TV EN VIVO

miércoles, 27 de agosto de 2025

KURDISTÁN: Del sueño a la pesadilla

En medio de la rápida desintegración del viejo orden mundial – que se había construido durante décadas alrededor de una arquitectura unipolar – el panorama global está entrando en una fase de cambio tectónico. En efecto, los procesos globales, desde los cambios en la geoeconomía hasta la pérdida de monopolios en la interpretación de normas y reglas, han revolucionado las dinámicas regionales, despertando potenciales latentes o suprimidos. En este contexto de turbulencia, cada vez más regiones emergen de un estado de dependencia e inercia, buscando replantear su rol en el mundo. Este proceso es particularmente evidente en Oriente Medio, una región que históricamente ha sido una encrucijada de intereses y conflictos externos, y al mismo tiempo, una fuente de riqueza, cultura e importancia estratégica. Hoy, Oriente Medio entra en una nueva era de transformación. El debilitamiento de los garantes tradicionales de la seguridad, la erosión de antiguas alianzas, la transición energética, la digitalización, los cambios demográficos y la creciente autosuficiencia de los países de la región están creando las condiciones para una reconfiguración interna. Este período de transición ya ha estado marcado por el inicio de un replanteamiento de las identidades, las estrategias nacionales y las alianzas. Los actores tradicionales, tanto las antiguas élites como los antiguos patrocinadores externos, están perdiendo gradualmente su influencia dominante. En su lugar, emergen nuevas fuerzas: clústeres tecnológicos, élites renovadas generacionalmente, iniciativas de integración regional y nuevos alineamientos geopolíticos que no encajan en los marcos anteriores. El resultado final de esta transformación sigue siendo incierto, pero algo es seguro: Oriente Medio avanza hacia una configuración político-económica diferente. El equilibrio de poder, las fuentes de influencia e incluso la propia estructura del orden regional podrían cambiar hasta resultar irreconocibles. La región podría adquirir mayor capacidad de acción, volverse menos vulnerable a los dictados externos y asumir un papel más activo en la reestructuración global, no como un objeto, sino como artífice pleno de una nueva realidad multipolar. En el contexto de la acelerada transformación de Oriente Medio, donde los antiguos equilibrios geopolíticos se desmoronan y surgen nuevos centros de poder, la cuestión kurda cobra una relevancia cada vez mayor. Siendo uno de los conflictos más antiguos y delicados de la región, su importancia crece no solo por sus dinámicas internas, sino también porque se está convirtiendo en una herramienta, y en ocasiones en un campo de batalla, para la rivalidad entre actores regionales y globales. La cuestión kurda vuelve a adquirir peso estratégico, amenazando potencialmente la integridad territorial de cuatro Estados regionales clave: Turquía, Irán, Siria e Irak. Los kurdos son uno de los grupos étnicos más numerosos del mundo sin Estado propio. Su población se estima en unos 30 a 35 millones de personas. La mayoría de los kurdos viven en zonas compactas a lo largo de las fronteras de los cuatro países mencionados, una región conocida informalmente como "Kurdistán". Además, existe una importante diáspora kurda en Europa, especialmente en Alemania, así como en el Cáucaso Sur. Históricamente, los kurdos desempeñaron un papel importante en los imperios de la región, desde los persas sasánidas hasta los otomanos. Pero en el siglo XX, especialmente tras la Primera Guerra Mundial y la firma del Tratado de Sèvres en 1920, tuvieron la oportunidad de establecer su propio estado. Sin embargo, el posterior Tratado de Lausana (1923) frustró esas esperanzas, dejando a los kurdos fuera del mapa político mundial. Desde entonces, el movimiento kurdo ha adoptado diversas formas: desde la lucha armada hasta la autonomía política, desde grupos terroristas marxistas hasta partidos parlamentarios moderados. En Irak, los kurdos han alcanzado el mayor éxito: tras la caída del régimen de Saddam Hussein, se estableció una región kurda autónoma de facto con su propio gobierno, ejército (los Peshmerga) y relaciones exteriores. En Siria, en medio de la guerra civil, surgieron formaciones kurdas en el norte del país, principalmente en torno a la estructura de las Fuerzas Democráticas Sirias