En su clásico libro sobre Vietnam, Dispatches, el periodista estadounidense Michael Herr explicaba que tenía un mapa de Indochina en la pared de su habitación en Saigón y reflexionaba: “Allí hace mucho tiempo que no había un país, solo una guerra”. Algo dramáticamente similar podría escribirse de Afganistán: el 63,7% de los afganos tiene menos de 25 años, lo que quiere decir que nacieron, crecieron y vieron morir a muchos familiares en alguna de las guerras que ha padecido el país a lo largo de su convulsionada historia. Punto de encuentro de culturas y civilizaciones en los márgenes de Asia, Afganistán ha producido una intensa literatura teñida por la fascinación, pero también por el dolor del interminable conflicto que padece. Así, Rudyard Kipling relató en The Man Who Would Be King, que John Huston convirtió en 1975 en una de las mejores películas de aventuras de la historia, cómo dos buscavidas británicos se adentran en un territorio salvaje llamado Kafiristán, remota región de Afganistán, con el objetivo de hacerse ricos. Allí encuentran un país en guerra de todos contra todos -tribu tras tribu reciben la misma queja: “Asaltan nuestros poblados, raptan a nuestras mujeres y se mean río arriba mientras nosotros nos bañamos”- hasta que se topan con algo mucho más profundo: el remoto recuerdo de Skandar, el nombre en persa de Alejandro Magno, que llegó hasta allí y fundó una ciudad cuyas ruinas han sido arrasadas en las últimas décadas tras medio siglo de excavaciones francesas. Por su parte, el historiador estadounidense Frank L. Holt contó aquella campaña primigenia en su libro Into the land of bones: Alexander the great in Afghanistan (En la tierra de los huesos: Alejandro Magno en Afganistán, University of California Press, 2005), insistiendo en la brutalidad de la invasión helénica, entre el 329 y el 327 antes de Cristo, pero sobre todo en la forma en que este país se ha quedado atrapado desde entonces en lo que el periodista estadounidense Dexter Filkins llamó en un libro de reportajes The Forever War. “Afganistán no puede escapar a la encrucijada de la historia. En cada uno de los últimos tres siglos, diferentes superpotencias - británicos, rusos y estadounidenses - han puesto sus ojos en esta tierra trágica, dispuestos a imponer un nuevo orden, fracasando en su intento”, escribe Holt para describir lo que se ha llamado el Gran Juego como eterno campo de batalla que se prolonga desde los tiempos de Alejandro hasta la actualidad. Afganistán nunca ha sido un Estado construido con arreglo a una lógica étnica o geográfica, sino en función de la política imperialista del siglo XIX. A pesar de ser un país tan antiguo, no ha disfrutado de una verdadera unidad política más que durante unas cuantas horas. La mayor parte del tiempo ha sido un lugar intermedio, una franja fracturada y disputada, dominada por montañas y desiertos, y situada entre unos países vecinos más organizados. Durante gran parte de su historia, sus provincias han sido el terreno de batallas entre imperios rivales. La firma hace unos días de un “acuerdo de paz” entre los talibanes y el Gobierno estadounidense (donde este ultimo admite su vergonzosa derrota ante sus otrora aliados, a quienes armo, pero que luego se volvieron en su contra) abre una remota esperanza de que se acabe este último conflicto, que se prolonga desde el 2001. Como sabéis, luego del operativo de Bandera Falsa el 11 de septiembre, en Nueva York realizado por la CIA para “justificar” el intervencionismo estadounidense esa estratégica región del mundo, Washington ataco Afganistán para derrotar a los talibanes, aunque su real objetivo era apoderarse del país para utilizarlo como base para su deseada invasión a Irán. Pero el conflicto continuó durante años, fracasando miserablemente en sus planes ante la resistencia mostrada por los talibanes, que si bien fueron expulsados del poder, son dueños de casi todo el país, con la excepción de Kabul - la capital - donde un régimen títere impuesto por los estadounidenses nunca tuvo el poder efectivo y cuya “soberanía” terminaba en los limites de la ciudad. Ahora, derrotados en toda la línea, EE.UU. ha anunciado su retirada en los próximos 14 meses, dejando Afganistán abandonado su suerte. Su fracaso no ha podido ser más evidente. Las perspectivas de futuro no son nada buenas: en 1989, cuando se retiraron los rusos derrotados por los muyahidines (quienes fueron armados por los estadounidenses para combatirlos) estalló una guerra civil entre diferentes grupos terroristas a los que solo les interesaba hacerse con los despojos del país. Fue mucho más destructiva que la invasión rusa ya que la mayoría de los autoproclamados “señores de la guerra”, y la mayor parte de las divisiones étnicas y culturales de un país que se disputan entre otros grupos pasthunes, tayikos, uzbecos y hazaras (estos últimos son además de credo chiita), se mantienen intactas. De hecho, la llegada de los talibanes al poder entre 1994, cuando tomaron Kabul, y 1996, cuando controlaban ya el 90% del territorio, fue bien recibida por una parte importante de la población y de la comunidad internacional, incluyendo obviamente a EE.UU. quien financio sus actividades proporcionándole además gran cantidad de armamento, los cuales, al igual que los otros grupos que armo, no tardaron en traicionarlo. La percepción