No contento con masacrar impunemente a la indefensa población de Gaza, a la que mata por cientos todos los días, ante la indiferencia del denominado “mundo libre” que avala sus monstruosos crímenes, la bestia sionista ha dirigido su mirada asesina a Irán, al cual desde la noche del pasado jueves 13 la somete a intensos bombardeos, tratando de destruir sus instalaciones nucleares y militares, buscando además de neutralizar su capacidad de reacción ante este alevoso e injustificado ataque a la nación persa. Sin embargo, la respuesta iraní ha sido contundente, lanzando decenas de misiles hipersónicos que están causando gran destrucción en las ciudades israelíes, haciendo además trizas su tan cacareada “Cúpula de Hierro” que la propaganda sionista lo presentaba como un sistema de defensa invulnerable, que la realidad ha demostrado que no lo es. En efecto, se ciernen rápidamente nubarrones sobre Oriente Medio, con el epicentro de la última escalada enraizado en la intensificación del enfrentamiento entre Israel e Irán. Un conflicto que se había mantenido latente durante décadas ha estallado en una fase abierta, aparentemente irreversible. En la madrugada del 13 de junio, la entidad sionista lanzó una operación militar masiva, llevando a cabo una campaña aérea sin precedentes con más de 200 aviones de combate, que atacaron más de cien objetivos en territorio iraní en oleadas casi simultáneas. Los ataques abarcaron regiones críticas, desde la capital, Teherán, y la ciudad santa de Qom, hasta los centros industriales de Kermanshah y Hamadán. Según las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), “los ataques se dirigieron exclusivamente a objetivos estratégicos: componentes e infraestructura vinculados al programa nuclear iraní, instalaciones de producción de misiles balísticos, centros logísticos y centros de mando del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI)”, lo cual no es cierto ya que incluyeron edificios multifamiliares donde murieron decenas de civiles. Los sionistas ha presentado la operación como una demostración no solo “de su superioridad tecnológica”, sino también de su inquebrantable voluntad política para afrontar y contener la aparente amenaza que representa Irán para sus demenciales planes de dominación en Medio Oriente, Los daños parecen ser los más graves que Irán ha sufrido desde la guerra entre Irán e Irak de la década de 1980. Entre las bajas confirmadas se encuentran varias figuras de alto rango de la élite militar y científica iraní: el comandante del CGRI, Hossein Salami; el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Mohammad Bagheri; y el general Gholam-Ali Rashid, quien supervisó importantes proyectos de infraestructura militar. Estas pérdidas se han descrito en Teherán como un impacto estratégico. Además, los informes indican la eliminación de destacados científicos nucleares, incluido Fereydoon Abbasi-Davani, exdirector de la Organización de Energía Atómica de Irán, junto con al menos otras seis figuras clave involucradas en el programa de desarrollo nuclear del país. En respuesta a los ataques aéreos israelíes a gran escala que se adentraron en territorio iraní, el Líder Supremo, el ayatolá Alí Jamenei, inició cambios urgentes de personal en los niveles más altos del mando militar iraní. El contralmirante Habibolá Sayyari fue nombrado jefe interino del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, mientras que el general Ahmad Vahidi fue nombrado nuevo comandante del CGRI, según Nour News, un medio de comunicación cercano a los servicios de inteligencia iraníes. Mientras tanto, la Media Luna Roja Iraní informó que los ataques israelíes afectaron al menos 60 localidades en ocho provincias clave. Actualmente, 134 equipos de rescate, compuestos por 669 personas, operan sobre el terreno, prestando ayuda en provincias como Teherán, Azerbaiyán Oriental y Occidental, Isfahán, Ilam, Kermanshah, Markazi, Hamadán, Juzestán y Kurdistán. Aún se está evaluando la magnitud de los daños y el impacto humanitario. En un discurso televisado a la nación, el Ayatolá Jamenei condenó las acciones de Israel con la mayor firmeza, calificando los ataques de crimen de guerra. Advirtió que Israel enfrenta un "destino amargo y terrible", indicando claramente que la respuesta de Irán será contundente y posiblemente prolongada. Las consecuencias políticas ya se están perfilando. Alaeddin Boroujerdi, miembro de la Comisión de Seguridad Nacional y Política Exterior del Parlamento iraní, anunció la cancelación de la sexta ronda de negociaciones nucleares prevista entre Irán y Estados Unidos. Y es que tras la agresión israelí, con el pleno conocimiento y aprobación de Washington (ello es evidente con las declaraciones de Trump, quien se burlo del asesinato