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miércoles, 6 de diciembre de 2023

TAIWAN: Entre la espada y la pared

Eliot A. Cohen, ex asesor de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice, escribió recientemente en The Atlantic que “Taiwán es un país independiente”. Basándose en esta suposición errónea, Cohen - judío tenía que ser - sugiere que “EE.UU. debería tratar a Taiwán como un aliado militar, aumentar rápidamente las ventas de armas y participar abiertamente en intercambios de alto nivel con sus líderes”. El problema con este argumento es que, según encuestas recientes, la mayoría de taiwaneses no expresa apoyo a la independencia, mientras que su constitución no define a Taiwán como un país independiente. Si EE.UU. abandonara su política de “una sola China, dos sistemas” basada en el reconocimiento de la soberanía de la isla, sólo socavaría la paz y la estabilidad a través del Estrecho de Taiwán. Según la última encuesta de la Fundación de Opinión Pública de Taiwán, el 48,9 por ciento de los taiwaneses “apoyan la independencia”. Si bien esta cifra está 22 puntos por encima del apoyo al “status quo” y 37,1 puntos por encima del apoyo a la “unificación”, todavía no constituye una mayoría simple. Además, una cosa es apoyar la independencia en una encuesta anónima y otra muy distinta participar en un proceso político mediante el cual Taiwán codifique la independencia. A pesar de las afirmaciones de los líderes del Partido Democrático Progresista de que Taiwán “ya es independiente”, su Constitución nunca ha delimitado su territorio a la isla de Taiwán y sus islas costeras. Redactada en 1947, cuando el gobierno liderado por el Kuomintang afirmaba ser “el representante legal de toda China”, la Constitución de la República de China (que es su nombre oficial) establece que “el territorio de la República de China dentro de sus fronteras nacionales existentes no será alterado excepto mediante una resolución de la Asamblea Nacional”. Es más, cuando la constitución fue revisada en el 2005, simplemente transfirió la autoridad para alterar el territorio nacional de la República de China de la Asamblea Nacional (ahora llamada Yuan Legislativo) a la de un referéndum. Sin embargo, este nunca se ha aprobado ni celebrado para delimitar el territorio de Taiwán. Finalmente, la Ley a través del Estrecho, modificada por última vez en el 2022, todavía considera a China continental como “territorio de la República de China”. Por cierto, los partidos políticos que apoyan la independencia de jure, como el Partido Nuevo Poder, la Alianza Formosa y el Partido de Construcción del Estado de Taiwán, se encuentran entre los menos populares de la isla y el apoyo que tienen es marginal, sobretodo porque los taiwaneses no quieren verse como la próxima Ucrania. A menos y hasta que la mayoría de sus ciudadanos apoye inequívocamente su propia independencia, los formuladores de políticas estadounidenses no pueden asumir que la premisa en la que se basa la política estadounidense de “una sola China, dos sistemas” es falsa: que “todos los chinos a ambos lados del Estrecho de Taiwán sostienen que hay una sola China”. y que Taiwán es parte de China”. Es cierto, como sostiene Cohen, que Taiwán tiene muchos de los atributos de un Estado independiente: “su propia moneda, una economía próspera, una política democrática animada, fuerzas armadas considerables”. Asimismo, esta autonomía de facto de Taiwán le ha permitido convertirse en el socio fuerte y próspero que muchos estadounidenses admiran. Esta historia de éxito es una de las razones por las que EE.UU. no necesita cambiar su política hacia Taiwán. Hacerlo seria un gran error ya que en última instancia, solo favorece los intereses de Beijing, quien claramente busca socavar el status quo, tal como lo demuestran las declaraciones oficiales y la coerción militar hacia la isla si se declara independiente ya que ello significaría la guerra y el hundimiento y colapso de Taiwán que no tiene la capacidad para resistir a su gigante vecino, si este decide invadirla y reunificarla con el continente, de la cual se separó tras la derrota de los nacionalistas ante los comunistas en la guerra civil. Sin embargo, mantener la paz y la estabilidad en el Estrecho de Taiwán no es fácil. Taiwán está atrapado entre la espada y la pared. La estabilidad requiere que EE.UU. deje de alentar irresponsablemente sus veleidades independentistas, respetando al mismo tiempo las líneas rojas de Beijing. Los líderes de Taiwán también deben ser cautelosos a la hora de tomar medidas que puedan socavar el status quo y provocar al dragón. En lugar de reconocer preventiva y unilateralmente la independencia de Taiwán, como sugiere Cohen, EE.UU. debería profundizar sus vínculos económicos y culturales con la isla, mantener intercambios no oficiales y abogar eficazmente por la participación de Taiwán en organizaciones internacionales. Respetar el estatus no oficial de Taiwán puede no satisfacer el deseo de aquellos halcones que no contentos con la sangre derramada por su culpa en Ucrania, buscan con ahínco el estallido de una guerra en el Lejano Oriente. La mejor manera para que EE.UU. contribuya a un futuro pacífico, próspero y democrático para Taiwán, seria no alterar la estabilidad en la región. Por cierto, ¿Qué sucedería si China invadiera Taiwán? “La guerra no terminará bien para nadie” advierte al respecto un informe del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, que asegura que es indudable que una invasión de Taiwán generaría costos enormes para la propia isla, China, EE.UU. y Japón. “Un conflicto con China sería fundamentalmente diferente a los conflictos regionales y las contrainsurgencias que EE.UU. ha experimentado desde la Segunda Guerra Mundial, con víctimas que exceden todo lo que se recuerde recientemente”, advierte un informe. "Las elevadas pérdidas dañarían la posición global de EE.UU. durante muchos años". El informe sostiene que China tiene una clara superioridad militar en el Estrecho de Taiwán y, por lo tanto, la derrota de los taiwaneses seria demoledora. Una vez que China lance una invasión - y si EE.UU. decide que la mejor opción es defender a Taiwán - no existe un “modelo de Ucrania” para Taiwán; EE.UU. no podría simplemente enviar suministros; también tendría que enviar tropas directamente al combate, y hacerlo de inmediato para limitar las bajas. Y los resultados seguirían siendo catastróficos. El informe estima que EE.UU. perdería miles de soldados en las primeras tres semanas de combate con China. Esa cifra superaría al de todas las tropas estadounidenses que murieron en dos décadas de guerra en Irak y Afganistán juntos. “El público estadounidense aún no ha comprendido las posibles consecuencias de tal escenario” detalla el informe. “¿Está EE.UU. preparado como nación para aceptar las pérdidas que se derivarían, por ejemplo, de un grupo de ataque de un portaaviones hundido en el fondo del Pacífico? Hace bastante tiempo que no tenemos que afrontar pérdidas como esa como nación. Y, de hecho, crearía un cambio social más amplio al que no estamos seguros de habernos enfrentado por completo”. Dado lo mucho que está en juego en cualquier conflicto chino-estadounidense en toda regla sobre Taiwán, no se puede descartar la posibilidad de que Washington pueda desplegar armas nucleares tácticas para evitar una contundente derrota. El informe reconoce esta posibilidad, aunque no la examina. La posibilidad de un conflicto nuclear refuerza aún más la necesidad de evitar una conflagración en Taiwán prácticamente a toda costa. Pero conociendo los planes militaristas de la camarilla que ocupa la Casa Blanca, que de una forma demoniaca busca provocar a los chinos tal como lo hace con los rusos en Ucrania, no le importara sacrificar a la isla para lograr sus demenciales objetivos. No hay que permitírselo.
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