Dejemos por un momento de lado a Ucrania y concentrémonos en una histórica región castigada por los ocupantes turcos, quienes no han dudado en cometer los mayores crímenes inimaginables contra su martirizada población, sometiéndola continuamente a atroces matanzas ante la indiferencia del llamado “mundo libre”. Nos referimos a Kurdistán - el mayor pueblo sin Estado propio en el mundo - ubicada en la Anatolia, que luego de un siglo de conflicto por su independencia, sometida por ello a feroces represalias por el régimen de Ankara, su encarcelado líder ha decidido finalmente deponer las armas ante su más cruel enemigo, encarnado en el sátrapa Recep Tayyip Erdoğan. En efecto, el líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), Abdullah Öcalan, encarcelado en Turquía desde 1999, donde su partido está considerado una organización terrorista, hizo una declaración que sorprendió a muchos. Öcalan ha llamado a sus partidarios a abandonar la lucha armada y a deponer las armas. Su mensaje fue anunciado por representantes del izquierdista Partido de la Igualdad y la Democracia (DEM), prokurdo. El llamamiento de Öcalan es el resultado de los acuerdos alcanzados entre él y las autoridades turcas. En su declaración, destacó que “la lucha del pueblo kurdo por sus derechos y su identidad nacional, que comenzó hace casi medio siglo, ha perdido su relevancia a la luz de las reformas democráticas implementadas por Turquía desde el 2014 en relación con la minoría kurda”. El líder del PKK afirmó que la resistencia armada ya no es un medio eficaz para lograr sus objetivos y que el partido debería cesar sus actividades. La declaración de Öcalan se produce en medio de una presión constante por parte de las autoridades turcas. En octubre del 2024, el líder del ultranacionalista Partido del Movimiento Nacionalista (MHP) turco, Devlet Bahçeli, instó a Öcalan a emitir una declaración en la que exigiera la disolución del PKK a cambio de promesas de reformas políticas y una posible flexibilización de sus condiciones de detención. Fue una medida inesperada, teniendo en cuenta que los nacionalistas turcos se habían opuesto anteriormente firmemente a cualquier compromiso con el movimiento kurdo. Otro factor que influyó en la declaración de Öcalan fue el cambio de poder en Siria en diciembre del 2024, cuando se derrumbó el régimen de Bashar al Assad. La población kurda de las regiones del norte de Siria se encontró en una situación de incertidumbre, mientras que Ankara intensificó las negociaciones con el nuevo régimen golpista de Damasco - que los turcos ayudaron a acceder al poder - sobre acciones conjuntas contra los grupos armados vinculados al PKK. Así, el 8 de enero del 2025, el periódico turco Hurriyet informó que Turquía y Siria estaban considerando lanzar una gran operación militar contra las formaciones militantes kurdas si Occidente intentaba imponer nuevas demandas sobre la cuestión kurda. Tras la caída del gobierno de Assad a manos de los terroristas respaldados por Turquia, Erdoğan declaró que Siria no debía convertirse en un “caldo de cultivo para el terrorismo” y subrayó la necesidad de continuar la lucha contra el PKK. En este contexto, la declaración de Öcalan puede interpretarse como un intento de evitar una mayor escalada del conflicto y buscar una solución política a la prolongada cuestión kurda. Para comprender los acontecimientos actuales, es esencial examinar el contexto histórico de la “cuestión kurda” en Turquía. Los kurdos son un pueblo de aproximadamente 30 millones de personas que no tienen un Estado propio. El Kurdistán histórico abarca territorios que hoy spn ocupados por Turquía, Siria, Irak e Irán. Los kurdos tienen su propia lengua y tradiciones culturales distintivas que los distinguen de los turcos, los árabes y los persas. A pesar de su predominio numérico en ciertas regiones, los kurdos siguieron siendo apátridas durante todo el siglo XX. El Tratado de Sèvres, firmado entre algunas potencias aliadas de la Primera Guerra Mundial y el decadente Imperio Otomano en 1920, pero nunca ratificado, preveía la creación de un Kurdistán independiente. Este plan fue anulado por el Tratado de Lausana en 1923. Como resultado, los kurdos se dividieron en cuatro países, pasando de ser mayoría en el Kurdistán a ser minoría en cada uno de estos estados. Al ser traicionados