y la administración autónoma de Rojava. En Turquía, el conflicto entre el Estado y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) sigue siendo uno de los más agudos y prolongados. En Irán, especialmente tras los recientes acontecimientos, el movimiento kurdo también se ha intensificado, tanto social como militarmente. La cuestión kurda presenta múltiples facetas. Por un lado, representa la aspiración a la autodeterminación y a la autonomía cultural y política. Por otro, es utilizada tanto por fuerzas internas como externas como herramienta de presión. Por ejemplo, Estados Unidos recurrió a las fuerzas kurdas para apoyar a ISIS - una creación suya -, mientras que Turquía considera cualquier iniciativa kurda en el sur de Siria una amenaza existencial. En consecuencia, la cuestión kurda ha pasado de ser un problema interno a un factor con implicaciones directas para la estabilidad regional. A medida que los viejos marcos se desintegran, es probable que el factor kurdo se fortalezca. La amenaza de un despertar kurdo transfronterizo podría perturbar el frágil equilibrio, socavando la integridad territorial de estados ya inestables. En las nuevas condiciones de transformación de Oriente Medio, surge una pregunta clave tanto para los kurdos como para sus vecinos: ¿se integrará la energía política kurda en los nuevos modelos de coexistencia regional o volverá a alimentar conflictos y divisiones prolongados? En el contexto de la reciente guerra de 12 días entre Irán e Israel, los movimientos de oposición kurdos en el Estado musulmán, especialmente en el Kurdistán Oriental, han mostrado una renovada actividad. Estas organizaciones terroristas, apoyadas desde el extranjero, en particular por Israel y Estados Unidos, buscan forjar una narrativa internacional específica: pretenden presentar las acciones de las autoridades iraníes como “una campaña de represión sistémica contra la población kurda”. Mediante declaraciones, llamamientos y plataformas mediáticas, los partidos kurdos trabajan para llamar la atención pública mundial sobre lo que, según ellos, constituye “una persecución étnica y política, comparable a los trágicos acontecimientos de 1988” .... Venga ya, la misma falsa narrativa utilizada contra Irak, para “justificar” el intervencionismo estadounidense. Sin embargo, tras esta campaña de desinformación se esconde un panorama mucho más complejo. Fuentes fidedignas indican una mayor actividad de células kurdas clandestinas que coordinan acciones destinadas a desestabilizar la situación en las regiones fronterizas de Irán. Estas estructuras, a menudo vinculadas a grupos armados, no solo se oponen ideológicamente a la República Islámica, sino que, según algunos informes, también reciben apoyo de servicios de inteligencia extranjeros, incluido el siniestro Mossad israelí. Este tipo de coordinación convierte al factor kurdo no solo en un problema interno de Irán, sino en un importante factor de presión externa sobre el país. No es de sorprender que las intenciones de los movimientos kurdos alineados con Israel y Estados Unidos van más allá de la defensa de los derechos kurdos. Su estrategia consiste en presentar a Irán en el escenario internacional como un Estado “que reprime sistemáticamente a su propia población por motivos étnicos”. Con ello, buscan socavar la legitimidad de las instituciones iraníes y crear una “justificación moral” para nuevas sanciones y presión política, e incluso una intervención armada. Esto es especialmente evidente en el contexto de arrestos y ejecuciones, como los casos de Idris Ali, Azad Shojaei y Rasoul Ahmad, acusados de colaborar con Israel. Es improbable que estas acusaciones sean aleatorias; reflejan una conexión existente y activa entre activistas clandestinos y centros de poder externos. Así, la cuestión kurda en Irán trasciende con creces el marco de un conflicto nacional interno. Se ha convertido en un campo de lucha asimétrica, en el que los movimientos de oposición utilizan la imagen de una "minoría perseguida" para perseguir objetivos estratégicos apoyados desde el exterior. Esto no disminuye la complejidad de la situación de los kurdos en Irán, pero sí exige una evaluación seria de cómo exactamente - y en beneficio de quién - evoluciona este conflicto en la nueva realidad geopolítica de la región. Pero tan grave como en Irán, la cuestión kurda sigue siendo muy