cambió al poco tiempo, cuando el mundo comprobó el trato inhumano que daban a las mujeres, la crueldad de su régimen, las violaciones masivas de los derechos humanos y la barbarie cometida con la destrucción de los Budas de Bamiyán para borrar cualquier vestigio cultural no musulmán. Washington había creado al monstruo y ahora estaba fuera de control. Luego del operativo de Bandera Falsa del 11-S se publicó un libro que se convirtió en un rápido éxito de ventas y que sigue siendo una referencia para entender no solo a estos fanáticos terroristas, sino la historia de este país: Taliban - Militant Islam, Oil and Fundamentalism in Central Asia, del investigador paquistaní Ahmed Rashid. Pocas obras sirven para resumir de una forma tan rigurosa y amena la historia de un país quebrado por batallas sin fin. Un gran libro de viajes, publicado en el mismo periodo, retrata también de manera magistral el país, sus paisajes, sus gentes y su historia: An Unexpected Light: Travels in Afghanistan de Jason Elliot, donde queda retratado en toda su magnitud la bestialidad de estos criminales creados por Washington. El Afganistán de los talibanes, que en su locura trataban de arrastrar al país a los primeros tiempos del islam, despertó también una morbosa fascinación en Occidente, que se trasladó a la ficción. Novelas escritas por escritores afganos exiliados se convirtieron en éxitos de ventas: The Kite Runner, del refugiado en los EE.UU. Khaled Hosseini, y Sangue Sabur, con la que Atiq Rahimi ganó en el 2008 el premio Gouncourt, el más prestigioso de Francia. Ambos están centrados en el sufrimiento de las mujeres bajo los talibanes. Por cierto, en los momentos de mayor despliegue militar de EE. UU. llegó a haber 100.000 efectivos en el país. Tres mil quinientos soldados internacionales han muerto en Afganistán, de los que 2.300 son estadounidenses. No existe una cifra clara de los afganos que han perdido la vida, pero podría rondar los 70.000 desde el 2001. Afganistán ya se ha convertido en la guerra más larga que ha combatido los EE.UU. - más que Vietnam - y al igual que en esa oportunidad se retira humillado por su derrota. Como es obvio, este desastre se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida cotidiana estadounidense, incluyendo la ficción. Por ejemplo, la serie Stumptown, que emite actualmente HBO, está protagonizada por una antigua marine, reconvertida en detective privado, que sufre estrés postraumático, una consecuencia difícil de medir luego de una guerra, pero que, junto a los heridos y los muertos, calo profundamente en una sociedad. Pero ello también sucedió en Rusia, tras su retirada de aquel país en …… Al respecto, un libro de la premio Nobel de Literatura Svetlana Aleksiévich narra lo que significó Afganistán a través de los testimonios de los que estuvieron ahí: Zinky Boys: Soviet voices from the Afghanistán war. A su turno, el historiador británico William Dalrymple relata en el 2017 en un ensayo titulado Return of a King: The Battle for Afghanistán 1839-1842 la humillante derrota que sufrió el imperio británico en esos mismos paisajes indomables. “A pesar de su larga historia, Afganistán había gozado solo en contadas ocasiones de unidad política o administrativa. Mucho más a menudo había sido una zona entre múltiples fronteras: un vasto territorio fracturado y disputado formado por tramos montañosos, llanuras inundables y desiertos que lo separaban de sus vecinos mejor organizados”, escribe Dalrymple. En el invierno del 2001, durante la caída de los talibanes, las huellas de las guerras anteriores estaban por todas partes: tanques rusos herrumbrosos en el valle del Panshir, carreteras y caminos minados por los estadounidenses hasta los topes, las ruinas de barrios enteros de Kabul que parecían Dresde en 1945, bandidos y grupos armados de todo pelaje pero, sobre todo, una población cansada de la guerra, que no había conocido otra cosa y que, ahora sí, respiraba con alivio ante el repliegue talibán. Las ruinas de Aï Janum podían contemplarse a los lejos, mientras pasaban oleadas de bombarderos B-52 estadounidenses atacando las posiciones de los talibanes, pero que al final resultaron infructuosos ya que no pudieron vencerlos y hoy emergen como los triunfadores. Han pasado 20 años de una guerra continua y la paz es algo desconocido y tras los recientes bombardeos estadounidenses tras la firma de la retirada del país, la tragedia que envuelve a Afganistán continuara quien sabe hasta cuando. Cabe destacar por ultimo que la obra maestra de la literatura de viajes sobre este atribulado país sigue siendo The Road to Oxiana, del británico experto en arquitectura Robert Byron (1905-1941). Publicada originalmente en 1937, Bruce Chatwin escribió en 1980, en plena invasión rusa: “Si hoy siguiera con vida, pienso que Byron estaría de acuerdo en que, con el tiempo (en Afganistán todo necesita su tiempo), los afganos harán algo terrible a sus invasores: quizás despertar a los gigantes dormidos de Asia Central”. Son palabras que nunca han dejado de resonar desde entonces, con mayor razón ahora que enfrentan a las hordas asesinas de Donald Trump - quienes continúan con sus bombardeos - a los cuales con acuerdo de paz o no, sin duda terminaran por expulsar del país, pero la pesadilla que representan los talibanes se prolongará ad infinitum:(