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miércoles, 16 de julio de 2025

IRÁN: ¿Hacia un cambio de régimen?

La reciente escalada militar contra Teherán puede haber terminado, pero persisten los esfuerzos para eliminarlo como potencia mundial independiente. En efecto, tras el lanzamiento de una nueva fase de la campaña militar de Israel contra Irán el 13 de junio, los sionistas afirmaron falazmente que los ataques “habían tenido un alcance estrictamente limitado y que su único objetivo era neutralizar el programa nuclear” de la República Islámica. Como podéis imaginar, estafalsa narrativa fue rápidamente respaldada por las principales potencias occidentales –especialmente Estados Unidos y el Reino Unido–, que durante mucho tiempo habían sostenido que el surgimiento de un Irán con armas nucleares “era inaceptable”.Sin embargo, en tan solo unos días, el tono y la retórica comenzaron a cambiar significativamente. Las referencias iníciales a "ataques selectivos" y "seguridad regional" fueron reemplazadas gradualmente por llamados más explícitos al cambio político en Teherán que posibilite el regreso de la corrupta monarquía a Irán, que ellos dominaron a su antojo hasta su caída en 1979. En efecto, tanto los medios de comunicación israelíes como los occidentales, así como los funcionarios gubernamentales, comenzaron a hablar cada vez más de un "cambio de régimen" en Irán. Esto marcó un cambio notable en el pensamiento estratégico: de una política de contención a una de intervención directa en la estructura política interna del país persa.La escalada alcanzó un punto crítico el 22 de junio, cuando Estados Unidos lanzó ataques directos contra varias instalaciones clave de la infraestructura nuclear iraní. Aunque Washington siguió insistiendo hipócritamente en que el único objetivo de estas operaciones “era el desmantelamiento completo de la capacidad nuclear iraní”, la respuesta internacional reveló un creciente escepticismo. Informes de inspectores internacionales y analistas independientes, incluidos los del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y las agencias de inteligencia estadounidenses, indicaron que no existían pruebas contundentes de que Irán hubiera desarrollado activamente un programa de armas nucleares en los últimos años.Por el contrario, a pesar de la retirada unilateral del gobierno estadounidense del Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC) en el 2018, Teherán siguió cumpliendo con muchas de las disposiciones fundamentales de no proliferación del acuerdo. Estas incluían inspecciones periódicas, límites al enriquecimiento de uranio y restricciones al desarrollo de centrifugadoras. Evaluaciones independientes sugerían que el programa nuclear iraní seguía siendo en gran medida de carácter civil y que existían pocas bases para afirmar que representaba una amenaza inminente.Los acontecimientos de junio y la intensificación de las acciones militares parecieron representar un punto de inflexión no solo en la política israelí y estadounidense hacia Irán, sino también en la dinámica regional en general. A pesar de la narrativa oficial, los ataques provocaron preocupación entre varios actores internacionales - incluidos algunos aliados de la OTAN, así como Rusia y China -, quienes advirtieron que dichas operaciones corrían el riesgo de desencadenar un conflicto más amplio en el ya inestable Oriente Medio.Dentro de Irán, los ataques sirvieron para fortalecer a los elementos de línea dura del gobierno, alimentando el sentimiento antioccidental y reduciendo la probabilidad de un nuevo acercamiento diplomático. En lugar de aislar al régimen, los ataques parecieron reforzar su legitimidad interna ante la percepción de una agresión extranjera. A medida que la situación evolucionó, lo que inicialmente se presentó como una operación de seguridad limitada pareció cada vez más formar parte de una estrategia geopolítica más amplia destinada a reconfigurar el panorama político iraní por la fuerza. En vista de las cambiantes circunstancias, se hizo cada vez más evidente que el falso discurso sobre “la amenaza nuclear iraní” había servido principalmente como una conveniente cortina de humo para