos franceses, y el propio Rimet, entonces titular de la FIFA, le encomendó el galardón para el primer Mundial. Su valor se calculó en alrededor de 50.000 francos, medía 30 centímetros, pesaba casi cuatro kilos y estaba enchapado en oro. Se encontraba sobre una base de piedra lapislázuli de cuatro caras. Durante 40 años, desde la cita bautismal de Uruguay 1930, la Federación entregó este trofeo, a pesar de las turbulencias sufridas. Durante la Segunda Guerra Mundial, por caso, arreciaron los rumores de que los nazis lo tenían en la mira para secuestrarlo. De hecho, el dirigente Ottorino Barassi lo ocultó en una caja de zapatos bajo su cama. Y en Inglaterra 1966, efectivamente, se esfumó, y tuvo que salir al rescate un perro, Pickles, que ganó fama mundial por los servicios prestados al deporte rey. Sucede que mientras era exhibido en el Central Hall Westminster, el guardia que lo custodiaba dejó al Jules Rimet desprotegido unos minutos para ir por un café, tiempo suficiente para que lo sustrajeran de la vitrina. Cuando Scotland Yard ardía por el escarnio público, el ciudadano David Corbett sacó a pasear como cualquier día a su perro, que detectó un paquete semienterrado. Era el trofeo, en perfectas condiciones para que a los pocos meses, ser entregado al local tras conseguir su único título en un Mundial. Pero antes de la edición de 1958, desarrollada en Suecia, la estatuilla ya había cambiado, hecho que disparó distintas especulaciones y teorías: desde que había sido dañada y pasó por el “taller” hasta que se había perdido y se trataba de una copia. En efecto, luego del título de Alemania en 1954 tras vulnerar al mítico combinado húngaro de Puskas, en la ciudad de Hanau se había encargado una réplica. Sin embargo, no era la que se entregó posteriormente al Brasil de la estrella naciente Pelé. Luego, lo conocido. En 1983, cuando ya descansaba de su periplo en Brasil, fue sustraído de la vitrina blindada de la sede de la Confederación Brasileña de Fútbol en Río de Janeiro: pequeño detalle, los cristales eran a prueba de balas, pero la estructura estaba precariamente adherida a la pared con cinta y madera, algo que fue advertido por los ladrones. La versión oficial indica que el trofeo fue cortado en pedazos en la joyería del argentino Juan Carlos Hernández, quien luego lo fundió para vender el oro a cambio de 15.500 dólares. Demasiado poco para lo que representaba, y para la experiencia del reducidor, con contactos en el mundo clandestino del arte. De ahí las dudas sobre si la explicación de la Justicia brasileña se ajusta a la realidad de los hechos. Pero el trofeo, o al menos una parte de él, empezó a resucitar en el 2013, cuando la FIFA planificó su museo. Quienes se pusieron al hombro el proyecto se embarcaron en investigar los mitos y verdades respecto de la ajetreada vida del Jules Rimet. Las diversas fotos del trofeo llevaron a los curadores a “un descubrimiento notable”, tal como lo califican en la FIFA. “La historia se centró en la base de lapislázuli. En 1954, el capitán de Alemania, Fritz Walter, fue el quinto capitán en levantar la Copa del Mundo, pero cuando el equipo llegó a su nueva casa, se dieron cuenta de que solo había cuatro lados en la base. Como cada lado tenía una placa con un solo ganador, no había ningún lugar para agregar el de Alemania”, fue el entuerto con el que se encontraron, según el relato de los encargados del Museo. “El trofeo que apareció en 1958 parecía más alto. Eso fue porque la base original de Abel Lafleur había sido reemplazada por una más grande, también hecha de lapislázuli, pero con ocho lados. El nombre de la estatuilla aparecía en el frente, que dejaba siete placas en los otros lados, cada una con espacio para dos ganadores, ampliando su capacidad para incorporar ganadores hasta la edición de 1994, si no se hubiera decidido que quedara en manos de Brasil tras tres títulos obtenidos, en 1970″, descubrió el cuerpo de investigadores. ¿Y la base original? He ahí la incógnita. En el medio, la FIFA se había mudado tres veces de oficina, y el temor fue que en alguno de esos cambios se hubiera extraviado. El epílogo de la historia no hizo honor a la intriga que generó. “La verdad suele ser menos dramática”, indicaron desde la entidad que rige el fútbol a nivel planetario. La base de cuatro caras jamás se movió de un estante del archivo de la organización, sin rotular, por ende, invisible para los ojos menos entrenados. De hecho, ni siquiera había registro formal del cambio de pedestal en 1958. La historia estuvo perdida, indocumentada, durante 60 años. Aunque resurgió desde la oscuridad de un archivo, indemne a los robos y las peripecias del resto del galardón. Mientras la actual Copa del Mundo, la más conocida, la de las dos figuras humanas doradas, sosteniendo el planeta tierra, continúa con su gira, cambiando de manos cada cuatro años, el trofeo Jules Rimet, o la copia montada sobre la base original, sonríe desde su rincón en el Museo, testigo silencioso del clímax del deporte más popular del mundo. A escasos días del inicio del Mundial en Qatar, es una buena ocasión para contar su historia ¿No os parece? :)
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