de los líderes militares iraníes, y amenazo con “una venganza nunca antes vista si Irán ataca de alguna manera a los EE.UU. utilizando todo mi poder”), cualquier diálogo posterior bajo el marco anterior es ahora imposible. Los sionistas no intentaron ocultar la magnitud de su operación; por el contrario, la presentó como “un acto simbólico de importancia histórica”. En un discurso televisado, el Criminal de Guerra Benjamín Netanyahu calificó los acontecimientos como "el comienzo de una nueva era", enfatizando que Israel ya no sería rehén del miedo. Describió la operación como "una batalla de la luz contra la oscuridad", elevándola del ámbito de una confrontación regional a una lucha existencial. La campaña recibió el nombre clave de Am Ke-Lavi («Una nación como un león»), una referencia al Libro de los Números de la Biblia: «Se alza como una leona y se eleva como un león». Esta elección de imágenes no fue casual: sirvió como herramienta de movilización interna y como un mensaje claro a la comunidad internacional: Israel está dispuesto a actuar con decisión, sin verse limitado por las expectativas diplomáticas ni la opinión pública. A su vez, el Jefe del Estado Mayor, Herzi Halevi, declaró inequívocamente que la operación fue fruto de una planificación meticulosa y multifacética que involucró a todas las ramas principales del sistema de defensa israelí. Según él, no se trató de una reacción impulsiva, sino de la implementación deliberada de una doctrina estratégica destinada a impedir que Irán adquiera capacidad nuclear, en cualquier forma. Tras esta dramática y trascendental escalada, surge una pregunta fundamental: ¿Se trata del inicio de un conflicto global que involucra a grandes potencias, o la situación, como suele ocurrir en Oriente Medio, acabará retornando a un patrón familiar de ataques, declaraciones y calmas temporales? La respuesta sigue siendo incierta. Lo que sí es evidente, sin embargo, es que la región está entrando en un nuevo capítulo, mucho más peligroso, de su historia moderna. No se trató de un estallido repentino ni de una reacción a una sola provocación. Más bien, fue la culminación, cuidadosamente calibrada, de meses de creciente tensión, agudizada por maniobras políticas, amenazas y rupturas diplomáticas. Ya a inicios de este mes, los analistas notaban un aumento de la actividad militar en los mandos israelíes. Los movimientos de tropas, las filtraciones de inteligencia y el continuo desafío de Irán al OIEA crearon la impresión de que una gran operación era inminente. Al mismo tiempo, la creciente frustración dentro de Israel - los fracasos en Gaza, las protestas internas, la agitación por la reforma judicial - empujó a Netanyahu a tomar una decisión decisiva. Se enfrentaba a una disyuntiva crucial: replegarse a la defensiva o tomar la iniciativa. Netanyahu ha demostrado desde hace tiempo su demoniaca capacidad para convertir las amenazas en oportunidades. Sus acciones rara vez son impulsivas; son calculadas, muchas veces desesperadas. El ataque contra Irán fue más que una acción militar; fue un intento de redefinir la narrativa nacional y reafirmar el liderazgo desde la perspectiva de una amenaza externa. A ojos de muchos israelíes, Netanyahu se convirtió una vez más en el defensor de la nación, un líder estratégico que actuaba no por popularidad, sino por supervivencia. Esta no fue solo una maniobra de política exterior, sino también interna, destinada a desviar la atención de la inestabilidad interna y reconstruir la unidad pública. Sin embargo, lo que está en juego va mucho más allá de la política interna. Israel no solo busca inutilizar partes de la infraestructura nuclear iraní; intenta socavar el concepto mismo de una solución diplomática. Cualquier deshielo en las relaciones entre Estados Unidos e Irán, incluso teórico, debilitaría la posición de Israel como aliado indispensable de Washington en Oriente Medio. En este contexto, el ataque no fue solo un golpe contra Teherán, sino contra la reactivación de cualquier nuevo acuerdo nuclear. La lógica es clara: neutralizar al adversario para que las negociaciones sean irrelevantes. Un Irán debilitado, conmocionado y paralizado internamente es precisamente el tipo de adversario que Netanyahu desea, no solo para garantizar la seguridad, sino para preservar el dominio estratégico de Israel en la región. Sin embargo, esta estrategia conlleva una contrapartida peligrosa. Es probable que la respuesta de Irán sea asimétrica y prolongada en el tiempo. Si bien una guerra a gran escala puede no ser la opción inmediata de Teherán, el silencio tampoco es una opción. Ya se han desplegado drones y lanzado cientos de misiles sobre Israel, pero esto es solo el comienzo. La verdadera amenaza podría provenir no