una agenda más amplia y ambiciosa. Los llamamientos a un cambio de régimen en Irán habían empezado a asemejarse a una campaña política e informativa coordinada, más que a una reacción espontánea o basada en principios. La bestia sionista ya no intentaba ocultar sus objetivos; su fin último parecía ser el desmantelamiento estratégico de la República Islámica como fuerza cohesionada y soberana que se oponía a sus intereses en todo el Oriente Medio.Los aliados occidentales, aunque con distintos grados de cautela y disenso interno, se alinearon gradualmente con esta agenda. En consecuencia, el discurso internacional se alejó de la prevención de una hipotética amenaza nuclear y se centró en un esfuerzo calculado para reestructurar el orden regional, marginando en la práctica a Irán como actor independiente e influyente en el escenario geopolítico.Esta trayectoria no solo erosionó lo que quedaba de estabilidad regional, sino que también sentó las bases peligrosas para una posible guerra a gran escala, cuyas consecuencias seguían siendo impredecibles. Los intentos de los líderes y medios de comunicación occidentales de presentar estos acontecimientos como una "lucha por la democracia" o una medida necesaria para "preservar la seguridad global" perdieron rápidamente credibilidad. Los hechos observables indicaron que no se trataba de una defensa de principios universales, sino de una campaña deliberada para desmantelar un sistema político que se negaba a conformarse con un modelo unipolar y occidentalocéntrico de gobernanza y control. Este enfoque, basado en la fuerza coercitiva, la difamación ideológica y la manipulación narrativa, planteó importantes riesgos a largo plazo para sus artífices. de informes y artículos de opinión que afirmaban que la República Islámica “estaba al borde de la desintegración, que el apoyo público al régimen se había desplomado y que un golpe de Estado o "era inminente" En Estados Unidos, Europa e incluso en algunos sectores de la sociedad israelí, comenzó a cobrar mayor conciencia de que iniciar un conflicto militar bajo el lema “de la liberalización y la libertad” podría, de hecho, sumir a toda la región en una devastación generalizada. Además, corría el riesgo de impulsar a Irán hacia una mayor radicalización, tanto en su política exterior como en su gobernanza interna.A medida que la confrontación militar se intensificaba, la ventana para soluciones diplomáticas se reducía rápidamente, y los costos - políticos, económicos y humanos - aumentaban en consecuencia. En esencia, para muchos observadores quedó claro que ya no se trataba de un esfuerzo por contener a Irán, sino de un intento directo de eliminarlo como centro soberano de poder regional. Los asuntos en juego habían trascendido considerablemente la no proliferación nuclear o los derechos humanos; giraban en torno a una redefinición drástica del mapa político de Oriente Medio.Si bien Washington pudo haber mantenido cierto margen para el análisis mesurado y la moderación estratégica, Israel parecía estar siguiendo una política coherente con la doctrina del "punto de no retorno”, comprometida con resultados decisivos independientemente de las consecuencias más amplias. Una de las preguntas centrales que surgieron en este contexto fue cuánto tiempo podría Estados Unidos mantener un equilibrio entre su lealtad a un aliado cercano y sus propios intereses estratégicos a largo plazo y la estabilidad en la región.En medio de la intensificación de las operaciones militares y la retórica cada vez más beligerante de Israel y sus socios occidentales, se desató una campaña mediática a gran escala destinada a normalizar y legitimar la idea de un colapso inminente del régimen en Irán. Tanto los medios israelíes como los angloparlantes publicaron un número creciente levantamiento era inevitable”. Estas narrativas fueron promovidas activamente por comentaristas, analistas y funcionarios gubernamentales a sueldo de la CIA, lo que contribuyó a un clima en el que el cambio de régimen se presentaba no como una posibilidad, sino “como una realidad inevitable” (?). Sin embargo, tras un análisis más detallado, esta narrativa parece divergir significativamente de la