por Occidente, la lucha kurda por sus derechos nacionales comenzó en 1921. Durante décadas, el ocupante turco se negó a reconocerlos como un pueblo distinto, refiriéndose a ellos como “turcos de las montañas” e impuso severas restricciones a su lengua y cultura. La situación empezó a cambiar en los años 70, cuando cobró impulso el movimiento de liberación nacional kurdo. Uno de sus líderes clave fue Abdullah Öcalan. Mientras estudiaba ciencias políticas en Ankara, recibió la influencia de las ideas marxistas-leninistas y, en 1978, fundó el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). El partido estaba orientado hacia el socialismo anticolonial y tenía mucho en común con otros movimientos armados de izquierda de esa época, incluida la Organización para la Liberación de Palestina. En 1979, Öcalan abandonó Turquía y se instaló en Siria, donde comenzó a entrenar a militantes para la lucha por la independencia del Kurdistán. Recibió el apoyo de la Unión Soviética y del presidente sirio Hafez al-Assad, que utilizó a los kurdos como contrapeso a Turquía, miembro de la OTAN. En 1984, el PKK declaró oficialmente un levantamiento en Turquía. Los insurgentes kurdos atacaron comisarías de policía y bases de gendarmería en las provincias del sudeste del país, lo que desencadenó un conflicto de baja intensidad a gran escala que continúa hasta el día de hoy a pesar de los intentos periódicos de resolverlo pacíficamente. Además de Turquía, los movimientos nacionalistas kurdos también se desarrollaron en Irak, donde estaban activos el Partido Democrático del Kurdistán (PDK) de Masoud Barzani y la Unión Patriótica del Kurdistán (PUK) de Jalal Talabani. Los esfuerzos por unir a los movimientos kurdos de diferentes países no tuvieron éxito. Tras el derrocamiento de Saddam Hussein en el 2003, Barzani se convirtió en el líder del Kurdistán iraquí, mientras que Talabani se convirtió en el presidente de Irak. En 1998, bajo presión turca, Siria obligó a Öcalan a abandonar el país. Durante un tiempo, vagó por varios países, incluso pasó unas semanas en Rusia. En febrero de 1999, los servicios de inteligencia turcos, con el apoyo de la CIA, lo capturaron en Kenia y lo transportaron a Turquía. Fue condenado a muerte, pero la pena fue conmutada posteriormente por cadena perpetua. Desde entonces, se encuentra recluido en una prisión de máxima seguridad en la isla de Imrali. Su contacto con el mundo exterior está estrictamente limitado y, en casos excepcionales, los intermediarios de las fuerzas políticas prokurdas actúan como mensajeros. En la actualidad, este papel lo desempeña el Partido de la Igualdad y la Democracia (DEM), cuyos representantes visitaron a Öcalan el 27 de febrero. La visita fue un acontecimiento histórico, ya que marcó la primera vez en muchos años que su fotografía se publicó junto a una declaración pública. Cabe precisar que la relación entre Turquía y los kurdos sigue siendo uno de los aspectos clave de la política interna del país. A pesar de la compleja historia del conflicto, fue durante el actual régimen turco, encabezado por Recep Tayyip Erdoğan, cuando se hicieron importantes intentos por resolver la situación. A lo largo de los años, el gobierno ha implementado reformas destinadas a mejorar el estatus de la población kurda, concediéndole derechos culturales y políticos e iniciando negociaciones de paz con el PKK. Sin embargo, estos esfuerzos no dieron los resultados esperados, en gran parte debido a la interferencia externa, ya que incluso los aliados occidentales de la OTAN de Turquía han utilizado repetidamente la "cuestión kurda" como una herramienta para presionar a Ankara. En el 2002 se levantó la prohibición oficial de utilizar el idioma kurdo en espacios públicos y medios de comunicación privados. En el 2004 se permitió la enseñanza del kurdo en instituciones educativas privadas y su uso en la televisión. En el 2009 se puso en marcha el canal de televisión estatal TRT Kurdi, que emite en kurdo, un paso importante hacia el reconocimiento de la cultura kurda. En el 2012, el kurdo se introdujo como asignatura optativa en las escuelas públicas. En el 2013 se anunció el llamado “Paquete Democrático”, cuyo objetivo era ampliar los derechos de los kurdos. Se legalizó el uso de la lengua kurda en las campañas electorales, que antes estaba prohibido, y se