La primera y última regla de la doctrina de guerra perpetua de Benjamin Netanyahu es brutalmente concisa: no se puede ni se debe permitir que la paz perdure. Mientras el fuego indiscriminado y letal desciende de nuevo sobre la indefensa población de Gaza, desatado por orden del belicoso primer ministro israelí, se oye un grito de angustia. ¿Ha terminado definitivamente el preciado alto el fuego de dos meses con Hamás? A lo que llega la desalentadora respuesta: poco importa. Esta tregua, que ahora se hace añicos, no fue más que una breve y engañosa pausa en una guerra que nunca cesa. No cesa porque este Criminal de Guerra se mantenga en el cargo gracias al incesante estado de emergencia nacional que él y sus secuaces han alimentado y prolongado desde el 7 de octubre de 2023, cuando un comando de Hamas humillo al ejército sionista haciendo trizas su tan cacareada “invencibilidad”. La guerra no cesa porque el objetivo primordial de Netanyahu - la destrucción de las esperanzas palestinas de nacionalidad - esté condenado al fracaso. No cesa porque quienes, dentro y fuera de Israel, critican las acciones de ese régimen asesino se enfrentan a ser despedidos por aparentemente actuar sin buena fe ni por la alarma ante el saldo humano, sino por “motivos antisemitas” (?) , Quizás, sobre todo, porque la guerra desencadenada por Netanyahu hace 18 meses continúa y amenaza con expandirse de nuevo, porque la bestia sionista y sus aliados judíos nacionalistas y ultrarreligiosos de extrema derecha han encontrado en ella un vehículo para perseguir el objetivo más amplio de un Israel más grande: “Desde el Nilo hasta el Éufrates” como afirma su propaganda. Ellos y sus violentos aliados colonos la utilizan como excusa para expandir la apropiación de tierras e intimidar a los residentes palestinos en la Cisjordania ocupada. Aprovechando el caos en que está sumida su odiada enemiga Siria, han ocupado nuevas zonas de los Altos del Golán, mientras el “reasentamiento” de Gaza es otro objetivo declarado, para convertirla en la ‘Riviera del Medio Oriente’ tal como lo ofreció un exultante Donald Trump…. sobre un mar de cadáveres. Como sabéis, una guerra perpetua solo puede sostenerse si el otro bando continúa combatiendo. Las fuerzas de Hamás están tan debilitadas que casi parece incapaz de seguir haciéndolo y la falta de una respuesta armada contundente a los criminales ataques de los sionistas refleja una relativa debilidad. Y, sin embargo, Hamás no está vencido. Cada vez que se entregaba un rehén, sus combatientes encapuchados realizaban una gran demostración de desafío militante. De esta manera, mientras no exista un plan creíble y acordado para el día siguiente - y en ausencia de una invasión terrestre y una ocupación a gran escala y a largo plazo - Hamás mantendrá el control efectivo de Gaza. Y así continuara la guerra ad infinitum… al costo humano que sea. Netanyahu, desde el principio, no quería el alto el fuego y ha buscado constantemente una ruptura que pudiera atribuir a otros. Solo accedió a detener los disparos el 19 de enero bajo presión de Donald Trump y su omnipresente enviado, Steve Witkoff. Con la investidura prevista para el día siguiente, Trump exigía imperiosamente el fin del conflicto que su predecesor, el discapacitado físico y mental Joe Biden, no quiso detener. Reacio a aguarle la fiesta a Trump y deseoso de ganarse el favor de otros, Netanyahu accedió, con los dedos cruzados a la espalda. Sin embargo, incluso entonces, con más de 48.000 palestinos muertos, decenas de miles heridos o traumatizados y la mayor parte de los dos millones de habitantes de Gaza sin hogar, Netanyahu no estaba dispuesto a detenerse. Su sed de sangre es insaciable. Sabía además que los ministros de ultraderecha no tolerarían la paz por mucho tiempo. Uno de ellos, Itamar Ben-Gvir, ya había dimitido en protesta. Otros amenazaban con hacerlo, lo que podría derrumbar su gobierno. Sabía, aunque para él esto ha sido una consideración secundaria en todo momento, que muchos rehenes israelíes seguían en cautiverio: 59, según el último recuento, pero a él no le importa que todos terminen muertos, para “justificar” así el genocidio de Gaza. Netanyahu nunca tuvo la intención sería de cumplir la segunda fase del alto el fuego, que debía comenzar el 1 