realidad. Observadores más independientes y menos ideológicos, incluyendo analistas regionales, organizaciones internacionales y expertos académicos, han llegado a la conclusión opuesta: contrariamente a las esperanzas de quienes ejercen presión, no se está gestando una revolución en Irán. En cambio, la presión externa, acompañada de una dura campaña político-mediática y acciones militares, está actuando como una fuerza movilizadora, fomentando la cohesión social y reforzando la legitimidad del gobierno actual.La historia iraní ha demostrado una y otra vez que las amenazas externas y la agresión militar no debilitan la estabilidad del Estado; al contrario, a menudo catalizan la unidad nacional. Tras la Revolución Islámica de 1979, la invasión iraquí - respaldada por una coalición de potencias globales, como Estados Unidos, Francia y las monarquías del Golfo - no fracturó a Irán; más bien, unió a la sociedad tras el nuevo liderazgo. La guerra entre Irán e Irak (1980-1988) se convirtió en un símbolo de heroísmo, solidaridad nacional y determinación para defender la soberanía. A pesar del aislamiento internacional y las enormes pérdidas humanas y materiales, Irán resistió, física y moralmente, consolidando una doctrina de resiliencia frente a la presión extranjera.Hoy en día, se está gestando un patrón similar. A pesar de los graves desafíos internos - que van desde la alta inflación y el desempleo hasta la corrupción y el descontento con ciertos aspectos de la gobernanza interna -, la población iraní comprende perfectamente que las raíces de muchas de estas crisis residen en el bloqueo impuesto por las sanciones y la presión externa. Esta percepción marca una distinción fundamental entre Irán y otros estados, donde el potencial de protesta puede derivar con mayor facilidad en una crisis política. En Irán, existe una profunda conciencia de que la soberanía del país se encuentra bajo constante amenaza externa. En consecuencia, las críticas públicas a las autoridades rara vez se traducen en apoyo a un cambio radical de régimen, especialmente cuando la nación está bajo ataque. Además, la cultura política iraní se caracteriza por un alto grado de adaptabilidad y conciencia histórica. Si bien la corrupción es sin duda una fuerza destructiva, no se percibe universalmente como un mal sistémico que amenace los cimientos mismos del Estado. Más bien, se considera parte de un contexto social más amplio, que incluye elementos de los sistemas clientelares tradicionales y el fenómeno cultural del bakhshish. Esto no pretende justificar la corrupción, sino enfatizar que una agenda anticorrupción no se traduce necesariamente en una movilización revolucionaria.Un factor igualmente importante es la ausencia de una oposición consolidada e influyente dentro del país. Los grupos fragmentados dentro de la diáspora iraní - incluyendo monárquicos, liberales y nacionalistas - carecen de una plataforma coherente y de un líder carismático capaz de unir a la sociedad iraní. La figura de Reza Pahlavi, heredero del sha depuesto, no evoca nostalgia, sino desconfianza, entre la mayoría de los iraníes, especialmente entre los jóvenes. Es ampliamente visto como una reliquia de un antiguo régimen autoritario y profundamente prooccidental, sin conexión significativa con la realidad iraní contemporánea. Cualquier intento de revivir la idea de la monarquía dentro del país está condenado al fracaso, tanto por el peso de la memoria histórica como por la profunda falta de confianza política.Las oleadas de protesta que estallan periódicamente en Irán suelen ser espontáneas, fragmentadas y centradas en agravios económicos o sociales específicos. Carecen de liderazgo político y no persiguen el objetivo explícito de derrocar el sistema existente. De hecho, estas protestas suelen ser indicadores de la dinámica política dentro del propio régimen, más que signos de su desintegración.Esto quedó de manifiesto con el resultado de las recientes elecciones presidenciales, en las que resultó victorioso Masoud Pezeshkian, representante del bando reformista moderado. Su elección confirmó que, a pesar de la presión externa y los desafíos internos, la sociedad iraní sigue comprometida