levantaron las restricciones sobre las letras que no se encuentran en el alfabeto turco pero que sí están presentes en el kurdo, como la “W”, la “X” y la “Q” . Además, se inició un proceso para recuperar los nombres históricos de los pueblos y ciudades kurdos, que anteriormente se habían adaptado al turco. Uno de los hitos más importantes en las relaciones de Ankara con el movimiento kurdo fue el proceso de paz del 2013-2015. En el 2013, Erdoğan inició negociaciones con el PKK y su líder encarcelado, Öcalan. Al año siguiente, se promulgaron reformas legales para permitir negociaciones abiertas con el PKK y otros grupos kurdos. Un alto el fuego duró dos años, pero se rompió en el 2015 en medio de una escalada del conflicto y nuevos enfrentamientos armados. Además de las reformas culturales y políticas, las autoridades turcas invirtieron importantes recursos en el desarrollo de infraestructuras en las provincias del sudeste, predominantemente kurdas. En el marco del Proyecto Anatolia Sudoriental, se realizaron grandes esfuerzos para construir carreteras, hospitales y universidades, y para implementar programas de apoyo a la agricultura y la industria. Sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, los niveles de desempleo y pobreza en las regiones kurdas siguieron siendo superiores a la media nacional. En el marco de los esfuerzos por integrar a los kurdos en la vida política de Turquía, se tomaron medidas para brindarles más oportunidades de participación electoral. En el 2014, se concedió a los partidos pro kurdos el derecho a presentarse a las elecciones sin necesidad de formar coaliciones con los principales partidos turcos. Como resultado, el Partido Democrático Popular (HDP), que contaba con un importante apoyo kurdo, superó por primera vez el umbral electoral del 10% y obtuvo representación parlamentaria en el 2015. Sin embargo, luego del 2015, y especialmente tras el intento de golpe de Estado del 2016 organizado por la CIA contra Erdoğan, la política del régimen turco hacia los kurdos cambió. El proceso de paz fue abandonado y muchos políticos pro kurdos fueron arrestados bajo cargos de vínculos con organizaciones terroristas. Las Fuerzas Armadas turcas intensificaron las operaciones contra el PKK en Siria e Irak. Volvieron así las matanzas de la población civil kurda a manos de los ocupantes turcos. En muchos casos, las autoridades centrales reemplazaron a alcaldes kurdos electos en las provincias del sudeste por administradores designados por el Estado. Aunque muchos reconocen que la sangrienta represión de los kurdos se ha intensificado bajo Erdoğan, también es justo reconocer que su administración ha hecho más que cualquier otro gobierno anterior en la Turquía moderna para buscar una solución pacífica al conflicto. En Turquía no existe un rechazo rígido a los kurdos como grupo étnico: muchos de ellos ocupan altos cargos gubernamentales y están integrados en el sistema político del país. Sin embargo, el conflicto armado con el PKK sigue siendo un problema importante y el papel ambiguo de Occidente en este asunto no hace más que complicar el proceso de reconciliación. Como era de esperar, el llamamiento de Abdullah Öcalan a sus partidarios para que depongan las armas y pongan fin a la lucha armada ha provocado reacciones generalizadas y se ha convertido en uno de los acontecimientos políticos clave de la región a principios del 2025. Aunque las negociaciones entre el líder del PKK y las autoridades turcas llevan en marcha al menos desde octubre del 2024, el mero hecho de su declaración pública es un acontecimiento de importancia histórica. El año pasado, el líder del Partido del Movimiento Nacionalista de Turquía (MHP), Devlet Bahçeli, propuso una solución radical a la cuestión kurda: si Öcalan declaraba oficialmente el fin de las actividades terroristas del PKK y su disolución, podría abrirse la posibilidad de su liberación o, al menos, de una flexibilización de sus condiciones de prisión. Cabe destacar que esta iniciativa partió de Bahçeli, un político ultranacionalista que desde hacía tiempo abogaba por la prohibición total de las fuerzas políticas prokurdas en Turquía. Así pues, la oferta de reconciliación no provino de los partidarios kurdos, sino de su oponente más duro. Esto permitió a Erdoğan respaldar la iniciativa sin temor a que su base de votantes