de marzo y que exigía la retirada total del ejército israelí de la Franja. Bloqueó la ayuda humanitaria; cortó el suministro de agua y electricidad; retrasó la implementación de la segunda fase y obstruyó las conversaciones para reanudarla. Declaró la guerra por otros medios. Y cuando estas provocaciones fracasaron, insistió, incumpliendo el acuerdo de alto el fuego, en que Hamás liberara unilateralmente a más rehenes, ofreciendo a cambio solo liberaciones limitadas de prisioneros y una prórroga temporal de la tregua. La guerra perpetua, incluso cuando no se declara, es difícil de justificar, y Netanyahu, acusado de crímenes de guerra por la Corte Penal Internacional y ampliamente condenado en Europa y el mundo árabe, carece de apoyos. Su situación se ha agravado últimamente. Acusado de un creciente autoritarismo, se encuentra envuelto en una disputa por su intento de destituir al jefe del Shin Bet, Ronen Bar. Un nuevo escándalo de corrupción con dinero qatarí también lo rodea. En clave interna, la matanza en Gaza coincide convenientemente con el escándalo político sobre tres asesores de Netanyahu que están siendo investigados por recibir dinero desde Qatar. Los hechos fueron descubiertos por el Shin Bet, la seguridad interior, a cuyo jefe ha querido despedir Netanyahu, quien quiere impedir por todos los medios que se le relacione con el fracaso de seguridad nacional que supuso el atentado del 7 de octubre. En este contexto, una "distracción" en Gaza puede considerarse oportuna. “Netanyahu está librando una ofensiva en todos los frentes posibles: contra las elecciones anticipadas, contra una comisión estatal de investigación [sobre los atentados del 7 de octubre], contra un acuerdo que repatria a los 59 rehenes restantes, vivos y muertos”, escribió Amos Harel de Haaretz. “El primer ministro actúa como si no tuviera nada que perder. Intensificar la batalla hasta el caos le beneficia”. Con más de 400 palestinos, en su mayoría civiles, muertos hasta la fecha, y con Israel amenazando con ataques continuos y en expansión, los gritos de ira, horror y consternación de los palestinos, la ONU, las agencias internacionales de ayuda y los gobiernos extranjeros resuenan como lamentos fantasmales por la devastada Gaza. Son tan familiares como fútiles e ignorados. Una Casa Blanca nada escarmentada, que confirma con orgullo su complicidad con los monstruosos crímenes israelíes, parece dispuesta a que continúe la masacre. El proceso de alto el fuego de enero término estancado, mientras como el plan de Trump para una Riviera en Gaza nunca verá la luz, frustrado, contraataca indirectamente, incitando a Netanyahu. Sin embargo, sería ingenuo no ver una conexión más amplia y esquemática con Trump. En los últimos días, ha amenazado a Irán con sables, exigiéndole que reanude las conversaciones para reducir su programa nuclear o se enfrente a una acción militar. Al mismo tiempo, lanzó enormes ataques aéreos contra los aliados huttíes de Irán en Yemen. En el mundo simplista y de suma cero de Trump, todo es lo mismo. "Como ha dejado claro el presidente Trump, Hamás, los huttíes, Irán - todos aquellos que buscan aterrorizar no solo a Israel, sino también a Estados Unidos - pagarán un precio y se desatará el infierno", declaró la secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt. ¿Es Yemen una advertencia temprana? ¿Está Trump actuando para defender a Israel de “un ataque iraní”, una posibilidad fantasiosa que Netanyahu ensayó sin descanso para “justificar” su interminable estado de guerra? ¿O está Trump preparando el terreno para un ataque israelí-estadounidense en sentido contrario, como creen muchos en Teherán? Al igual que algunos presidentes estadounidenses anteriores, y ajeno como siempre a la historia, Trump cree que puede rehacer Oriente Medio casi mediante un acto de voluntad imperial. Pero a diferencia del musulmán encubierto Barack Hussein Obama, quien soñó en El Cairo en el 2009 con un “renacimiento democrático del mundo árabe”, Trump está remodelando por imposición, respaldado por el uso o la amenaza de la fuerza bruta. Palestina es el lugar oscuro donde colisionan el complejo de mesías de Trump y la doctrina de guerra perpetua de Netanyahu. ¿Qué sigue? ¿Y quién ayudará ahora a quienes no pueden valerse por sí mismos?