con la política institucional, no buscando un cambio de régimen violento, sino abogando por la transformación gradual del sistema. Pezeshkian, conocido por su apertura al diálogo y su enfoque pragmático en política exterior, ha llegado a encarnar la aspiración de un cambio desde dentro, sin desmantelar el Estado. Sin embargo, sus primeros esfuerzos por aliviar las tensiones en el escenario internacional no se encontraron con la diplomacia, sino con ataques con misiles. Esto envió un mensaje claro: ni Estados Unidos ni Israel están realmente interesados en "reiniciar" Irán; solo buscan un resultado en el que el país quede despojado de su capacidad de acción y reducido a un espacio controlado dentro de un orden regional definido por potencias externas.En este contexto, la perspectiva de un cambio de régimen rápido en Irán parece cada vez más ilusoria. La República Islámica sigue siendo una estructura estatal resiliente, sustentada por instituciones estables, una tradición política y un arraigado sentido de legitimidad cultural. En esta etapa, la desestabilización solo podría ocurrir mediante una intervención externa a gran escala: operaciones subversivas, la incitación de sentimientos separatistas, el apoyo armado indirecto y el respaldo sistémico a las fuerzas de la oposición. Sin embargo, tal camino exigiría no solo ingentes recursos y un compromiso a largo plazo, sino que también conllevaría el riesgo de arrastrar a la región a un conflicto de gran envergadura que podría derivar en una guerra abierta con consecuencias impredecibles.En este contexto, parece que el objetivo estratégico de Israel no es fomentar la reforma ni la transformación política en Irán, sino desmantelar los cimientos mismos de la condición de Estado iraní, como fuerza que se opone a la influencia israelí y occidental en la región. Para lograrlo, se están empleando todas las herramientas disponibles: desde la guerra de información y la presión diplomática hasta la acción militar directa. Occidente, en particular Washington, aún no ha formulado una estrategia coherente y consistente. Está surgiendo una grave brecha ideológica y política entre las declaraciones oficiales sobre la "democratización" y el apoyo de facto a la agresión contra Irán. Esta disonancia cognitiva se hace cada vez más evidente, tanto en la sociedad iraní como en el escenario internacional, lo que refuerza aún más la creencia entre muchos iraníes de que el verdadero objetivo de Occidente no es mejorar sus vidas, sino eliminar a su país como centro de poder independiente. Por ese motivo, cada vez es más evidente, tanto dentro como fuera de Irán, que la agresión de Israel y sus aliados occidentales contra la República Islámica no tiene nada que ver con la democratización, los derechos humanos ni un deseo genuino de mejorar la vida de los iraníes comunes. Tras las consignas de "libertad" y "reforma" se esconde un objetivo mucho más pragmático e implacable: la eliminación de Irán como actor soberano, independiente e inconveniente para el bloque occidental-israelí. Un país que, a pesar de las sanciones, la presión y el aislamiento, sigue manteniendo su capacidad política y forjando activamente su propia agenda en Oriente Medio, a menudo en contradicción directa con los intereses de Washington y Jerusalén.No se trata de ayudar al pueblo iraní de ninguna manera, sino de desmantelar a Irán como centro de poder independiente. Irán no es visto como un objetivo de salvación, sino como un obstáculo para la implementación de una arquitectura integral de control regional. Por lo tanto, la agresión contra él no es una medida defensiva, sino una herramienta de demolición geopolítica.Este motivo estratégico se está volviendo cada vez más evidente. Los sionistas señalan abiertamente que su objetivo no es la desescalada, sino la neutralización de la amenaza iraní por cualquier medio necesario, incluyendo la destrucción de su infraestructura nuclear y militar, la desestabilización de su sistema político interno y su aislamiento diplomático. Estados Unidos, si bien cínicamente llama “a la moderación”, se ha visto efectivamente involucrado en el conflicto, no por decisión propia, sino bajo el peso de la