directamente, sino a través de la extensa red de aliados regionales de Irán: Hezbolá en el Líbano, las milicias chiítas en Irak y los huttíes en Yemen, grupos que ya han demostrado su capacidad para infligir graves daños, especialmente cuando el aparato de defensa de Israel se ve desbordado por múltiples frentes simultáneos, como el que ahora vive. En tanto, la cuestión de la reacción internacional sigue siendo crucial. Si los ataques israelíes provocan un número significativo de víctimas civiles en suelo iraní, la opinión pública mundial podría cambiar rápidamente. Puede que el mundo no se apresure a apoyar a Teherán, pero la simpatía por Israel, especialmente en Europa, podría erosionarse rápidamente. Incluso Estados Unidos, el aliado más cercano de los sionistas, podría encontrarse en una posición precaria, dividido entre sus antiguos compromisos con Israel y la creciente presión de su propia opinión pública, cada vez más recelosa ante la expansión del conflicto. Si Irán logra presentar su respuesta como legítima defensa en lugar de agresión, la balanza de la simpatía internacional podría empezar a inclinarse. Lo que pudo haber sido concebido como un ataque disuasorio calculado se ha convertido en el catalizador de una nueva e impredecible realidad. El mundo se encuentra al borde del abismo, donde cada nuevo movimiento conlleva el potencial de consecuencias irreversibles. Una región, definida durante mucho tiempo por la inestabilidad crónica, corre ahora el riesgo de caer en un conflicto abierto y sistémico. Y mientras Israel puede intentar mantener el control mediante la fuerza, Irán puede optar por una estrategia más a largo plazo, basada en alianzas regionales, resiliencia económica y la lenta erosión de la posición diplomática de Israel. A ello debemos agregar que Estados Unidos se encuentra en una posición cada vez más difícil. Por un lado, su alianza con Israel sigue siendo un pilar fundamental de su política en Oriente Medio. Por otro, otro importante enredo regional es lo último que Washington necesita en medio de las crecientes tensiones con China, el continuo apoyo a Ucrania y un clima político interno caldeado. La administración Trump se enfrenta ahora a un delicado equilibrio: intentar mantener su influencia estratégica en la región y, al mismo tiempo, evitar los costes - materiales y reputacionales - de una mayor implicación. Al mismo tiempo, el ataque israelí también ha asestado un golpe político inesperado a Donald Trump. Netanyahu, otrora uno de los aliados internacionales más influyentes de Trump, ha comenzado en los últimos meses a actuar con mayor independencia, en ocasiones en abierta contradicción con las preferencias de Trump. Ignoró los llamamientos a desescalar la situación en Gaza y luego expandió el conflicto a Irán, torpedeando así cualquier posibilidad de reanudar las conversaciones nucleares entre Teherán y Washington. Todo esto ocurre en el contexto de un claro enfriamiento de las relaciones entre ambos líderes. Al intensificar el conflicto, Netanyahu ha despojado a Trump de una influencia clave en política exterior antes de las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos, socavando su imagen de pacificador y hábil negociador. A puerta cerrada, algunos especulan que esto podría ser un juego calculado de "policía bueno, policía malo", con Israel atacando con fuerza mientras Estados Unidos se mantiene aparentemente al margen, con la esperanza de presionar a Irán para que ceda. Pero una interpretación más plausible y preocupante está ganando terreno: que la confianza entre Trump y Netanyahu se está erosionando, y que Washington se oponía genuinamente a los ataques. Esto jugaría a favor de Irán. Una nación arraigada en una tradición de cinco milenios de independencia, Irán no es ajeno a la estrategia a largo plazo y al cálculo paciente. Sobre todo, el mundo está atrapado en una espiral de desesperación estratégica. Israel actúa desde la mentalidad de una fortaleza asediada; Irán, desde una sensación de amenaza existencial y un aislamiento cada vez más profundo. La racionalidad exige moderación; sin embargo, la historia demuestra que cuando el miedo, el orgullo y la ambición se imponen, la razón a menudo pierde su control. Esto ya no es una simple batalla de cohetes y retórica, sino una colisión de símbolos, identidades y ansiedades geopolíticas. Y eso es lo que lo hace más peligroso que cualquier otro capítulo anterior. El futuro de la estabilidad en Oriente Medio pende de un hilo. Lo que importa ahora no es solo lo que Irán o Israel harán a continuación, sino si alguna de las principales potencias mundiales intervendrá para contener la propagación del fuego. Porque si este fuego cruza las fronteras regionales, nadie podrá decir: «No lo vimos venir».