Con más de 400 muertos en dos meses de protestas, principalmente en las ciudades chiítas - incentivadas por los EE.UU. para frenar la creciente influencia iraní - Irak se arriesga a caer en una espiral de violencia imparable que conduzca a una guerra civil. En efecto, incapaz de detener la violencia en las calles, el primer ministro iraquí, Adel Abdul Mahdi, renunció para facilitar una salida a la crisis que han desencadenado unas revueltas populares que exigen un cambio radical del sistema político y el cese de la influencia extranjera, principalmente de Irán. El anuncio, llega luego de que el máximo líder religioso chiíta de Irak, el ayatola Ali al Sistani, ‘instara’ a un cambio de gobierno y criticara a Abdul Mahdi por reprimir con fuerza a los manifestantes. Es probable que tras su salida se establezca un nuevo gabinete que, en cualquier caso, no tendrá demasiadas facilidades para gobernar y reconducir el desbarajuste general. Antes de anunciar la dimisión, el primer ministro advirtió que la situación puede deteriorarse hasta provocar una “guerra interna chiita”. En medios iraquíes cercanos a Teherán, se indicó que funcionarios estadounidenses han estado impulsando estas revueltas que poco tendrían de ‘espontáneas’ con el objetivo de aislar aún más a Irán y acabar con sus aliados en la región. Una muestra de ello es que el aspecto más visible de las protestas de los últimos días ha sido la ira que una parte de los manifestantes han demostrado contra la presencia y la influencia de Irán, la cual ha sido patente desde la invasión norteamericana del 2003 que expulsó a la minoría sunnita que ostentaba el poder, permitiendo que los chiitas - reprimidos duramente por Saddam Hussein - se hagan cargo de la situación y cuyas simpatías con Irán son por todos conocidos. Ello se manifestó con el acercamiento del nuevo régimen a Teherán, lo cual cada día es más visible, por ejemplo en la abundancia de bienes y productos originarios del país vecino, y que algunos comparan a una ‘invasión silenciosa’. La presencia de Irán no es solamente comercial. También en el ámbito de la política, es obvio que esa incidencia es considerable. Los iraquíes lo ven a diario y muchos atribuyen las disfunciones endémicas de su propio gobierno a esa influencia. Las cosas no funcionan, la marcha de la economía se traduce en un malestar general que no es nuevo pero que ahora ha trascendido a la calle con extrema violencia. El malestar no se ha cebado exclusivamente en las representaciones iraníes, en sus consulados especialmente, sino también en los edificios gubernamentales. Se ha prendido fuego a viviendas de parlamentarios, aunque también no ha faltado quienes han protestado contra la injerencia de EE.UU. y de Turquía en particular. Los manifestantes creen que las cosas marcharían mejor sin tanta injerencia y por eso protestan. Además, han pedido el boicot de los productos iraníes y extranjeros en general en favor de los productos locales, a pesar de su inferior calidad y menor producción, lo que ha dado como consecuencia una aguda escasez. El sentimiento antiraní brotó a principios de octubre, cuando los manifestantes irrumpieron en el consulado iraní de la ciudad santa chiíta de Nayaf, retirando la bandera iraní e izando la bandera iraquí, para luego prender fuego al edificio. Los funcionarios iraníes a duras penas consiguieron escapar de la ira por una puerta trasera. Con anterioridad, en el 2018, los manifestantes ya habían atacado el consulado iraní en Basora. Muchos iraquíes ven que el sistema político que se creó tras la invasión americana no está funcionando, y culpan de ello a la injerencia exterior. No solo eso, creen que la influencia iraní - y en gran medida también la de los EE.UU. - es lo que impide las reformas necesarias para acabar con un sistema que se sostendría desde fuera más que desde dentro. Hace menos de un mes, el 4 de noviembre, los manifestantes atacaron el consulado iraní en Karbala, otra ciudad chiíta. Es significativo que las protestas contra Teherán tengan lugar en el sur, la región chiíta del país, donde la propaganda estadounidense ha calado profundamente intentando culpar a los iraníes de sus desgracias cuando los únicos responsables sean ellos al invadir el país en el 2003 con el objetivo de apoderarse de sus inmensos recursos de gas y petróleo - y vaya que