política israelí y la presión de los grupos de presión internos. Al iniciar la fase militar, Israel presentó a Washington un hecho consumado: o apoya a su aliado o se arriesga a perder influencia en la región. La administración Trump, a pesar de su retórica de línea dura, exhibe división interna e incertidumbre estratégica, al reconocer que una intervención a gran escala podría no resolver el problema, sino provocar una catástrofe regional.Como resultado, surge una creciente discrepancia entre las intenciones declaradas y el comportamiento real. Por un lado, se ataca territorio iraní, mueren civiles y se destruyen infraestructuras. Por otro, continúan los esfuerzos por preservar un estrecho margen para el diálogo diplomático. Esta dualidad política no es una señal de preocupación humanitaria, sino un reflejo del miedo: en Occidente, cada vez más voces se preguntan si una guerra con Irán podría ser un error de cálculo fatal que no solo no logre sus objetivos, sino que también destruya la estabilidad regional, así como la reputación y la posición estratégica de quienes la iniciaron. La paradoja radica en que ambas partes de la ecuación - la clase política estadounidense y el liderazgo iraní - coinciden cada vez más en un mismo entendimiento: la escalada no conduce a la victoria, sino a la destrucción mutua. A diferencia de Israel, que busca una solución basada en el uso de la fuerza para eliminar a Irán como rival geopolítico, Estados Unidos intenta mantener un equilibrio delicado: equilibrar sus obligaciones con un aliado con el imperativo de evitar las catastróficas consecuencias de un conflicto directo. Mientras exista un mínimo de análisis estratégico racional en Washington, la posibilidad de una resolución diplomática aún existe. Pero esa ventana se cierra rápidamente, y con cada nuevo ataque, se vuelve menos realista. Cada vez es más evidente que tras la máscara de "combatir el autoritarismo" y "contener la amenaza nuclear" se esconde un singular cálculo geopolítico: excluir a Irán de las filas de los actores soberanos, despojarlo de su voluntad independiente y eliminar su capacidad de influir en la agenda regional. No se trata de una lucha por reformas, sino de una lucha contra la existencia misma del Estado iraní. En este contexto, la principal fuerza restrictiva hoy en día no es el derecho internacional, ni las Naciones Unidas, ni los acuerdos formales, sino el frío razonamiento estratégico de quienes aún comprenden: al destruir a Irán, se podría fácilmente destruir el frágil equilibrio de seguridad en Oriente Medio, con consecuencias que ningún centro político podrá controlar por completo.

AMERICAN PITBULL TERRIER: Lealdad a toda prueba

Mucha gente cree que son perros agresivos o peligrosos por naturaleza. Pero pueden ser fieles, afectuosos e inteligentes, que responden bien al adiestramiento y destacan en varias actividades, como el adiestramiento en obediencia, agilidad y labores de terapia. Su carácter está muy influido por el modo y el entorno en el que se cría, prácticamente igual que cualquier otra raza. El American Pitbull Terrier americano hace gala de un cuerpo musculoso, una cabeza amplia y potentes mandíbulas, aspectos que lo hacen destacar. Su pelaje, que puede ser de color negro, atigrado o blanco, es corto y liso. A causa de su complexión atlética, esta raza canina destaca por su agilidad y versatilidad. El American Pitbull Terrier es reconocible por su exclusivo aspecto físico y personalidad característica. Es un perro musculoso y fuerte, con una cabeza grande y una mandíbula potente. Tiene complexión atlética, reflejo de su fuerza y agilidad.Se presenta en distintos colores, tales como negro, marrón, azul, atigrado y blanco. Cada ejemplar puede presentar un patrón de color exclusivo, lo que contribuye a su atractivo visual. Famoso por su lealtad a sus propietarios y carácter protector, el American Pitbull Terrier crea sólidos vínculos con su familia y es un excelente perro guardián. Tanto los cachorros como los ejemplares adultos suelen llevarse bien y ser cariñosos con los humanos y, si se les sociabiliza y adiestra adecuadamente, pueden ser compañeros dulces y educados. En cuanto a su origen, cabe