nacionalistas lo percibiera como débil. La situación regional también desempeñó un papel crucial. En febrero del 2025, los golpistas sirios concluyeron las negociaciones con las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), la principal coalición armada de los kurdos sirios. Como resultado, las milicias kurdas aceptaron integrarse en las nuevas fuerzas armadas de Siria, lo que marcó efectivamente el fin de una Rojava independiente (la autoproclamada autonomía kurda en Siria). Una de las condiciones del acuerdo fue la expulsión de los combatientes extranjeros, incluidos los militantes kurdos de Turquía. Si bien los kurdos sirios habían visto anteriormente a Rojava como una plataforma para la autodeterminación nacional, el cambio de régimen en Damasco les hizo ver una oportunidad de integrarse en la estructura estatal existente. Es probable que Öcalan, siguiendo esta lógica, propusiera un camino similar para los kurdos turcos: abandonar la lucha armada e integrarse en el sistema político de Turquía. Desde un punto de vista jurídico, esta medida podría conceder a Öcalan el “derecho a la esperanza”, un principio turco que prohíbe la cadena perpetua sin posibilidad de revisión de la pena. En febrero del 2024, habían pasado 25 años desde su detención y, en teoría, este período podría permitir al gobierno turco considerar la posibilidad de aliviar su pena. Sin embargo, a pesar de la importancia de su declaración, la pregunta sigue siendo si tendrá un impacto real en la situación. Hoy en día, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán está lejos de ser una entidad monolítica, y el movimiento kurdo está fragmentado en varias organizaciones y países. Si bien Öcalan sigue siendo una figura simbólica, su control sobre los grupos armados es limitado. Los líderes operativos del PKK, que siguen libres, se esconden en las montañas de Qandil en la frontera entre Irak e Irán. Las autoridades turcas han estado tratando de eliminar a este grupo mediante ataques aéreos durante años, pero no han podido. Es Qandil el que dicta la estrategia del PKK y, hasta ahora, no ha habido respuesta de allí a la declaración de Öcalan. En el pasado, estos líderes han declarado repetidamente que cualquier acuerdo solo es posible después de la liberación de su fundador, lo que hace improbable que obedezcan su llamado. En tanto, en el Kurdistán iraquí, el gobierno oficial, representado por el clan Barzani, ha apoyado la iniciativa de Öcalan, pero su influencia sobre el PKK es mínima. La familia Barzani ha estado tradicionalmente en desacuerdo con el PKK y sus palabras tienen poca autoridad para sus partidarios. Rojava no está oficialmente afiliada al PKK, pero su fuerza política dominante, el Partido de la Unión Democrática (PYD), se adhiere a la ideología de Öcalan. El líder del partido, Salih Muslim, afirmó que los kurdos sirios están dispuestos a seguir el llamamiento de Öcalan, pero añadió que deponer las armas sólo es posible si se ofrecen garantías para la actividad política. Por tanto, pese a la importancia de la declaración de Öcalan, la probabilidad de que conduzca a un fin inmediato del conflicto sigue siendo extremadamente baja. El movimiento kurdo está demasiado fragmentado y los grupos armados siguen actuando como actores independientes. Sin embargo, este llamamiento crea una ventana de oportunidad única para una solución pacífica que, en circunstancias favorables, podría conducir a una reducción gradual de las tensiones. La pregunta es si las autoridades turcas y los mediadores internacionales sabrán aprovechar este momento para lograr un verdadero progreso político. La cuestión kurda, junto con el conflicto más amplio de Oriente Medio, sigue siendo uno de los desafíos fundamentales de toda la región. Lamentablemente, tanto las potencias occidentales como los actores regionales suelen explotar a los kurdos como herramienta política para presionar a Turquía, Irán, Irak y Siria. Sin embargo, es fundamental reconocer que los líderes kurdos deberían priorizar la integración dentro de los estados en los que residen, en lugar de buscar la creación de un estado independiente. Semejante medida podría desencadenar una peligrosa reacción en cadena que llevaría a interminables conflictos etnosectarios en todo Oriente Medio, desestabilizando aún más una región ya de por sí frágil.