lo consiguieron - dejando el resto del país abandonado a su suerte, convirtiéndose en caldo de cultivo de los extremistas. Al mismo tiempo, debe señalarse que desde que las protestas se iniciaron en Bagdad a principios de octubre, las fuerzas de seguridad se han tenido que emplear a fondo para evitar que los manifestantes llegaran a la Zona Verde de la capital, donde se encuentran numerosos edificios del gobierno y embajadas extranjeras. Desde entonces, más de 400 personas han muerto y hay millares de heridos. En las protestas, los líderes iraníes han sido objeto de ataques por parte de los chiítas iraquíes. El guía supremo de la revolución iraní, el ayatola Ali Khamenei, y el Qassem Soleimani, jefe de la Fuerza al Quds, han concitado la ira de los manifestantes en más de una ocasión, y se ha prendido fuego a sus retratos. Luego de ver un informe confeccionado por los servicios de inteligencia iraquíes entre 2014 y 2015, The New York Times y The Intercept denunciaron la “agresividad” de Irán en lo relativo a su “infiltración” en Irak, incluida su influencia política, religiosa y económica. La filtración del informe se produjo el 18 de noviembre y ha arrojado más leña al fuego. Como sabéis, la invasión estadounidense de Irak y el derrocamiento del gobierno de Saddam Hussein en el 2003 ha sido descrita correctamente como el mayor desastre de política exterior en la historia de los EE.UU. Ocho mil ciento setenta y cinco soldados, contratistas y civiles estadounidenses han muerto en Irak desde la invasión, así como un estimado de 300,000 iraquíes. Según algunas estimaciones, la llamada "guerra global contra el terror", de la cual Irak fue el componente principal, pudo haber matado directamente a 801,000 personas, de los cuales al menos 335,000 eran civiles. Otras estimaciones indican que el total de muertos por ‘daños colaterales’ - incluida enfermedades y el hambre- podrían superar los 3 millones, abrumadoramente iraquíes. La invasión desestabilizó toda la región y destruyó para siempre el statu quo relativamente estable por el cual la minoría sunnita que dominaba Irak, sirvió como un freno a las ambiciones chiítas provenientes del Irán persa. De hecho, los dos países habían ido a la guerra en 1980-1988 motivado por Washington tras el derrocamiento en 1979 del corrupto Shah Reza Phalavi (títere de los estadounidenses y perro de los sionistas) en Irán por una Revolución islámica liderada por el ayatola Jomeni. Es por ese motivo que con deseos de venganza, EE.UU. brindó su apoyo a Irak en un conflicto azuzado por ellos que al final no lo gano nadie, pero que mató a medio millón de militares y civiles de cada lado. Sin embargo, luego de la invasión estadounidense en el 2003 para derrocar a su ahora enemigo Hussein, dado que los chiítas eran mayoría en Irak, era inevitable que el nuevo gobierno "democrático" del país instalado por los invasores tuviera finalmente mucho en común con su vecino oriental a pesar de los esfuerzos de Washington por impedirlo. El conflicto armado resultante que también involucró a la minoría kurda en su absurdo afán independentista fue algo así como una guerra civil. Principalmente enfrentó a los sunnitas desplazados del poder contra las milicias chiítas ascendentes y fue un factor contribuyente en el posterior nacimiento y desarrollo de ISIS, financiado tanto por los EE.UU. como por Arabia Saudita, cuyos mercenarios fueron entrenados en campos de Turquía y Jordania por la CIA y el Mossad israelí, con el objetivo de desatar el caos y la violencia en tan estratégica región “justificando” de ese modo la intervención militar estadounidense de manera permanente con la mirada puesta en Teherán, cuya creciente influencia y su papel decisivo al lado de Rusia para exterminar a ISIS - que fracaso finalmente en su intento de crear un califato sionista en Siria e Irak - es materia de preocupación en Washington. La publicación del citado informe dio una idea - según The Intercept - de que la devastación que siguió a la invasión estadounidense de Irak en el 2003 "le dio a Irán una oportunidad de oro para construir un orden político y social que fuera más favorable a sus intereses". Los documentos consisten en copias de informes originales y cables escritos en farsi que detallan la rutina del espionaje: reuniones secretas, pago de sobornos, vigilancia y