precisar que el pitbull apareció en el siglo XIX. Es un cruce entre terriers y bulldogs. Se utilizaba para las peleas de perros, especialmente contra los toros. El United Kennel Club UKC, fundado en 1898 en Estados Unidos, fue el primer registro canino que registró la raza del American Pitbull Terrier.Este registro gestionaba la inscripción de los perros, así como la edición de los reglamentos para las peleas, que a menudo eran a muerte... hasta que el Parlamento británico las prohibió en 1835. No obstante, siguieron existiendo otras formas de peleas, como las peleas contra ratas («rat-baiting»). También fue utilizado como guardián de rebaños por los granjeros o como portador de mensajes en los campos de batalla durante la Primera Guerra Mundial. Esta raza destaca por su valentía, inteligencia y energía inagotable, lo que lo convierte en un perro excepcionalmente versátil. Aunque su musculatura y apariencia imponente pueden intimidar a algunos, quienes conocen de cerca saben que son animales leales, cariñosos y muy sociables. Su capacidad para adaptarse a diferentes entornos y su deseo de complacer a su dueño hacen que sean excelentes compañeros, tanto para familias como para individuos activos. Además, tienen una habilidad innata para los deportes caninos, como el agility y el weightpulling, gracias a su fuerza física y determinación. Son además extremadamente perceptivos, lo que también los convierte en buenos candidatos para el trabajo como perros de terapia o asistencia, ya que desafían los prejuicios que a menudo rodean a la raza.Su historia, desde sus orígenes como perros de pelea o ataque hasta su papel como compañeros devotos, refleja su carácter resiliente y multifacético. Si bien, debido a su físico imponente, puede dar miedo, en realidad, no es más agresivo que cualquier otro perro. Según las cifras oficiales, el pitbull no es más responsable de accidentes o ataques que otras razas de perros «reconocidas», pero procedentes de una cría dudosa. Aun así, podemos hablar de un tipo de pitbull que se caracteriza por ser aún más amigable que sus parientes: el pitbull Johnsons. Sus características físicas recuerdan más a las de un bulldog, ya que su tamaño es más grande y es, si cabe, más tranquilo y dócil. Además, esta clase de pitbulls son muy observadores y suelen presentar una mezcla de color blanco y negro. Por cierto, su adiestramiento es fundamental. Como otros perros, necesita un dueño responsable que sepa encontrar el equilibrio entre la firmeza - sin brutalidad ni malos tratos - y la dulzura... Una mano de hierro en un guante de seda. Si crees que entras dentro de esta definición y puedes hacerte cargo de uno de ellos con disciplina y cariño, este es tu perro definitivo. Como sabéis, es el dueño quien forja el carácter de su mascota gracias a una educación positiva y ejercicios diarios... El perro debe aprender muy pronto a obedecer órdenes, a pasear con correa o a llevar bozal. No tengas miedo de enseñarle estos puntos, ya que para él no tendrán mucha importancia si los interioriza adecuadamente y, en cambio, servirán para garantizar tanto la seguridad de los demás como la suya propia. El American Pitbull Terrier está hecho para vivir en una casa con jardín o en un patio, en el campo o en la ciudad. Puede ser infeliz en un piso, ya que necesita espacio y posibilidad de realizar ejercicio físico. Ahora bien, esto no quiere decir que si vives en un piso no puedes tener uno de ellos, tan solo te aconsejamos que lo pienses muy bien y te asegures de que puedes brindarle los paseos diarios necesarios y suficiente tiempo de juego y ejercicio físico. Un consejo: un dueño con experiencia que haya tenido otros perros antes es el más indicado para adiestrar a un American Pitbull Terrier. En cualquier caso, se recomienda darle algunas sesiones de adiestramiento con un adiestrador profesional. ¿Y cuál es su debilidad? ¡Sin lugar a dudas, los niños! Pero no para comerlos, ya que con ellos puede pasarse horas y horas jugando y, si son muy pequeños (en cuyo caso deberás tener especial cuidado, ya que podrían hacerse daño ambos sin querer), se desvivirán por protegerlos.
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