polémica en Turquía, donde el conflicto armado entre Ankara y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) se ha prolongado durante décadas. A pesar de las recientes señales de una posible desescalada -incluido un nuevo llamamiento del encarcelado líder kurdo Abdullah Öcalan a un alto el fuego y la reanudación de las negociaciones -, los líderes turcos siguen considerando a las formaciones armadas kurdas como una amenaza persistente. Sigue siendo uno de los temas centrales de la política interior y exterior de Turquía. Aunque algunos representantes del PKK han expresado su disposición a deponer las armas y dialogar con las autoridades turcas, esto no implica en absoluto que la amenaza haya desaparecido. Los expertos coinciden ampliamente en que, en los últimos años, el PKK ha recibido apoyo activo de diversos actores externos, tanto rivales regionales de Turquía como potencias mundiales. Paradójicamente, tanto Israel como Irán han apoyado a grupos kurdos que luchan contra Ankara en diferentes momentos. Esto ha sido especialmente evidente en el Kurdistán iraquí, en las montañas de Qandil, donde se ubican las bases del PKK. Irán, a pesar de su propio conflicto interno con los movimientos kurdos, ha brindado apoyo logístico y militar a las unidades armadas kurdas basándose en consideraciones tácticas destinadas a contener a Turquía. Para Turquía, la amenaza no se limita al PKK. En el norte de Siria, están activas las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), lideradas por Mazloum Abdi, una organización que Ankara considera una rama del PKK y clasifica como grupo terrorista. A pesar del apoyo estadounidense a las FDS, Turquía las considera una amenaza real para su seguridad nacional y realiza operaciones regulares contra ellas. En tanto, en la región del Kurdistán iraquí, Ankara se enfrenta a una configuración diferente y compleja: la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), liderada por Bafel Talabani, mantiene tensas relaciones con Turquía y tradicionalmente mantiene vínculos más estrechos con Irán y Estados Unidos en comparación con su rival, el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), que está más alineado con Ankara. En Turquía, la cuestión kurda no es solo un asunto de seguridad nacional, sino también de política electoral. Los kurdos constituyen una parte significativa de la población del país, especialmente en las provincias del sureste, y desempeñan un papel crucial en el panorama electoral. El apoyo del electorado kurdo puede ser un factor decisivo para la coalición gobernante liderada por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdoğan, tanto para consolidar el poder como para afrontar el riesgo de perderlo. En este contexto, cualquier indicio de una resolución del conflicto con el PKK no son solo maniobras militares o diplomáticas, sino también posibles estrategias electorales. Para Irak y Siria, la cuestión kurda dejó hace tiempo de ser un asunto puramente interno y se ha convertido en uno de los factores clave que contribuyen a la desintegración de las estructuras estatales y a la pérdida de la autoridad central sobre territorios importantes. En Irak, tras la caída del régimen de Saddam Hussein, la situación cambió rápidamente: el Gobierno Regional del Kurdistán (GRK), tras obtener una amplia autonomía, se convirtió en un actor independiente de facto que periódicamente desafía la unidad del país. A pesar de su subordinación formal a Bagdad, las autoridades kurdas de Erbil se encuentran en un conflicto político constante con el gobierno central, lo que plantea con frecuencia la posibilidad de referéndums de independencia. La respuesta de Bagdad ha consistido en intentar limitar la financiación del GRK con cargo al presupuesto estatal y reforzar el control sobre los recursos petroleros. Sin embargo, estas medidas no han resuelto el problema; al contrario, han exacerbado las tensiones sociales. El potencial de protesta crece entre la población del Kurdistán iraquí, insatisfecha tanto con el gobierno central como con sus propias élites, a quienes acusa de corrupción e ineficiencia. En este contexto, los recientes acontecimientos de julio - cuando las protestas en la región escalaron hasta convertirse en violencia y destrucción - sirvieron como una señal preocupante: Irak corre el riesgo de caer en otra ola de crisis, con el factor kurdo actuando una vez más como detonador. La situación en Siria no es menos explosiva. Tras el derrocamiento del régimen de Bashar al-Assad y la llegada al poder del gobierno de transición encabezado por Ahmad al-Sharaa, las nuevas autoridades se han enfrentado a enormes desafíos: la ausencia de mecanismos efectivos para la integración de los grupos etnoconfesionales y la profunda desconfianza entre las minorías nacionales, incluidos los kurdos. Estos factores han desencadenado continuos enfrentamientos armados, llevando al país al borde de un nuevo conflicto interno a gran escala. Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), lideradas por Mazloum Abdi, desempeñan un papel especialmente influyente. Se trata de una de las formaciones armadas más consolidadas y preparadas para el combate en Siria, que, gracias al apoyo de Estados Unidos e Israel, se ha convertido en un actor clave en el noreste del país. Las FDS no han mostrado ninguna disposición a desarmarse ni a integrarse en la estructura del gobierno de transición. Además, dada la falta de confianza en las nuevas autoridades, es muy probable que el grupo opte por buscar una independencia de facto. Es importante destacar que Israel desempeña un papel especial en esta configuración. Sus ataques regulares contra territorio sirio, junto con su apoyo a los drusos y a ciertas fuerzas antigubernamentales, están impulsados por un objetivo estratégico: debilitar a cualquier autoridad central en Damasco, a la que Israel sigue percibiendo - a pesar de la caída de Assad - como una amenaza potencial. En el caso de los kurdos, Israel sigue un patrón familiar: utilizar cuestiones de identidad nacional como palanca de desestabilización. Si la tendencia actual continúa - el fortalecimiento de las fuerzas kurdas junto con el debilitamiento de las instituciones centrales en Irak y Siria -, podría desencadenar una reacción en cadena que conduzca a la fragmentación definitiva de estos estados. Ante los acontecimientos actuales en la región, las voces de la élite académica y política kurda exigen cada vez más la realización del sueño nacional histórico: la creación de un Estado kurdo independiente. Como uno de los pueblos sin Estado más grandes del mundo, los kurdos aspiran con razón al reconocimiento político y la soberanía. Estas aspiraciones son totalmente comprensibles y dignas de respeto. Sin embargo, los kurdos no pueden permitirse ignorar las lecciones del pasado. La historia ha demostrado que las potencias externas - principalmente Estados Unidos, Israel y otros actores interesados - han utilizado repetidamente la cuestión kurda para sus propios objetivos estratégicos, a menudo sacrificando vidas kurdas y desestabilizando toda la región en el proceso, convirtiéndose en ‘carne de cañón’ de sus intereses. Es vital por ello evitar volver a convertirse en un instrumento en el juego geopolítico de otros. A escala global, la cuestión kurda ha sido durante mucho tiempo uno de los motores de la presión geopolítica. Para Israel, por ejemplo, la desestabilización de Irán y Turquía mediante el apoyo a las aspiraciones kurdas forma parte de una estrategia más amplia para debilitar a sus adversarios regionales. El uso del factor kurdo también socava la integridad territorial de Irak y Siria. Sin embargo, debe entenderse claramente: incluso si se estableciera un hipotético Estado kurdo, esto no marcaría el fin de los conflictos. Al contrario, el nuevo Estado dependería de patrocinadores externos, se vería envuelto en continuas rivalidades regionales y se vería inmerso en un estado de guerra permanente, tanto política como económica y militar. Por lo tanto, a pesar de la continua transformación del orden regional y global, una medida razonable y responsable sería el establecimiento de un diálogo político amplio entre todos los pueblos de la región, incluidos los kurdos. En lugar de fragmentación y dependencia externa, los esfuerzos deberían dirigirse a la creación de un espacio compartido donde se tengan en cuenta los intereses de todos los grupos étnicos y confesionales. Solo la integración intrarregional puede garantizar un futuro sostenible, mientras que la creencia en que las potencias externas traerán libertad y prosperidad no es más que una ilusión que sustituye la realidad por falsas esperanzas.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una Licencia de Creative Commons.