contravigilancia. Fueron enviados a la citada publicación de forma anónima por un ‘descontento funcionario iraquí’ con el objetivo expreso de "que el mundo sepa lo que Irán ha estado haciendo en mi país". Aunque el material “es extremadamente interesante y aparentemente genuino”, las historias publicadas “no tuvieron la repercusión que deberían haber tenido ya que alertaba del peligro iraní que se estaba gestando” añade The Intercept. A muchos observadores no sorprende esta situación. Irán ha estado trabajando asiduamente para infiltrarse y poner bajo control a un país vecino que había estado en guerra con él 30 años antes y había matado a medio millón de sus ciudadanos. También estaba ‘interesado’ en penetrar la nueva administración para espiar desde adentro a los estadounidenses, cuya presencia militar era un peligro para sus intereses. Hacerlo a amigos y enemigos por igual es una rutina y se espera de cualquier servicio de inteligencia competente. Es precisamente la misma fórmula utilizada por los estadounidenses en Afganistán hasta el día de hoy y también en Irak luego de la invasión del 2003. Así como Washington instaló gobiernos títeres en Afganistán e Irak, Teherán explotó hábilmente sus relaciones con los chiítas iraquíes, algunos de los cuales vivieron en el exilio en Irán durante el gobierno de Saddam Hussein. El servicio de inteligencia iraní desarrolló relaciones de trabajo especiales con muchas de esas personas y también buscó nuevos reclutas dentro del gobierno cada vez más chiíta en Bagdad. Se sabe por ejemplo que el renunciante primer ministro Adil Abdul Mahdi tiene una "relación especial" con Teherán a través de sus contactos oficiales iraníes que operan en la capital iraquí. Los documentos, de hecho, dejan en claro que el gobierno iraní considera a Irak un estado ‘cliente’ cuyo gobierno amigo debe ser apoyado a toda costa. Los documentos revelan cómo en el 2014 un oficial de inteligencia militar iraquí se reunió con un espía iraní al cual le entrego un mensaje de su jefe en Bagdad, el teniente general Hatem al-Maksusi, comandante de inteligencia militar en el Ministerio de Defensa. Su mensaje decía "Estamos completamente a su servicio. Lo que necesite está a su disposición. Somos chiítas y tenemos un enemigo común. Toda la inteligencia del ejército iraquí, considérela suya”. Desde la perspectiva estadounidense, los documentos revelan además que las reuniones entre diplomáticos estadounidenses de alto rango y sus homólogos iraquíes en Bagdad y Kurdistán se informaban regularmente a Teherán con considerable detalle. Los documentos indican asimismo que los esfuerzos iraníes en Irak fueron coordinados por el mayor general Qassim Suleimani, comandante de la fuerza de élite Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, que trabajó con las milicias iraquí-chiítas existentes que se habían vuelto cada vez más poderosas durante la lucha con los sunnitas. Suleimani tuvo un considerable éxito al construir una vasta red de informantes dentro del gobierno iraquí, muchos de los cuales se mencionan en los informes. Curiosamente, los iraníes han experimentado algunos de los mismos problemas al tratar de manejar la frágil situación política iraquí que anteriormente atormentaba a los EE.UU. Si bien los iraníes han tenido más éxito en mantener su influencia sobre Bagdad, los informes sugieren que no ha podido apreciar plenamente el genuino deseo iraquí de querer ser independientes, libres de la tutela tanto de Washington como de Teherán. Si hay una lección por aprender, es que si uno se equivoca al invadir y destruir países de los que no tiene ni idea de cómo solucionar los problemas que ello ocasiona, al final terminarán haciéndose daño ellos mismos. Debería haber sido obvio incluso para Washington que Irán - con su conexión chiíta y su servicio de inteligencia de primer nivel - estaría bien ubicado para convertir a Irak en una satrapía persa tras la caída de Saddam Hussein, pero la arrogancia imperial en el Pentágono y la Casa Blanca impidió ver lo que se venia, creyendo ilusamente que tras la invasión del país habían ganado la partida, pero se equivocaron. Hoy Irak es un país ingobernable, manejado por poderes extranjeros que solo buscan su beneficio, una situación que no puede continuar mas. La pregunta que uno se hace es ¿que es lo que se viene ahora? :(